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•Umi no kanata

[Más allá del mar]

♥︎

El sacrificio parecía cruel, pero al menos su hermana pequeña podría vivir. Sus padres aún eran jóvenes. Él podía hacer ese sacrificio. Ellos superarían su muerte con el tiempo y, eventualmente su nombre sólo sería un recuerdo en el viento.

Ahuyentando las imágenes de su madre y hermanas llorando sobre su retrato, se concentró en las últimas burbujas de aire que escapaban de sus labios ahora azulados y cerró los ojos. Abrazaría la muerte con el mismo ímpetu con el que había abrazado la vida. El mar lo arrastraba lejos de todo lo que amaba y conocía y pronto las sombras velaron su consciencia.

—No temas, hermoso mío. Pronto tu vida pasada sólo será un recuerdo entre las olas.

La voz angelical y melodiosa casi lo hizo sentir paz. Parpadeó una última vez, mirando el rostro divino de la criatura que se ofreció a salvar a su familia a cambio de su vida.

El aire fue abandonando su cuerpo y se estremeció de frío. Sintió un delicioso hormigueo en su cuello y de golpe la vida volvió a él con un vigor renovado. Abrió los ojos. Todo estaba gris a su alrededor. Entonces se miró las manos y quiso gritar. Sus dedos eran los mismos de siempre, pero a la vez eran totalmente extraños. Se animó a mirar sus piernas, solo que ya no existían. Ahora, una reluciente cola de pez ocupaba la parte inferior de su cuerpo. ¿Qué estaba sucediendo? Abrió la boca para gritar, pero ningún sonido salió de ella. Se llevó ambas manos a la garganta y buscó con la mirada a la criatura traicionera que le había prometido una muerte que jamás llegó.

—Eres perfecto —dijo la voz a sus espaldas—. Mi hermoso compañero. Juntos haremos cosas maravillosas, ya lo verás.

HyungWon vio con horror cómo la sirena se acercaba a él y cerraba sus manos sobre los lados de su rostro para terminar aplastando los labios sobre los suyos. Abrió los ojos espantado y quiso alejarse de aquellos brazos profanadores.

—¿Por qué te resistes, precioso mío? Te he ofrecido el océano, ¿entonces por qué quieres huir? Tu familia está a salvo, ese fue el trato.

De nuevo intentó decir algo, pero de su boca solo salían pequeñas burbujas perfectas.
La criatura seguía sonriendo.

—Oh, conque es eso. No te preocupes demasiado, pronto te acostumbrarás.

HyungWon intentó calmar su respiración, aunque el pánico seguía latente en su pecho. La sirena lo observaba con una mezcla de curiosidad y diversión, sus ojos brillando con una luz que HyungWon no podía descifrar.

—¿Qué me has hecho? —pensó, aunque sabía que la criatura no podía escuchar sus pensamientos.

La sirena acarició su mejilla con una ternura que contrastaba con la frialdad de su mirada.

—Te he dado una nueva vida, una vida eterna en el océano. Aquí, no hay dolor ni sufrimiento, solo la libertad de las aguas infinitas.

Miró a su alrededor, el vasto océano se extendía en todas direcciones, un mundo desconocido y aterrador.

—Ven, precioso mío —dijo la sirena, extendiendo una mano—. Déjame mostrarte tu nuevo hogar.

Con un último vistazo a la superficie, HyungWon tomó la mano de la sirena. Mientras se adentraban en las profundidades, una parte de él se preguntaba si alguna vez podría aceptar su nueva vida como una criatura del mar.

El miedo es un sentimiento desgarrador y desgastante. Un sentimiento que HyungWon tenía muy presente en ese momento. El océano era aterradoramente inmenso y helado. El movimiento de su cola de pez se sentía extraño. Los movimientos eran rápidos y precisos, pero pesados y cansadores. A los pocos minutos de estar nadando, sintió que el esfuerzo era excesivo y dejó de moverse. Su cuerpo descendió varios metros hasta aterrizar sobre un coral de aspecto esponjoso. Apoyó las manos y las pasó por la superficie dura y rugosa. Jamás había tocado uno cuando estaba en la superficie. 

La criatura que lo había convertido en su compañero nadó hasta él y lo miró, confundida. Su cabello rosado ondulaba enmarcando su precioso rostro. Entonces HyungWon cayó en la cuenta de que estaba desnuda. Al menos la parte humana lo estaba. Casi al borde del desmayo, se cubrió los ojos y volteó el rostro.

—¿Qué sucede contigo, amor mío? —la voz sonaba dulce y sorprendentemente nítida.

Entonces ella le apartó las manos del rostro y lo obligó a mirarla tomándolo por la barbilla con la punta de sus dedos largos. Su rostro era pequeño y simétrico. De ojos grandes y boca en forma de corazón. Sus brazos estaban cubiertos de un saludable resplandor plateado y de su cuello colgaban algunos collares hechos de caracoles. Y de nuevo se encontró mirando el pecho desnudo. Jamás había visto los senos de una mujer antes y, aunque sabía muy bien qué aspecto debían tener, jamás había visto unos en persona. A sus dieciocho años, él aún era un niño en muchos aspectos, sobre todo en los relacionados con las mujeres y el sexo. Su madre siempre le decía que él se casaría con alguna bella mujercita, pero lo cierto era que lo más cerca que había estado de una, fuera de su madre y hermanas, era la criatura que ahora lo miraba con una mueca burlona en la cara.

—Debemos irnos. Pronto la temperatura comenzará a descender más y no querrás morir congelado. Hay criaturas peligrosas.

HyungWon quiso replicar que ella no estaba siendo de mucha ayuda, después de todo lo había dejado mudo. Abrió la boca y varias burbujas salieron desordenadas. Exasperado, movió las manos y se tocó la garganta.

—No puedo regresarte tu voz, pero si te portas bien, quizás pueda darte una lira.

¿Una lira? ¿De qué diablos hablaba aquella desquiciada submarina?

Derrotado, HyungWon se dejó arrastrar de la mano por la sirena, aunque el pánico seguía latente en su pecho.

Cuando era más pequeño, su madre solía contarle cuentos sobre sirenas. Aquellos seres etéreos que seducían a los viajeros con sus maravillosos cantos para luego arrastrarlos al fondo del mar y devorarlos. Por supuesto que las historias variaban según la mente del escritor, algunas sirenas eran descritas como seres bondadosos que ayudaban a los náufragos. Otros, con la pluma un poco más osada, las comparaban con los mismísimos demonios del inframundo. Ahora, que se había convertido en un habitante del mar, pensaba que las historias eran puros cuentos. Las sirenas que tenía frente a él no eran más que criaturas bellas y malvadas. No tardó demasiado en darse cuenta de ello. Cuando llegaron a un claro de los arrecifes de coral presenció una escena que creyó jamás poder olvidar. Un grupo de criaturas, entre ellas algunos tritones, reía mientras varios de ellos arponeaban a una sirena más pequeña, que luchaba por liberarse. La escena era brutal y desgarradora, y HyungWon sintió una mezcla de horror y compasión por la criatura indefensa.

Sintió un nudo cerrarse en su estómago. ¿Era este el destino que le esperaba? ¿Vivir entre seres despiadados y crueles? La criatura siguió arrastrándolo hacia una cueva submarina. La temperatura iba descendiendo a medida que se adentraban en la roca y HyungWon comenzó a desesperarse mientras el frío penetraba en sus huesos. La roca afilada parecía estar cubierta de algas oscuras y le llamó la atención las pequeñas luminiscencias que parecían observar entre las sombras.

—No tengas miedo. Pronto te acostumbrarás.

HyungWon pensó que jamás se acostumbraría a la opresión en su pecho y a la sensación de claustrofobia que parecía cerrarse sobre su cabeza. El ambiente opresivo y lleno de una sensación de desasosiego estaban calando profundo en su psiquis. ¿Podría alguna vez escapar?

—Nadie te hará daño mientras estés a mi lado, precioso.

A medida que el tiempo fue pasando, HyungWon terminó adaptándose a su nueva fisionomía y aprendió a comunicarse con gestos y miradas. A veces recordaba que alguna vez fue humano, pero esos recuerdos se desvanecían en el agua como la espuma. La criatura que le había robado la vida, había cumplido con su palabra y ahora HyungWon no se desprendía de pequeña lira dorada. Al principio, cuando ella le puso el instrumento en las manos, él no supo bien qué pensar. ¿Qué podría hacer con eso? Jamás había tocado algo que se le pareciera. Pero era un objeto bonito y brillante. Y sus días no tenían demasiadas emociones.

—La música tiene el poder de sanar y unir. Tal vez, juntos, podamos encontrar una forma de coexistir en armonía.

Sanar y unir. Coexistir y armonía. ¿Acaso aquellas palabras tenían un significado real allí en las aguas oscuras?

Sin embargo apenas pasó los dedos por las cuerdas, algo maravilloso sucedió y HyungWon sonrió por primera vez en mucho tiempo. De alguna manera sus pensamientos fueron saliendo en pequeñas ondas musicales. Las palabras que ya no podía verbalizar estaban tomando forma a través de la música. HyungWon encontró consuelo en la belleza del océano.

HyungWon encontraba entretenido bucear entre los restos de antiguos naufragios ya carcomidos por la sal y el tiempo. A veces pasaba horas paseando entre las carcasas de madera podrida, descubriendo pequeños tesoros que de alguna manera ayudaban a mitigar el sentimiento de pérdida que a veces lo invadía. Sus ojos, que en otros tiempos habían sido vibrantes y llenos de vida, ahora se habían acostumbrado a la oscuridad. Ahora era una criatura del agua. Una fría sombra del muchacho que alguna vez fue en tierra.

Nunca salía a la superficie. El mundo que había conocido ya no existía y eso lo asustaba. Toda su familia habría perecido ya y ya nadie lo recordaría. ¿Cuántos años habían pasado? ¿Cincuenta? ¿Cien? ¿Mil? No podía precisarlo, el océano no lleva registro del tiempo, las criaturas son las mismas, el tiempo se congela, los días no tienen comienzo y las noche no tienen fin. Solo el débil resplandor de la luna sirve como calendario.

Cierta noche, donde no pudo conciliar el sueño y las sombras del pasado agitaban su descanso, HyungWon decidió salir a la superficie. Todo se sentía diferente.

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