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Prólogo -Lilith-

Mis dientes se veían el triple de grandes de lo que en realidad eran en el espejo de aumento que me había robado de la enfermería escolar de nuestro “Individuo #2318”.

Me pasé la lengua una y otra vez, intentando quitar un resto del sándwich de queso y jamón que Caín había hecho para mí, siendo en vano.

Soltando un gruñido de desesperación, me rendí y lleve los dedos a mi boca, intentando liberarme de esa asquerosa molestia con las uñas.

Era una pose ridícula. Me abría lo más que podía la boca con una mano mientras hurgaba con impaciencia entre mis dientes con la otra.

-Sal ya, maldita sea. – Mascullaba entre balbuceos inentendibles.

Yo me retorcía como cirquera luciéndose al escenario, sin siquiera ser consciente del par de ojos verdes que me observaban burlones desde la puerta.

Tock. Tock.

A pesar de que tuvo la delicadeza de tocar, sabía que la puerta estaba abierta. Solo yo la pude haber dejado abierta.

Como una idiota, me giré, sin mover las manos de su lugar.

Caín me observaba con los brazos cruzados sobre el pecho, mordiéndose el labio inferior con fuerza, mientras sus hombros se agitaban levemente. Se moría por soltar la carcajada.

Saqué las manos de mi boca, para poder amenazarlo con el deleite que era debido.

-Te atreves a abrir esa bocota tuya, y juro que mañana amaneces con la cama orinada.  – Me sequé las manos en el pantalón, fulminándolo con la mirada.

-Ya, ya. – Caín levantó las manos en el aire, declarándose inocente. – Lo que hubiera dado por una foto.

-Tienes suerte de no haberla tomado, grandullón.

Caín, haciendo una mueca, se llevó un dedo a la comisura de los labios.

-Tienes baba.

Con un gesto abrupto, me limpié usando la manga roída de mi suéter.

-Por cierto, Lilith. – Caín se puso serio por un segundo, ¡Vaya!, me llamó Lilith.  – Bueno… Li. – Se corrigió al ver mi expresión de sorpresa. Se rascó la cabeza, haciendo que su alborotado y quebrado cabello negro se le fuera sobre los ojos.

-Dime, grandullón.

-¿Qué vamos a hacer si el 2319 no es lo que buscamos?, quiero decir, ¿Qué va a pasar contigo?

Yo sonreí de lado, dándole una palmada en el hombro, y poniendo la expresión más segura que pude.

-Va a ser, ya veras. Tengo ese presentimiento. Y si resulta que no, les hare mal tercio a ti y al conejo.

Caín sonrió, de una forma tan dulce y tierna que no parecía que el dueño de esa misma sonrisa pudiera reventar un cráneo de una patada ni que midiera más de 1, 80.

-De acuerdo. – Caín se fue, haciendo resonar sus pasos fuera de mi habitación, con una expresión más tranquila.

-Cierra la puerta, por favor.

Y así hizo, haciendo que los sonidos de la rutina atareada del pasillo de los cazadores sonara ahogado y distante.

Ajusté el espejo con una ruedita que tenía en el borde para quitarle el aumento. Y allí estaba Lilith.

Me miraba con unos enormes y ojerosos ojos grises. Los ojos de una asesina a sangre fría.

Sonreí con descaro.

Tomé el palillo con caracteres que había dejado sobre mi escritorio reposando, y lo usé para sujetar mi esponjada y estorbosa melena roja sangre en la nuca con un chongo bien apretado.

-Hey, tú. – Le dije a mi reflejo. – Kill them all.

Me dispuse a cambiarme de ropa. Así que me quité el suéter raído y el pantalón de pijama. Tomé unos jeans rojos y una camisa negra con el logotipo de una banda, “Asking Alexandria”.

Tomé mis botas de debajo de la cama. Unas botas negras, pesadas y resistentes, con algunos compartimientos para armas. Guardé en el bolsillo del pantalón mi ipod y una navaja pequeña; y adentro de una de las botas una navaja más grande, mientras que en la otra una pistola calibre 22. En el cinturón escondí una calibre 40.

Armas, armas, armas. El frío metal contra mi piel me hacía sentir tranquila, segura, poderosa.

Odiaba las misiones de reconocimiento, ya que en ellas no podía llevar a mi bebé, Karasu. No existía katana más letal y mortífera que mi hermosa Karasu.

Pero, bueno, no podía andar por los pasillos de un instituto con una espada japonesa colgando de mi espalda.

¡Yo sé como hacerlas invisibles al ojo incauto! Pero no me dejan meter mis manos en los laboratorios. Infelices arrogantes cerebros blanquitos, creyéndose los poderosos dueños de todo.

-Tsk. – Le eché una última ojeada a Karasu, que descansaba en silencio junto a mi cama.

Tomé mi chaqueta del sillón que tenía junto al escritorio y salí bufando groserías entre dientes.

-Lilith. – Dante, uno de los altos rangos de los cazadores, me detuvo cuando apenas me infiltraba entre los cuerpos vestidos de negro que caminaban por el pasillo de los dormitorios.

-¿Si? – Le contesté con impaciencia, tronando la lengua.

-Encuentra de una vez por todas lo que sales a buscar cada día. Sabes perfectamente que sin una Conciencia que te acompañe no podemos mandarte al campo. Ya es lo suficientemente peligroso en general que andes sola. – Me sermoneó, como hace siempre, dirigiéndole una mirada significante al collar de Ying Yang que se acomodaba a la perfección en el hueco de mis clavículas. Yo era la única veterana que lo tenía completo.

Puse los ojos en blanco.

-No te preocupes. – Le dije, sonriendo.

Dante, que era un hombre alto, sumamente musculoso, con el cabello, siempre amarrado, negro y largo con algunas rastas delgadas por aquí y por allí, de cara puntiaguda, al igual que su mirada de ojos azules que se resaltaba por su piel aceitunada. Llevaba un arete en la ceja y, al igual que la mayoría de nosotros, su cuerpo era lienzo de diversos tatuajes. Me miró con una chispa de respeto.

-No lo hago, Lilith. Solo apresúrate. Es una orden.

Y se alejó.

Yo ya estaba cansada de esa conversación.

Todo el mundo necesitaba calmar sus nervios un poco y dejarlo en mis manos.

Con un demonio, yo podía defenderme sola. No necesito una estorbosa Conciencia que ande atrás de mí lamiéndome las botas. O peor, haciendo que yo le lama las suyas.

2319.

No le había mentido a Caín. Me daba buena espina.

2319.

Por favor, ya se la persona a la que estoy buscando.

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