Capítulo 3: Los otros
Mal se escabulle dentro de aquella mina que llama su hogar con tanta precaución que incluso parece andar de puntillas. Al llegar a la sala improvisada, se encuentra a Hades dormido en el sofá. O eso cree al verlo recostado con sus lentes oscuros puestos.
Da un paso, retiene la respiración. Da otro, y el rechinido de una tabla arruina todo.
—¿Dónde estuviste?— cuestiona Hades, su voz asustando a la pelimorada.
Ella se incorpora un poco, y arroja su mochila a un rincón sin importarle ya hacer ruido.
—Por ahí.
“No le digas a tu padre que estuviste conmigo.”
Mal guarda cierta distancia cuando va a buscar algo de comer. Aquella charla con su madre la dejó tan hambrienta como intrigada. Sin esperar más preguntas, ella decide cambiar el tema.
—¿Y Hadie?
—Dormido. Está bien, sólo fueron un par de golpes sin importancia.
—¿Seguro? —Mal pregunta, acercándose a la habitación que comparten—. Creí que lo habían golpeado muy fuerte.
—Estará bien—repite Hades, irritado—. Y te prohíbo que lo consueles. Ya es lo
suficientemente blando.
Mal asiente, presionando sus labios, mordiendo su lengua para evitar decirle al Dios que un poco de amor de su parte no le hará nada malo al niño.
Desde que la madre de Hadie murió de una extraña enfermedad cuando este tenía más o menos un año de vida, el Dios cerró aún más su corazón. A Hadie lo repele desde
entonces, obligándolo a crecer sin su afecto, siendo Mal la que, apenas lo comprendió, le brindó el cariño que a ambos les hacía tanta falta. Sin que Hades supiera, por supuesto.
—Mal —Hades la llama antes de que vaya a dormir—. El hijo de Jafar tendrá su merecido. Nadie se mete con mis hijos.
—No esperaba menos, papá, pero yo me encargaré esta vez.
“Conocerás el verdadero poder. Eres mi hija, y por eso mismo serás la que logre sacarme de aquí y, además, serás la que destruya Auradon y su mundo perfecto.”
Padre e hija se sonríen mutuamente, apenas un poco, y con eso se despiden.
Hades nunca supo que Maléfica ya había insertado la semilla del mal dentro de su hija, y lo dejó pasar porque Mal nunca le había mentido… hasta esa ocasión.
El tiempo en la Isla pasó. Mal creció entre encuentros furtivos con su madre, escuchando ideales malvados, provocando peleas con su padre y hermano cada vez más frecuentes y fuertes.
Mal se sentía incomprendida, creyendo en Maléfica ciegamente, dándole la razón a todo lo que la Emperatriz del Mal le decía.
Al cumplir dieciséis años, Mal decidió ignorar la tradición de comer pastel rancio con su padre, y por primera vez, se atrevió a ir por un sector desconocido de la isla creyendo ser lo suficientemente mayor para ir por ahí, sola.
Nota que las personas rehuyen a su mirada. Alza la barbilla, orgullosa, imaginando que cuando sea la que los saque de ese lugar la van a respetar más.
De pronto sus ojos verdes captan un brillo azul, que por un momento confunde con el de Hades y se asusta pensando en los problemas que tendrá. Pero no, no es su progenitor, ni Hadie.
Es Evie Grimhilde.
La ve coquetear descaradamente con el joven propietario de un puesto de frutas en mal estado, y mientras él está embobado con su belleza, ella aprovecha para robar ágilmente un par de manzanas. Rueda los ojos. Que hombres tan imbéciles, piensa, al ver lo fácil que ella lo engaño. Pero aún así decide desaburrirse un poco.
—¿Tan hambrienta estás, Grimhilde?— le pregunta al interceptarla en una intersección de callejones, ella la esquiva—Oh, vamos, no seas tan borde.
—¿La casa de papi te aburrió, Mal?—insinúa la contraria, burlona, tomando por sorpresa a la hija de Hades.
La sonrisa que le dedicó fue tan frívola que Mal se preguntó si es que acaso alguna vez sonreía de forma sincera.
Camina a su lado, empujando de vez en cuando a las personas, tratando de seguir el trote suave de la chica peliazul, quien parece no inmutarse. Incluso corriendo se veía perfecta al mejor estilo VK.
Mal sacude la cabeza.
—¡Cuidado abajo!
El golpe de un cuerpo impactar y deslizarse en un tejado hace que ambas den un salto
hacia atrás por inercia. Las botas estilo militar tocan el suelo, los pies cayendo con un golpe sordo, mostrando al chico de cabello largo que la ojiverde tanto odia.
—¡Jafar, por todas las telas!
—¡Que no me digas Jafar, princesita! ¡Soy Jay!
El chico se acomoda el gorro de lana sobre su cabeza y mira con reproche a Evie. Odiaba que lo llamaran por el nombre que su padre le puso, y preferiría su apodo por sobre todas las cosas. La chica de cabello azul lo sabe pero aquello no podía importarle menos.
—¿Y ella qué hace aquí? ¿Son amigas ahora? —pregunta Jay con ironía.
Al ver a Mal, su rostro se torna serio nuevamente. Ella perdió todas las ganas de molestar a Evie y dio media vuelta, alejándose de ese par que seguramente se iría a hacer cosas extrañas a un callejón. Aquello no era secreto para nadie, por cierto.
—¡Adiós, ladrones de cuarta!
Escucha que Evie le pide a Jay que la deje ir, para su sorpresa, pues esperaba al menos una persecución corta donde dejaría como idiota al chico de cabello largo.
Se detiene al estar lejos, sólo para observar a un peliblanco salir disparado de una
mansión prácticamente en ruinas. Tras él, poco después, sale una mujer de aspecto
desquiciado gritándole que no vuelva a casa a menos que le lleve más abrigos de pieles.
Cruella De Vil había perdido su encanto hacía mucho tiempo atrás.
Mal ve correr al chico, pero poco después, se desploma de lleno en el suelo de tierra.
—Demonios—murmura, y por un momento, Mal duda que hacer.
Mordiendo la punta de su lengua, comienza a caminar a él. Sólo para asegurarse de que siga vivo, se dice, tratando de ocultar su preocupación. Aquello no sería digno de alguien como ella.
Maléfica le ha dicho muchas veces que mostrar compasión es una debilidad que no puede demostrar.
Al De Vil lo había visto en varias ocasiones, y aunque no tenía problema alguno con él,
siempre que lo veía ser molestado por el estupido hijo de Jafar. No lo ayudaba porque tampoco era su amigo, pero sin duda le caía mejor que el otro par.
—¡Oye!
Lo sacude con fuerza, esperando a que vuelva en sí. Al hacerlo, este tiene las pupilas dilatadas y los ojos inyectados de sangre. Aunado con el cabello revuelto de esa forma tenía un aire salvaje.
Carlos está molesto con todos, todo el tiempo, tan enojado que siempre se desquita con todo el que se le cruce.
—¡Quítate, nadie pidió tu ayuda!—exclama el muchacho, tomando por sorpresa a Mal.
Carlos nunca fue así de agresivo, o al menos no lo recordaba de esa forma.
—Yo sólo...
—¡Déjame en paz, Mal!—el joven elevó la voz, sacudiendo el polvo de su ropa一. No finjas preocupación. Eres igual a todos aqui, igual a mi madre. ¡Y estoy harto de todos ustedes!
Carlos patea un bote de basura, y soltando un grito, sigue su camino hacia el mercado.
Mal cree que el pecoso perdió la cabeza por completo, aunque a decir verdad, no le
sorprendía en lo absoluto.
Según se sabe, alguien que lleva el apellido De Vil está destinado a la locura.
(...)
Sólo unos días transcurrieron.
Unos días, y la acción que marcaría un antes y un después sucedió.
El futuro rey Benjamin Beast había seleccionado a cuatro hijos de villanos para llevarlos a vivir a Auradon, siendo esto sorpresivo e impactante para todos por igual.
Y Mal fue elegida.
—Pobre príncipe estúpido— murmura viendo el televisor—. Ni siquiera tiene idea de todo lo que le haré a su mundo perfecto.
Dicho esto sale a buscar a Maléfica.
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