15: Pequeña, indefensa y vulnerable.
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Un fin de semana.
Eso fue todo lo que necesitó Persephone para intentar recomponer su vida sin líos de adolescentes. Por fin estaba tranquila y ya no había alfas asesinos rondando la ciudad y poniendo su bar en peligro gracias al toque de queda. Lo único que quedaba de lo sucedido eran los periódicos llenos de noticias poniendo a Kate como la responsable del incendio en la casa Hale y eso estaba bien con ella.
Por fin la verdad estaba fuera y podría descansar sabiendo que ni Peter ni Kate estarían atormentando su sueño. De modo que ahora podía disfrutar de su juventud y volver a su antigua rutina donde podía hacer lo que quisiera sin tener que rendirle cuentas a nadie. En especial porque Derek Hale no había asomado su nariz por Underworld desde que se convirtió en el alfa.
Seguramente se trataba de su forma de evadir los cazadores ahora que tenía un precio mayor en su frente. Sabían que estaría buscando nuevos betas porque no podía ser un alfa sin manada. Eso sería un riesgo enorme que no podía correr. Pero Persephone no pensaba en ello mucho. Derek podría apañárselas solito y sin su ayuda.
En cambio, los chicos eran otra historia distinta. Eran adolescentes y ya no tendrían la ayuda de Derek para resolver sus asuntos, de modo que frecuentaban el lugar haciéndole preguntas sobre Lydia Martin; la pelirroja que había sido mordida por Peter la noche del baile. Según lo que le comentaron, la muchacha estaba sanando con lentitud, descartando la opción de que se convertiría en hombre lobo o un ser sobrenatural con características animalísticas. De hecho, se podía descartar por completo que fuera una cambia formas. Simplemente era algo que debían descubrir.
—¿Has hablado con Derek desde aquella noche? —curioseó Brooke, apoyando sus codos en la barra del bar mientras sus ojos viajaban por la multitud.
Persephone apenas reaccionó a su pregunta, mantuvo un rostro inexpresivo e impasible.
—No. Tampoco me interesa —respondió en un tono neutro.
Brooke arqueó una de sus cejas acusadoramente. Era obvio que no le creía del todo a su mejor amiga, pero respetaba su decisión de querer evitar salir herida; más de lo que ya había salido en el pasado. Persephone nunca fue buena para manejar sus emociones, de modo que lo mejor que sabía hacer era cerrarse a ellas y canalizarlas frialdad mortífera.
—¿Estás segura de eso, Seph? Porque tu pulso se aceleró un poco al decir esas palabras —la delató, alejándose un poco de la barra para poder atender a otro cliente.
A pesar de que le hubieran lanzado la verdad en la cara, Persephone no expresó su molestia, sino lo contrario. En lugar de un ceño fruncido, sus labios formaron una sonrisa coqueta y divertida mientras sacudió un poco su cabello para caminar hacia una de las mujeres que llevaba un rato echándole un vistazo. No obstante, su camino se vio bloqueado por un adolescente que conocía muy bien.
—Lo que sea que vayas a pedir, la respuesta es «no» —dijo con firmeza, intentando pasar por su lado.
Pero Stiles Stilinski era testarudo e insistente. No pensaba dejar que Persephone se le escapara de las manos así porque sí.
—Lydia ha desaparecido —anunció.
La mujer se mantuvo igual.
—¿Y me debe importar? Ya te dije que no voy a ayudar —habló de mala gana, rodando sus ojos. Stiles hizo un pequeño mohín—. Para. ¿Acaso no entiendes el significado de la palabra «no»?
Stiles ladeó su cabeza.
—¿Quieres una respuesta honesta?
Persephone resopló.
—Adiós, Stiles.
—Oh, vamos. No seas así. Sé que en el fondo quieres ayudar —dijo, aunque no estaba seguro de sus palabras.
Jamás había conocido a alguien como ella. Impredecible e imposible de comprender. Nadie podía descifrar cuál sería la reacción de Persephone ante las situaciones, y tampoco qué bando tomaría. Era la perfecta combinación entre el color blanco y el negro; en algunos era casi tan clara como el primero, y en otras ocasiones podía ser tan oscura como el azabache.
—Mi respuesta final sigue siendo «no» —concluyó, palmeándole el hombro para pasar por su lado hacia a su próxima presa.
Stiles comprendió las palabras que Peter Hale le dijo en el campo de lacrosse: «Nunca hagas tratos con ella. Sabe cómo fallarte». No era como si hubiera hecho otro acuerdo con Persephone, pero al menos pensaba que ella estaría dispuesta a ayudarlos, pero ya veía que no. Tal vez era cierto lo que decían sobre la esperanza, solo alimenta la miseria eterna.
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A pesar de que no sabía con exactitud qué la llevó a abandonar el bar y su posible conquista de una noche, Persephone ajustó su chaqueta y dejó salir el aire retenido en sus pulmones antes de comenzar a adentrarse en el cementerio local de Beacon Hills. Sabía que Lydia Martin no se encontraba en el lugar, no tenía el aroma de la adolescente, pero había alguien más invadiendo su ciudad. Lo llevaba sintiendo desde la noche anterior.
Primero fue un leve presentimiento de alguien siguiéndola. Los botes de basura regados y un hedor extraño que rodeaba las esquinas de su bar. Luego comenzó a ser más persistente, siguiéndola como una sombra. Entonces, con la desaparición de Lydia, sintió la necesidad de salir a buscar aquello que la perseguía. Quizá no estuviera colaborando con la búsqueda de la adolescente, pero al menos se aseguraba de que no hubiera una amenaza mayor en el bosque.
Pasó la estatua del ángel decapitado y se enfocó en enaltecer sus sentidos; su audición estaba alerta, escuchando el motor de la excavadora que estaban utilizando para hacerle el espacio a la tumba de Kate Argent, su visión se aclaró para ver en la noche y estaba preparada para atacar a lo que la estuviera siguiendo. Dejó salir el aire retenido en sus pulmones mientras caminaba a paso lento, estando alerta. Los pasos siguiéndola se hicieron pesados y apresurados hasta que un fuerte golpe la hizo sobresaltar.
El motor de la excavadora cesó y lo siguiente que escuchó fue un gran estruendo y un cristal romperse. Lo que fuera que la estuviera siguiendo había atacado al empleado. No obstante, el aroma que desprendía la criatura no era de Lydia, sino que parecía venir de alguien que pasaba mucho tiempo en las calles; incluso podía saber que los pies de la persona habían rondado el asfalto frente al bar.
Un gruñido invadió sus oídos y luego un rugido taladró su cráneo. Vio la figura de un hombre lobo saltar sobre la excavadora para hacer su camino hacia una de las tumbas, cavando con sus garras hasta romper el ataúd.
«Tiene que ser un omega», pensó Persephone, rodando sus ojos y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón.
Nuevos pasos se acercaron, ella continuó su camino hacia la excavadora donde pudo observar a un chico delgado, piel pálida, cabello rizado y ojos azules estando encogido en el interior del agujero en donde enterrarían a Kate. Lucía aterrado, respirando agitadamente.
Entonces los pasos quedaron a su lado y levantaron la excavadora para observar con más claridad el agujero.
—¿Te echo una mano?
Persephone apretó su mandíbula con tantas fuerzas que sus encías dolieron. Estaba reprimiendo sus impulsos al escuchar la voz de la que había intentado huir desde que su corazón se rompió; Derek se encontraba de pie frente a ella, aunque su mirada estaba enfocada en el suelo.
En la mente de Persephone, un pequeño rompecabezas se unió. Todo cayó en su lugar como si tuviera los pedazos necesarios para hacerlo. Derek persiguiendo a un adolescente. La última vez que eso sucedió fue con Scott y porque quería conseguir algo de él. La realidad se hizo clara cuando recordó el detalle de que ahora Derek era un alfa.
Un sabor amargo se instaló en su boca de tan solo pensarlo.
—No lo hagas, Derek.
Cuatro palabras.
Solo eso dijo, mirándolo fijamente a los ojos mientras negaba con la cabeza, símbolo su desaprobación. El muchacho dentro del agujero apenas rozaba los dieciséis años. ¡Era un niño! No merecía ser arrastrado a un fuego cruzado entre hombres lobos y cazadores. Ofrecerle la mordida solo podría arruinar su vida o traerles más peligro.
Tenía el presentimiento de que lidiar con Kate era el menor de sus problemas comparado a lo que vendría en el futuro. La hija de uno de los cazadores más temidos había sido asesinada a sangre fría por un hombre lobo, no importaba si esta hubiera sido una psicópata; habría una guerra de la que no quería formar parte.
—Tengo que hacerlo —repuso Derek.
Aprovechó el momento para dejar que sus ojos la analizaran. Su vista viajó por sus piernas, moviéndose por sus curvas a medida que ascendía, hasta que llegó a su precioso rostro acompañado por su melena azabache. No obstante, no pudo evitar notar que bajo sus ojos había un rastro de ojeras. Para que un ser sobrenatural pudiera lucir tan cansado tenía que ser que realmente no hubiera dormido en días.
¿Realmente Persephone había estado afectada por su traición?
La conocía tan bien como para saber que Persa no demostraba sus emociones, de modo que le afectaba en sus actividades cotidianas, tales como dormir o comer. Recordó cuando la vio pasar por la muerte de su madre. Ella apenas era una niña cuando ocurrió, pero tenía memorias de Neil Blackburn llevándole unos medicamentos durante los recreos para ayudarla a combatir su ansiedad.
Esa era la única vez que había visto a su fuerte chica desmoronarse. No había otros recuerdos de Persephone luciendo pequeña, indefensa y vulnerable.
—Tener y querer son dos cosas distintas, Derek —le recordó, soltando sus palabras con rabia y con una gran porción de veneno.
Derek odiaba que estuvieran actuando como enemigos cuando la realidad era que tenía ganas de presionarla contra la estatua del ángel decapitado y besarla con fuerzas hasta que los pulmones le dolieran de tanto aguantar la respiración.
—Es la única forma en la que podré pelear de vuelta —replicó, dando un paso hacia el frente, buscando acercarse, pero Persephone retrocedió.
Negó con su cabeza, agitando ligeramente algunos mechones de cabello negro.
—No lo creo. Honestamente, ya no sé si puedo llegar a creerte alguna vez más —se sinceró, encogiendo sus hombros y dejó salir un pequeño suspiro agotador—. Adiós, Derek.
Con eso, Persephone caminó fuera del cementerio, sintiendo una voz en su cabeza recordarle que su orgullo estaba consumiéndola.
El orgullo los consumiría a ambos.
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Persephone llegó a su apartamento todavía con el pensamiento de que sería consumida por sus sentimientos. Era un recordatorio constante que la carcomía. No pensaba que fuera a hacerle caso, pero tampoco podía ignorarlo. Simplemente estaba presente en su cabeza, dando vueltas en el interior de su cráneo hasta el punto donde pensaba que enloquecería.
Soltó un suspiro y dejó las llaves sobre la mesita de la sala, sintiéndose cansada.
A pesar de que había estado intentando poner su vida en orden —una vida sin alfas asesinos, venganzas en nombre de amigas y adolescentes irritantes—, aún no encontraba la forma de cerrar sus ojos sin tener pesadillas con lo sucedido hacía seis años.
No entendía la razón por la que había estado teniendo esos terribles sueños, los cuales más bien eran recuerdos. Tal vez era la asociación de su cerebro con el estado emocional en el que había estado durante ese tiempo.
La verdadera razón por la que prefería mantenerse alejada de cualquier embrollo, manteniendo un perfil bajo, no era por el incendio en la casa Hale. Sí, había sido un pequeño impulso y también su razón sucedió la misma noche. No obstante, tampoco habían sido ataques relacionados. Al menos eso era lo que decía su expediente en la estación del sheriff.
Tampoco fue un caso que cubrió los titulares de los periódicos, puesto que estos estaban enfocados en la verdadera tragedia del pueblo: el incendio en la casa Hale.
Lo que muchas personas desconocían era algo mucho más oscuro y secreto, aunque si tuviera que imaginárselo como un título sería algo como: «Sangriento suceso en la casa Blackburn», «Persephone Blackburn vive su propio infierno».
Cerró sus ojos durante un segundo y se obligó a empujar esos pensamientos fuera de su mente. Tenía que controlarse. Pensar en ello sería peor, considerando que había estado a punto del quiebre no hacía mucho.
Una vez lo logró, Persephone procedió a encender la luz de la sala, y pudo ver una figura en el sofá cuando el lugar se iluminó. Apenas le dio tiempo de reaccionar cuando escuchó un clic y lo siguiente que pudo sentir fue el dolor punzante en su hombro que la impulsó hacia atrás. Del lugar sobresalía una corta flecha.
Un jadeo salió de sus labios y sacó la flecha de la herida, tirándola al suelo.
—Ha pasado un largo tiempo, ¿no lo crees, Seph?
La voz le provocó escalofríos. Apenas podía creerlo. Todos esos años había creído que estaba muerta... Tuvo el peso sobre sus hombros. Juraba que...
—Se supone que estás muerta —balbuceó, sintiendo que su corazón caía a sus pies.
Un fuerte nudo se posó en su garganta, ahogándola. En especial cuando la risa de la persona frente a ella invadió sus oídos, recordándole la última vez la había escuchado reír de esa forma. Instintivamente llevó una mano a su cuello, recordando la sensación como si estuviera pasando en ese mismo instante.
—¿Realmente pensabas que iba a morir tan fácil? —Fingió un puchero—. Pensé que te enseñé mejor, que nuestro padre te enseñó mejor, hermanita.
—Seraphina —pronunció su nombre con rabia—. Hay una tumba con tu nombre en el cementerio, lo sabes, ¿no?
La expresión de Seraphina Blackburn cambió considerablemente. Sus ojos cafés se oscurecieron, tensó la mandíbula y sus labios carmín se fruncieron en una mueca disconforme.
Caminó hacia su hermana menor con una expresión sombría y, con rapidez, sacó un batón eléctrico, pegándolo en el costado de Persephone. Una sonrisa de satisfacción de extendió por su rostro cuando la vio caer al suelo, gruñendo de dolor.
—Nunca aprendes —mencionó Sera, chasqueando su lengua.
Persephone sintió las descargas eléctricas abandonar su cuerpo y levantó la mirada hacia la persona que era considerada su hermana; aquella que era su peor pesadilla y el miedo más grande y oscuro que tenía. Sin embargo, cuando lo hizo, Sera volvió a pegarle el batón, esta vez en la espalda.
—¿Por qué lo haces?
—Porque eres una abominación y no mereces vivir.
Seraphina se agachó y recogió la flecha que había sido clavada en el hombro de Persephone, jugueteó con ella y la pasó por el rostro de su hermana, provocándole una herida que viajaba de su ceja hasta el mentón.
—¡Te mataré! —gritó, empujándola con fuerzas.
El dolor en su sien era fuerte, hacía que su vista de tornara borrosa y que pequeños puntos negros aparecieran en su campo de visión. Y aunque quisiera atacarla, sabía que Sera tenía la ventaja del factor sorpresa, la había herido y había logrado que sus sentidos estuvieran desestabilizados, de modo que optó por la salida más fácil, corriendo al exterior del apartamento, dejando que fuera su olfato el que la guiara a un nuevo refugio.
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—¿Persa? ¿Cómo has...? ¿Qué te pasó?
Las preguntas brotaron de los labios de Derek con rapidez y se acercó a la velocidad de un rayo a ella. Sus manos agarraron su rostro y comenzó a analizar la herida que estaba comenzando a sanar, la sangre se estaba secando en los bordes y también tenía algunos mechones de cabello adhiriéndose a la zona. Todavía podía oler su miedo.
—No sabía adónde más ir —murmuró con voz ahogada, su mente todavía intentando procesar que su hermana no estuviera muerta y que hubiera estado en su apartamento torturándola—. Lo siento, solo... no sabía adónde más ir.
Odiaba lucir tan vulnerable frente a Derek, pero realmente no sabía a qué otro lugar ir. No quería poner a Brooke en riesgo y tampoco quería preocupar a su padre. Solo... no pensó cuando sus sentidos la guiaron a la nueva guarida de Derek Hale. Simplemente se dejó llevar.
—Shh... Persa, está bien —aseguró, intentando calmarla. Aunque se sentía extraño tenerla de ese modo, una parte de Derek no pudo evitar alegrarse de que ella acudiera a él en ese caso. Era reconfortante saber que no la había perdido del todo—. ¿Qué sucedió?
La barbilla de Persephone tembló un poco y sus ojos se llenaron de lágrimas que no dejó salir.
—Sera está viva —pronunció en un hilo de voz—, y su objetivo es matarme.
—¿Tu hermana?
Persephone asintió y contrajo su rostro en una mueca para reunir las fuerzas suficientes para decir la petición que se había formado en su mente.
—Yo te ayudé, Derek Hale —comenzó a decir—. Te ayudé cuando más nadie lo hizo, y ahora es tu turno de ayudarme a mí.
—¿Cómo?
—Ayúdame a deshacerme de ella, por favor. No puedo hacerlo sola porque sé que destruiría a mi papá —explicó y su voz se quebró un poco de tan solo pensarlo.
Derek asintió.
—Te ayudaré, Persa.
Y con eso, la pegó a su torso, rodeándola con sus brazos para reconfortarla.
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