わ͟ 🌧 ; 01 ‽ⵑ̶
Iba pasando por las pobladas calles, chocando de vez en cuando con algunas personas y sólo susurraba varios "lo siento" para seguir su camino.
Al parecer, su apariencia era tan lamentable que incluso se le quedaban viendo cómo si estuviera loco o drogado, agregando el hecho de que no traía paraguas a pesar de la fuerte lluvia.
Pero Yeonjun estaba más que consciente, lamentablemente.
Ya desearía estar ebrio o drogado para al menos olvidar por un rato, pero ninguna de esas sustancias le resultaba en lo mínimo agradable como para consumirlas.
Sólo era un chico con el corazón roto paseando por las calles, en busca de algo que le devolviera las ganas de vivir.
Siguió su caminata hasta llegar a un solitario parque que estaba cerca de su universidad. Tomó asiento en una banca en especial, la cual era de las pocas que estaba directamente iluminada por una lámpara.
Podía sentir las gotas de agua golpeando fuertemente su cuerpo, empapándolo por completo, pero eso no le importaba en lo absoluto.
De repente, sus ojos se cristalizaron.
En ese momento, lo único que quería era no sentir nada.
Simplemente deseaba... morir.
Se había esforzado tanto en salir adelante pero, ahora sentía que no había valido la pena porque en lugar de avanzar, sólo retrocedió como mil pasos.
Llevó sus manos a su cabeza y jaló dolorosamente sus cabellos azabaches, soltando repentinamente un desgarrador grito, lleno de frustración y tristeza.
Y si antes pensaban que estaba loco, ahora definitivamente las personas que pasaban por ahí afirmaban que tenía un tornillo suelto.
Pero ¿adivinen? tampoco le importó.
Su cuerpo estaba inundado de una inmensa tristeza que en un pasado hubiera combatido con tal de vivir, pero ahora... no tenía las fuerzas para pelear contra la tristeza.
Ya no.
Y finalmente, las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus suaves mejillas, una tras otra, marcando su doloroso recorrido.
Se sentía perdido, sin ningún propósito o sueño, inseguro de todas sus acciones pasadas y futuras.
Pero de repente, dejó de sentir las gotas de lluvia.
Tenía a una persona enfrente suyo.
Ni siquiera se tomó la molestia de mirar su rostro porque suponía que era una persona cualquiera que pasaba por ahí y sintió lástima al verlo.
—Puede irse, estoy bien, no se preocupe —habló lo suficientemente alto para que la persona lo escuchara, sin levantar su mirada del suelo.
Y al ver que la figura no se movió ni un centímetro, soltó un suspiro frustrado.
—Ya le dije que estoy bi-
Se interrumpió a sí mismo cuando levantó su mirada, encontrándose con lo que parecía el rostro de un lindo ángel.
Facciones marcadas y delicadas a la vez que nunca había visto antes. Tal vez era porque se notaba que era extranjero y no acostumbraba ver a muchos, o no que él recordara.
El desconocido castaño le sonrió cálidamente antes de sentarse a su lado en la banca, sin importarle si se mojaba o no, sosteniendo firmemente su gran paraguas negro para cubrirlos a ambos de la lluvia.
Rió levemente por la mirada de cachorrito confundido del pelinegro sobre él.
—A veces en momentos difíciles, necesitamos de un poco de compañía —su sonrisa no desapareció en ningún momento—. Y aunque tú no lo pediste, yo quiero acompañarte.
—¿Por qué? —murmuró con el ceño un poco fruncido.
—Porque nadie merece estar solo cuando lo que más necesita es un apoyo para seguir a flote.
Las facciones de Yeonjun se suavizaron ante las palabras del castaño, sacándole una ligera sonrisa.
—Gracias —jugó nerviosamente con sus manos.
—No es nada —le pidió al pelinegro que le sostuviera el paraguas por un momento, para después quitarse su abrigo y colocarlo sobre los hombros del mayor, cerrando algunos botones antes de tomar nuevamente el paraguas—. Mi nombre es Kai Kamal Huening, pero la mayoría me llama Hueningkai porque se les hace más sencillo y corto.
Ambos soltaron una corta risita.
—Choi Yeonjun, es un gusto, Kai —sonrió tímidamente, con un suave sonrojo pintando sus mejillas.
—El gusto es mío, Yeonjun.
Sus miradas se mantuvieron conectadas por largos segundos que parecieron una eternidad, algo que Yeonjun deseó que nunca terminara.
Pero un pequeño estornudo por parte del pelinegro tuvo que cortar el momento.
—Debes secarte y cambiarte antes de que pesques un resfriado. Vamos, te acompaño a casa —se levantó de la banca y le ofreció su mano al mayor.
Este no dudó mucho en tomarla y apegarse un poco al cuerpo contrario en busca de calor.
Hueningkai al ver aquella acción, posó su brazo sobre los hombros de Yeonjun, sintiendo sus mejillas arder.
—H-hay que apurarnos antes de que te resfríes.
El pelinegro asintió levemente y ambos emprendieron su camino hacia el hogar del mayor.
Si es que se le podría llamar hogar a ese infierno.
En ese momento, Yeonjun creyó haber sido rescatado por un precioso ángel, que evitó su caída al abismo.
De verdad que lo creyó.
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