25: El maestro del kanima
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Persephone Blackburn se sentía confundida cuando llegó a su apartamento. Cerró la puerta principal, dejando caer al suelo la mochila de gimnasio que se había llevado para su antigua casa, y apoyó la espalda contra la madera. Su cabeza seguía intentando procesar toda la información y las emociones que continuaban abrumándola. Era una tormenta, mezclándose irrevocablemente con su estado físico, desgastándola. Se deslizó hasta el piso donde se permitió soltar un gruñido de frustración.
No estaba en un conflicto interno porque hubiera fallado a la hora de cobrar su venganza, tampoco de que su padre se enterara de sus planes y tuvieran un momento en los que todos revelaron sus corazones. Su problema venía a que no podía comprender del todo por qué sentía paz si había fracasado en cada uno de sus planes. Ni siquiera pudo llegar a la mitad sin quebrarse y permitir que sus emociones tomaran el control absoluto del cuerpo.
—Tengo que aprender a controlarme —murmuró para sí misma, cerrando los ojos.
Culparía el hecho de que tenía las emociones a flor de piel a la luna llena. Nunca había sido capaz de estar cien por ciento en control durante esa noche del mes. Siempre estaba un poco más sensible en todos los aspectos. Solo que esa noche lo único que parecía querer era llorar y estaba en todo su derecho de hacerlo después de lo sucedido en ese día y noche.
Suspiró, recordándose que tenía que recuperar un poco de control y trató de distraerse, alcanzando su teléfono en la mochila. Al encenderlo, una docena de mensajes y llamadas entraron, saltando en sus nervios. Habitualmente su teléfono no tenía tanta acción, de modo que era inusual y preocupante. La mayoría eran de parte de Brooke y Stiles.
Rodó los ojos con irritación. Maldijo la hora en la que decidieron unir las fuerzas contra el kanima e intercambiaron los números telefónicos. Le había dado luz verde a Stiles para molestarla.
Justo iba a abrir los mensajes, unos toques en la puerta la hicieron sobresaltar, alertándola de una presencia externa. No podían ser Derek o Brooke, dudaba que ya hubieran terminado con la furia de los betas en su primera luna llena. Además de que ellos no solían tocar, sino que entraban y ya. Principalmente porque ambos tenían una copia de la llave del apartamento.
Se puso de pie, preparada para atacar si había necesidad de hacerlo, y giró la perilla para ver quién estaba allí. Alan Deaton la observó con su calma habitual.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó la mujer hiena, frunciendo el ceño.
—Derek necesita de tu ayuda.
Cinco palabras fueron suficientes para hacer que Persephone se sintiera nerviosa. ¿Ayuda? ¿Por qué Deaton, el veterinario que sabía todos los secretos del pueblo, iba a servir de mensajero? Pero no cuadraba del todo. De la única forma en la que Derek pediría ayuda es si estuviera en una situación completamente ajena a sus manos e inconsciente.
Tragó en seco, agarrando sus llaves y un abrigo, Persephone salió junto a Deaton, siguiéndolo hacia el vehículo del veterinario. Él no pronunció ni una sola palabra en el camino hacia el lugar donde Derek se encontraba y Persa no quiso preguntar tampoco. Sabía que no estaban en dirección al almacén abandonado y que estaban tomando una ruta hacia la reserva de Beacon Hills, lo que significaba que el alfa se encontraba en aprietos en su antiguo hogar.
Claro, solo eran deducciones, pero siempre había sido intuitiva, lo suficiente como para saber que estaba en lo correcto. La confirmación no tardó en llegar, pues la ventaja de que Beacon Hills fuera un pueblo pequeño era que se llegaba en una corta cantidad de tiempo a todos los lugares. Además, por alguna extraña razón, el casco urbano del pueblo no estaba tan lejos de lo rural.
—Déjame entrar primero —pidió Deaton al estacionar el auto frente a las ruinas de la casa Hale.
Persephone rodó los ojos con irritación y dejó salir un resoplido.
—Como si eso fuera a suceder.
Con esas palabras, Persa bajó del carro y se dirigió al interior de la casa con completa confianza y seguridad. Solo se escuchaba un solo pulso en el interior, de modo que no estaría topándose con muchas sorpresas. Al menos, no tantas. La puerta principal estaba semiabierta, de modo que la abrió en su totalidad con un pequeño empujón.
No le tomó mucho tiempo ubicar a Derek inconsciente en el suelo, justo al lado de un agujero lleno de acónito. Se agachó a un lado de su novio mientras continuaba observando la escuela, analizando los hechos. Persephone inmediatamente comenzó a hilar las pistas que tenía en frente.
—¿Peter Hale? —vocalizó la pregunta porque le parecía inverosímil que estuviera sucediendo. No, la peor escoria que había conocido no podía haber resucitado entre los muertos. Demonios, ¿qué tan difícil podía ser matarlo de una buena vez y por todas? Podía jurar que tenía la vitalidad de un gato—. ¿Esto va en serio?
Volteó para poder ver la reacción de Deaton, quien si bien no tuvo unas expresiones muy profundas, confirmó sus sospechas.
—Me temo que sí.
Persephone suspiró.
—Esto es desafortunado —murmuró, alzando las cejas un poco y dejó salir el aire de sus pulmones.
Enfocó su atención en Derek, dándole unos toquecitos en los hombros a ver si reaccionaba. Fue en vano. Él continuaba muy lejos de la consciencia. Derek tenía sangre seca en el brazo desde cinco puntos distintos. Persephone asumió que Peter utilizó parte de su fuerza y poder para poder regresar a la vida.
—Permíteme —pidió Deaton y de su bolsillo sacó un silbato para perros, detalle que casi hizo que Persephone riera.
«Derek va a odiarlo», pensó, sacudiendo la cabeza. Sin embargo, permitió que Deaton hiciera lo suyo, soplando en el silbato, causando que un pitido resonara en su cabeza. Trató de enfocarse en bloquear el sonido, pero era difícil. Taladraba su cráneo en un siseo irritante que parecía ser eterno, aunque no pudo durar más de unos segundos.
Derek Hale se despertó de golpe, desorientado y buscando a su alrededor la fuente del silbido.
—Ese sonido. ¿Qué era?
Deaton levantó el silbato para que Derek lo viera mientras sonreía con una expresión que rozaba los bordes de la inocencia. El alfa resopló con incredulidad, utilizando la ayuda de Persephone para ponerse de pie. Gracias a ella no cayó al suelo nuevamente cuando sus piernas le fallaron, debilitándose por completo.
—Vas a estar débil por unas cuantas horas —le informó el veterinario.
Derek bajó la mirada hacia su antebrazo, recordando lo sucedido y cayendo en cuenta de que no había sido una de sus múltiples pesadillas.
—Sucedió de verdad —susurró.
—No te preocupes. Aún eres un alfa, pero, como siempre, no uno muy competente —dijo Deacon, colocándose el silbato alrededor del cuello, luciendo como si ya hubiera cumplido su deber.
Hasta Persephone alzó las cejas ante el comentario pasivo agresivo. Lo único pasivo era el tono empleado porque lo demás fue directo como una bala, cumpliendo el propósito de herir el orgullo de Derek; aunque este no lo demostró. Siguió con su expresión impasible y aborrecida.
Quizá porque en el fondo sabía que no era el mejor alfa. Cometía errores constantes y tenía una infinidad de defectos; nunca se consideró un líder innato, al contrario de Laura. Tenía su liderazgo, pero seguía crudo y sin desarrollarse por completo. Principalmente porque estuvo años viviendo entre las sombras, reprimiendo las mejores cualidades de su personalidad, aquellas que estaban saliendo a la luz ahora que estaba con Persephone. Sin embargo, al menos no era el tipo de alfa que Peter fue, no era un asesino y tampoco iba por las calles causando estragos a su gusto.
—¿Dónde está? —preguntó Derek, refiriéndose a Peter.
Persa colocó una mano en su hombro, haciendo que se relajara un poco, aunque seguía manteniendo una posición firme.
—No lo sé —respondió Deaton con simpleza.
—¿Por qué no empiezas por decirme qué demonios haces aquí y por qué me estás ayudando?
Derek dio un paso hacia el frente, acercándose más a Deaton y haciendo uso de su alta estatura para parecer más intimidante. El veterinario ni siquiera se inmutó. Parecía haber lidiado con personas peores que Derek en el pasado.
—Ayudar a tu familia solía ser una parte importante de mi vida. Ayudarte a ti fue una promesa que le hice a tu madre.
El hombre lobo frunció el ceño, retrocediendo un poco y bajando sus defensas.
—Eres de quien mi hermana hablaba. Ella dijo que eras un tipo de... ¿consejero?
—Un druida, de hecho —corrigió Persephone.
Deaton le sonrió.
—Persephone tiene razón. Y ahora tengo un consejo que necesitas escuchar atentamente —habló Deaton, mirando fijamente a Derek—. Lo que Peter hizo no viene sin un precio. Estará físicamente débil, así que dependerá de la fuerza de su mente, de su astucia. Irá por ti, Derek. Tratará de meterse en tu cabeza, abusando de tus inseguridades. Te dirá que es la única forma para detener a Gerard. No confíes en él.
Derek sostuvo la mano de su novia.
—No confío en nadie que no sea Persephone —afirmó el alfa.
Alan asintió.
—Lo sé. Pero aunque Persephone es un inicio, si confiaras en alguien más quizá serías el alfa que te gusta pensar que eres. —Derek se mantuvo en silencio y Deaton continuó hablando—: Desafortunadamente, la persona en la que deberías confiar, no confía en ti.
—Scott.
—Está con Stilinski ahora mismo. Tienes que encontrarlo lo más rápido que puedas —aconsejó Deaton—. He conocido a Gerard por un largo tiempo. Siempre tiene un plan y algo me dice que va del modo en el que él quiere.
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Derek y Persephone se alistaron para ir a la comisaría, pero manteniendo un poco de precaución al dirigirse a la estación. No sabían qué iban a encontrar y tampoco lograban contactar a Scott y a Stiles.
—No lo entiendo —dijo Persephone cuando estaban cerca de la estación—. Stiles me dejó una decena de mensajes diciendo que descubrieron algo, pero no iba a decirlo por teléfono. ¿Todo este entusiasmo y de la nada desaparece?
Derek suspiró.
—Quizás saben la identidad del maestro del kanima.
—Quizás —murmuró Persephone, mordiéndose la uña del pulgar para controlar su ansiedad e incertidumbre.
Él detuvo el auto antes de cruzar la cuadra restante antes de la estación del sheriff.
—Pers —la llamó—, ¿por qué no contestaste los mensajes de Stiles?
La mujer hiena tragó en seco.
—Porque es Stiles —murmuró, desviando la vista hacia el otro lado de la calle, tratando de ver si había algún caos a una cuadra de distancia.
—Acabas de mentirme.
Un corto silencio se instaló en el camaro de Derek en los que ninguno quiso hablar. Persephone no estaba preparada para tener esa conversación en el auto y menos cuando tenían que estar en otro lugar, y Derek estaba molesto. Lo sabía por la forma en la que su mandíbula estaba apretada con fuerzas, casi queriendo quebrarse en dos.
Sin decir palabra alguna, Derek puso el vehículo en marcha, dirigiéndose al estacionamiento de la comisaría.
—Derek, podemos hablar luego, pero no entres ahí estando molesto conmigo.
Él apretó los labios en una fina línea, se desabrochó el cinturón de seguridad y se bajó del auto.
—Tal vez lo hubieras pensado antes de mentirme.
«No te gustaría la verdad de todas formas», pensó Persephone, imitando sus movimientos y siguiéndolo al interior de la estación. Derek se adelantó tanto que lo perdió en el pasillo durante dos segundos, los cuales fueron suficientes para que Jackson, parcialmente convertido en el kanima, utilizando su veneno paralizante en el alfa.
Persephone se quedó inmóvil, rezando en su interior para no terminar como Derek, quien cayó en el interior de la oficina como peso muerto. Sin embargo, fue en vano porque inmediatamente Jackson volteó para observarla, sus ojos transformándose en reptilianos. Deslizó su anatomía por el pasillo, llegando hacia ella, preparándose para atacarla cuando una voz lo detuvo.
—Espera, a ella no.
Observó al adolescente blanco, de ojos claros y cabello cenizo. Vestía una camiseta blanca con rayas horizontales grises y unos vaqueros oscuros. Se veía como cualquier niño de dieciséis que iba a la secundaria y seguramente pasaba demasiado tiempo frente al ordenador con el modo incógnito activado y una caja de pañuelos al lado. No obstante, contrario a la mayoría de los adolescentes que Persephone veía semanalmente, este llevaba una pistola en la mano.
—Por favor, no me digan que este chico es el maestro del kanima —pidió la mujer hiena, frunciendo el ceño. El chico esbozó una sonrisa siniestra y caminó hacia ella con la pistola en alto. Cuando estuvo a una corta distancia, hizo el intento de agarrarla del brazo—. Niño, no le temo a ser disparada, pero si tienes un poquito de amor por tu vida, te aconsejo que no me toques.
Para estar amenazada, Persephone no se doblegaba fácilmente. La única persona con ese poder era Seraphina y ya la había enfrentado temprano en la mañana como para sentirse intimidada por un chico demente y armado. La estresante situación estaba logrando que su lado sarcástico y soberbio floreciera nuevamente.
—¿Es en serio? ¿Este niño? —cuestionó Derek una vez estuvieron en la oficina, ahora con Persephone en el interior.
Solo estaban Scott y Stiles rodeando a un Derek paralizado. Persephone estaba frente a la puerta y Jackson se encontraba merodeando los alrededores, luciendo escalofriante y ligeramente asqueroso, si le preguntaban a ella. Las escamas de aspecto pegajoso no eran la mejor imagen para su opinión.
La expresión del muchacho cambió considerablemente, luciendo disgustado. Se notaba a leguas que no le había agradado el tono en el que Derek lo trató, como si no lo creyera capaz de ser el responsable por la cantidad de muertes que se encontraban en aumento. Mató a una mujer que recién había tenido un bebé, y lo hizo a sangre fría. Sin ningún remordimiento.
—Bueno, Derek, no todos tienen la suerte de ser un gran y malo hombre lobo. Oh, así es —expresó, haciendo una pausa dramática mientras se erguía para observarlos a todos—. He aprendido algunas cosas últimamente. Hombres y mujeres lobos, cazadores, kanimas. Es como una maldita fiesta de Halloween cada luna llena. —Volteó ligeramente para observar a Stiles con curiosidad—. Excepto por ti, Stiles. ¿En qué te conviertes?
—En el abominable hombre de las nieves, pero es más bien algo de invierno, de temporada —respondió con sarcasmo.
Persephone recordó la vez en la que Stiles le había respondido de la misma forma, cosa que se sintió como un déjà vu. Se sentía que habían pasado siglos desde ese entonces en el que Stiles la había visto como a otra villana. Ahora pasaba el rato en su apartamento haciéndose sopas.
Oh, se había ablandado. Definitivamente se había vuelto suave desde que estaba pasando más tiempo con los adolescentes.
El maestro del kanima no se tomó bien la respuesta de Stiles, pues Jackson —bajo el comando de su amo— le hizo un corte en el cuello, paralizándolo con rapidez. El muchacho cayó, aunque fue amortiguado cuando chocó con el cuerpo de Derek, aplastándole el pecho.
Scott intentó de salir en defensa de su mejor amigo, pero Jackson levantó las garras en su dirección, amenazándolo con terminar de la misma forma si daba un paso.
—Desgraciado —dijo Stiles.
Derek gruñó.
—Sáquenmelo de encima —masculló Derek.
El maestro del kanima se agachó.
—Oh, no lo sé, Derek. Creo que ustedes dos hacen un buen par.
Persephone los miró durante un segundo y ladeó la cabeza.
—¿Sabes, chico? Nunca pensé que iba a decir esto, pero coincido contigo. Digo, solo creo que hacen un buen par en mis fantasías sexuales, pero bueno. —Encogió los hombros sin darle mucha importancia.
—¿Fantaseas sobre mí? —preguntó Stiles, esperanzado.
La mujer hiena se rio.
—No realmente. Eres muy niño.
—¡Suficiente! —intervino el muchacho, estando molesto con la interrupción de su monólogo villano—. Di algo más y estaré paralizando esa bonita lengua.
—Trátalo —lo retó y luego sonrió cuando lo vio retroceder un paso.
—¿Quién es ella? —cuestionó en general y bajó la vista hacia Derek—. Esperen, Derek, ¿esta es tu novia? Vaya.
Persephone rodó los ojos cuando reconoció la mirada lujuriosa del adolescente.
—Creo que te prefería cuando estabas en medio del discurso de villano —confesó la mujer hiena.
Él presionó el arma contra su cabeza. Pero Persa no se inmutó. No le temía al hecho de tener un cañón frío contra su piel. Sabía que él tenía otros planes y que no se desviaría, arriesgando quedarse sin municiones ante un grupo de seres sobrenaturales. Necesitaba esa pistola tanto como necesitaba el aire para respirar.
—Si le tocas un cabello...
—¿Qué vas a hacer, Derek? —increpó el muchacho—. Estás completamente indefenso.
—Aún tengo algunos dientes. ¿Por qué no te acercas un poco? Verás qué tan indefenso soy.
—Oh, por favor. Como si no fuera capaz de llevarme a este chiquillo sola —replicó Persephone, rodando los ojos.
—Es genial saber que nos estamos tomando esto muy en serio —murmuró Stiles con ironía.
Scott dejó salir un suspiro, cerrando los ojos sin poder creer que su velada se había resumido a eso. Persephone y Derek se suponían que eran los adultos y se comportaban como chiquillos a la hora de enfrentarse a alguien, haciendo un uso excesivo de sarcasmo y provocaciones.
—¡Ya basta! —los cortó Matt y se detuvo cuando se escuchó el ruido de unos neumáticos aproximándose a la estación—. ¿Es ella? Muévete, Scott. —Lo apuntó con la pistola—. Jackson, quédate con ellos.
El maestro del kanima salió junto a Scott y Jackson se quedó haciendo guardia en la puerta, vigilando que no se movieran.
—Voy a tomar un riesgo y diré que ustedes están molestos —comentó Stiles.
—¿Quién es este chico de todas formas? —cuestionó Persephone, ignorando por completo el comentario.
—Un chico de la escuela. Su nombre es Matt. Siempre tuvo una vibra rara.
Persephone alzó las cejas.
—¿Las vibras de un asesino en serie? —preguntó.
Stiles emitió un sonido inseguro.
—Más bien del tipo acosador. Tiene una cosa por Allison —explicó vagamente—. Y ahora aparentemente es un asesino en serie.
Antes de que pudieran continuar su conversación, se escuchó el estruendo de un disparo seguido por el desgarrador grito de Melissa McCall.
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Después de unos minutos excesivamente largos, repletos de gritos e histeria, Matt y Scott regresaron a la oficina. La camisa del hombre lobo tenía una gran mancha de sangre en la parte del abdomen, dejándoles saber a los demás quién había recibido el disparo. Sin embargo, a pesar de tener un poco de dolor, estaría bien físicamente. Todavía se encontraba pensando en cómo le explicaría a su madre que había sanado mágicamente.
—La evidencia está eliminada. ¿Por qué no te vas? —preguntó Scott.
Matt lo observó como si hubiera perdido el punto principal de todo el lío. No, no le interesaba ir a la cárcel, sino conseguir algo más. Persephone se percató de que estaba desesperado. Se estaba volviendo descuidado. No le importaba nada que no fuera él mismo y no de una buena forma.
—¿Crees que eso tenía importancia? —Negó con la cabeza—. No, quiero el libro.
—¿Qué libro? —preguntó Scott, luciendo más perdido que nunca.
—El bestiario —respondió Matt como si fuera obvia la respuesta—. No solo un par de páginas, lo quiero completo.
—No lo tengo. —Scott encogió los hombros, viéndose en una situación donde tenía las manos atadas—. Es de Gerard. ¿Para qué lo quieres de todas formas?
Matt suspiró con nerviosismo.
—Necesito respuestas.
—¿Respuestas para qué? —exigió saber Scott.
—Para esto. —Se levantó el lado derecho de la camisa, revelando su torso parcialmente verdoso y convertido en la piel del kanima.
Persephone contrajo su rostro en una mueca de asco. Stiles y Derek abrieron los ojos desmesuradamente.
No hizo más comentarios ni dio más contestaciones. Solo agarró a Scott y salieron de la oficina, dejando a Jackson nuevamente a cargo de custodiar a los dos paralizados y a Persephone.
—¿Saben qué le está sucediendo a Matt? —interrogó Stiles.
—El libro no va a ayudarlo —dijo Derek—. No puedes romper las reglas. No así.
—¿A qué te refieres?
—El universo crea un balance —intervino Persephone—. Incluso el mundo sobrenatural tiene sus reglas y sus límites. Ese chiquillo está matando a personas por doquier. Incluso matando a personas él mismo.
—Así que si Matt rompe las reglas del kanima, ¿se convierte en el kanima? —murmuró Stiles, tratando de comprender.
—Balance —dijeron Derek y Persephone al unísono.
—¿Nos creerá si le decimos eso?
—No realmente —contestó Derek.
—Nos va a matar a todos cuando tenga el libro, ¿no?
—Sí —respondió Persephone.
—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos aquí y esperemos nuestra muerte?
—Persephone tiene que usar su risa.
La mujer hiena abrió los ojos, incrédula y negó firmemente con la cabeza.
—No, eso está fuera de las posibilidades. Una cosa fue utilizarla en la piscina donde el agua ahogó el sonido. Ahora puedo matarlos a todos —replicó ella sintiendo la boca seca por el terror que la invadió.
Aunque ya hubiera utilizado su risa una vez, no se sentía confiada haciendo uso de ella cada vez que se presentaba un problema. Ella era la del perfil bajo, la que aceptaba que la llamaran mujer lobo si hacía que pasaran por alto que no tenía ningún tipo de aullido.
—Persephone.
—No, eso es suicida, Derek —dijo—. Y no seré la que termine matando a un niño. Si muere por otra mano, perfecto. Pero no utilizaré las mías para hacerlo.
El tono que utilizó fue serio y severo, marcando cuánto sentía esas palabras. No era una asesina. Sí, tenía una boca muy grande y tampoco le importaba si las personas morían. Sin embargo, no planificaba mancharse las manos de sangre. Al menos no todavía. No tenía el estímulo suficiente para querer matar a alguien. Dudaba que alguien la motivara lo suficiente para hacerlo. Después de lo sucedido con Sera, no se sentía capaz de muchas cosas.
—Persephone.
—Dije que no, Derek —masculló.
Justo en ese instante, las luces de la estación se apagaron, quedando en una completa oscuridad. Luego las alarmas comenzaron a sonar y una lluvia de balas impactaron los cristales de la comisaría, quebrándolos y buscando matar a todos los que estuvieran en el interior.
Gerard.
Solo los cazadores tenían ese estilo de llamar la atención.
Scott apareció corriendo para ayudar a Stiles y Persephone se agachó para levantar a Derek. Estaba molesta con él, pero no lo suficientemente como para dejarlo a su suerte medio paralizado con los cazadores.
Les tomó unos minutos poder encontrar la salida del lugar sin toparse con los cazadores. Justo cuando estaban cerca de una de las salidas, escucharon la voz de Scott hablando con Gerard Argent.
—¿Qué estás haciendo aquí? No se supone que pasaría así —habló el adolescente con la preocupación decorando su voz.
—Créeme, estoy consciente de eso —coincidió el patriarca de los Argent.
—He hecho todo lo que me has pedido. Soy parte de la manada de Derek, te he dado toda la información que querías, te dije que Matt controlaba a Jackson...
—Y deja eso en nuestras manos —lo interrumpió Gerard—. Ayuda a tus amigos. Déjame a Jackson y a Matt. Lidia con tu madre. ¡Ve!
Derek y Persephone intercambiaron una mirada confundida. ¿Scott McCall los estaba traicionando? Después de todo lo que habían hecho, de permitirle hacer las cosas a su forma, de salvarlo de una muerte inminente a manos de la madre de Allison. ¿Así le estaba pagando a Derek?
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Cuando Derek dejó a Persephone en su apartamento, no bajó del auto. Solo le quitó el seguro a la puerta para que pudiera bajarse. Un nudo se formó en la garganta de Persephone. Sabía que estaba molesto porque le había mentido, pero no imaginaba cuánto.
—Derek...
—Buenas noches, Persephone.
Ella negó, rehusándose a bajar del auto. Al menos no sin hablar con él. Tenían que tener una conversación, mantener una línea de comunicación directa.
—Háblame. Dime lo que estás pensando, cómo te sientes, pero no me dejes fuera. Estamos en una relación —le recordó en un tono suplicante, cosa que era nuevo en ella porque no solía hacerlo.
No obstante, ese día había estado cargado de una infinita cantidad de emociones. Necesitaba una madrugada con Derek para poder calmarse del todo, para poder sentirse segura. ¿Era mucho pedir?
—Estoy tan molesto contigo —comenzó a decir Derek sin mirarla—. Has estado mintiendo por días y estoy cansado de esto. Sí, estamos en una relación, Persephone. ¿Te has olvidado tú de eso? Porque todo lo que haces es mentir, mentir y mentir cuando yo he trabajado y te he dado todo para que confíes en mí. ¿Por qué?
—No estoy acostumbrada a esto. Es solo un mecanismo de defensa, no sé por qué lo hago. Solo sucede. —Persephone se mordió el labio inferior—. No quería de tu ayuda para poder cerrar un capítulo de mi vida. Quería hacerlo por mi cuenta...
—¿Entonces por qué me la pediste en un principio? —cuestionó Derek con rudeza.
Persephone cerró los ojos.
—No lo sé —confesó en un susurro, siendo completamente sincera—. Lo siento.
La disculpa fue seguramente de las pocas verdades que le había dicho en esos últimos días. Porque realmente estaba arrepentida de haberle mentido. Derek era de lo mejor que tenía en su vida y no quería perderlo a costa de un mecanismo de defensa. Había sido un instinto escudarse y armarse de palabras poco sinceras. No tenía un control sobre ellas, pero quería tenerlo. Iba a trabajar en ello.
—¿Qué quieres que te diga?
—Que me perdonas, que sabes que cometí un error y que sabes que trabajaré en mis defectos —dijo Persephone en voz baja.
Un corto silencio se instaló en el auto donde solo se escuchaba el ligero ronroneo del motor encendido y sus respiraciones. Persephone esperó a que Derek se expresara, queriendo escuchar palabras que la calmaran.
—Te perdono —manifestó—, pero creo que es mejor que no pase la noche en tu apartamento hoy.
Persephone asintió, aceptándolo y bajó del vehículo, reprimiendo el llanto que consideraba estúpido, pero que no podía contener del todo. En la acera, refugiándose en la oscuridad de la noche, vio a Derek marcharse, sintiendo que su corazón se hería un poco más. ¿Lo peor? Sabía que esa vez era por su propia culpa.
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Como no me da la cara de decirles por qué me he tardado, les dejo un meme que cae a la perfección con mi situación. Todo con amor, lulz.
Also, Dersa con su eterno dramatismo, pero es que los dos cometen errores. A todos les toca meter la pata de vez en cuando y de cuando en vez. Y en esta ocasión fue Persephone la que se equivocó al mentir. ❤️
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