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⁰⁵▪︎🫀

La suela de mi zapato golpea el piso al mismo tiempo con el bolígrafo de la Señorita Miyeon.

Señorita Miyeon.

Como si fuéramos jodidos niños de kinder reunidos alrededor de la alfombra del área para una interpretación fascinante de los hermanos Heungbu y Nolbu*.

Ojalá pudiera salir corriendo de allí. De ese lugar que huele a naftalina.

Desafortunadamente, estoy atrapado aquí porque la única persona en el mundo que me importa una mierda quiere que mejore.

Sí. Que mejore.

Como si tuviera una aflicción que puedo curar en unos pocos meses asistiendo a clases de kumbaya con una alegre banda de idiotas. Clases que apestan a tonterías y falsedades, cuidadosamente empaquetadas en una gran caja de mierda, atadas con una cinta con purpurina.

Como si de repente me importara lo suficiente como para… importarme.

El viejo murciélago parpadea a través de una fina sonrisa que parece dibujada con un lápiz de color ciruela. Su pluma sigue golpeando contra un diario encuadernado en cuero.

Tap, tap, tap.

Me irrita. Mi mandíbula se tensa y mis dientes rechinan hasta que el esmalte casi se astilla. Con los ojos entrecerrados, enfocados y afilados, casi extraño el sonido de mi nombre penetrando el aire con olor a vainilla.

Vainilla y madreselvas, para ser exactos. Vi que el paquete vacío de cera se derretía en el cubo de la basura cuando estaba tomando una taza de café rancio y de mierda, y tuve que burlarme.

La fragancia está diseñada para ser relajante.

Suave y dulce.

Femenina.

Pura mierda. La asociación es igualmente ridícula y exasperante.

―Señor Shin.

Mi ceño fruncido es suficiente para que la mujer diminuta se tambalee hacia atrás sobre las patas de su silla. Aparte de la amenaza en mis ojos que atraviesan las capas de base pastosa asentadas entre sus arrugas, mi
rostro permanece inexpresivo.

Esta falta de reacción parece ponerla aún más nerviosa.

―Señor Shin ―repite, aclarando un nudo en su garganta que se asemeja al terror puro―. ¿Por qué no empieza hoy?

Intento mantener mi rostro frío y estoico como una piedra, pero mi ceja izquierda se arquea automáicamente. 

―Yo puedo empezar, señorita Miyeon.

La tímida voz de una chica emo a mi lado me roba la respuesta. Su cabello es negro, como un cielo sin estrellas a medianoche. Como el mío, solo que el mío no tiene las ridículas mechas violetas y la diadema tonta.

Chica Emo se rasca el dorso de la mano, tiene los nudillos enrojecidos y en carne viva, pequeños agujeros de sangre salpican la piel calcárea alrededor de los huesos. Ella también está dando golpecitos con los pies.

Tap, tap, tap.

―Mi hámster, Nuez moscada.

Sus palabras están susurradas con tanta delicadeza que no puedo evitar romperlas con un bufido burlón. Siento la mirada de una docena de ojos horrorizados sobre mí mientras me apoyo en el respaldo del asiento, con los brazos cruzados.

Un grito ahogado se apodera de mí.

―¡Señor Shin! —me regaña la bruja.

Al comienzo de estas reuniones inductoras de mordazas, se supone que debemos dar una vuelta por la sala y enumerar algo que nos importa. Se llama 'punto de partida'.

Es una razón. Una razón para mantenernos con vida un día más.

Los puntos de partida deben ser pequeños, incluso triviales.

El olor a hierba recién cortada, almíbar extra en nuestros panqueques, ese primer sorbo de café por la mañana. Nuestra canción favorita. Cosas que extrañaríamos si decidiéramos saltar de ese edificio o meternos una pistola en la garganta.

¿Pero un maldito hámster? Los hámsteres tienen una vida útil de tres años y se comen a sus crías.

Esta chica está perdida.

Nos vemos en el otro lado, Chica Emo.

―Es una buena amiga ―continúa la chica de pelo negro azabache, con los lóbulos de las orejas estirados a un nivel aterrador y decorados con calaveras plateadas―. Ella me hace feliz.

La bruja vuelve su atención a mi derecha, sus rasgos pellizcados se relajan mientras responde a Chica Emo.

―Eso es maravilloso, Somi. Los animales y las mascotas son excelentes puntos de partida.

Mi rodada de ojos es monumental. Pero se interrumpe cuando las puertas dobles se abren, revelando a un muchacho de aspecto de hado del bosque, desaliñado, cuyo cinturón se engancha en la manija de la puerta, haciendo que sea arrastrado hacia atrás, la mochila se le caiga y se abra tirando monedas y papeles por todas partes, mientras su delgado latte de Starbucks se desliza de su agarre en lo que intenta agarrar la mochila caída.

La escena sería divertida si me importara una mierda.

Las patas de las sillas chillan contra las baldosas mientras los miembros se levantan y entran en acción, ansiosos por ayudar al extraño inepto.

Me quedo sentado, aburrido, pero sobre todo irritado porque todavía no he descubierto una manera de adelantar el tiempo.

Maldigo a mi terrible hermana mientras espero a que hierva el caos. Es mi hermana adoptiva, técnicamente, pero nunca me han gustado mucho los títulos, y ciertamente nunca he puesto mucho peso en la sangre.

Yoomin es una anomalía. Una mujer, pero es diferente con ella, nunca me di cuenta de su género. Solo veo su corazón.

Saco la barbilla de mi pecho cuando percibo una bocanada de algo deliciosamente fresco y cítrico. Algo parecido a la luz del sol. El chico nuevo pasa a mi lado tropezando, con las mejillas teñidas de rosa y el cabello tan oscuro que parece pintado de brea. Tiene cuidado de no tropezar con mis piernas extendidas cuando encuentra un asiento en el lado opuesto de Chica Emo, y luego se desliza hacia atrás como si esperara que se lo tragaran.

Parece que tenemos algo en común.

La señorita Miyeon vuelve a sentarse en su propia silla, mientras el resto del circo se calma y reanudamos la hora del círculo.

―Demos la bienvenida a nuestro último sobreviviente ―dice, apretando su diario entre sus dedos nudosos―. Él es el señor Chae.

―HyungWon ―corrige el chico, con la voz quebrada levemente―. Solo HyungWon.

Lindo nombre. Las cosas que deseas saldrán bien. Eso significa su nombre. Lo sé porque tuve un compañero en la escuela que se llamaba así y le encantaba decir que su nombre le traía suerte pues sus notas siempre eran perfectas. Aunque él era medio idiota.

Pero al chico este no parecía irle nada bien si se encontraba en ese lugar.

Todos lo reciben con un cálido saludo, excepto yo, y de alguna manera, mi silencio debe ser el más fuerte de todos porque él se vuelve hacia mí entonces, viéndome por primera vez.

Tiene ojos grandes y piel dorada. Su cuerpo es largo y esbelto, un pantalón negro de verano cuelga suelto de sus piernas larguísimas, mientras que un vendaje adorna su muñeca como un punto focal lúgubre. Mi mirada se desplaza del vendaje a su huesuda clavícula, luego vuelve a subir.

Tiene ese tipo de rostro.

Como si tal vez fuera feliz alguna vez.

Me alejo con una exhalación cruda, inclinando mi cabeza contra el respaldo del asiento y cerrando los ojos, saliendo de este espectáculo vergonzoso. Yoomin tiene buenas intenciones, lo sé, pero solo estoy aquí
porque ella me pidió que estuviera aquí. Sé que estas reuniones no servirán de nada, estoy seguro de que saldré por esta puerta exactamente igual que cuando entré.

Pero ella me lo pidió.

Ella suplicó y suplicó con lágrimas corriendo por sus pómulos perfectos: 'Por favor, Seokie. Si no es por ti, hazlo por mí. No puedo perderte'.

Así que lo hice.

Haré todo lo que ella me pida porque es la única persona que me ha apoyado. Ella era la única a la que le importaba una mierda, que me sacaba de ese agujero negro, y no hay ningún favor en el mundo que pueda compensar un pequeño acto de compasión en medio de la brutalidad.

Los puntos de partida se han transformado en historias de sollozos ahora, y lanzo otro suspiro de cansancio cuando Jaemin comienza a divagar sobre su día de mierda en el concesionario de automóviles, y cómo un cliente iba a comprar un automóvil, pero no lo hizo, y ahora se siente sin valor.

Ve a ver si llueve, Jaemin.

Justo cuando no creo que pueda empeorar, la mujer a su derecha habla con su propia historia de angustia.

―Él no me habla ―solloza, con la nariz enrojecida y llena de manchas, y su puño enrollado alrededor de un papel de seda muy usado―. Simplemente no entiendo por qué no me habla. Me ve tan triste, tan herida por su evasión, y no sé qué hacer. No estoy segura de qué más decir para que me escuche, me mire, me vea, y es tan doloroso que no podamos tener una conversación normal porque ni siquiera me habla…

―Tal vez es porque tú hablas por los dos.

Todavía estoy encorvado en mi silla, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Las palabras se deslizan sin previo aviso, como suele suceder, porque es fácil no tener filtro cuando no te importa una mierda.
El silencio es ensordecedor, pero eso no es lo que me hace girar en mi asiento, con los párpados abiertos.

Es una risa.

Es una risa rápida y genuina que parece haber sido expulsada tan involuntariamente como mi propia explosión.

El chico nuevo.

Me mira brevemente antes de aclararse la garganta, luego retrocede lentamente en su asiento, inclinando la cabeza hacia abajo. Él es una mezcla contradictoria de sol y tristeza mientras se queda absorto con el piso sucio debajo de sus tenis.

Mantengo mis ojos en él un minuto más, más curioso que interesado, antes de que la señorita Miyeon rompa la incómoda pausa con un leve zumbido.

―HyungWon, ¿por qué no compartes un poco sobre ti? ¿Qué te trae a Líneas vitales de amor?

Aguanto el gemido en el fondo de mi garganta. Maldito nombre estúpido.

Mis ojos se entrecierran mientras veo al chico nuevo inquietarse en su lugar, las manos agarrando la mochila en su regazo. Se pasa los dedos temblorosos por el cabello, sin dejar de mirar hacia abajo.

―Yo, mmm, perdí a alguien ―responde, su voz no es más que un susurro tembloroso―. Y luego me perdí.

La señorita Miyeon inclina la cabeza lentamente, rebosante de simpatía artificial.

―¿Qué te trajo de regreso del punto sin retorno?

―Esperanza. ―Su respuesta es rápida y puntual―. Tuve un atisbo de esperanza en ese momento oscuro.

―Es una mentira, ¿sabes?

Ahí voy de nuevo, hablando sin pensar. Siento sus miradas ofendidas sobre mí, pero no les presto atención. Con los brazos todavía cruzados sobre mi pecho y las piernas extendidas frente a mí, mantengo la mirada
en el chico mientras él se gira para mirarme con un lento y lánguido estiramiento de cuello.

Los ojos grandes abiertos y escrutadores se encuentran con mi fría indiferencia mientras continúo.

―La esperanza es una falsa sensación tóxica de optimismo creada para mantenernos en marcha, pero todo lo que hace es prolongar lo inevitable ―digo sin pestañear y sin emociones―. La esperanza es para los débiles.

Soy emboscado por una ronda colectiva de murmullos y jadeos, pero no me estremezco mientras mi mirada permanece fija en el frágil muchacho al otro lado de la habitación, frágil tanto en cuerpo como en espíritu. Se ve
frágil de todas las formas posibles desde mis muros de piedra y verdades de acero.

―Hoseok, sé que este es un foro abierto, y alentamos una discusión saludable ―interrumpe la bruja, robando cualquier objeción que pueda haber escapado de los labios gordos del chico nuevo―. Pero tratemos de mantener las cosas positivas.

Olfateo, encogiéndome de hombros y poniéndome de pie.

Funciona para mí.

Sin otra palabra, me veo a mí mismo afuera, sintiendo el calor de su mirada ardiendo en mi espalda como ardientes rayos de sol mientras salgo por la puerta.

La grava cruje debajo de las llantas de goma cuando entro en el camino de entrada, escaneando todos los proyectos sin terminar que ensucian mi patio delantero.

Estoy ocupado como el infierno esta temporada, trabajo como contratista que se especializa en renovaciones de edificios y mejoras en el hogar. Trabajé en una empresa de construcción más grande durante la mayor parte de mi carrera, pero descubrí que no trabajo muy bien con otras personas.

No es exactamente una revelación.

Yoomin sugirió que comenzara mi propio negocio, que sonaba horrible al principio porque el trabajo por cuenta propia implica un servicio al cliente brillante y sonrisas falsas, pero cuando se ofreció como voluntaria para
tomar las riendas en el departamento de gente, me convenció.

No estoy seguro de cómo lo hace. Trabaja muchísimas horas, muchos turnos de la noche a la mañana, pero todavía encuentra tiempo para mantener mi negocio en funcionamiento, asegurando nuevos trabajos y atendiendo a los clientes. Incluso se detiene para dejar salir a mi perro para ir al baño tan a menudo como puede, y ocasionalmente deja comidas caseras o postres recién horneados en mi mostrador con una nota cursi.

Hoy no es diferente cuando entro en la modesta casa que construí desde cero cuando tenía veintitantos años. Ahora tengo treinta y dos años, así que he tenido este lugar durante casi diez años. Se encuentra parcialmente fuera de la red en un área aislada y densamente arbolada en las afueras de Insa-dong, lo que me queda muy bien. Odio muchas cosas, pero los vecinos entán en la parte superior de esa lista, junto con el fútbol y los hipsters. 

Yeoreum se levanta con piernas temblorosas mientras yo empujo a través de la puerta principal y arrojo mis llaves a la mesa auxiliar con un estrépito desagradable. Es una mezcla de pastor escocés, más viejo que los dinosaurios, y tengo la sensación de que el perro callejero disfruta de la vida tanto como yo, lo cual no es en lo más mínimo. Sus mechones de piel blancos y negros se han estado cayendo desde el día en que lo encontré vagando al costado de la carretera a una milla de mi casa, débil y desnutrido. No creo que lo haya visto nunca mover la cola.

Pero cada vez que entro por la puerta, se pone de pie y cojea hacia mí. No suplica atención, ni me ladra ni lame la mano. Simplemente acecha a unos metros de distancia hasta que lo noto, y luego se arrastra hacia la cama de perro con un suspiro.

Exhalo mi propio suspiro, rascándome la cabeza y despeinando mi mata de cabello mientras me aventuro en la estrecha cocina.

Un plato de pastel de limón descansa sobre la isla portátil, cubierto con una envoltura de plástico y con una nota pegada:

Come, hermanito. El pastel de limón es el postre más feliz, y si alguien necesita un poco de sol en su vida, eres tú.

Y tu perro.

Por favor, dale a ese perro un maldito pedazo de pastel de limón.

—Yoomin...

Sonreiría si hiciera ese tipo de cosas. En su lugar, despego el plástico y arranco un pan amarillo en miniatura de la fuente, comiéndome la mitad de un bocado. Me doy la vuelta, mirando a mi perro desde el otro lado de la habitación mientras mastico, sus ojos melancólicos me miran fijamente mientras su barbilla descansa entre dos patas. Tragando el pastel, alcanzo una pelota roja que está sobre el mostrador adyacente y la lanzo hacia arriba y hacia abajo con una mano, mi atención todavía está en Yeoreum.

Me acerco a él, cruzo a la sala de estar, luego me agacho y le lanzo la pelota.

Se limita a mirarla, inmóvil.

Intento de nuevo con el mismo resultado.

Nada.

Totalmente no impresionado.

La pelota rueda hasta su nariz mojada, pero Yeoreum la ignora, su única reacción es un suspiro largo y pesado. Molestia, tal vez. Probablemente piense que soy un maldito idiota, arrojándole este patético juguete como si fuera emocionante o algo así.

Mi perro mira la pelota roja como yo miro la vida.

Mi pecho zumba con resignación, abandono la bola y enderezo mi postura. Debato si quiero terminar la mesa de comedor personalizada que he ensamblado parcialmente debajo de la cochera mientras todavía hay luz del día, considerando que se entregará a un cliente en menos de una semana, pero honestamente no lo siento en este momento. Solo quiero irme a la cama.

Es mi parte favorita del día.

Mientras me decido y elijo lo último, no puedo evitar echar un vistazo a mi computadora portátil abierta antes de desaparecer por el pasillo.

Tengo una nueva notificación por correo electrónico y ya sé de quién es.

Melocotón.

El viudo marchito al que me encontré respondiendo una noche cuando el sueño no llegaba, mis demonios eran agresivos y una salida anónima sonaba extrañamente atractiva.

Después de años y años de terapia fallida, una gran cantidad de médicos que me consideraban una causa perdida, y nadie, literalmente nadie, aparte de Yoomin, a quien le importara si respiraba o no, este extraño
sin nombre y sin rostro me habló de alguna manera.

Si bien no podía relacionarme con su dolor, podía relacionarme con su soledad, así que finalmente le respondí, y de hecho dormí esa noche.

Hago una pausa en mis pasos, dudando entre el borde de la sala de estar y el pasillo, masajeando la nuca con la palma de la mano.

Mierda.

Un momento después, estoy sentado en la silla de mi computadora, abriendo el correo electrónico, mis ojos escanean las palabras del desconocido.

de: Melocotón < [email protected] >
para: [email protected]
fecha: 18 de abril de 2021, 2:33 p.m.
tema: Serenidad

Hoho.
¿Crees en el momento perfecto? ¿Destino? Estrellas alineadas, serendipia, ¿futuro?
No pensé que volvería a tener noticias tuyas, y aquí estás.

Justo en el momento perfecto.

Entonces, ahora tengo que preguntarme. Tengo que considerar la posibilidad de que tal vez no estemos solos en esto. Tal vez haya algo más allá afuera tomando las decisiones, como una especie de mediador místico.

Tonto, ¿verdad?

Probablemente.

Pero me diste una sonrisa real, y es algo que no he hecho en un tiempo.

Gracias.

Melocotón.

Suspirando, envío mi respuesta.

de: Hoho < [email protected] >
para: [email protected]
fecha: 18 de abril de 2021 18:45
tema: Re: Serenidad

Melocotón.

Odio reventar tu burbuja, pero no existe el momento perfecto.

La perfección es una ilusión, al igual que el tiempo.

Artificial. Un mecanismo de afrontamiento sintético.

No me gusta apostar por el destino o las circunstancias. Apuesto a la experiencia. Realidad. Cosas tangibles y probadas.

Probablemente por eso estoy eternamente marchito.

Dices que te escribí en el momento perfecto, pero tal vez solo estabas buscando algo a lo que aferrarte en ese momento, una razón para regresar.

Eso no es el destino ni las estrellas alineadas. Eso es todo tú.

Date algo de crédito.

Hoho.

Hago clic en “enviar”, luego apago la computadora y me voy a la cama.

*Cuento popular coreano que trata de dos buenos hermanos que viven de la agricultura.

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