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6: ¿Ahora tienes poderes mentales?


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Brooke Castillo escuchó con atención las palabras de Persephone mientras esta le explicaba los nuevos acontecimientos en el mundo sobrenatural. Una vez su mejor amiga terminó de parlotear incesablemente, la miró con expectación, esperando su opinión al respecto. Brooke aclaró su garganta antes de decidirse por hablar.

—¿Realmente Derek es tan bueno en la cama? —preguntó finalmente.

Persephone la golpeó en la cabeza, sin poder creer que esa hubiese sido la pregunta que su amiga tuviese.

—De todas las cosas que te he dicho, ¿solo te concentraste en eso?

Brooke movió su cabeza, negando.

—Era algo que estaba por preguntarte desde mucho antes que tuviéramos esta conversación. La noche en la que me encargaste las llaves del bar, después de cerrar, subí inmediatamente a traerlas. Eran cerca de las cinco de la mañana...—Persephone la interrumpió.

—Pensé que se las dejaste a Derek por la mañana. —Ladeó su cabeza mientras arqueaba una de sus cejas.

Brooke pasó por alto su comentario y le hizo un gesto con su mano para que supiera que era un nimio detalle.

—...cuando escuché gemidos. Y créeme cuando te digo que lo menos que quería era escucharte tener un orgasmo —concluyó.

Las mejillas de Persephone casi se sonrojaron. Casi. Si bien solía contarle a su amiga sus aventuras, nunca quiso que Brooke las escuchara en vivo y a todo color. Genial, ahora su mejor amiga sabía los sonidos que hacía cada vez que tenía sexo. Era simplemente perfecto.

—Créeme, yo lo menos que quería era que lo escucharas —aseguró, estremeciéndose un poco—. Y respondiendo a tu pregunta, sí lo es. Pero es todo lo que te diré al respecto. Derek no es como mis otras aventuras. —Brooke arqueó su ceja derecha—. Es un amigo de la infancia y por la apariencia del panorama, continuará rondando mi apartamento durante un tiempo, así que no quiero miraditas extrañas hacia nosotros si nos ves juntos.

La rubia elevó ambas manos en señal de paz e inocencia. Estaba claro que pedirle algo así era casi imposible. Siempre obtendría comentarios poco apropiados de su parte, pero tenía que intentarlo de todos modos. Persephone no quería que Derek se sintiera incómodo gracias a Brooke ni nada por el estilo. Solo quería que las cosas siguieran su curso normal como si nadie supiera de sus aventuras.

—De acuerdo, de acuerdo —accedió finalmente—. Cambiando de tema, ¿Scott es el chico tierno que tiene ojos de cachorro y siempre anda con el hijo del sheriff?

Persephone asintió.

Brooke era la mejor para traerle información en ese aspecto, por ello le había contado lo sucedido en las pasadas semanas. Ella vivía tan solo a unas dos casas del sheriff, por lo que le sería muy útil a la hora de saber en qué demonios se metían Scott y Stiles. No debían de causarles demasiados problemas. Persephone quería asegurarse de ello, aunque sabía que la hiperactividad y curiosidad del chico Stilinski combinada con la obstinación de Scott McCall, le causarían grandes conflictos.

—Pero no te dejes engañar por sus ojitos de cachorro, puede ser bastante astuto cuando se lo propone. Metió a Derek en la cárcel solo porque quería jugar un partido de lacrosse siendo titular —dijo rodando los ojos.

—Siempre he dicho que los más tiernos son los peores —comentó Brooke encogiendo sus hombros—. No te preocupes por lo del alfa, Seph. Descubriremos qué fue lo que ocurrió, quién es, y obtendrás tu venganza por lo que le hizo a Laura. No se saldrá con la suya —le aseguró cuando Persephone se quedó en silencio mirando a la nada.

— Eso espero, Brooke. Conocías a Laura, no existirá persona más justa que ella en el mundo. De los tres hermanos, ella era la que más se parecía a su madre en cuestión de carácter. Ella... simplemente no se merecía terminar de ese modo.

—Ninguno de ellos lo merecía. Los Hale eran venerados por todas las criaturas sobrenaturales —coincidió Brooke.

No era mentira alguna.

Talia Hale fue una de las alfas más poderosas del mundo principalmente porque tenía la extraña habilidad de poder convertirse en un lobo. Los demás alfas y hombres lobos solían ir a pedirle consejos y discutir temas más grandes que ellos. Talia siempre fue justa en sus decisiones y sabios actos. No había quién la criticase, excepto quizá su hermano menor, Peter Hale. Pero eso ya era otra historia.

—Y todo se fue al caño el día en el cual un lobo decidió meterse en la cama de una cazadora —pronunció las palabras con amargura.

Si tan solo Derek no hubiese ido corriendo hacia Kate Argent, tal vez nada de eso estuviese ocurriendo.

—Seph, creo que querrás ver esto —anunció Brooke, quien acababa de encender el televisor del apartamento de Persephone.

En la pantalla estaban dando un reportaje respecto al ataque de un chofer de autobús escolar en la secundaria de Beacon Hills. Persephone se frotó la frente con sus dedos y suspiró porque sabía que ese ataque solo podía haber sido provocado por dos personas.

Scott McCall y el alfa.

Derek escuchó el leve ronroneo de la patrulla acercarse a las ruinas de la casa Hale y se acercó a la ventana del segundo piso para poder echarle un vistazo al oficial que habían enviado en su búsqueda. Todavía le parecía increíble que lo estuvieran catalogando como sospechoso luego de haberlo declarado inocente de sus cargos, pero no tenía mucho para defenderse teniendo en cuenta que había sido el hijo del sheriff quien lo había acusado en primer lugar. De ahora en adelante sería la primera persona de interés en todos los asesinatos que continuaran.

El oficial de piel oscura rodeo la patrulla, evaluando el panorama que rodeaba la casa Hale, y presionó el botón de su radio para hablar.

—Está muy solitario. ¿Quería que yo mirada adentro? —preguntó, esperando las órdenes de sus superiores.

Unidad dieciséis, es propiedad del condado. La orden es asegurar que esté vacía —habló otra persona a través del radio.

Derek cerró sus manos en fuertes puños. Su casa, el lugar donde había crecido, había sido tomada por el condado.

—Creo que no hay nadie en casa —observó el oficial.

Por el amor de Dios, dieciséis, entre a ver si hay alguien —ordenó.

—Entendido.

Comenzó a caminar hacia la puerta cuando el ladrido del pastor alemán que estaba en la patrulla lo hizo pegar un respingo. Al otro lado de la ventana, Derek hizo brillar sus ojos en un tono azul y los ladridos del perro aumentaron considerablemente, llegando a sonar desesperados, agresivos y atemorizados. El oficial se tensó, asustado, y se marchó en la patrulla a toda velocidad.

Derek sonrió un poco, pero luego localizó a Scott acercarse entre los árboles.

Sé que puedes escucharme —le dijo el adolescente—. Necesito tu ayuda.

Resignado, Derek bajó las escaleras y salió por la puerta principal para encontrarse con Scott. Al cerrarla detrás de sí, Derek metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta negra de cuero, y esperó a que Scott comenzara a hablar.

—Bien. Sé que participé en tu arresto, que tu novia probablemente esté muy cerca de arrancarme la cabeza, y que básicamente le dijimos a los cazadores que estabas aquí. —Derek estuvo a punto de decirle que Persephone no era su novia, pero prefirió callar y dejarlo hablar—. Tampoco sé qué le pasó a tu hermana. Pero creo que hice algo anoche. Soñé con una persona, pero otra persona salió herida. Parte del sueño pudo ser realidad.

Scott lucía completamente desesperado como para ir a pedirle ayuda a Derek luego de todo lo que le hizo. Todo el asunto de ser hombre lobo se le estaba dificultando para asimilar y casi podría perder la cabeza en todo ese lío.

—¿Crees que atacaste al chofer? —preguntó Derek con su habitual inexpresividad.

—¿Viste lo que hice anoche? —quiso saber Scott.

—No.

—Al menos, ¿puedes decirme la verdad? —pidió el adolescente—. ¿Voy a lastimar a alguien?

—Sí.

—¿Podría matar a alguien?

—Sí.

—¿Voy a matar a alguien? —Su voz sonaba cada vez más desesperada.

—Probablemente.

Ambos giraron al escuchar la voz de Persephone, quien estaba apoyada contra una de las columnas del porche de la casa. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

—Mira, puedo enseñarte a recordar, y a controlar tu cambio incluso en luna llena —comenzó a decir Derek.

—Pero no será gratis —le advirtió Persephone a Scott.

Él contrajo su rostro en una mueca.

—¿Qué quieren?

Persephone casi sintió pena al percatarse de que Scott haría cualquier cosa por tratar de llevar una vida medianamente normal para un adolescente de dieciséis años. Lo que Scott no sabía era que él terminaría agradeciendo tener esos poderes, era parte de ser sobrenatural. Tarde o temprano te resignabas a no ser normal en lo absoluto.

—Lo sabrás —le dijo Derek—. Por ahora, te daré lo que quieres. Regresa al autobús. Entra, míralo, siéntelo.

Persephone se acercó al chico.

—Usa tus sentidos, Scott. —Señaló sus ojos de cachorro—. La vista, el olfato, el tacto —enumeró, terminando al tocar el puente de la nariz de Scott con su dedo índice—. Permíteles recordar.

Derek tuvo que reprimir sus impulsos de alejar a Persephone de Scott para que dejase de hablar de esa forma casi seductora. Ella estaba jugando con todos, en especial con él por haberle gritado en el motel.

—¿Solo regreso? —preguntó Scott, mirándolos.

—¿Quieres saber qué pasó? —increpó Derek.

—Solo quiero saber si lo lastimé —murmuró Scott.

Persephone negó.

—Quieres saber si la lastimarás a ella —especificó.

Unos minutos después, Scott se marchó de la casa y Derek volteó para mirar a Persephone.

—¿Fue necesario?

—¿Qué cosa? —preguntó con inocencia.

—Tocarlo para explicarle un concepto bastante básico. Persa, tiene dieciséis. No vas a ir tras él —masculló.

Ella sonrió.

—¿Realmente crees que iría tras un niño? Por favor, Hale. Jamás caería tan bajo como Kate —afirmó.

—Tu gusto musical apesta, Derek —comentó Persephone mirando los discos que este tenía en su auto—. Uh, Royal Deluxe, esto mejora un poco. —Colocó el disco en el radio y subió el volumen, sonriendo al escuchar la canción que estaba comenzando a sonar—. Esto es irónico.

Derek le dedicó una mala mirada antes de volver su atención a la carretera, girando en una esquina para detenerse en una gasolinera.

—¿Podrías sacar treinta dólares de mi billetera? —preguntó, señalando el compartimento donde estaba la billetera de cuero negro.

Persephone silbó por lo bajo al ver las tarjetas de crédito, de débito y de otras cuentas de banco.

—Deberías llevarme de compras —dijo, sacando dos billetes de veinte, pues no tenía otros en la billetera. «Maldito Derek y su trasero millonario», pensó—. Vuelvo ya.

Entró al Food Mart donde pagó los treinta dólares de gasolina y agarró unas cuantas chucherías con los diez dólares que sobraron. Le dedicó una sonrisa un coqueta al empleado de la gasolinera y este le otorgó el descuento exclusivo para aquellos que trabajaban allí. Murmurando un agradecimiento, salió en dirección al camaro donde estaba Derek.

—¿Acaso te di permiso para que utilizaras mi dinero para comprarte cosas? —cuestionó él, frunciendo el ceño.

—No seas un lobo amargado, Derek —pidió, rodando sus ojos mientras lo veía echarle la gasolina al auto.

Entonces dos camionetas llegaron a la gasolinera, ambas deteniéndose en puntos estratégicos para bloquearle el paso al camaro.

«Cazadores», pensó Persephone al ver a Chris Argent bajar de una de las camionetas. Pudo ver la expresión fastidiada de Derek al terminar de echar gasolina, enroscó el tapón y le hizo un gesto a Persephone para que subiera al auto, pero ella negó. No pensaba dejarlo solo hablando con los cazadores.

—Bonito auto —comenzó a decir Argent—. Pero autos negros. —Negó con su cabeza—. Es muy difícil mantenerlos limpios —dijo, pasando su pulgar por el capó del auto para limpiar una mancha de polvo—. Sugiero que le des mejor mantenimiento.

Los ojos de Chris Argent se posaron sobre Persephone durante unos segundos, pero fue suficiente como para que Derek la acercara a su cuerpo en un impulso de mantenerla alejada de la familia de cazadores.

—Si tienes algo tan bonito, debes cuidarlo, ¿no? —continuó diciendo al notar que ninguno de ellos pronunció palabra alguna y comenzó a limpiar el parabrisas con los artefactos de limpieza que estaban cerca de la bomba de gasolina—. Cuido mucho las cosas que me gustan. Eso lo aprendí de mi familia. No tienes mucha familia hoy en día, ¿no es así, Derek?

Persephone sintió los músculos de Derek tensarse y lo vio apretar sus puños para mantenerse en control.

—No le des lo que quiere —susurró de manera imperceptible para un humano, pero muy audible para un hombre lobo.

Se relajó y abrió sus manos.

—Muy bien. Ya puedes ver a través del parabrisas —habló Argent al ver que no había podido provocar lo suficiente a Derek con sus comentarios—. ¿Ves que todo queda mucho más claro?

Argent giró sobre sus pies y comenzó a caminar en dirección a su camioneta cuando Derek habló.

—Olvidaste revisar el aceite.

—Revísenle el aceite al hombre —ordenó Argent con una sonrisa maliciosa adornando su rostro.

Uno de los cazadores se acercó al camaro y rompió el cristal de la puerta del conductor con el cabo de su arma.

—Me parece que está bien.

—Conduzcan con cuidado —les dijo antes de que todos se marcharan.

Persephone sintió el sabor metálico de la sangre por haber mordido con tantas fuerzas el interior de su mejilla. Realmente odiaba a los cazadores con todo su ser. Siempre se creían los dueños del universo, intentando de aplastarlos a todos.

—La próxima vez que los vea disfrutaré de meterles su arma por...—Derek la interrumpió.

—Esa boca.

—¿Por qué tú no estás sufriendo tu auto? Ah, se me olvida que eres completamente rico. —Puso los ojos en blanco y cruzó sus brazos.

Derek la miró con su rostro enseriado.

—Vamos, tenemos otra parada antes de dejarte en Underworld —dijo.

A fin de cuentas, esa próxima parada terminó siendo el hospital de Beacon Hills, lugar donde se encontraba el chofer del autobús en estado crítico. Derek y Persephone caminaron por los pasillos del hospital pasando desapercibidos por el personal y lograron escabullirse en la habitación que tenía los números «137» en la placa que la identificaba.

El chofer tenía un aspecto demacrado. Grandes cortes estaban en su rostro, cuello y otras partes que no estaban a la vista. Los vendajes se bañaban de sangre y se veía que su condición empeoraba a cada minuto. Tenía que estar en una gran cantidad de dolor.

—Abre tus ojos —pidió Derek—. Abre tus ojos.

—¿Ahora piensas que los hombres lobos tienen poderes mentales? —inquirió Persephone.

—Calla —le dijo—. Abre tus ojos —repitió y esta vez, el chofer los abrió—. Mírame. ¿Qué recuerdas?

—Hale —pronunció el chofer con voz rasposa—. Blackburn.

Ambos fruncieron sus ceños con confusión.

—¿Cómo nos conoces? ¿Cómo sabes nuestros nombres? —quiso saber Derek.

—Lo siento —susurró—. Lo siento.

Esas fueron las últimas palabras que abandonaron los labios del hombre herido antes de que su corazón dejara de latir.

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