⁰¹▪︎🫀
Siempre he tenido un estómago débil.
Todo me provoca mareos. Una rodilla despellejada, accidentes de tránsito, películas de asesinos, incluso un bistec rosado me marea. Entonces cuando me corto un dedo con un cuchillo dentado y la sangre se acumula en la superficie, me pongo blanco como un papel.
Taeyang se inclina sobre la mesa agarrando mi mano y examinando la herida.
—¡Qué bien, Wonnie! —me lanza una sonrisa comprensiva, y luego envuelve mi dedo en una servilleta-. ¿Estás bien?
—No te preocupes, sólo estoy entrando en pánico por dentro —gruño intentando contener las náuseas.
El hermoso rostro que me sonríe calma mi creciente ansiedad mientras exhalo un suspiro. Sus ojos color ámbar bailan a través de mi rostro, evaluándome con cariño bañándome con una cálida sonrisa. Como una tarta de melocotón.
Comparé a Taeyang con la tarta de melocotón la noche que nos conocimos. Estaba demasiado borracho con Schnapps con sabor a melocotón, por coincidencia y pensé que tenía los ojos más dulces y cálidos que jamás había visto. Como tarta de melocotón.
Taeyang de alguna manera se dejó llevar por mis balbuceos intoxicados, mis palabras arrastradas, y la extraña correlación con el postre, y aunque esa noche terminé vomitando en su ropa, pidió mi mano en matrimonio un año después.
Eso fue hace siete años, y hoy celebramos nuestro quinto aniversario de bodas.
Con tarta de melocotón, por supuesto.
Con un suspiro tembloroso, desenvuelvo mi dedo concentrándome en la pequeña herida mientras frunzo los labios.
—Es mortal —decido.
—Claramente. La infección ya se está propagando.
—Solo un beso puede salvarme de una muerte lenta y dolorosa.
Taeyang chasquea la lengua.
—Has estado viendo demasiadas películas de Disney —me reprende—. Solo puedes ser salvado por una máquina sexual altamente capacitada, dispuesta a follarte con su arma ultracurativa.
El consiguiente movimiento de cejas de mi marido me hace reprimir un gemido que hubiera sido escandaloso. Pero jadeo por su audacia.
—¿Dónde en la Tierra encontraré a un salvador tan noble en un lugar como este? —Echando un vistazo alrededor del restaurante en busca de efecto, miro a nuestro mesero—. Lucas fue muy eficiente al proporcionarnos comida. Debe ser muy hábil en otras áreas.
—Falso. Atrapé a Lucas coqueteando con un chico en el autobús. Él no es el indicado
—evalúa Taeyang, luego suspira con ub aire demasiado dramático—. Sin embargo...
Me enderezo en mi asiento, intrigado.
—¿Si?
—Hay alguien dispuesto a realizar esa angustiosa tarea. Y es ridiculamente guapo.
—Continúa.
—Siempre se acuerda de limpiar el baño cuando termina de bañarse.
Pongo ambas manos en mi corazón.
—Imposible.
—No ronca, nunca roba las mantas. Cocina un ramen de primera, disfruta lavando platos y tiene... un arma bastante impresionante.
Me guiña un ojo y estoy a un paso del desmayo.
—Me encanta el ramen.
—Debemos actuar ahora, el tiempo se acaba.
—Pero... —Mi labio inferior sobresale, haciendo un puchero—. La tarta de melocotón.
Ambos miramos el postre a medio comer en mi plato, pegajoso y glaseado, cubierto con una cucharada enorme de crema batida. Por mucho que me guste el 'arma ultracurativa' de Taeyang, no hay forma de me vaya sin haber terminado la tarta.
—Bueno —Taeyang cede, apoyándose en su asiento hasta que la silla se inclina hacia atrás sobre las dos patas. Siempre lo regaño por eso, pero lo hace de todos modos. Uno de estos días se caerá y yo me reiré—. Supongo que es difícil competir contra eso, al menos morirás feliz.
Una sonrisa estalla en mi rostro mientras clavo los dientes de mi tenedor en el postre caliente, mi mirada todavía está fija en el hombre al otro lado de la mesa. Su cabello cae sobre su frente en un remolino color chocolate y caramelo, un encanto inmaduro que se suma a su apariencia juvenil. Su sonrisa con hoyuelos es la cereza del pastel.
O... la crema montada sobre el pastel.
Mi lengua lame la crema dulce que cubre mi tenedor, y veo los ojos miel de mi esposo calentarse dándoles un tinte bronceado.
Me gusta hacerle este tipo de bromas sexys.
Captura su labio entre sus dientes.
—Pensándolo bien...
Cinco minutos más tarde, la cuenta había sido pagada, Lucas había recibido una generosa propina y todos los pensamientos sobre la tarta se desvanecen de mi mente mientras salimos del restaurant y nos adentramos en la puesta del sol.
El aire de Seúl se siente fresco y almizclado, es un preludio de la primavera y los nuevos comienzos. El tenue olor de la lluvia inminente se mezcla con el aroma embriagador de la noche del sábado, de las casas de pollo frito del centro y los vapores del tráfico.
Balanceo nuestras manos entrelazadas hacia adelante y hacia atrás mientras caminamos por la acera, mi sonrisa es brillante y radiante.
—Nunca lo entenderé —murmura Taeyang, con sus pies tratando de seguir el ritmo de mis piernas largas.
—¿Entender qué?
—Como succionas a todo el mundo. Eres como una aspiradora de felicidad.
—Dios, Tae. No puedes lanzarme esas cosas sexys en plena calle. —Su risa retumba hasta mí y lo miro arrugando mi nariz por encima de hombro—. Y no puedo tomar todo el crédito. Es viernes por la noche. La gente siempre es feliz los viernes por la noche.
Me da un tirón hasta que caigo contra su pecho, con sus dos brazos rodeando mi cintura.
—No, Wonnie. Eres tú.
La gente nos esquiva cuando nos detenemos por completo en medio de la acera, pero somos indiferentes, totalmente ajenos al mundo que nos rodea. Son solo Tae y Wonnie parados bajos las tranquilas nubes de lluvia, con un nuevo capítulo floreciendo como los árboles de magnolia que brotan en nuestro patio trasero. Mis ojos se cierran con un suspiro de satisfacción.
La barbilla de Taeyang descansa sobre mi hombro, su aliento calido besa la curva de mi cuello.
—¿Crees que funcionó?
Una sonrisa curva mis labios. Me giro en su abrazo, captando el rápido destello de nervios en sus ojos.
—Lo haces sonar tan técnico.
—Bueno, en cierta forma lo es. Es ciencia.
—Realmente vas a traer tu jueguito sexy esta noche. Quieres tener sexo, ¿verdad?
Tae presiona su frente contra la mía. Su cabello desordenado me hace cosquillas en la línea del cabello, y luego su mano se arrastra por la parte posterior de mi muslo, aterrizando en mi trasero y ahuecándolo suavemente mientras nuestras ingles se fusionan.
—¿Tú qué crees?
El nerviosismo en sus iris dorados se aleja revoloteando, manifestándose en una colonia de mariposas en mi vientre.
—Creo...
Una chica borracha choca contra nosotros, riéndose y tropezando y nos recuerda que estamos en medio de la acera y tenemos audiencia. Llevamos nuestro encuentro de dos personas a la esquina extrema derecha de la acera hasta que la espalda de Tae está al nivel del edificio de ladrillos. Yo introduzco dos dedos en su bolsillo delantero, mientras mi mochila de cuero cuelga a mi lado en mi mano opuesta.
—¿Esto es normal?
Su mirada cálida recorre mi rostro.
—¿Toquetearnos el uno al otro frente al McDonald's?
—El hecho de que todavía queremos toquetearnos frente al McDonald's después de siete años juntos. ¿Cuándo se atenúa la luz? ¿Cuándo se desvanece la chispa?
—Nunca. —Taeyang traza sus dedos a lo largo de mis labios entreabiertos, con esa sonrisa hermosa que amo tanto.
—Eres el sol, Chae HyungWon. El sol solo sabe brillar.
Señor, ayúdame. Sólo este hombre podría ser igualmente competente en análisis informático y en pronunciar palabras gloriosas como poesía.
—Yo soy el sol y tú eres el cielo.
Intento ocultar mi sonrisa de adoración en los botones de su camisa de vestir, pero él levanta mi barbilla con dos dedos largos.
—¿Crees que funcionó? —repite, suave y moderado, parpadeando cuando sus ojos se encuentran con los míos.
—Sí. —Es un susurro cauteloso y eperanzador. Me aventuro a besar sus labios y sellamos mi declaración con un beso profundo—. ¿Verdad?
Tae sonríe mientras barre su nariz contra la mía.
—Espero que no. Realmente disfruto practicando.
—Dios, eres...
Tengo la intención de golpearlo con mi mochila, pero casi me caigo cuando esa mochila se arranca de mi mano en un destello repentino, y tropiezo, momentáneamente aturdido y confundido, mi siguiente aliento se pega a la parte posterior de mi garganta mientras trato de procesar qué diablos acaba de pasar.
Pero no tengo tiempo para procesarlo porque Taeyang se despega, dejándome en una neblina estupefacto en la acera, con las rodillas luchando por mantenerme en pie.
Me robaron la mochila.
Y mi esposo está persiguiendo al ladrón por el concurrido centro de la ciudad, con el abrigo ondeando detrás de él mientras se topa con transeúntes boquiabiertos y le grita al extraño que se detenga y vuelva aquí.
—¡Taeyang!
Mis zapatos de cuero inglés no son efectivos para correr y mis pantalones de vestir obstaculizan mi velocidad.
¿Esto es la vida real?
Todavía no puedo procesar el hecho de que me robaron, y Taeyang lo está persiguiendo. Y yo estoy persiguiendo a Taeyang y ni una sola maldita persona está tratando de ayudar. Se quedan ahí parados, boquiabiertos, viendo cómo se desarrolla la escena a través de las pantallas de sus celulares.
—¡Taeyang! —le grito de nuevo, rogándole que se detenga y que lo deje ir. Esto es una locura.
El delincuente gira bruscamente a la izquierda en medio de la calle, con Tae justo detrás de él.
—¡Taeyang, por favor!
Él continúa, sigue ganando velocidad, disminuyendo la brecha entre ellos.
En el momengo en que alcanza el brazo del hombre, arrancando mi mochila de su agarre, un grito surge de las entrañas de mi esencia misma. Un huracán de categoría cinco me destroza las entrañas, me licúa y me corta hasta convertirme en polvo y escombros.
—¡Taeyang!
Una camioneta se salta el semáforo en rojo y choca con mi eposo.
Los neumáticos chirrían, los cristales se rompen, el metal rompe los huesos.
Gritos, sollozos, jadeos.
Taeyang es golpeado con fuerza, rebota en el parabrisas, cae sobre el capó, sale rodando del vehículo y aterriza en la acera.
El ladrón se pone de pie y salta al asiento del pasajero de la camioneta, luego la camioneta despega.
Simplemente se marcha.
Sale de la escena del crimen en un destello naranja oscuro, rines oxidados y humo del escape: una nube de muerte.
Y luego estoy corriendo.
Creo que estoy corriendo, pero todo es en cámara lenta. La gente se está reuniendo, está gritando, pidiendo ayuda a gritos pero debo estar soñando, y todo habrá terminado pronto. Nos despertaremos en nuestra cama tamaño King, descansados y saciados, acurrucados en la colcha nueva que acabo de comprar y que huele al suavizante favorito de Tae, agua de abedul y productos botánicos. Yo prepararé el desayuno, panqueques de arándanos y tocino mientras él lava los platos porque le encanta lavar platos. Si, él es raro. Lo sé.
Pondré algo de música, probablemente una mezcla jazz y R&B.
Y Taeyang se burlará de mí por cantar desafinado y luego bailaremos pisándonos los pies el uno al otro, y me reiré cuando él me baje demasiado, cayendo al suelo de baldosas, colapsando en un montón de risas y
miembros. Haremos el amor ahí mismo, en la cocina de la casa y será el comienzo perfecto para nuestro quinto año de felicidad conyugal.
Si.
Definitivamente estoy soñando.
Pero la grava cruje bajo mis pies mientras corro hacia el amor de mi vida y se siente dolorosamente real, y las lágrimas son cálidas y húmedas mientras caen por mis mejillas. Mis oídos zumban, resonando con un miserable y vil sonido que parece estar a años luz de distancia. Algo escalofriante y desgarrador.
Es un grito.
Es mi grito.
Un gemido hueco y roto surgió de algún lugar oscuro inexplorado.
No lo reconozco, pero ¿cómo podría? Nunca había hecho este sonido. Nunca he experimentado este tipo único de dolor, del tipo que te roba los sentidos.
Visión borrosa, cuerpo entumecido, sabor frustrado por las cenizas y el hollín.
Aunque puedo oír.
Escucho ese grito reverberando a través de mí, ese grito desgarrador y lo escucharé un y otra vez por el resto de mi vida.
Es una obertura para la decadencia.
Mis rótulas tocan el pavimento cuando colapso a su lado, mis manos alcanzan cada pedazo de él que puedo agarrar. Él todavía está caliente, todavía está vivo, todavía es mío para sostenerlo.
—Tae.. Oh, dios mío, Tae... Oh, dios... bebé, háblame.
Tae gime, sus pestañas castaño oscuro revolotean mientras trata de rodar hacia mí.
—Wonnie —gruñe con la voz raspada y astillada, haciendo juego con las heridas recientes que marcan su hermoso rostro. Cuando localiza mis ojos, una sonrisa se extiende mientras ahoga más palabras—. Tengo tu mochila.
Las lágrimas me ciegan cuando miro su mano, con sus nudillos ensangrentados y magullados, y noto que una de las correas todavía está entrelazada entre sus dedos. Otro sollozo me deja temblando y agarro la pechera de su camisa.
—Tan estúpido. Tan, tan estúpido —jadeo.
—Fue épico, ¿verdad? ¿Te impresioné?
La sonrisa de Tae persiste, y un pequeño rayo de sol se asoma a través de las nubes de tormenta color gris oscuro. Sollozo mientras mi cabeza se balancea de un lado a otro.
—Era sólo una mochila.
—Era tu mochila, amor.
Su respuesta es orgánica, rápida y sencilla.
Como si no hubiera otra respuesta.
Las sirenas aúllan en la distancia y la gente se acerca, los susurros y ruidos destrozan nuestro momento más íntimo. Acuno su rostro entre mis palmas y levanto su cabeza, insertando mis piernas debajo de él hasta que queda sobre mi regazo.
—Vas a estar bien —murmuro a través de los labios manchados de lágrimas, apartando el cabello de su frente—. Vas a estar bien.
Taeyang apreta los dientes, tratando de cocultarme su dolor.
—Solo un beso puede salvarme de una muerte lenta y dolorosa.
Está tratando de aligerar el momento, de traer burlas a la confusión.
Tan auténticamente Taeyang.
Me inclino para besarlo, una nueva ola de angustia se derrama de mi cuando nuestras bocas chocan.
—Te amo. Quédate conmigo, ¿de acuerdo?
—Lo beso una y otra vez repitiendo esas palabras, grabándolas en sus huesos, para que no pueda olvidarlas—. Te amo tanto.
—No llores, Wonnie —Tae levanta una mano inestable hacia mi mejilla, el pulgar limpiando mis lágrimas, en una suave caricia—. El sol no llora.
Lo decimos al mismo tiempo.
—El sol solo sabe brillar.
Pero yo soy el sol y él es el cielo y no sé cómo existir sin él.
¿Qué le pasa al sol cuando cae el cielo?
No, no, no.
Basta, HyungWon.
Él va a estar bien.
Taeyang empieza a toser entonces, balbuceando en mi regazo, la sangre empaña mi cara como una lluvia espantosa.
—Tae, Tae... oh, Dios, Taeyang. —Sacudo sus hombros y lo aprieto contra mi, abrazándolo con fuerza para mantenerlo caliente... porque eso es lo que hago.
Después de todo soy el sol. Un faro de calidez.
—Huelo a melocotones, señor Chae.
Él sigue sonriendo. Todavía está sonriendo, a pesar de su cuerpo destrozado y su piel manchada de sangre.
—Tus ojos me recuerdan a la tarta de melocotón —digo con voz ronca, tratando de mantenerme fuerte.
Tal como él.
—Así tiene que ser.
Esa lágrima singular finalmente cae, colapsando sobre el cemento, y luego la ambulancia y los patrulleros de la policía se detienen mientras la gente se dispersa como las nubes sobre nosotros. Cuando los médicos se acercan, el cielo explota con relámpagos atronadores, y un crujido penetrante que sacude mis huesos.
Congela mis huesos.
Y cuando la lluvia se derrama con pena, empapándome en su tristeza, me estremezco y tiemblo, castañeando los dientes.
Acunando a Tae en mis brazos, meciéndonos de ida y vuelta, de lado a lado, ahogándonos en agua de lluvia, sangre y lágrimas amargas.
Él está frío ahora, y yo también.
Se suponía que hoy sería hermoso: un nuevo comienzo, un nuevo capítulo, un nuevo año de sueños y posibilidades.
Nuestro aniversario de bodas.
Pero ahora es solo el día en que murió el sol.
🫀
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