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capitulo 2

Eran las 7:00 AM, y la rutina diaria de Pete estaba casi a punto de completarse; el pelinegro se encontraba secando con delicadeza su rostro que acababa de limpiar, perdido completamente entre pensamientos aleatorios y sin ningún sentido; aún con el rostro hundido en la toalla unos sonidos desconocidos comenzaron a escucharse de repente en la planta baja, detuvo sus acciones y sus pensamientos a la par quedándose completamente quieto, intentando escuchar lo más que pudiera, parecía ser la voz de su madre, y la de un hombre, entonando oraciones bastante acaloradas y quizá violentas; sin embargo Pete no lograba entender lo que decían, para él eran como simples murmullos, pero aún así algo le quedaba claro, ambos discutían.

En medio de aquella conversación más sonidos comenzaron a llenar el departamento, parecían ser pasos de varias personas más; por un momento Pete no logró entender lo que sucedía, quedándose por un segundo en blanco, sin embargo cuando aquellos pasos comenzaron a acercarse más entró en pánico y salió del baño sin pensarlo mucho, casi en automático.

En cuanto abrió la puerta logró ver muchos hombres que comenzaban a cargar sus muebles con la intención de llevárselos, no entendía lo que sucedía, su mente daba vueltas, ni siquiera podía pensar en algo en específico, tanto que el miedo comenzó a invadir su interior.

No podía estar pasando de nuevo.

Recuperó rápidamente su respiración y se devolvió a si mismo a la realidad, recordando en un segundo a su madre; lo más rápido que pudo bajó las escaleras en su búsqueda; cuando llegó abajo logró ver a su madre discutiendo con el dueño del edificio, y aunque en ése momento pareciera pacífica, Pete podía notar que estaba apunto de volverse violenta, así que no pudo evitarlo e interrumpió.

- ¿Qué sucede? -
Preguntó al aire con un tono un tanto confundido, sin embargo ni siquiera el aire se tomó el tiempo de responder a su pregunta, pues todos parecían muy inmersos en sus propias burbujas.

- ustedes me deben ya demasiados meses de renta -
Logró escuchar al fondo una frase del dueño; aquel hombre parecía estar bastante enojado, ¿Y cómo no estarlo? Si ésa pequeña familia le había estado haciendo perder dinero y a la gente como él era lo único que les importaba.

Desde la orilla de la escalera el pelinegro observó cómo su madre subió una ceja, fue entonces que se dió cuenta que su paciencia se había terminado.
Corrió hacia ella lo más rápido que pudo para evitar que las cosas terminaran en tragedia; sin embargo al llegar a la puerta un par de hombres que llevaban el sillón en sus manos no lograron verlo, ni él a ellos, entonces al llegar a la puerta ambos chocaron, ocasionando que el menor perdiera el equilibrio y cayera de boca contra el suelo.

Bryony rápidamente se acercó al chico y le ayudó a levantarse, pero antes de que ella pudiera si quiera pregúntarle siquiera si estaba bien el dueño del edificio los interrumpió.

- los nuevos dueños vendrán en dos semanas -
Aquellas palabras fueron como un balde de agua fría para ambos; ¿Dos semanas? ¿Éso era todo?. A éste punto, todos sus vecinos observaban la escena desde sus puertas y ventanas, incapaces de hacer un solo ruido.

-¡No quiero volver a verlos por aquí! Nada tienen que hacer en éste edificio -
Ése gritó no fue fuerte, pero tuvo la potencia necesaria para hacer temblar al menor; no era necesario recordarselos, sin embargo aquel hombre estaba molesto con Bryony, pues siempre fue la única que reclamó ante sus injusticias y le había llegado la hora de vengarse.

Dios mío, eso era tan humillante.

En silencio, toda la gente de aquel edificio miraba la escena, algunos riéndose y otros realmente asustados por la situación, ¿Cómo era posible que ese hombre los tratára de esa manera?.
Todos querían hacer algo al respecto, sin embargo ninguno de los presentes soltaba palabra alguna para defender a Pete y a su madre, y siendo sinceros la verdad es que nadie podía culparlos, pues era mejor mantenerse seguros antes que buscar la justicia.

En medio de aquel incómodo silencio que se formó, la puerta de al lado se abrió lentamente con un rechinido, fue entonces que la figura de un hombre mayor apareció.

- ¿Qué se supone que está pasando aquí?-
Resonó la vieja, aunque aún imponente voz de el señor Ambrus, un buen amigo de aquella pequeña familia.
El señor Ambrus observó rápidamente la situación; al ver que había muchos hombres llevándose los muebles, a la gente observando con tales expresiones, al dueño del edificio gritando y al joven Loughty en el suelo pareció irritarse bastante.

- ¿Pero en qué estás pensando? no puedes tratar a la gente de esa manera -
Él era la segunda y única persona que se atrevía a alzar la voz ante las injusticias del dueño en aquel edificio; algunas personas lo consideraban un héroe muy valiente, algunas otras un tonto imprudente, sin embargo para el par de pelinegros que estaban sufriendo ésa situación, para ellos era su salvación.

El dueño se quedó incrédulo de la situación por un segundo, y aunque ya intuía que algo así pasaría, aún se irritó ante aquel reclamo.

- escuche señor, se que éstas personas son sus amigos, ¡Pero ya me deben demasiado dinero! Ya he rentado su departamento a un nuevo inquilino, ¡No tienen nada que hacer aquí -
Dijo el dueño bastante molesto; estaba comenzando a cansarse, ¡Todos ahí eran demasiado dramáticos!. Lo único que él quería era terminar con todo ése asunto y poder volver a casa.

El señor Ambrus se acercó rápidamente a Bryony, ayudando a Pete a ponerse de pie, dándose cuenta solo hasta entonces que las palmas de las manos del muchacho, con las cuales se estaba apoyando momentos antes, estaban raspadas; fué entonces que su furia creció y volvió a objetar contra el dueño, aún sabiendo que no terminaría bien.

- ¿Qué acaso no sabes que no tienen otro lugar a donde ir? -
Pete se dió cuenta de la razón de su enojo, así que de manera casi desesperada escondió sus palmas para que nadie más pudiera verlas. Sentía una terrible vergüenza en ese momento, una de las cosas que más odiaba era la lastima ajena; en cuanto a Bryony, ella tenía sentimientos encontrados, pues por una parte quería poner en su lugar al hombre frente a ellos, sin embargo también se sentía impotente porque sabía que sus palabras eran verdaderas.

- ¡No es mi trabajo preocuparme por la vida de mis inquilinos! -
En ése momento todos los espectadores quedaron boquiabiertos, comenzando a susurrar cosas entre sí, preguntándose entre muchas cosas si realmente los trataría a si de mal a todos.

- ¡Bien! Si no le interesa que harán, ¡Entonces no le importará que se queden en mi departamento! -
El dueño lo miró incrédulo, no había razón para mencionar aquel detalle, quizá solo lo dijo para hacerlo enfadar más, aún así no podía entender ¿Enserio estaba dispuesto a albergar personas que no pagaban por eso? Quizá todos no tenían bien ordenadas sus prioridades.

-¡Bien! Hagan lo que quieran, ¡Pero necesito este lugar desalojado antes del viernes de la próxima semana! -
Finalizó el dueño dándose la vuelta ya hartó de aquellas personas, junto a todos los hombres, quienes se habían llevado los muebles y habían dejado solo cosas personales como vajilla y ropa.

Mientras aquellos hombres se iban Bryony sintió un nudo en su garganta y en su corazón; estaba viendo toda la vida que había construido en ésos cinco años de duelo irse por la borda; su apartamento, su empleo, todo.

El señor Ambrus se acercó y la puso una mano en el hombro; ella lo miró a los ojos sin decir nada,pues no hubo necesidad, la desesperación se veía en sus ojos. El señor Ambrus Simplemente le sonrió, sintió en su corazón una profunda empatía y señaló la puerta de su departamento

- vengan, se quedarán conmigo por un tiempo -
Dijo el señor Ambrus haciéndoles señas para que entrarán, y realmente no tardaron en hacerlo, era humillante lo que acaba de suceder; lo único que ambos querían era alejarse de todos ésos pares de ojos que los observaban.
-¡Y todos ustedes vuelvan a sus vidas! No hay nada que ver aquí -
Vociferó aquel señor, ahuyentando a todos los vecinos, devolviendolos a sus propias vidas.

En cuanto la puerta de aquel departamento se cerró, el corazón de Bryony dejó de latir por un segundo y aquella mujer fuerte y terca que había afuera momentos antes se desvaneció, transformándose en una mujer angustiada y sin esperanza alguna.

- ¡Señor Ambrus muchas gracias!, No sé que habríamos hecho si no hubiese llegado -
En sus palabras podías incluso sentir su desesperación, pues se estaba quedando sin opciones y el simple hecho de que su viejo amigo haya aparecido en el momento justo para ella era como un rayo de esperanza; el único que le quedaba.

- ahora dígame, ¿Cómo podemos pagarle mientras conseguimos otro lugar? -
Bryony sabía perfectamente que tardaría mucho tiempo en encontrar un nuevo empleo y mucho más en encontrar un nuevo departamento; aún así no estaba dentro de sus planes aprovecharse se la bondad del señor Ambrus; ella podría ser una sin vergüenza, agresiva y una egocéntrica,pero jamás fue ni será una aprovechada.

- tonterías, hago esto sin interés, no hay necesidad -
La plática de ambos adultos no era de importancia para Pete, quien estaba perdido en su mente, todo su mundo y lo que conocía se estaba derrumbando frente a sus ojos. No tenía idea de que hacer ahora, ni mucho menos de que sucedería después, no quería quedarse demasiado tiempo en ese lugar. Y no era porque el señor Ambrus le desagradara, lo contrario, se llevaban bien, era como un abuelo, pero esa casa olía a pasas, y ese olor realmente no le gustaba.
Además de que, al igual que su madre, no quería ser un inconveniente.

No sabía cómo sentirse, su cabeza era un completo desastre, miles se pensamientos y sentimientos se combinaron dentro de él dejándolo fuera de la realidad, a tal punto que todos los ruidos a su alrededor dejaron de escucharse.

Entre aquel desastre de voces y pensamientos, un rayo de racionalidad llegó a su mente haciendo que dirigiera la mirada hacia el reloj de pared del dueño del departamento; fue entonces que ante sus ojos las manesillas marcaron las 8:00 en punto

«Espera...¿8:00?»
Pensó aún tratando de aterrizar por completo.

- ¡El colegio! -
Grito Pete llamando la atención de ambos adultos, quienes lo miraron como si de un loco se tratase, intentando comprender sus palabras.
Con frenesí tomó torpemente su mochila y corrió hacia la puerta, saliendo sin darse el tiempo de despedirse formalmente de los presentes.

- ¡Me tengo que ir! -
Dijo mientras habría la puerta, saliendo tan aprisa que no se preocupó en cerrarla de nuevo; lo único que pasaba por su mente era el poder alcanzar a llegar temprano; claro, aún con todas las prisas no se olvidó de avisar con cotidianidad la hora de su llegada.
- ¡Vuelvo en la tarde! -
Gritó por último antes de bajar las escaleras sin precaución alguna; en circunstancias normales, el cruzar así las escaleras no se le habría cruzado jamás por la cabeza, pero en ése momento no tenía tiempo de razonar

Sus pasos eran realmente veloces, corría con todo el poder que le daban sus delgadas piernas, el sudor en su frente se secaba tan pronto como salía debido a la velocidad con la que avanzaba; su respiración rápidamente se volvió irregular y sus piernas comenzaron a sentirse cada vez más pesadas, pero faltar no era una opción.

Con forme avanzaba podía percatarse de algunas quejas vagas que los peatones dirigieron a su persona, pues iba tan rápido que empujó ligeramente a algunos de ellos, pero aquel sonido era tan lejano para él, pues sus pensamientos estaban apagados.

Las energías pronto se empezaron a acabar, intentaba continuar pero se tornó cada vez más difícil, llegando a ser casi imposible; su respiración estaba tan agitada que era increíblemente audible e incluso exagerada.

Al llegar a su destino y ver el autobús estacionado levemente en la parada se le formó un hueco en el estómago por la adrenalina, y corrió aún más rápido, utilizando sus pocas reservas para alcanzarlo.

Pete habría estado agradecido de haber llegado unos segundos antes.

Tan solo unos segundos.

Sin embargo no sucedió, el autobús se fue antes de que pudiera subir.

Dios santo, ¿Qué haría ahora?, Quedaban pocos días antes de terminar el ciclo escolar y pasar a la escuela superior, y a decir verdad no quería tener que escuchar reclamos de sus profesores por faltar los días más importantes; tampoco quería perderse las clases, ya que generaría una carga mayor de trabajo.

Todo en ése momento estaba en su contra, pero no le dió mucho tiempo a pensar y lamentarse de su mala suerte, comenzó a correr de nuevo con todo lo que tenía, le habría ganado a cualquier velocista si se lo propusiera en ése momento, pues su peso era tan ligero que le permitía avanzar más rápido; aunque era claro que su condición no le ayudaba.

Sus piernas jamás pararon, ni por un segundo; ni siquiera cuando dejó de sentirlas, cuando comenzó a sentir un ardor insoportable, como si se derritieran cuál paletas. Corrió alrededor de cinco minutos desde la parada del autobús, hasta la entrada del colegio, lo cual si lo piensas bien, era bastante.

Cuando llegó a la entrada logró ver cómo el guardia, un viejesillo que apenas podía moverse, estaba cerrando el portón, y Pete sabía que una vez cerrado, no volvía a abrirse hasta la hora de la salida.

- ¡Espere! -
Grito desde lejos para que no cerrara la entrada, llegando a sentir un ligero ardor en la garganta; el guardia se quedó de pie, completamente sorprendido.

Conocía de memoria a cada uno de los estudiantes que habían cursado ese colegio en los últimos 30 años, conocía sus facultades, aficiones y talentos. Había visto muchas cosas, pero jamás había visto correr a Pete a no ser que tuviera clase de educación física; y aún así lo hacía por obligación, sufriendo en el proceso debido a su poca condición y su escasa fuerza.

Era realmente impresionante para el, era como ver a un pez corriendo sobre tierra, o a un gato volando como una paloma en el aire.

Era obvio que estaba sufriendo por el esfuerzo, pero no dejaba de ser sorprendente.

- ¡No lo cierre, ya estoy aquí! -
El guardia lo dejó pasar, y él le agradeció con una sonrisa; siguió corriendo hasta estar más adentrado en la institución, fué entonces que redujo el paso. En su mente tenía la idea de evitar el castigo, si corría a su aula sin que la directora lo viera, y poner la excusa de que se había quedado encerrado en el baño por accidente.

Se que parece no ser convincente, pero los maestros lo conocían.

Y eso le había pasado ya más de una vez.

Estaba tan inmerso en su mundo, tan concentrado en idear una manera de saltarse el castigo que no se inmutó cuando pasó a un lado de una figura femenina; no hasta que ésta le habló.

- señor Loughty -
Le llamó con voz ligeramente severa y bastante formal sin moverse de dónde estaba parada.
El aludido cerró los ojos con fuerza, deteniendo su andar al reconocer de quién era aquella voz.

Demonios, casi lo conseguía.

Se dió la media vuelta encontrando a aquella mujer de edad no muy avanzada, de figura delgada y piel morena, vestida como siempre bastante elegante, pero con unas ojeras de cansancio terrible en sus ojos.

Ella lo miraba confusa, no severa, puesto a qué conocía el historial del joven; sabía perfectamente que no era un problemático, pero sabía también que su suerte era tan mala y era tan distraído que el motivo de su retraso podía ser desde algo gracioso y ridículo hasta algo trágico.

- directora -
Le respondió el saludo, de manera casa atropellada; su mente comenzó a idear un nuevo plan para evitar el castigo, pero no carburaba lo suficientemente rápido.

- se puede saber a dónde se dirige -
Preguntó acomodándose los lentes; Pete intentó usar una técnica que rara vez fallaba, hacerse el inocente y fingir que no sabía nada; es decir, con el aspecto que tenía nadie se lo negaba, y no sabía si éso era bueno o malo.

- ¿A mí aula? -
Dijo intentando aparentar obviedad, mientras escondía su mochila para que no pudiera verla, intentando desesperadamente que creyera que solo salió al baño; sin embargo la directora lo conocía a la perfección, pues era un miembro bastante peculiar de aquella institución, así que por obvias razones no le creyó nada.

- lamento informarle, que han pasado 15 minutos desde la hora de entrada. Vaya a lavar la cafetería, ahí encontrará más de sus compañeros -
Le ordenó con simpleza, odiaba tener que castigarlo y más porque estaba conciente de que lo más seguro fuera que él no tuvo ni la culpa ni el control de su retraso; pero las reglas son reglas y tienen que aplicarse a todos por igual, sin hacer distinciones.

Sin más que decir la directora siguió su camino, dejando atrás al muchacho de ojos azules, quien se lamentaba internamente por lo sucedido.

Demonios y más demonios, ya tenía suficiente con tener que limpiar su casa, no deseaba en lo absoluto tener que limpiar algo que el no ensució; el castigo por llegar tarde era de lo más tedioso y aburrido, sobre todo porque sucede en la primera hora.

Sin embargo no tenía como defenderse, en efecto había llegado tarde y como parte del protocolo debía cumplir las reglas, no le quedaba más que obedecer.

Cuando llegó a la cafetería notó que estaba vacía; se le hizo extraño ya que la directora mencionó que había más alumnos ahí.

- que extraño -
Susurró para si mismo.

No le dió mucha importancia, lo único que quería era terminar lo más rápido posible, y así poder ir a su aula pronto, le gustaría decir que quería aprender, pero era lo último que le pasaba por la cabeza; lo que más deseaba era olvidar todo lo que acababa de ocurrir, dejar se pensar, o por lo menos poder sentarse, pues sus piernas temblaban como gelatinas por la tremenda carrera que había hecho.

Analizó una vez más la cafetería, notando que en la barra de la cocina estaban los instrumentos de limpieza, se acercó sin titubear a aquel lugar para tomarlos, en una esperanza de que distraer su mente con acciones así le ayudara a olvidar.

Comenzó tallando las mesas, pues era lo más sencillo, ya que si quisiera hacer alguna otra cosa como barrer, sacudir o trapear tendría que ir al almacén; mientras paseaba el trapo de atrás hacia adelante en cada mesa sus pensamientos iban y venían, llevándolo a un mundo de posibilidades infinitas; imaginaba o analizaba escenarios, inevitablemente todos relacionados con lo sucedido aquella mañana.

¿Qué se supone que harían ahora? ¿Quedarse con el señor Ambrus por el resto de su vida?

Su mente y su corazón estaban angustiados, lo peor de todo era que ninguno de los dos tenía idea de lo que le deparaba el futuro; su mente creó muchos escenarios tratando de explicarlo, desde los más trágicos hasta algunos con una suerte demasiado fantasiosa, y sin sentirlo los minutos comenzaron a pasar, y sus manos comenzaron a moverse casi en automático, haciendo que sin darse cuenta, ya haya terminado de limpiar la mitad de las mesas.

Estaba limpiando la última mesa, o al menos su cuerpo lo hacía, pues dentro de su mente estaba sacando un cofre del tesoro con el dinero suficiente para solucionar todos sus problemas; imaginación demasiado irreal por obvias razones.
Se sentía como volando, como en otro mundo, cuando de repente, en medio de aquella lúcida fantasía, el sorpresivo sonido de algo metálico cayéndose lo trajo de vuelta a la tierra.

- ¡Al ataque! -
Se escuchó a lo lejos un grito casi de guerra, cuando el pelinegro regresó su mirada hacia el lugar de dónde aquel sonido provenía, logró ver un grupo de aproximadamente seis chicos, montados en todo lo que tuviera llantas dentro de la cafetería.

En cuanto salieron del almacén comenzaron a correr uno tras del otro, cada pareja tenía uno sobre sus "caballos" con una escoba o trapeador en la mano simulando una lanza y otro empujando el objeto.
Con movimientos fuertes comenzaban a perseguirse unos a los otros, con cubetas llenas de agua sobre sus vehículos, listas para usarse cuando la persecución se volviera más intensa.

Un ligero desdén creció en el pecho de Pete, pues los conocía, eran los chicos más problemáticos que pudiera tener el colegio, siempre buscando tonterías para hacer, alguien a quien molestar, con demasiada energía contenida como para usarla de manera sana; se suponía que ellos tenían que ayudarle a limpiar, pero en lugar de éso estaban ensuciando lo que justo acababa de terminar.

A pesar de todo ésto Pete no hizo nada más que rodar los ojos, es decir, habría sido inútil intentar hacerlos cooperar en el castigo o siquiera intentar que dejarán de hacer tanto escándalo, que comenzaran a parecer más humanos y menos vacas desenfrenadas; ningún tipo de estrategia era lo suficientemente buena para hacerlos ayudar, así que decidió no gastar su tiempo en ellos.

Los gritos de los chicos comenzaron a aumentar, llegando a ser tan intensos que podrían escucharse por todo el patio, y por obvias razones llamó la atención de todas las personas que estaban al rededor, pero sobre todo a una en especial, quien al escuchar aquel escándalo decidió acercarse a verificar lo que sucedía.

Cuando ésta persona se paró en la puerta logró ver a lo que parecía ser una desenfrenada manada de monos salvajes persiguiendose unos a los otros y a un tranquilo chico que limpiaba la última mesa; ninguno se inmutó ante su presencia, pues no dijo nada, todos siguieron jugando sin notarla, uno de ellos sujetó una de las cubetas de agua con la intención de arrojarsela a su contrincante.

Ojalá hubiera notado la presencia de ésta persona antes de que sucediera.

Ojalá hubiera notado que había un mosaico desigual al lugar donde se dirigía.

Ojalá hubiera detenido todo antes de que éso pasara.

Antes de que uno de ellos tropezara y dejara caer una cubeta de agua casi helada sobre la cabeza del único en ese lugar que estaba haciendo lo que debería hacer.

Pete.

Y todo eso, frente a los ojos de la más grande autoridad de aquella institución.

- ¿Qué se supone que está pasando aquí? -
Vociferó la directora llamando la atención de todos en el lugar; los chicos que antes corrían temblaron al notar su presencia, tomando conciencia de lo que había sucedido.
El pelinegro temblaba de pies a cabeza, manteniéndose en una posición de sorpresa, sin ser capaz de moverse o de razonar lo sucedido; podía sentir como su ropa se volvía más pesada y como todo su cuerpo se enfriaba gracias a la temperatura del agua.
- ¡Por lo que acaba de suceder, ustedes irán a lavar los sanitarios después de terminar con la cafetería! -
Era obvio que estaba arta de ése grupo de chicos, además de que aquella acción acreditaba más que solo ésa sanción; cambió la dirección de su mirada, fijandola ésta vez en el chico de ojos azules
- Usted señor Loughty, puede ir al aula -
Le indicó casi con compasión, a veces lamentaba que la suerte del chico fuera tan mala.

Los chicos al ver la manera en la que le habló lanzaron mil y un maldiciones hacia el pelinegro, mentalmente por obvias razones, pero éste no se percató de nada, simplemente caminó temblando y se dirigió a la puerta del lugar, con la mente en algún otro planeta.

Podía sentir más que el frío, la vergüenza carcomiendolo por dentro, quería ocultarse en un agujero y no salir jamás.
¿Se suponía que esto pasaría siempre?
¿Siempre tendría que ser la víctima?
¿Siempre tendría que recurrir alguien a su rescate?

Aún recordaba la vez que conoció a Darcy, Pete tenía solo 5 años, y ella 10.
Ése día unos niños le estaban aventando piedras por algo que no recordaba, solo recordaba que no sabía que hacer, hasta que ella apareció de la nada y comenzó a defenderlo.
Desde entonces son mejores amigos, y desde entonces, ella está siempre ahí para protegerlo.

El se preguntaba, ¿Qué hubiese sucedido si ella jamás hubiese llegado? ¿Qué hubiera sido de su vida?

Aquellos pensamientos le hacían sentir que por si solo no valía nada, que no podía lograr nada, era una impotencia casi venenosa. Esas preguntas invadían su mente, sintiéndose como si el mal lo estuviese persiguiendo.

Aunque después se arrepentiría de sus palabras.

El verdadero mal estaba apunto de llegar.

~^~

Ése mismo día por la mañana, la luz del sol alumbraba la ventana, cubierta por el rutinario cielo nublado; el aire soplaba sin mucha fuerza, haciendo que al respirar sintieras una sensación de humedad; pero claro, no era tan fuerte dentro de un departamento.

Una figura femenina de abundante cabello azabache sacudía los muebles con ocio, sin esforzarse demasiado pero tampoco sin ganas de hacerlo, solo limpiaba y ya, pues su mente estaba demasiado ocupada pensando en otras cosas como para darle importancia a una sensación tan simple.

Era obvio que estaría de aquella manera, pues ante la espectativa de una vida nueva y completamente diferente, probablemente en el mal sentido, su mente y su corazón buscaban una forma de volver a sujetar las riendas de su vida, riendas que sentía haber perdido hace mucho tiempo.

Se acercó a una pequeña mesa de madera que se encontraba justo entre la ventana y un sofá, comenzó a sacudir sin mucha atención limpiando el primer de los únicos dos objetos que habia en su superficie, un jarrón blanco para nada extravagante con flores en él; terminó rápidamente de limpiarlo y pasó al siguiente objeto, pero en cuanto sus ojos se fijaron en él todos sus pensamientos se detuvieron.

Pudo sentir su corazón arrugarse ante una terrible añorancia al ver un marco de metal con un diseño bastante sobrio y una fotografía de hacía ya más de diez años; al notar que las lágrimas amenazaban con salir suprimió todos ésos sentimientos y sacudió aquella foto lo más rápido que pudo, casi de manera violenta.

Regresó su mirada al apartamento y notó que ya todo estaba limpió, fue entocnes que decidió sentarse en el sofá que tenía al lado para descansar; casi en cuanto se sentó, una figura masculina se asomó por la cocina, que estaba frente a aquel sofá, caminando lentamente con dos tazas de té en las manos.

El señor Ambrus se sentó a su lado al cabo de unos pocos segundos y le entregó con una sonrisa la taza de té, bryony la aceptó sin decir mucho, incluso si no le apetecía tomarlo, pues todo lo que viniera de él lo aceptaría con una sonrisa.

- no puedo creer que nos haya tenido que salvar de la misma situación dos veces señor Ambrus -
Declaró después de unos largos segundos de silencio, con un aire de culpa; miraba fijamente a la taza sin razón alguna y suspiraba profundamente de vez en cuando, pues estaba apunto de entrar en desesperación.

- no te preocupes por eso -
El señor Ambrus había dicho ésas palabras con el corazón en la mano, sintiendo cada una de las sílabas con toda sinceridad; haría cualquier cosa que estuviera en sus manos solo para mantener una sonrisa en el rostro de la mujer a su lado, y aunque le costara aceptar la ayuda siempre estaría dispuesto a insistir si sabía que era por su bien.

C

uando tuvo a aquel hombre a su lado diciendo de aquella manera ésas sencillas palabras, su mente comenzó a viajar por el inmenso mar de recuerdos que tenía junto a él, dándose cuenta de una cosa; cada vez que algo malo sucedía, cada vez que se encontraba desesperada, cada vez que sentía que ya no podía más, él siempre había estado a su lado, él siempre la ayudo a salir adelante; no pudo evitar sentirse agradecida, pero al mismo tiempo algo culpable, ¿No estaba trayendole más problemas a su vida?.

- no sé que sería de nosotros si usted no existiera -
Definitivamente estaba apunto de llorar, la manera en la que hablaba reflejaba cada vez más y más angustia; el aludido rió con ternura, seguía la misma niña angustiada por dañar a los demás que era cuando tenía quince años, había cosas que nunca cambiarían.

- si yo no existiera, probablemente no habrías terminado la escuela superior-
Ante su respuesta una pequeña parte de su tormento se dispersó y una risa salió de sus labios al darse cuenta de que eran completamente ciertas, por un momento olvidó todo pues el hombre a su lado parecía estar completamente seguro de que ésas palabras eran ciertas y quizá presumía un poco de el poder que había tenido en su vida, pero claro tenía todo el derecho de hacerlo, pues había hecho más por ella de lo que estaba conciente.

Rápidamente aquella pequeña pizca de felicidad se desvaneció, regresandola a su realidad angustiante; ya no era ésa niña de quince años que el señor Ambrus conoció, ya no podía dejar que le resolviera sus problemas, ahora no solo era ella la que se veía involucrada, su hijo también lo estaba.

-¿Qué haremos ahora? No tenemos a donde ir, y yo no tengo trabajo -
Definitivamente las ideas se le habían agotado, llevaba tres meses buscando insaciablemente un trabajo y no lograba conseguir nada, no tenían una cada, no tenían comida, no tenían nada; las cosas se ponían cada vez mas difíciles, tanto que comenzabs a creer que una maldición la perseguía y que jamás podrian salir de éso.

Ambrus se quedó callado, pues no sabía que decir, no podía aportar una solución;; con gusto los invitaría a vivir por siempre con él, pero sabía que jamás aceptaría. Desvió la mirada para no tener que verla sufrir de aquella manera, notando un curioso objeto sobre la mesa que habia al lado del sofá, un recuerdo llegó de pronto a su mente al ver aquella foto, quizá después de todo si tenía una solución.

-¿Recuerdas a la hermana de tu marido? -
Preguntó el señor Ambrus de manera repentina, bryony sw confundió un poco ante la mención de aquella mujer, pero ¿Cómo olvidarla? ¿Como olvidar a la extremadamente directa, elocuente y extravagante hermana de su esposo? Ella más que ser su cuñada había sido su amiga.

- ¿Helen? Claro que la recuerdo -
E ra inútil preguntar, ella era la única hermana de Charlie, pero de todos modos quería asegurarse; la pelinegra siguió sin entender el porqué la mencionaba, así que se limitó a esperar a que se lo explicara.

- ¿Qué le sucedió a su casa? -
L

a familia de Helen era de bastante dinero, no eran millonarios pero nunca les faltaba nada, por esta razón construyó una casa bastante grande en su pueblo natal, un pequeño pueblo en medio del bosque llamado woodckley.
Recordaba ésa casa, la mayor parte de los cumpleaños los festejaban ahí, y cada vez que iban la dueña del lugar los recibía con mucho entusiasmo.

- cuando murió se la heredó a Pete-
El cariño que le tenía al muchacho, que en ése entonces era un niño era increíble, procuraba siempre que estuviera lejos de cualquier cosa que pudiera hacerle daño, y siempre se esforzaba por mantenerlo feliz; era obvio que ése lugar sería para él.
- Charlie y yo planeamos remodelarla... pero luego eso pasó -
Sus ojos instintivamente se movieron hacia la fotografía en la mesa, analizando con nostalgia lo que ésta reflejaba; era una fotografía del día de su boda, ella y Charlie estaban en el centro con trajes nupciales y una muy grande sonrisa en sus rostros, a lado de ella estaba el señor Ambrus, sonriendo con los ojos cerrados y del lado de su esposo estaba se hermana, posando muy feliz. Si pudiera volver el tiempo por cinco minutos definitivamente volvería a ése día, volvería a bailar el vals en sus brazos bajo la luz de la luna mientras todos aplaudían; siendo sinceros lo extrañaba demasiado, había sido el amor de su vida y se había ido para siempre.

Un incómodo y doloroso silencio se instaló en la habitación, Bryony sentía un nudo en su garganta y en su corazón, aún dolía recordarlo, sentía como si el dolor de todos esos años amenazara con salir en forma de lágrimas, como si el dolor de cada noche después de su partida se arrojara sobre su alma; aún recordaba la noche en que se fue, la manera en la que abrazó a Pete toda la noche, pensando una y otra vez en como iba a criar a su hijo sin él, en como iba a vivir si él, casi con la misma desesperación que tenía en ése momento.

- pero la casa sigue ahí, y aún es de ustedes -
A

pesar de que nunca movieron sus cosas para vivir ahí, la casa seguía estando a su nombre, el señor Ambrus tenía razón, seguía siendo de ellos; bueno, de Pete.

Bryony asintió con la cabeza, mirando hacia el horizonte; había cientos de recuerdos en ése lugar, cientos y cientos de memorias que aún dolían, volver ahí sería como desenterrar todo y revivir el dolor una vez más.

- ¿Crees que estés lista para volver a ese lugar? -
El señor Ambrus notó sus pensamientos, sabía lo difícil que sería, comprendía si rechazaba la oferta, después de todo le preocupaba más su salud mental

Bryony cerró sus ojos con fuerza, y pasó saliva; tantos años evitó ese lugar, pero ahora no tenía otra opción; era momento de enfrentar ése pasado que había estado ignorando, no podía huir de él por siempre.

- yo puedo afrontarlo, pero no estoy segura de que Pete esté listo para eso -
A

pesar de saber que ella estaba dispuesta a enfrentar todo e ir de vuelta a aquel pueblo, no estaba seguro de como reaccionaria Pete ante ésa opción, no sabía si iba a aceptar, o si le afectaría ése corazón tan sensible que tenía, definitivamente era algo importante a considerar, si él decía que no quería o veía que no podía, estaba dispuesta a seguir buscando opciones.

- pues entonces hablaremos con el cuando regrese -
Era la solución más fácil, era parte de la familia, merecía ser parte de ésa decisión que afectaría a todos, y la mejor manera de hacerlo parte era preguntándole si opinión.

Las horas pasaron, Pete había vuelto a casa, sin embargo, notaba que algo extraño estaba ocurriendo; sentía el ambiente pesado y triste, era algo sospechoso. Llevaba casi media hora en el apartamento y aún no le dirigían más que un saludo, se limitaban a mirarle de lejos, casi contando cada uno de sus pasos, cosa que hacía que el más joven no pudiera respirar con tranquilidad sin sentir que lo vigilaban.


Para ambos adultos era obvio e inocente la razón por la que actuaban así, pues esperaban el mejor momento para decirle, esperaban un momento calmado para poder sentarse a hablar.

Pete comenzó a sentirse incómodo, y algo temeroso de que fueran a darle una mala noticia, algo en su interior temía que la actitud de sus mayores se debiera a alguna tragedia, cosa que no se le haría rara considerando la mala racha que estaban teniendo, pero no podría soportar que otra cosa sucediera, sería más de lo que sus hombros pudieran cargar.

De repente, justo después de que Pete guardó sus cosas y se dispuso a despejarse un poco de todo su madre caminó lentamente hacia la sala, y se sentó en el sofá para dos personas, el pelinegro pudo sentir que ésta acción era más que algo al azar, cosa que le puso aún mas nervioso


- Pete, cariño, ¿Puedo hablar contigo? -
El que lo llamara cariño ya era raro, y que lo dijera de manera tan lenta y pausada le hizo saber que algo importante sucedía, su mente vagó intentando saber qué podía estar pasando.

Pete obedeció temeroso la orden, y se sentó junto a su madre, jugando constantemente con sus manos en un intento de calmarse.

Bryony suspiró profundamente antes de hablar, después de callar unos segundos, segundos que poco a poco le quitaban el aire al menor, ¿Qué era eso que la tenía así?

- ¿ Recuerdas la casa de tu tía Helen? -
Declaró de repente su madre, haciendo que los recuerdos del más joven viajaran a ése lugar y todo lo que había vivido en él, un sentimiento de nostalgia se instaló en su corazón al recordar todo ésto; de alguna manera presentía lo que estaba apunto de preguntarle.


- ¿Qué opinas, de mudarnos ahí? Es el único lugar que tenemos -
É

sas palabras confirmaron su teoría, entendía entonces la actitud que tomó su madre, era obvio que le dolía todo al igual que a él, o incluso más, puesto a qué ella era más consiente de todo cuando sucedió, el tan solo era un niño.


Pete creía que el podía afrontarlo, pero no estaba seguro de que su madre estuviese lista para volver.

- pues, podemos hacerlo -
No pensaba negarse, era su única opción, y a pesar de que no era algo que le emocionara si no contrario a todo lo ponía con los pelos de punta, si era lo único que podía hacer y era lo que su madre deseaba estaba dispuesto a hacerlo.

Su madre lo vió algo sorprendida por la rapidez con la que aceptó la propuesta, definitivamente no esperaba que accediera tan fácilmente, sin embargo sabía que no estaba del todo convencido, solo creía que ella lo estaba; en definitiva tenía el corazón más puro de todos.

- entonces, ¿Crees que el viernes podamos instalarnos ahí? -

Ésas palabras lo sorprendieron bastante, ¿El viernes? ¿Tan pronto?, Sin embargo algo en él le dijo que el hecho de que fuera tan pronto sería beneficio.

Pete asintió rápidamente, quizá la idea no era tan mala, esa casa podría salvarlos de esa situación, Pete creía que podía mejorar la situación en la que se encontraban.

Pobre inocente.

Las cosas solo empeorarían al llegar ahí.

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