Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

•Capítulo•

A la quinta y última llamada de esta hora «las tres de la mañana», cojo el teléfono con tal de que este castigo cese, y no por ganas, aunque me muero por escuchar su voz, la última vez que le cogí el teléfono la cosa no terminó nada bien; estaba en el estudio y escuchaba una horripilante voz demasiado familiar que le decía que dejara el tema en paz, que se olvidara de mí tal y cómo había hecho yo con él.

Qué demonios.

— ¿Vas a volver a casa?

— No. — Por el momento.

Deseo volver a casa y sé qué él lo sabe, pero las cosas tienen que cambiar mucho para que vuelva, y eso él también lo sabe.

— Pero quiero que vuelvas conmigo. — Dice cómo un corderito.

Ahora mismo me siento el lobo de este cuento.

— Yo también quiero que vuelvas Freddie. — Sueno más brusca de lo que pretendía.

— Y he vuelto, solo me faltas tú. — No trata de endurecer su voz.

Me río.

— ¿En dos semanas? — Bufa.

— Ven un rato. — Insiste.

— Joder Freddie. — Ya me has vuelto a liar.

Me pego en la frente y froto la palma de mí mano contra ella.

— Tardaré lo que me cueste llegar. — Añado y cuelgo el teléfono sin dejarle decir una palabra más.

No quería que me preguntara dónde estaba, dos calles son muy pocas, demasiado cerca de su casa para tomarme tiempo para mí misma y qué no esté todo el día merodeando por aquí; nos haría más daño a los dos, no sé a cuál de los dos más: si a Freddie por mi comportamiento o a mí por saber el daño que le hago con mi comportamiento.

Llamo a la puerta con sosiego, esperando a que un Freddie realmente histérico abra y empiece a gritar; en su lugar, me sorprendo al ver a Joe enfrente de mí.

— Está arriba esperándote. — Responde a mí pregunta antes de que pudiera hacérsela.

Le sonrío.

Bufo antes de dirigirme hacia su dormitorio.

Asomo mi cabeza por la ranura de la puerta que está medio abierta y lo veo sentado a un extremo de la cama, con la mirada fija en el suelo, las manos cogidas entre sí y mece la pierna derecha con un notable tic nervioso incesante.

Tomo aire muy despacio, justo cuando sus ojos café se alzan y se centran en mí desvelándome, encendiendo una llama en mí. Termino de abrir para poder verlo bien, para vernos bien.

En un abrir y cerrar de ojos se planta enfrente de mí, rodeándome por la cintura. Llevo mi mano a su abdomen desnudo, lo acaricio lentamente hasta llegar a su corazón, que palpita con desespero.

Coge mi mano apretándola contra su corazón, apretando con fuerza, mirándome directamente a los ojos. Roza mis labios con la punta de la yema de sus dedos emborrándome el cuerpo de arriba abajo; se ríe al ver el bello de mi brazo erizado.

Me quita la ropa sin darme tiempo a procesarlo, sin ni siquiera percatarme de lo que sus manos aventureras estaban haciendo, pero en cuánto lo hace, en cuanto me doy cuenta de que me ha desnudado y de que él sigue vestido (sólo el pantalón) y trato de arrancárselos a zarpazos, y por lo general, hubiera ayudado a mis torpes e impacientes manos a quitarle los pantalones para devorarnos, ahora las aparta de su cinturón y sus ojos son la calma personificada.

En un abrir y cerrar de ojos estamos tumbados sobre la cama, con él entre mis piernas deseando unirse a mí, ambos con la respiración entrecortada y el pulso en el cielo. Las pupilas de Freddie están tan dilatadas que sus ojos almendrados parecen ser negros y se restriega entre jadeos provocándome escalofríos por todo el cuerpo.

Acaricia mi barbilla con la yema de sus dedos, recorre mi mandíbula con ellos y reposa sus labios en mi cálida piel. Gimo proporcionándole un mejor ángulo de mi cuello, y aprovecha humedeciendo la zona con la lengua.

Enrosco mis dedos en las puntas de su cabello, tirando de él hacia mi cuerpo, pegándolo más.

Con un ágil movimiento de cadera y aferrándose a la mullida almohada que sostiene mi cabeza, se adentra en mi interior fundiendo su cuerpo con el mío, mi interior se ciñe a él como a un guante. Gime mordiendo sus carnosos labios, empujando su frente junto a la mía.

Movemos la cadera en perfecta harmonía, amoldando el cuerpo del uno al otro, besándonos entre sonrisas y gemidos. Entrelaza nuestras manos, cogiendo la mía con fuerza y besando mis labios con muchísima ternura.

Abro las piernas para él, coge aire desesperadamente, palpa mi estómago y acelera el ritmo de sus empellones haciéndolos más rudos, más sensuales, más placenteros al sentir como se endurece dentro de mí.

Arqueo la espalda cada vez que nuestras caderas chocan, su boca se amolda con ferocidad a la mía y me muerde el labio inferior.

— Freddie. — Jadeo.

Permanece en silencio, tan solo se oyen sus gemidos mezclados con los míos en esta gran habitación.

Aprieta mis pechos, y mis pezones se ponen como piedras al instante; la situación empeora cuando acerca su boca a ellos succionando y mordisqueando con la presión perfecta entre el placer y el dolor.

Cojo su cara entre mis manos en un tremendo arrebato de amor, por mirarlo a los ojos mientras hacemos el amor, en mirarnos a los ojos en mientras somos uno, mientras fundimos nuestros cuerpos en uno solo.

Junto mis muslos y la cara de Freddie junto con sus gemidos al hacerlo es indescriptible.

O sí.

Cada vez que se adentra en mí junto los muslos y el cuerpo de Freddie empieza a temblar y a sudar al mismo tiempo.

Sé lo que significa eso para los dos.

Aceleramos los movimientos de nuestras caderas, más deprisa todavía, Freddie araña mi cintura, yo me aferro a su espalda y ambos llegamos a un caluroso e inmenso orgasmo.

— Vuelve a casa. — Traga saliva, recobra el aliento aún con nuestros cuerpos unidos en uno y jugando sus mejores cartas: me tiene comiendo de su mano en un momento en el que sabe que me siento muy vulnerable tas una discusión y está mirándome a con sus enormes ojos marrones, pidiéndome de corazón que vuelva.

— Estaba en un apartamento a dos casas de aquí. — Toco su diminuta oreja sonriendo. — Podía verte dormir desde allí. — Fueron noches preciosas y llenas de soledad y nostalgia al mismo tiempo.

— En vez de estar aquí, conmigo. — Aparta su cuerpo desnudo de mí.

Flexiona sus piernas, reposa los brazos sobre ellas, entrelaza las manos y esconde la cabeza entre sus brazos.

— Pero te comprendo. — Dice por lo bajo. — No voy a reprocharte nada. — Sus hombros decaen. — Tan sólo hiciste lo que debías hacer. — Me mira entristecido. — Sé admitir mis errores; mucho más de cara a ti, y me porté cómo un completo imbécil contigo.

Quiero llorar.

Quiero llorar un montón.

Cojo sus manos colocándolas en mí cintura, me siento en su regazo y rodeo su cuello antes de empezar a besarlo despacio, muy, muy, muy despacio.

— Te amo. — Cojo su parte tratando de despertarlo, algo que hace efecto en cuánto mi mano ha rozado su suave piel.

— ¡Ah...! — Consigo aferrarme a su cuerpo cuando me llena sin previo aviso.

Aunque debería haberlo previsto por el breve destello en sus ojos, ese breve destello que conseguí aprender estudiándolo todos los días de nuestras vidas.

Eleva mi cuerpo con su cadera y me abraza a él con una fuerza espeluznantemente melancólica haciéndome preguntar cómo habrá estado las dos interminables semanas que hemos estado separados el uno del otro.

Una parte de mí lo sabe, pero aún habiéndolo visto cada noche, quiero comprobarlo por mí misma con mos propias manos.

Lamo su cuello provocándolo, y se emborrona todo su cuerpo. Araño desde la nuez de su garganta hasta el punto en el que se unen nuestros cuerpos sudorosos y sus pupilas se dilatan mirándome a los ojos. Hundo mi cadera más en la suya y escalofríos de placer invaden su cuerpo sediento.

— ¿No has tenido suficiente? — Coge mi mano observándome con confusión en su mirada.

— ¿A qué te refieres? — Coloca mis manos sobre sus hombros.

— No sólo te vi dormir Frederick, y no sólo te vi con una persona. — Frota sus labios desviando la mirada. — Cariño, sabes que no me importa, ¿pero cómo tu cuerpo después de tanto reacciona cómo si nada? — Ahora sí me mira a los ojos.

— Jamás podré, ni queriendo, reaccionar de la misma forma contigo que con un hombre. — Encoge sus hombros. — Estoy enamorado de ti a un nivel más profundo que con cualquier hombre que haya estado hasta ahora. — Sonrío acariciando fuerte su mejilla, moviendo con más desespero mi cadera y tragándome las lágrimas que estaban a una palabra de desbordarse de mis ojos.

— Es lo más bonito que me has dicho nunca. — Sonríe escondiendo su cara en el hueco de mi cuello y abrazando mi silueta.

— Es la verdad; has visto, dicho y hecho cosas conmigo y de mí que nunca nadie más me ha visto. — Arqueo una ceja. — La mayoría de las cosas que casi nadie ha visto. — Rectifica guasón. — Y aún así mírate: no ves a la súper estrella, ni la parte más oscura de mí. — Lo callo con un beso.

— Sí los veo, por supuesto que los veo Fred, y sé perfectamente quién y cómo eres, sobretodo los días que he tenido para pensar en nosotros. En ti. — Traga saliva bruscamente. — Lo único que me importa es esto. — Pongo mi mano encima de su pecho, sintiendo sus acelerados latidos chocar con fuerza contra la palma de mí mano. — Cómo eres conmigo, y... — Sonrío observando su cuerpo de arriba abajo, desde su precioso pelo enmarañado hasta nuestras piernas enredadas entre sí. — Me haces reír muchísimo, me haces sentir segura de mí misma, haces que mis problemas se disuelvan o que me olvide de ellos durante un tiempo, cada segundo que estoy a tu lado me olvido de mí misma. No puedo pensar en otra cosa que no sea en tí Freddie. Mis días, cada cosa que hago, cada movimiento, cada palabra, cada sentimiento, cada pensamiento, cada respiro que doy, lo hago todo contigo en mi mente. — Deja escapar un largo y profundo suspiro de entre sus labios. — Eso no lo consigue cualquiera.

— Nosotros no somos cualquiera. — Levanta mi brazo y enrosca nuestros dedos.

— Somos dos locos de atar en un mundo repleto de locos que se han encontrado para volver al mundo más loco aún.

— Es un buena definición. — Sonríe. — Te amo. — Susurra en mí oído empujando contra mí cadera con brusquedad.

Gimo y clavo las uñas en sus hombros en un intento de liberar el placer que le causa a mí cuerpo.

— Además. — Sigo con el tema de antes. — Sabes que esa parte de ti, esas cualidades, por muy destructivas que sean... Me ponen mucho. — Digo en un hilo de voz.

— Venga, termina tú. — Se acuesta sobre el colchón con los ojos cerrados y abre ligeramente las piernas.

¿Era un nudo en la garganta lo que he escuchado?

— Freddie, ¿he dicho...? — Niega a mitad de la pregunta. — ¿Hecho? — Vuelve a negar con los ojos aún cerrados.

No le gusta hablar mucho, sólo lo justo en cuánto se trata de algún problema.

Nada.

Y yo sería lo único que haría durante todo el día.

— Termina. — Insiste.

Ya empezamos a ver quién tiene más huevos.

— Freddie. — Me coloco encima de su cadera con nuestras pieles rozándose.

Acabo de declararle la guerra.

Abre los ojos de golpe, trata de levantarse pero lo empujo por los hombros hasta que su espalda vuelve a tocar el colchón.

— Necesitaba esto. — Dice al fin. — Te necesitaba. — Repite mirándome.

— Yo también necesitaba escucharte. — Froto nuestras narices sonriendo y consigo sacarle una pequeña sonrisa. — Ahora ya puedo terminar. — Digo adentrándolo en mí interior y arquea la espalda gruñendo.

— Bastarda que eres. — Mustia jadeando y hago chocar nuestras caderas. — Vale... — Gime.

Coge mi cintura con sus fuertes manos y sé en ese instante que acaba de robarme las riendas del juego.

— Por Dios... Freddie... — Me muerdo los labios dejándome llevar por sus deliciosos y suaves movimientos.

Estaba totalmente equivocada.

Tras unas cuantas horas más rindiéndonos a la falta que nos hemos hecho las últimas semanas, mi estómago ha decidido que es el mejor momento para empezar a gruñir de hambre.

— Será mejor que bajemos a comer. — Dice pegado a mí pecho.

— Una ducha antes estaría bien. — Pongo su pelo mojado hacia atrás.

— Luego. — Sube hasta que su rostro queda a mí altura. — Comamos algo que no sea a nosotros y luego nos duchamos, con más tiempo. — Suspiro rendida.

— Déjame por lo menos. — Me da su camisa antes de que yo pudiera coger alguna parte de mí ropa.

— Eres mía, llevas mi ropa. — Dice orgulloso cuando termino de ponerme la camisa blanca que no llevaba antes puesta.

Aún así desprende un tremendo olor a él, y no puedo evitar abrazarme a mí misma al sentir su olor de nuevo pegado en mí cuerpo.

— ¿Algo más, señor Mercury? — Estalla en carcajadas colocándose de nuevo entre mis piernas.

— Dame un gran beso. — Sonrío atontada y le doy un enorme beso, tan grande que resuena por toda la habitación y a sus labios le cuestan horrores separarse de los míos. — Te amo. — Me da otro beso.

— Te amo Frederick Mercury. — Vuelve a sonreír.

Ahora tengo ganas de broma.

Tengo muchísimas ganas de broma.

Bajamos la escalera con sigilo y entramos al salón cogidos de la mano y dándonos besos a diestro y siniestro, abrazándonos y estrechándonos con fuerza.

— Por tu culpa mañana no me voy a poder mover de la cama. — Agarro su nalga con fuerza y gime atravesando la puerta que da a la cocina.

— Podré aprovechar para repetir lo de hoy. — Le tapo la boca con rapidez al ver tantos ojos observándonos y sólo una boca entreabierta, las otras parecen alegrarse de verme con Freddie. — Liza. — Aparta mí mano de sus labios y un vacío terrible se apodera de mí posándose sobre mi pecho. — Preparanos el desayuno digno de unas reinas. — Se gira mirándome. — Necesitamos recargar bien las pilas. — Joe se ríe por lo bajo mirándome con complicidad.

Conoce muy bien a Freddie.

— ¿Tendréis suficiente con la nevera entera? — Bromea.

Me acerco a Freddie pasando por delante de una Mary un tanto asqueada y Freddie rodea mi cintura dándome un beso en la mejilla.

— Yo creo que no. — Dice y me besa atrapando mi lengua entre sus labios.

— Por fin vuelves a ser tú. — Menciona alegremente Joe hacía Freddie y éste se sonroja asintiendo.

— Haz el desayuno que te dispersas. — Vuelve a centrarse en mí.

— Maria. — Por fin se acerca a mí el amor de su vida.

— Mary. — Le sonrío.

— Se te echaba de menos tenerte por aquí. — Qué falsa es.

Por cierto, ¿qué hace aquí? Me giro mirando a Freddie y siento cómo un nubarrón amenaza con descargar todos los malos recuerdos sobre él, poco a poco, ahogándolo en un mar de malos tiempos.

No pienso permitirlo.

— Yo también te he echado de menos. — Le sonrío con lágrimas en los ojos.

Algo me dice que no ha sido él quién la ha llamado, sino alguien desesperado por la marcha de Freddie y por con quién se juntaba y forma de tratarlo, más bien utilizarlo.

Entonces la abrazo dándole las gracias a mí modo por haber venido hasta aquí por Freddie. Al fin y al cabo parece que las dos tenemos una cosa en común: La felicidad de Freddie. Su felicidad y su protección.

— Mañana vuelvo a Londres. — Anuncia.

— Bien, esta noche nos vamos dónde sea a cenar. — Me giro hacia Joe. — Todos. — Me sonríe y mi pequeño me da un beso en la mejilla.

— Volveremos pronto, ¿no? — Le devuelvo el beso en los labios.

— Sí. — Afirmo.

Yo también le tengo ganas, muchísimas ganas.

— Volveremos pronto, que mañana madrugo. — Se acuesta con cierta distancia a nosotros. — Pero me parece buena idea salir a cenar todos juntos. — Paso mi mano por su cintura y le froto la espalda; me sonríe.

Mientras Joe termina de hacer el desayudo, Freddie ha decidido que irnos al salón los dos juntos ha sido una buena idea. Espero que mi ropa interior se mantenga en su sitio en vez de estar volando por toda la habitación y que alguien entre de golpe en pleno acto.

Se sienta en el sofá y me tira sobre su torso, de espaldas a él, abrazándome con una fuerza asfixiante pero que trae consigo una maravillosa sensación y una calidez extraordinaria que echaba muchísimo de menos.

— Tengo que hablar contigo. — El tono de su voz ha sido como si me echaran encima un cubo de agua helada.

No me ha gustado en absoluto.

— ¿Sobre qué? — Apenas me aparto de él, sólo giro la cabeza lo suficiente para poder mirarlo a los ojos.

Él, en cambio, me sienta en el sofá y se levanta empezando a dar vueltas alrededor de éste.

— De ti. — Me señala. — De mí. — Señala su pecho. — Sobre nosotros. — Hace un mohín y gesticula con aire teatral.

— ¿Qué pasa? — Digo en un hilo de voz.

— Esto es algo que he pensado yo. Ahora. — Se ríe de él mismo. — No se lo he dicho a nadie, pero es lo que siento que debo hacer. — Asiento y trato de coger sus manos inquietas.

No voy a poder cogerle las manos, se ha puesto nervioso, y si un Freddie relajado de normal no para de moverse, un Freddie nervioso ni te cuento. Sería capaz de formar un huracán con sus propias manos.

— Perderte estas semanas ha sido lo peor que me ha pasado en años. — El corazón me da un vuelco. — No quiero que eso vuelva a ocurrir. — Sus manos protegen su pecho, o su corazón, quién sabe. Tal vez ambas cosas. — Nunca más. — Dice bruscamente.

— No volverá a ocurrir. — Digo a modo de promesa.

Yo tampoco quiero que vuelva a ocurrir.

— Eso no me basta. — Algo dentro de mí muere y mis ojos se llenan de lágrimas.

— ¿Quieres que me vaya? — No sé si me habrá escuchado o qué, estaba ocupada obligando a mi corazón a que se mantenga entero, sin hacerse añicos.

Abre unos ojos como platos y gesticula delante de mí con frenesí.

— ¡No, no, no! — Dice presa del pánico. — ¡No! — Repite histérico. — ¡Todo lo contrario querida! — Se recompone y yo me siento más confusa que nunca.

Me refiero a nunca, y mira que he visto y hecho ya cosas que no sabía ni por dónde empezar ni qué hacer.

— Freddie, me estás poniendo de los nervios. — Abro las manos y sonríe.

Hacía mucho tiempo que no le decía eso.

— Dímelo de una vez, ¿qué pasa? Ya sé que no quieres que me vaya, y tampoco sé qué quieres decir a todo lo contrario. — Empiezo. — No voy a irme, pero no sé qué significa para ti con eso no me basta. — Le explico. — Si no te basta mi palabra, mi confianza... ¿sobre qué base está construida nuestra relación? ¿Sólo broncas y sexo? — Me señala sonriendo, como si hubiera dado con la clave de todo.

— ¿Qué relación tenemos? — Está jugando a los acertijos y yo tengo la paciencia justa para adivinarlos. — ¿Amantes? ¿Amigos? ¿Conocidos? — Niego confusa.

— ¿Amigos y amantes? — Extiende su mano hacia mí pero la aparta al decir amigos y mi confusión sólo va a más. — Amantes, amantes. — Rectifico. Creo que ya lo voy pillando. — Somos amantes, ¿y? — Pone los ojos en blanco y sé qué su paciencia también está llegando a su límite.

— Vas a dejar de ser mi amante. — Dice cómo si nada.

Me va a volver loca.

— Quieres que no me vuelva a ir de tú. — Me callo al atravesarme con la mirada. — De nuestra casa, pero quieres que dejemos de ser amantes. — Piensa en mis palabras.

— Así es. — Asiente mirándome.

— Freddie, si no quieres acostarte más conmigo dímelo. — Se pega en la cabeza claramente harto.

Mi torpeza humana a veces lo sobrepasa.

Lo entiendo a la perfección, ni yo misma me aguanto.

— Maria, te conozco. — Se aproxima a mí. — Yo tengo una idea en la cabeza sobre nuestra relación y tú tienes otra muy diferente. — ¿Qué está diciendo ahora? — Tampoco tanto, pero la palabra amante es muy vulgar para usarla contigo... — Suspira. — Hablando con Joe, me refiero a los demás cómo mis amantes. — Hace comillas con los dedos. — Tú no estás dentro de ese saco de mierda. — Me mira. — Y cómo te conozco tengo que decirte esto: cuando te dije que te vinieras a vivir conmigo. — Asiento y espero a qué siga. — No fue solo porque eres mí. — Se calla. — Ya lo sabes. — Da una manotada al aire. — Sino porque quería ir más lejos contigo, pero nunca te dije nada, nunca lo expresé con palabras no lo vocalicé, sólo lo sentí y lo hice. — Me mira esperando una reacción por mi parte. — De modo que eres mi pareja. — Continúa al ver que no digo nada.

Únicamente me dedico a observar lo mucho que se está esforzando por mostrarme sus sentimientos, y estoy disfrutando de lo lindo.

— Ya lo sabes, eres mi pareja. — Eleva la cabeza mirándome grandioso. — A la próxima te piensas dos veces el irte de casa. — Ladeo la cabeza.

— Pensé dos, tres, cuatro, cinco veces el irme de aquí. — Enredo nuestros dedos. — Terminé mareada de las vueltas que le di al asunto, pero decidí que era lo mejor para los dos. — Me levanto y me pongo cara a cara con él. — Yo tampoco sabía muy bien qué idea tenías acerca de nuestra relación, pero yo si te consideraba mí pareja. — Acaricio su mejilla con suavidad, sonríe y le da un beso a mis dedos.

— Espera, ¿me considerabas tú pareja y aun así te fuiste? — Aparta mi mano de él y el vacío que siento en mi interior amenaza con destruirme.

— Freddie, ¿qué otra opción tenía? — Su respiración se agita.

— Te fuiste. — Dice entre dientes.

Acabamos de salir de una pelea y sin más estamos entrando en otra.

— Lo hice. Tú me obligaste a hacerlo. — Meto el dedo en su pecho. — ¿Crees que para mí fue fácil dejarte aquí? — Su respiración se agita. — No lo fue Freddie, fue lo más duro que he tenido que hacer en mi vida, pero necesitabas ese toque de atención. — Le aseguro. — Me importa una mierda que te coloques siempre y cuando, dentro de lo que cabe, tu vida no peligre, me importa una mierda la de veces que lo hagas, o que te embriagues, o... ¡Todo! ¡Me importa todo una mierda! ¡Es tú vida! Yo sólo quería protegerte, quiero protegerte de todo eso y tú cada vez te alejabas más de todos mis intentos, te alejabas de mis consejos, te alejabas más de las cosas que solías hacer, te alejabas más de la gente buena, te alejabas más de mí. — Se sienta en el sofá con la cabeza entre sus manos. — Incluso así... — Me mira con el alma rota.

Mis palabras han hecho mella en él.

— Maria, el exceso es parte de mi naturaleza. — Dice con calma. — Necesito el peligro y la excitación. — Se levanta mirándome. — No voy a cambiar nunca, soy así, nací así. — Asiento. — ¿Para qué vienes entonces? — El nudo en su garganta es grande.

— Porque te quiero. — Agarro su cara entre mis manos temblorosas. — Sé que no vas a cambiar... tampoco pretendía hacerlo. — Coge mis manos y une nuestras frentes. — No pretendo hacerte cambiar. — Nos miramos a los ojos. — Te quiero tal y cómo eres.

— ¿Me quieres? — Niego rotundamente y agarro su cintura.

Quererlo sería insultarlo.

— Te amo. — Susurro en su oído.

Amarlo se queda corto para él.

— No vuelvas a irte. — Insiste en el tema.

Sí que lo ha dejado tocado sí.

— No me des motivos para hacerlo y no me iré. — Cierra los ojos.

— No los tendrás.

— Eso espero. — Pasa su pulgar por mis mejillas empapadas.

Recobro el aliento lentamente entre sus brazos, pegada a su pecho escuchando el latido de su corazón para que vuelva a hacer latir al mío.

Contiene la respiración al poner mi mano en su pecho e ir bajándola con toda la paciencia del mundo hasta el elástico de su calzón.

Tiro de él hacia mí haciendo chocar nuestros cuerpos y que Freddie se sostenga de mis codos para mantener el equilibrio por el fuerte tirón.

Sonríe con malicia contra mi bocal ver mis intenciones. Muerdo sus labios con ganas masajeando su entrepierna y gime devolviéndome el mordisco. Gruño apretándolo con fuerza y estremece su cuerpo estrujando mis nalgas. Se pone duro en mí mano provocando que moje el tanga y que lo desee con más ganas. Tengo un hambre voraz por este hombre, y temo que ni siquiera él pueda calmarlo.

Algún día, tal vez.

Es una llama imparable.

Un perverso y maravilloso deseo eterno e insaciable por él.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro