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•Kai no kokoro

[El corazón del mar]

Hoseok estaba cansado. Hacía al menos una semana que apenas dormía. Miró su reflejo en la superficie de su café y suspiró. Se veía terrible.

—¿Qué haces? Te ves fatal.

Alzó la mirada y sonrió.

—Nada. Intentando sobrevivir a esta semana. ¿Y tú? Creí que tu horario había terminado.

Su amigo tomó asiento en el sofá de la oficina, subiendo los pies a la mesita de cristal.

—Me iré cuando tú lo hagas.

Hoseok suspiró y se pasó las manos por la cara. Luego se puso de pie y caminó hacia la ventana.

—Deberíamos estar allí abajo, con todos ellos. Viviendo la vida. ¿Quién hubiera dicho que estaríamos encerrados aquí un viernes por la noche? Anda, sal de aquí. Ya me siento como la mierda, no hagas que también me sienta culpable por haber arruinado tu fin de semana.

—Es mi misión en esta vida.

—¿Estar aquí un viernes por la noche?

—Hacerte sentir culpable.

Hoseok sonrió muy a su pesar y volteó a mirar la figura grande que yacía despatarrada sobre la silla giratoria. Las cajas que debían terminar de acomodar para mandarlas al depósito estaban apiladas en un rincón.

—Baja los pies de ahí y piérdete. ¿No tienes planes con Eunha? Ya me odia lo suficiente, no sigas agregando leña al fuego.

—Ella no te od…

—Ya, ya. Anda, sal de aquí. No quiero verte hasta el lunes. ¿Entendido?

No hubo respuestas y su amigo no se movió.

—Seokie…

Finalmente su amigo se puso de pie y caminó hacia la puerta.

—Deberías dormir un poco. En serio. A tu padre no le gustaría verte así.

—Entonces es una suerte que esté muerto.

Su amigo sacudió la cabeza. Decepcionado y enojado.

—Llámame cuando llegues a tu casa. ¿Lo harás?

Hoseok movió la mano en el aire, pero no lo miró. Cuando la puerta se cerró, soltó un suspiro cansado.

—¿Por qué sigo con todo esto?

Cuando salió del depósito y sin ánimos de volver a su casa —¿para qué? Sus cosas aún están allí—, decidió darse la vuelta y caminar hasta Freddy’s. El único bar que estaba abierto toda la noche en aquel pueblito de mala muerte.

El cartel, al que solo le quedaban tres letras del nombre, quedaba cerca de la bahía. De día el pueblo hasta podía presumir de sus casitas de postales, de colores vivos y techos de tejas rojas, pero Hoseok estaba convencido de que Dios había decidido simplemente olvidarse de ellos porque ya nadie visitaba Geum Nyeo. Quizás el nombre "sirena oscura" tampoco ayudaba mucho.

Varias cabezas se giraron cuando entró al bar. Al ser un pueblito pesquero, todos se conocían, lo que hacía todo más incómodo. Todos sabían que su pareja lo había engañado y que ahora estaba felizmente comprometido con una mujer, lo cual era doblemente incómodo. Aunque él había sido el engañado, todos pensaban que su ex al fin había entrado en razón y que sus sentidos habían vuelto a la normalidad. Y todos asumían que él había llevado a Kun por el camino de la desviación.

Saludó al dueño del bar con una inclinación de cabeza que no fue correspondida y pidió una cerveza. El lugar no estaba demasiado lleno, lo cual lo tranquilizó un poco, ya que siempre había quienes buscaban cualquier excusa para pelear. Muchas veces había contemplado la posibilidad de agarrar sus cosas y largarse de ese maldito lugar, pero finalmente desistía porque no tenía la valentía suficiente para empezar de cero en otro sitio.

Con el correr de las horas, los vasos se iban vaciando y su cabeza había empezado a dar vueltas hacía bastante rato. Dejó unos billetes sobre la mesa y salió tambaleándose del lugar. Afuera corría una brisa deliciosa que arrastraba el olor de la bahía. Hoseok se desabrochó los botones superiores de su camisa y, sonriendo, se dirigió a la orilla.

—Idiota —masculló entre dientes—. ¡Quédate con tu mujercita! Ella es la que pierde en todo esto quedándose contigo…

Empujó uno de los botes de madera que estaban atados al desvencijado muelle y se subió sin saber muy bien qué hacer. Las pocas veces que había estado en uno, había sido en compañía de Kun, por lo que sus conocimientos sobre navegación eran prácticamente nulos. Hoseok sonrió y se recostó en la pequeña embarcación que partió lentamente y se quedó dormido.

A veces los sueños eran extraños y demasiado vívidos. La humedad y el frío... Hoseok abrió los ojos cuando el agua le entró en la nariz. Por supuesto, no pudo ver nada a su alrededor; era como si la oscuridad lo hubiera engullido y una fuerza invisible lo empujara hacia abajo. La presión en sus oídos aumentó de golpe mientras se concentraba en el único punto luminoso en medio de la oscuridad. Movió los brazos desesperadamente, intentando escapar del agua, pero la luz parecía alejarse cada vez más y las burbujas que escapaban de sus labios eran cada vez más pequeñas. Moriría en aquel abismo helado y solitario. Lo único que agradecía de morir así era que nadie lo encontraría.

“¡Ay, desventurado mortal! ¿Qué hacías tan alejado de tu gente y por qué osas aventurarte en parajes que no te corresponden? Casi sucumbes al encanto del agua, ¿no es así? El mar no es hogar para almas tan frágiles como la tuya."

Las palabras iban tomando forma en su cabeza. La voz clara y profunda, un poco ronca, pero seductora. Quiso sonreír.

Hoseok sintió como si fuera tocado por el agua; la sensación húmeda se movía por su piel y su boca. Era una sensación fría y extraña.

'En toda mi existencia jamás había contemplado tal hermosura. Tu piel, tan pálida, resplandece como una perla de los arrecifes y tus labios son como corales rojos...'

Entonces, el rugido sordo de las olas golpeando la costa llenó sus oídos, apagando cualquier otro sonido.

Intentó abrir los ojos y sintió un chapoteo cercano. Las imágenes volvieron teñidas de un color gris. El sol era un borrón difuminado en el cielo de nubes oscuras. Enterró los codos y las manos en la arena húmeda y se incorporó. El dolor en sus sienes era tolerable, pero aún sentía algunos pinchazos en la nuca y una suave sensación de mareo.

Miró alrededor, estaba seguro de que alguien le había hablado. La hermosa voz seguía resonando en su cabeza, fuerte y clara. Hasta que un ruido llamó su atención; a pocos metros, detrás de unas rocas, Hoseok pudo ver algo.

Entre las sombras y el resplandor intermitente de las olas, vislumbró una figura. Sus ojos se esforzaron por enfocarla y temblando ligeramente por el frío y el desconcierto se puso de pie. Como pudo comenzó a caminar hacia allí, tambaleándose por la arena. Por un instante, Hoseok creyó ver un destello de escamas brillantes y una melena oscura. Pero tan pronto intentó hablarle, la figura se desvaneció en el mar, dejándolo con la duda de si había sido una ilusión provocada por algún golpe en su cabeza. Una sensación de irrealidad lo envolvió mientras intentaba procesar lo que había visto. ¿Era posible que su mente le estuviera jugando una mala pasada?

Las olas seguían rompiendo contra la costa, y la brisa fría lo volvió a la realidad haciendo castañear sus dientes.

Cuando cerró la puerta de su modesta casita, Hoseok se dejó caer sobre el suelo tibio de madera. Intentó repasar cada cosa que había hecho la noche anterior, pero después de haber subido al bote, no recordaba nada más. Ni siquiera sabía cómo había llegado a la orilla ni qué había sido del bote. Tendría un gran problema si el dueño de la vieja embarcación no lo encontraba amarrado en el muelle. Sin embargo, su mente volvía una y otra vez a aquella voz. Todavía podía sentirla bailando en su cabeza.

Un poco más animado, se metió bajo la ducha y se restregó el cuerpo con una esponja de felpa para quitarse los restos de algas y musgo que tenía adheridos a la piel.

‘...tu piel, tan pálida, resplandece como una perla de los arrecifes…’

Se quedó mirando su reflejo en el espejo redondo del baño y pasó los dedos por su rostro, tal como había hecho la persona que le había hablado en sueños.

Debía encontrarlo. Debía volver al mar.

Su amigo parpadeó varias veces y frunció los labios. Era obvio que estaba intentando no echarse a reír.

—Anda, ríete, idiota. Pero yo sé lo que ví.

—Bien, bien. Pero admite que todo esto es algo descabellado.

Hoseok se encogió de hombros y suspiró.

—Sé cómo suena todo esto, pero es verdad lo que digo.

—¿Pero acaso no dijiste que habías estado tomando?

Hoseok asintió.

—Entonces, ¿cómo puedes afirmar que todo eso que dices haber visto no es producto de la borrachera? No sería la primera vez.

—Porque ya era el otro día, el efecto del alcohol ya había pasado. Sé lo que ví, Kihyun, una persona me rescató. Un hombre…

Kihyun soltó el aire por la nariz y se levantó del asiento para servir café.

—Un hombre —se burló— ¡Qué conveniente!

Un rollo de cinta de embalaje voló hacia su cabeza y logró esquivarla entre risas.

—Ya cierra la boca y ponte a trabajar. O te despediré.

—¿Y quién hará todo el trabajo que tú no quieres hacer? vamos, no te pongas así. Bien, digamos que te creo —Hoseok le mostró el dedo del medio—, ¿qué harás entonces? Irás a buscarlo, y cuando lo encuentres, ¿qué?

—No lo sé, pero tengo que hacerlo. No puedo dejar de pensar en él.

Kihyun no dijo nada más, pero estaba empezando a pensar que la separación había afectado seriamente la psique de su amigo. Hoseok había estado muy enamorado de ese imbécil y el engaño —y posterior boda— le había dejado el ánimo por los suelos. No lo culpaba, pero dudaba que Hoseok pudiera superar la ruptura con entereza.

Esa noche, Hoseok volvió al mar. Caminó a lo largo de la costa hasta llegar al lugar donde había aparecido aquella mañana. Escudriñaba la oscuridad, siguiendo el movimiento del oleaje, buscando alguna señal de la existencia del hombre cuya voz no abandonaba su cabeza.

¿Dónde estás? —pensaba, aguzando la mirada y con los pies descalzos enterrados en la arena—. ¿Por qué no apareces?

Ya estaba por abandonar la búsqueda cuando, una noche, sus ojos, ya acostumbrados a las formas de la oscuridad, notaron algo inusual. Había alguien moviéndose entre las rocas. Estaba seguro. Caminó lentamente, mirando hacia el agua, intentando no asustar al fisgón marino, pero cuando estaba a unos pocos metros, escuchó un aullido. Fue más un sonido en su cabeza que un sonido real, pero ahí estaba de nuevo aquel tono de voz.

Sin pensarlo demasiado, corrió hacia allí y casi se va de espaldas cuando vio la sangre. El muchacho, porque era un muchacho apenas entrado en la adultez, yacía con la mitad del cuerpo fuera del agua y miraba sus manos rojas con estupefacción. Hoseok se precipitó a su lado, pero entonces un dolor paralizante cruzó su cabeza.

‘No te acerques, por favor. No me veas.’

Ignorando el dolor de cabeza y la súplica metal del muchacho, Hoseok se arrodilló junto a él. El joven alzó la mirada y Hoseok contuvo el aliento por una fracción de segundo. Unos enormes ojos miel lo miraban llenos de terror y confusión. Su rostro estaba surcado por lágrimas frescas.

—Yo… no te preocupes, te sacaré de aquí…  —dijo atropelladamente mientras miraba nervioso alrededor buscando calmar los latidos de su corazón para así poder ayudar al muchacho herido.

'Déjame aquí y vete, por favor, te lo suplico'

Hoseok ladeó la cabeza, confundido. Las palabras se escucharon claras, pero el muchacho no había abierto la boca. Entonces bajó la mirada hacia el agua y jadeó. ¡El muchacho tenía una cola de pez!

—¿Qué diab…?  —exclamó antes de resbalar y caer sentado sobre una roca.

El joven entonces se impulsó con los brazos hacia atrás y desapareció en el mar negro.

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