Claire, tras observar aquel trozo de papel con esa extraña pero inquietantemente "profunda" pregunta, quedó unos momentos en completo silencio, inmóvil.

Tras quince minutos, y luego de pensar en qué responder, tomó una lapicera de tinta negra y escribió;

"No sé a dónde quieres llegar con esto o qué intentas obtener, pero no estás consiguiendo nada, Howard."

Ante aquella respuesta, Dean se limitó a observar a su compañera de clase. Unos momentos después, tomó su pluma de plata y escribió una breve frase.

"Nos vemos luego de clase en la terraza de la facultad."

La joven no comprendió la razón por la que él actuaba de esa manera. A su forma de ver, su comportamiento era todo un misterio.

Absorta en sus pensamientos, no se percató de que aquellos minutos, antes eternos, habían pasado tan rápido como los sueños de cada noche.

La sensación de una mano en su hombro fue lo que la obligó a salir de aquel mar de pensamientos, los cuales aún no era capaz de comprender.

Volteó para ver de quién se trataba, y fue solo entonces que se dió cuenta de que las clases habían acabado ya y que era la última persona que quedaba en el aula.

La persona responsable de haberla sacado de sus pensamientos, era Mayra Rosenthal. Una de las pocas personas en aquella institución que eran de su agrado.

Mayra tenía el cabello teñido de un azul grisáceo, aunque se podían apreciar las raíces del pelo, las cuales eran de un color castaño.

Sus ojos eran de un color marrón con miel en tonos realmente únicos.

Cabello hasta los hombros y sus labios eran de un tono ligeramente rosado, además de finos y suaves.

Vestía un jean roto negro, converse del mismo color, una remera de manga corta negra y encima de esta se encontraba una campera negra.

En una breve conversación, Mayra le explicó a Claire que las clases habían acabado y debía irse a casa.

Claire simplemente asintió, se despidió y recordando la nota se dirigió hacía la terraza.

Justo como esperaba, se encontró al autor de aquellas breves notas.

Dean Howard era un joven de tez pálida, alto, labios promedio, de cabellos oscuros y ojos grises los cuales, al ser expuestos bajo la luz del sol, tomaban una sensación de neutralidad o misterio.

Vestía ropa oscura. No solo porque le gustara, sino también para no llamar la atención. Aunque a decir verdad, sus ojos son lo que más atraen.

Dean posó su mirada en Claire, quien era tanto hermosa como enigmática a partes iguales.

Aquella joven poseía cabellos dorados como los rayos del sol, sus ojos color color miel resaltaban aún más con el sol.

— Bien, ya estoy aquí, ¿Que quieres, Howard? — Preguntó mirándolo seria cruzándose de brazos.

— Dos meses, 60 paseos. — Contestó indiferente.

— ¿Disculpa?

— Quedan dos meses para que termine el año escolar, ¿No? Quiero que hagamos un paseo cada día hasta que acabe el año.

— ¿Por qué?

— Porque hay lugares que vemos día a día, y sin embargo son aún más bellos y únicos bajo la luz de la luna. Quiero mostrarle esos lugares a alguien que lo merezca.

— ¿Y por qué yo y no alguien más?

— No sé explicarlo, pero sé que mereces conocer el mundo desde otra perspectiva.

Claire lo miraba confundida. No entendía porque le decía todo eso o porque le ofrecía aquellos recorridos.

— Antes del amanecer, descubriremos el mundo bajo la luz de la luna. — Concluyó Dean.

Aquella frase fue suficiente para convencer a Claire de que no se equivocaría si decidía ir a los paseos que el pelinegro le ofrecía.

Llevándola a decir lo siguiente.

— Bien. Un paseo cada noche, durante 60 días.

❛❛En sus ojos brillaba la dulzura de la melancolía.❜❜

-Virginia Woolf, The Voyage Out.