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3: Aliados con beneficios

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El bar Underworld era, sin lugar a duda, uno al que las lenguas y ojos juzgadores del pueblo, veían como uno de mala muerte. Los jóvenes, por su parte, lo consideraban el mejor lugar para ir de fiesta en Beacon Hills, siendo Jungle —un club gay— su única competencia real. No había noche alguna en la que Underworld no estuviese lleno hasta rebosar. Ni siquiera cuando en algún punto de la ciudad una adolescente de gran estatus social se encontraba lanzando una de sus famosísimas fiestas. Total, solo eran niños que estorbaban en el lugar.

Esa noche donde la luna llena brillaba en su máximo esplendor, no era la excepción. Las personas chocaban las unas con las otras mientras restregaban sus cuerpos en la pista de baile. Otros simplemente se limitaban a quedarse en la barra disfrutando del alcohol. Y algunos solo estaban allí para ver si podían echarle un buen vistazo a la reina de Underworld.

Para Persephone, ver su bar lleno era una satisfacción enorme, aunque era una pena que no pudiese quedarse más tiempo para disfrutarlo. Tenía algunos compromisos con Derek que resolver. Honestamente, no le gustaba mucho el hecho de tener que dejarle el bar a otra persona mientras ella estaba fuera, pero le había hecho una promesa al hermano de su difunta amiga, y planificaba cumplirla.

—Entonces, ¿estarás fuera toda la noche? —preguntó Brooke, una de sus más fieles empleadas y, prácticamente, su mano derecha a la hora de atender el bar.

Fuera de los asuntos profesionales, Brooke también era una de las mejores amigas de Persephone. Técnicamente la única que le quedaba con vida, ya que la otra era Laura y ella ya había abandonado el mundo.

—Tengo ciertos compromisos —respondió sin dar muchos detalles, al mismo tiempo que acomodaba su chaqueta de cuero negro, que cubría su top violeta. La falda negra se ajustaba a sus caderas y resaltaba su trasero, mientras que las botas de tacón alto le llegaban hasta la rodilla y la hacían lucir más alta.

—¿Te refieres a una cita? —cuestionó Brooke, apoyando sus brazos sobre la barra con una sonrisa pícara y agarró un mechón de su cabello rubio para comenzar a juguetear con él.

Persa rodó sus ojos con fastidio.

—No, no es una cita. Relájate —masculló, sirviéndose un vaso de vodka antes de tomarlo de un solo trago.

—¿Entonces?

—Brooke —pronunció su nombre como si la estuviese regañando.

Con sus ojos, Persephone recorrió el lugar hasta dar con la figura de Derek, escabulléndose entre la multitud para poder llegar a ella. Una sonrisa se formó en sus labios carnosos y Brooke siguió su mirada hasta dar con el hombre que muchas devoraban con la mirada.

Silbó por lo bajo.

—¿Segura que no es una cita?

—Es el hermano menor de Laura, Brooke —dijo, como si eso lo explicara todo.

—Espera, ¿qué? ¿Ese es Derek? —Elevó sus cejas con sorpresa y se abanicó el rostro con sus manos, al mismo tiempo que soltaba un silbido—. Definitivamente ese creció en todos los lugares correctos.

Persa tuvo ganas de golpearse a sí misma y también de matar a Brooke. Derek podía escuchar cada palabra que su amiga estaba diciendo y, aunque ella misma las había pronunciado una semana atrás, no le agradaba el hecho de que su aliado con beneficios estuviese siendo devorado por su amiga. No era como si fuesen exclusivos, solo había sexo casual entre ellos, pero no quería problemas con su amiga. Esas peleas de gata no le iban.

—Sí, sí, lo que sea. Solo recuerda lo que debes hacer —dijo Persa y le entregó las llaves del bar—. No las pierdas, y si lo haces, no te molestes en volver porque será el último día que veas el sol.

—Lo sé.

—Te lo recordaba —habló.

Despidiéndose de Brooke con un gesto, se dirigió hacia Derek, manteniendo una sonrisa de oreja a oreja. Varios hombres voltearon a verla pasar, sus ojos deteniéndose más tiempo de lo debido en la zona baja de su espalda. Este detalle no pasó desapercibido por Derek, quien colocó su mano en la espalda baja de Persephone, impulsándola a continuar caminando.

—Derek, a menos que planifiques quitarme la ropa, no me toques —provocó y continuó caminando, contoneando sus caderas de forma provocativa.

Casi lo escuchó gruñir por lo bajo mientras salían del bar con dirección al camaro negro que se encontraba estacionado a un lado de la calle. Derek le abrió la puerta del copiloto a Persephone y ella casi rio.

—Qué caballeroso —comentó con diversión.

—Tengo mis momentos. Ahora entra al auto o te obligaré a hacerlo —dijo en un tono más severo.

Persa estiró su mano hacia la mejilla de Derek y la palmeó un par de veces para molestarlo un poco antes de entrar al auto. Él cerró la puerta de mala gana y rodeó el vehículo con rapidez para ubicarse en el asiento del piloto.

—Entonces, ¿a qué lugar se supone que vamos? —preguntó Persa, encendiendo el radio del auto, ganándose una mala mirada de Derek, pero este no emitió comentario alguno.

—A evitar que Scott termine creando una masacre en una fiesta —respondió sin dar muchos detalles.

El resto del camino, ambos se mantuvieron en silencio, solo el sonido de la música que Persephone había seleccionado. Cuando Derek se detuvo en una casa llena de adolescentes alcoholizados y la música retumbaba en sus oídos sensitivos y agudizados gracias a la influencia de la luna llena, Persephone hizo una mueca. Llevaba años sin asistir a una fiesta de adolescentes. La última vez fue a sus dieciséis años recién cumplidos y su experiencia fue un poco... agradable de cierto modo.

Laura siempre la ayudó a escabullirse en clubes de todo tipo a edad temprana, vistiéndola con ropas ajustadas y cortas que remarcaran sus curvas. Pintaban sus labios de rojo, convirtiéndolos en un arma de seducción y tentación para muchos hombres e incluso, mujeres. Y, para Persa, los clubes eran mejores que las aburridas fiestas de adolescentes. Fue esa la razón primordial por la que dejó esas fiestas. La segunda era que todos iban para buscar algún rollo y, para la ignorancia de todos, Persephone ya tenía el suyo.

—Esto me trae recuerdos —mencionó Persephone, mirando a Derek de reojo. Una sonrisa traviesa se formó en sus labios ante las memorias.

Sabía que Derek también estaba recordándolo.

Fue en esa última fiesta que Persephone y Derek habían terminado enrollándose. Culparían al alcohol, pero este no tenía efecto alguno en ellos. Sin embargo, a lo que sí culpaban era a los malditos juegos de «Yo nunca nunca», «Verdad o reto» y de «Siete minutos en el cielo».

Persephone se había dejado arrastrar por Brooke hasta esa fiesta de alguno de los miembros del equipo de baloncesto y se había aburrido hasta morir. Los chicos de secundaria le hastiaban. Estaba segura de que besaban de forma babosa y torpe, casi intentando de succionarle el alma a las chicas en vez de convertirlo en algo placentero y para el disfrute de ambas partes. Lo único que le parecía interesante era su vaso lleno de alcohol. La casa del anfitrión tenía una gran despensa de distintos licores.

¡Persephone, ven! —le gritó Brooke con emoción y arrastró a la chica del brazo, llevándola hasta la sala donde un grupo de personas se encontraban. Entre ellos estaba Derek Hale, el hermano menor de su mejor amiga y objetivo de coqueteos sutiles sin intención de llegar a más—. Vamos a jugar «Yo nunca nunca».

Ya entendía la emoción de los demás. Estaban preparándose para saber los secretos más oscuros de los demás. Desde el otro lado de la sala, Derek miró a Persephone de una forma que ella no pudo descifrar a primera instancia.

—Persephone, ¿estás dentro o fuera del juego? —cuestionó uno de los compañeros del equipo de baloncesto.

—Estoy dentro.

Unos minutos después se encontraban en un círculo alrededor de la mesa del centro, la cual estaba llena de chupitos de distintos licores, unos más fuertes que otros. Habían comenzado con algunas revelaciones ligeras y pequeñas, tales como si habían llegado a robar algo o si alguna vez habían hecho algo prohibido por la ley. Según pasaban los turnos, se iban convirtiendo más oscuros y sexuales. Todos querían saber las prácticas y experiencias de todos.

—Yo nunca nunca he tenido sexo —dijo Brooke y esperó a ver las reacciones de los demás.

La mitad de los participantes tomaron de sus chupitos, incluyendo a Persephone, pero era algo que ya todos suponían. Lo que ellos no sabían era que solo había sido con un chico unos meses atrás y no le había gustado en lo absoluto. Quizá porque el chico terminó en dos minutos.

Lo que sí fue una sorpresa para muchos, la mayoría incluía a los chicos del equipo, fue que Derek no tomó.

—Tienes que estar jodiéndome —murmuró Brooke al lado de Persephone.

Uno de los amigos de Derek palmeó el hombro del chico Hale.

—De acuerdo, rifaré la virginidad de mi compañero aquí. ¿Cuánto dan por ese tesoro valioso? —habló en tono de broma y muchos rieron, excepto Persephone.

Ella tenía su mirada fija en Derek, sus labios fruncidos en una mueca que delataba que tramaba algo. Entonces elevó su mano para que todos le prestaran atención. Sería su turno de decir algo para intensificar el juego.

—Yo nunca nunca he deseado a la mejor amiga de mi hermana —pronunció, arrastrando un poco sus palabras.

Vio a Derek sonreír de lado antes de tomar su chupito de un solo golpe.

—Mi turno —anunció el chico Hale—. Yo nunca nunca he provocado al hermano de mi mejor amiga.

Y vio con satisfacción a Persephone dejar con molestia su chupito en la mesa.

—Me aburrí de este juego —anunció, poniéndose de pie.

Los demás jugadores se habían quedado mirando la escena como si se tratase de una película interesante, pero Persephone los ignoró al salir de la sala. Subió las escaleras, contemplando la idea de ir a alguno de los baños —estaba segura de que esa casa tenía cientos— y se metió a una de las habitaciones. Unos minutos después pudo escuchar la puerta abrirse y la figura de Derek Hale apareció en su campo de visión, de pie apoyado contra la madera de la puerta.

—Nunca respondiste esa ronda del juego —comentó el chico—. Y estoy seguro de que respondí la tuya.

Persephone arqueó una de sus cejas y se acercó a él con su mentón elevado y sus brazos cruzados.

—Tal vez sí respondí y la respuesta fue un «Nunca lo he hecho».

Derek ladeó su cabeza.

—Entonces dímelo lentamente, Persephone. Quiero escuchar tus latidos.

Ella sabía que estaría mintiendo.

Él sabía que sería una mentira.

Todos lo sabían.

—¿Realmente eres virgen? —preguntó. El chico asintió de forma vaga y Persephone estiró su brazo hacia el lado de Derek y cerró la puerta con seguro—. Si hacemos esto, nadie puede saberlo. En especial Laura. Y trata de durar más de dos minutos.

—Te puedo asegurar lo primero, lo segundo no tanto.

Persephone rodó sus ojos y antes de poder protestar, Derek la silenció con sus labios. La chica se aferró a sus hombros y no pudo evitar que sus garras salieran y se clavaran en la piel de Derek. Él gruñó en medio del beso.

—Con esas garras juraría que eres una gata persa —masculló, mordiéndole el labio inferior.

Ella gimió cuando sintió las manos de Derek deslizarse por su cuerpo, explorando sus curvas y volviéndola loca con sus caricias. Su piel se erizó cuando él le quitó el vestido por la cabeza, dejándola simplemente en su conjunto de ropa interior azul. La vista le hizo la boca agua.

—Las babas, Hale. —Él rodó sus ojos con fastidio y la elevó, para obligarla a rodear sus caderas con sus piernas. Ella se restregó contra la parte más dura de su pantalón y lo escuchó gruñir de placer—. Tu camisa me estorba.

En cuestión de segundos, ambos se habían desecho de la pieza de ropa, mientras continuaban siendo un manojo de hormonas, excitación, lujuria y toqueteos que no debían de estar haciendo. Pero no les importaba. Solo se estaban dejando llevar.

Ese sería su secreto, su oscuro y pequeño secreto.

—Lo recuerdas, ¿no? —comentó Persephone con diversión, cuando se encontraban entrando a la casa llena de adolescentes.

—¿Cómo olvidarlo? De alguna forma siempre volvemos a lo mismo, ¿no es así, Persa?

Derek tenía toda la razón. Siempre volvían a tener los mismos beneficios, los cuales incluían muchas sesiones de sexo magnífico. Ambos habían explorado una gran parte de su sexualidad juntos, aunque el panorama cambió bastante cuando Kate apareció y Derek se dejó engañar por la sonrisa de inocencia fingida. Fue cuando todo se fue al caño.

—Encontré a Scott —anunció Persephone. El chico se encontraba en el área de la piscina junto a una chica de rizos castaños y sonrisa deslumbrante. La misma sonrisa que había cautivado a Derek seis años atrás, la sonrisa de una Argent—. Tienes que estar bromeando.

—A la vida le gusta burlarse de nosotros —dijo Derek al saber lo que Persa se encontraba pensando.

La historia se repetía.

—¿Y bien? ¿Cuál de todos estos pequeños demonios se supone que sea yo? —preguntó Persephone ladeando su cabeza.

—Creo que solo hay una reina del inframundo, Persa —susurró Derek en el oído de ella.

Su piel se erizó. En ese momento la vista de Scott se fijó en ellos durante un segundo, pero fue apenas, pues continuó pasando el rato con la castaña. Se encontraban bailando cuando pudieron escuchar su pulso acelerarse. La chica se encontraba demasiado cerca de Scott y era obvio que a él le gustaba, pero eso también le afectaba porque no lograba controlar su transformación, sino que la descontrolaría muchísimo.

—Se va a transformar —le anunció Persephone a Derek.

Él mantuvo su calma.

—No lo hará frente a todos —puntualizó al ver a Scott dejar la chica en medio de la fiesta, marchándose del lugar como si su cabeza le doliese.

La chica salió corriendo detrás de él y Derek y Persephone tomaron eso como su señal de intervenir y evitar que ella se enterase de que su novio era un hombre lobo recién transformado que no lograría controlar sus impulsos de someterse ante el poder de la luna llena.

Vieron a Scott marcharse en su auto —el de su madre— y casi pudieron escuchar el corazón de la chica quebrarse al haber sido plantada en medio de la fiesta.

—Allison —la llamó Derek—, somos amigos de Scott. Mi nombre es Derek y esta es...

—Soy Persephone —se adelantó antes de que Derek pudiese decir que ella era «Persa»—. Scott nos dijo que se encontraba un poco indispuesto y que te lleváramos a casa, si estás bien con ello.

Derek se sorprendió un poco por el tono cuidadoso y suave que empleó Persephone para convencer a Allison, pero no dejó que la sorpresa llegase a sus ojos. Sería demasiado revelador y podría poner en riesgo su plan de alejar a la chica de Scott.

Allison asintió medio perdida con lo que estaba sucediendo. Un minuto todo había estado bien, bailando con Scott y hasta había jurado que él estuvo cerca de besarla, pero de pronto todo cambió y él se encontraba alejándose lo más rápido que podía de su presencia. Le había dolido eso. Ella solo había asistido a la fiesta por él y no conocía a ninguno de los presentes, dado a que apenas se había mudado a la ciudad.

—Está bien. Creo que es lo mejor —accedió Allison, acomodando uno de sus rizos detrás de su oreja.

Persa extendió una de sus manos hacia el codo de Allison y con sutileza la condujo hacia el camaro de Derek. Él las siguió a una distancia prudente, pero tampoco perdiéndose detalle de lo que estaba ocurriendo. Se había quedado perplejo al ver la forma en la que Persephone se desenvolvía al intentar consolar a Allison respecto a su repentino desplante. Era suave, meticuloso y parecía maternal en cierto modo, aunque no dejaba de ser precavido por su familia.

—Así que, Allison, ¿cuánto tiempo llevas en Beacon Hills? —se interesó por saber Persephone, sus dedos toqueteando el radio y, disimuladamente, la calefacción del auto.

Había aumentado unos cuantos grados y hacía un poco de calor, de modo que Allison se quitó su chaqueta y la dejó sobre el asiento trasero.

—No mucho. Mi familia se muda mucho por el trabajo de mi papá. Espero que Beacon Hills sea nuestra última parada —explicó sin dar muchos detalles. No confiaba del todo en ellos, principalmente porque le parecían intimidantes—. Aquí a la derecha —dirigió a Derek, aunque este ya conocía la ubicación de la casa de antemano.

—Seguro que aburrirás aquí —aseguró Persephone, esperando que fuese cierto y que los cazadores se marchasen de la ciudad lo más pronto posible.

Allison no hizo comentarios al respecto, sino que en su lugar le dio la última dirección a Derek y este se detuvo frente a la enorme casa que les pertenecía a los Argent.

—Gracias por traerme —le dijo a Derek y salió del auto con rapidez para dirigirse al interior de su hogar.

—Tengo su chaqueta —anunció Persephone con una sonrisa astuta—. Podemos utilizarla de anzuelo para Scooby Doo.

Derek rodó los ojos ante la referencia de Persephone, pero no hizo comentarios al respecto porque sabía que era una idea estupenda. Dejaron el auto cerca de la reserva y se introdujeron en el bosque, colgando la chaqueta en uno de los árboles. Acto seguido, se ocultaron entre la maleza, esperando a que Scott apareciera.

Persephone podía sentir el aliento caliente de Derek chocar con su cuello, enviando pequeñas descargas eléctricas por su cuerpo. La luna llena estaba traicionando sus sentidos al ponerla tan débil en la presencia de Derek. En su mente se repetían los recuerdos de todos los encuentros apasionados que habían tenido en el pasado, incluyendo el de unos días atrás. Siempre eran fuertes, salvajes y apasionados. No había toque de dulzura en ellos y eso era lo que más le hacía desear que siguieran ocurriendo.

Demonios, lo deseaba con todo su ser. Mordió su labio inferior, intentando controlar sus impulsos, pero solo lograba continuar recordando la sensación de su piel contra la de él. El calor que le proporcionaba, sus manos fuertes en sus caderas, la forma en la que sus músculos se contraían bajo sus garras.

Sin poder evitarlo, Persephone retrocedió unos cuantos centímetros y su trasero chocó con él. Lo escuchó gruñir.

Persa —pronunció su apodo en un tono de advertencia—. Concéntrate —ordenó.

Persephone rodó sus ojos.

—¿No crees que lo intento? Ayudaría bastante que dejaras de respirar en mi cuello —masculló, un poco irritada por no poder acabar con la tensión que se estaba acumulando en el ambiente.

Derek bajó sus manos lo suficiente para rozar la piel que la falda de Persephone no cubría, las puntas de sus dedos trazando un camino invisible por su muslo hasta tocar el borde de la tela.

—No tenemos tiempo para esto ahora —dijo Derek, alejándose unos cuantos centímetros de ella.

«Maldito Derek», pensó. Sentía su sangre caliente y la frustración acumulándose en su cuerpo. «Maldita luna llena», añadió en su mente. Era la influencia de la luna en su sistema. La estaba volviendo deseosa de sentir a Derek en todo el sentido de la palabra, quería sentir sus dedos en sus caderas, luchando por mantener el control mientras balanceaba su pelvis en ritmo perfecto.

Tenía que controlarse.

—¿Dónde está? —rugió Scott.

Persephone rodó sus ojos porque el chico no podía haber esperado cinco minutos más en aparecer.

—Está a salvo. De ti —habló Derek antes de abalanzarse sobre Scott para retenerlo. Scott se quejó y soltó un par de gruñidos hasta que Derek lo tuvo contra uno de los árboles—. Shh, haz silencio.

Persephone agudizó su audición y pudo escuchar a las personas acercarse a ellos. Cazadores.

—Es tarde, ya están aquí —avisó ella—. Corran —ordenó, agarrando a Derek por su chaqueta para obligarlo a ir con ella.

Ambos comenzaron a correr para huir de los cazadores cuando escucharon a Scott gritar de dolor. Le habían disparado. Maldiciendo, Derek se dirigió a atacar los cazadores para darle la oportunidad a Persephone de romper la flecha que Scott tenía en el brazo y que lo mantenía inmóvil en el árbol.

Scott se quejó cuando Persephone rompió la flecha y lo obligó a correr junto a ellos. Si no estuviera tan asustado, el chico probablemente se hubiese preguntado cómo le hacía ella para lucir como una modelo de comercial mientras corría en botas de tacón en medio del bosque.

—¿Quiénes eran? —preguntó Scott una vez estuvieron lo suficientemente alejados.

—Cazadores. Los que nos cazan desde hace siglos.

—¿Nos? ¡Hablarás por ustedes! ¡Tú me hiciste esto! —acusó a Derek.

—¿En serio es tan malo, Scott? —cuestionó Persephone, dando un paso hacia el frente. Scott retrocedió, intimidado por la belleza y rudeza de ella, y su espalda chocó con la corteza del árbol—. ¿Que veas mejor, que oigas con más claridad, que corras más rápido que un humano? Se te dio algo por lo que muchos matarían.

—La mordida es un don —coincidió Derek.

—No lo quiero —masculló el adolescente.

—Lo querrás. Y vas a necesitarnos si quieres aprender a controlarlo —aseguró el ojiverde agachándose hasta quedar cara a cara con Scott—. Ahora, tú y yo somos hermanos.

—¿Hermanos? —preguntó Persephone una vez llegaron al camaro—. Y ni siquiera me incluiste, chucho pulgoso.

Derek le dedicó una mala mirada y entró al auto. Ella rodó los ojos antes de imitar sus actos.

—No soy fanático del incesto —respondió luego de unos segundos de silencio. La vio arquear una de sus cejas—. Y estoy seguro de que habríamos cometido mucho de eso si te considerase mi hermana.

Ella mordió su labio inferior y detuvo la mano de Derek antes de que pudiese encender el auto. Sus miradas se conectaron, hablándose con ellas, y ella fue la primera en cerrar la distancia entre ellos. Se besaban con ansias, necesitados y deseosos por culminar con la tensión sexual que se había acumulado entre ellos durante toda la noche. Derek llevó sus manos a la cintura de Persephone y la haló hacia sí mismo, trasladándola del asiento del copiloto hasta su regazo.

—Tan impaciente —murmuró ella, juguetona.

Él gruñó, quitándole la chaqueta. Acto seguido, sus manos recorrieron la piel desnuda de sus muslos y levantaron la tela de la falta hasta sus caderas.

—¿Llevas provocándome toda la noche y dices que yo soy el impaciente? —increpó.

Touché —concedió y gimió cuando Derek succionó en la piel de su cuello—. Nunca he tenido sexo en un camaro. Es excitante —comentó.

—¿Ahora quieres hablar de tus fantasías? —Rodó los ojos.

Persephone sonrió y volvió a besarlo, delineando su labio inferior con su lengua, pidiéndole permiso para entrar. Derek abrió su boca, dándole el acceso que ella había solicitado y enredó sus dedos en la melena oscura de la mujer que lo estaba volviendo loco.

—Prefiero hacerlas realidad —contestó en medio del beso.

Movió sus caderas contra las de él, provocándolo nuevamente. A pesar de que era un espacio remotamente pequeño, Persephone lo encontraba de los lugares más excitantes en los que habían tenido sexo antes. El auto de Derek era uno que hablaba por su personalidad: oscuro, del estereotipo de chico malo, misterioso, intimidante y que le gustaban los encuentros duros.

No se desnudaron completamente, pues seguían estando en un lugar público y de sumo interés para los policías que buscaban la mitad del cuerpo de Laura. No obstante, Derek le bajó la camisa lo suficiente para dejar a la vista el sostén de encaje rojo y la boca se le hizo agua ante la vista que tenía en frente. En simples movimientos, se encontraba tocándola en los lugares que ella más necesitaba. Sus jadeos, gemidos y gruñidos le estaban haciendo perder la cabeza.

¿Qué estaba haciendo con ella? ¿Realmente estaba volviendo a la mujer de sus fantasías adolescentes? Persephone era su pasado, el secreto que siempre había ocultado de su familia y amigos, y se estaba convirtiendo en su presente.

Detestaba que ambos estuvieran volviendo a caer en la lujuria, creando más recuerdos calientes.

—No juegos preliminares —habló Persephone, desabrochándole los pantalones. Los bajó un poco, lo suficiente para dejar a la vista su masculinidad—. Necesito sentirte, Hale.

—¿Segura?

Esa era una pregunta que él, Derek Hale, nunca le hacía a una mujer. En el sexo, él había aprendido a buscar su placer, utilizándolo como método de liberarse de los sentimientos oscuros que continuamente rondaban su mente. Sin embargo, con Persephone, era ligeramente distinto. Ambos luchaban por ser el que dominaba, por sacar lo más que pudieran del otro sin necesidad de ser cuidadosos. Solo con ellos podían sacar su lado más animalístico.

—Sí. Maldita sea, Derek, si no lo haces ahora mismo juro que...—Dejó la oración a mitad porque un ronco gemido salió de su garganta cuando Derek apartó su ropa interior y se adentró en el vértice de sus piernas de una sola estocada.

Sus garras se clavaron en los fornidos brazos de él, moviendo sus caderas para encontrar las embestidas de Derek. Era un ritmo fuerte e insaciable. Querían más.

—¿Juras qué, Persa? —pronunció su apodo en su oído antes de morder el lóbulo de su oreja de forma provocativa.

La escuchó gemir.

—Que te arrancaba la garganta con mis dientes —gimió.

Derek sonrió.

—Tentador, pero no es necesario.

Podía jurar que esa era la primera vez que Derek se mostraba tan conversador en medio del sexo, pero no podía quejarse. Solo podía sentir el placer correr por su cuerpo en forma de descargas eléctricas.

—Joder —siseó antes de besarlo, sus dedos jugueteando con el cabello de Derek—. No pares.

Unos minutos después, en medio de su ritmo frenético, ambos encontraron su clímax. Persephone descansó su frente en el hombro de Derek, intentando recuperar su aliento luego del abrasador placer que había sentido segundos antes. Los brazos de Derek se encontraban rodeándole la cintura, de modo que la apretaban contra su pecho.

—¿Satisfecha? —preguntó.

Persephone casi rio.

—Solo quieres que te responda para que tu ego aumente. —Entornó sus ojos—. Lo siento.

Derek elevó sus cejas.

—¿Por?

—Por perder el control y ceder ante los impulsos de la luna llena. No suele sucederme, ya no —explicó.

La besó castamente en los labios.

—Está bien, Persa. Ambos disfrutamos de ese desliz —le aseguró—. Vamos, déjame llevarte a tu casa.

Persephone volvió a sonreír sabiendo que lo ocurrido en el auto volvería a ocurrir, pero en su cama.

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