1- Si ves un conejo blanco, síguelo. - Haru-
El pasillo era frío y obscuro. Lo único que mis ojos alcanzaban a ver era las sombras borrosas que la pálida luz de la luna que se filtraba por la ventana dejaba ver reflejadas en el suelo de mármol fantasmal.
A mí alrededor habían sillones, mesas y lámparas cubiertas en mantas polvorientas, y de algunas vitrinas que habían quedado al descubierto podía ver juegos de cubiertos y vajilla bellamente decorados, pero al parecer, jamás utilizado; o al menos no en muchísimas décadas.
El techo era exageradamente alto y con columnas, como los de alguna estructura gótica. Los candelabros se mecían en silencio, medio rotos y ya sin brillo.
Un escalofrío recorrió mi espalda, y al intentar abrazarme a mí misma para intentar subir mi temperatura corporal, me di cuenta de que llevaba una chaqueta que estaba segura nunca había usado antes.
Era blanca como la leche, y en las hombreras llevaba símbolos de color plateado que no podía distinguir a falta de luz.
Pronto me di cuenta de que todo mi atuendo era blanco.
Solté un grito ahogado al escuchar un rechinido y el ruido de pazos que se acercaban a mí con ligereza. Según el eco se volvía más cercano, empecé a distinguir una silueta familiar que caminaba con la destreza y sigilo de un zorro.
Levanté la mano, a punto de saludarle, pero escuché que algo se movía atrás de mí, y me giré sin pensarlo.
Era un conejo blanco.
El conejo me miraba a los ojos, clavándome esa mirada obscura e indiferente, pero que parecía analizar lo más profundo de mi ser.
El conejo se dio la vuelta y se fue saltando en la obscuridad hacia el otro lado del pasillo.
Sentí más frío.
-Haru. – La silueta ya estaba justo frente a mí, y me puso una mano en el hombro. La miré a la cara, y su expresión era tan seria que hasta creí haber hecho algo malo.
Cuando me volví de nuevo para buscar al conejo, ya no estaba.
-Naito. – Observé a la chica alta y delgada que aun seguía con su mano apoyada en mi hombro. Intentaba verse tranquila, pero por la presión en sus dedos supe que algo andaba mal. - ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué sueño con éste lugar? – Hice un intento por reír, pareciendo una niña pequeña. – ¿Acaso es otro juego tuyo, Naito?
Su cabello era pegado a la nuca y completamente lacio. Era entre blanco y rubio, y tenía rayos azules y amarillos fosforescente. Sus orejas eran pequeñas y redondas, y sus facciones eran suaves y afables. Su piel era tan suave como la de un bebé.
Naito siempre me ha visitado en mis sueños, desde que tengo memoria. Y con el tiempo comenzó a visitarme también cuando soñaba despierta. Su actitud es tan independiente e impredecible que cuesta creer que es un producto de mi cerebro.
Naito negó con la cabeza, y vi en sus ojos color violeta que de verdad estaba preocupada.
-Sabía que pasaría. – Dijo, clavando la mirada en el camino por donde se había ido el conejo. – Cuando lo encuentres de nuevo, síguelo.
-¿Por qué me estas enseñando éste lugar? – Hice un puchero, volviendo a mirar a mi alrededor.
-Síguelo, ¿De acuerdo? – Naito sonrió con dulzura, dándome un beso en la frente. – Después me contaras como te fue.
Me levanté como siempre, y, como siempre, me quedé unos veinte minutos observando el techo antes de ponerme de pie y despabilarme por completo. Ese proceso era necesario, para poder separar realidad de sueño.
El techo hacia mucho tiempo lo había pintado yo misma con imágenes de un cielo azul, pero cubierto de árboles y casas en cada nube.
Era un paisaje que había soñado alguna vez, cuando tenía ocho años. Naito me había enseñado ese lugar bailoteando de nube en nube, y al despertar le conté todo a mamá.
“Es increíble ¿Por qué no lo plasmas?” – Me dijo, inclinada sobre mí con su delantal cubierto de manchas de pintura. – “Puedes pintarlo”.
“O puedes escribirlos”. – Exclamó mi padre desde su despacho.
“O las dos”. – Sonrió mi madre, pasando su brocha llena de azul por mi cara, manchándome la nariz.
Y así lo había hecho. Años después, pero lo pinté en mi techo y lo escribí en mi diario.
Estiré los brazos por encima de mi cabeza, bostezando y curveando mi espalda para hacerla tronar de forma placentera.
Me puse de pie y metí mis pies a las chanclas de perro que usaba cuando hacía mucho frío como para andar descalza. Me dirigí a la ducha y abrí la llave para dejar que surgiera el vapor. Mientras, miré mi reflejo en el espejo y no pude evitar soltar la carcajada del siglo.
Tenía el cabello negro revuelto y esponjado de tal forma que desafiaba las mismas leyes de la gravedad, y mi rímel estaba corrido y expandido por toda mi cara como si fuera la hija perdida de los Locos Adams, y mis ojos castaños hinchados de tanto dormir solo aumentaban mi aspecto tétrico.
El agua ya estaba casi perfecta cuando escuché que mi celular sonaba desde mi habitación con un tono juguetón y sin letra a todo volumen. Lo dejé sonar y comencé a desvestirme hasta quedar en camiseta y calzoncillos, pero volvió a sonar; y tal vez era una simple alucinación mía, pero el celular parecía sonar con más urgencia, como exigiendo que lo contestara. Así que salí del baño como estaba y contesté carraspeando.
-¿Si?
-¿Haru? ¿Es en serio? Espero que tú voz suene así porque te estabas drogando y no porque estabas dormida. Dime ¿En dónde demonios estás?
Sintiendo la piel de gallina y ese típico retortijón en el estomago de cuando sabes que estás a punto de derribar la torre de Jenga, me giré a ver el reloj despertador que tenía en mi mesita de noche.
Ocho y quince minutos.
-Abani … juro que no sonó el despertador. – Me llevé la mano derecha al rostro, y comencé a darme palmaditas en la frente.
-¡Otra vez lo apagaste dormida!
-Lo siento, lo siento.
-Cierra la boca y mueve tu trasero. Te quiero aquí, ¡AHORA!
Y colgó.
Me puse unos jeans agujereados y una sudadera verde rasgada. Tomé una gorra azul de uno de los cajones y me la puse aplastando y ocultando la jungla negra que habitaba mi cabeza. Bueno, podía ser peor.
Con dedos torpes mandé un mensaje de texto al vestíbulo para indicar que necesitaba transporte de inmediato.
Me limpié el rostro lo más rápido que pude con un pañuelo mojado, tomé mi mochila con la portátil, la tableta y mi ipod junto con un café instantáneo y salí de mi departamento casi sacando chispas de los tenis.
En el vestíbulo, Lara, la androide de sonrisa eterna, piel plástica y gesticulación exagerada, me informó con voz cordial que mi abuela había depositado lo correspondiente del mes y que mi exprés ya estaba esperando afuera.
Yo, sin detenerme a mirarla siquiera, le agradecí entre jadeos, y ella me deseó un buen día agitando la mano en el aire y ladeando la cabeza de una manera tan grácil y perfecta que delataba su falta de humanidad.
-Que tenga un encantador día, señorita Harada.
Para mi buena suerte, efectivamente, en frente de mí estaba el exprés estacionado, como la carroza que lleva a cenicienta.
Me subí pasando mi tarjeta de identificación por la ranura que estaba situada al lado del asiento del pequeño vagón con ruedas que servía para las personas como yo que sufrían de una emergencia.
Ocho treinta.
Sin dejar de ver la hora, le indique a la pantalla mi destino, y el vehículo sin conductor comenzó a moverse, acelerando tan rápido que me embarré en el asiento.
Ocho treinta y cinco.
Solo me faltaban dos semáforos para llegar a la escuela.
Ocho cuarenta y cinco.
Pasé mi tarjeta de nuevo por la ranura, y la computadora se cobró de mi saldo, deseándome un buen día con la mismo tono inexpresivo de Lara.
Me bajé casi estampándome contra el pavimento, y empecé a correr como loca con la mochila al hombro por los corredores en silencio. Tenía que llegar al salón del taller de animación.
Ocho cincuenta.
Y, como héroe de película de acción: como todo un Tom Cruise o una Angelina Jolie, entré casi derrapando al salón auditorio en donde Abani y yo teníamos que pasar a presentar el video animado en el que estuvimos trabajando los últimos dos meses.
La maestra Faith y el resto del salón me miraron como si esperaran que explotara algún automóvil deportivo a mis espaldas.
-Hola. – Saludé, acomodándome la gorra y dejando el café sobre el escritorio, cruzando así mirada con la mirada fiera de Abani, quien podía encender una fogata con esos ojos pardos furiosos.
-Llegaste pisando la raya, ratita. – Me saludo tronando la lengua y apresurándose a sacar el portátil de mi mochila.
Yo comencé a desenredar mis cables en mal estado y a conectar cada cosa en su lugar, con las manos sudando por la presión de todas las miradas que se clavaban en mi espalda.
Sonreí con satisfacción cuando apareció al fin la imagen en la pantalla detrás de nosotros.
-Bueno, - Abani se acomodó un mechón marrón detrás de la oreja. – Ésta proyección…mmhh, animación, la hicimos Haru y yo como un cortometraje de fantasía. Trata de una niña que aprende a volar por medio de los sueños de un pájaro herido. – Abani le dedico a nuestro soñoliento publico una radiante sonrisa blanca y perfecta que contractaba con su piel obscura y perfecta. – La idea fue de Haru, por supuesto. – Algunos rieron, no con burla, sino asintiendo con curiosidad.
Claro que fue mía, ¿De quién más? Yo soy la única que se la pasa inventando éste tipo de cosas.
Sentí como el calor subía a mis mejillas, y presioné el botón de “play” en la pantalla, dando paso a las notas del piano y a la figura de una niña sentada a la orilla de su cama, con un pajarillo color gris. Un gorrión africano. Esa idea si fue aportada por Abani.
La historia trataba de que la niña encontraba al pájaro chillando en el pasto un día de verano cuando ella había salido a jugar. El pajarillo la observaba con unos ojos negros y profundos llenos de tristeza. Luego se veía a su madre acercársele por detrás y negar con melancolía, desahuciando al pobre animal. Pero aun así la niña tomaba al ave entre sus manos y lo llevaba con ella a casa, acomodándolo en una caja de cartón con mantas junto a su almohada, y ella se quedó dormida.
Entonces en su sueño el ave estaba bien, sana y salva, y abría las alas y le indicaba con un movimiento de cabeza a la niña que lo intentara. Y ella lo hacía, y comenzaba a volar.
Cuando despertaba, el ave ya no respiraba, pero la niña volaba todas las noches con ella al cerrar los ojos por la noche. Y ella sonreía y era feliz, y se olvidaba de la crueldad del mundo de afuera, lleno de muerte y frío, lleno de aves que tarde o temprano dejan de volar.
Pude ver como a algunos se les escapaban lagrimas, y yo entrelacé las manos llena de orgullo. Abani me tocó con las puntas de los dedos en el codo y me sonrió, ya olvidando todo enfado.
La animación era sin diálogo, así que nos había costado el doble transmitir ese sentimiento de esperanza y nostalgia que yo había sentido al tener la idea y que Abani había tenido al escucharme hablar con tanta pasión de ella.
“Plásmalo” Habían dicho mis padres.
Pero no era suficiente, no lo era.
No solo quería dibujarlo o escribirlo. Quería vivirlo.
Ese sentimiento de infinito aburrimiento hacia la vida era el que me había impulsado desde niña a soñar todo el tiempo despierta y a leer como loca toda clase de libros que se me cruzaran en el camino.
Mis padres siempre alimentaron mi imaginación, desde el momento en que empecé a respirar. Cuando murieron fue cuando comencé a aburrirme con mayor intensidad.
¿Y cómo se suponía que no me aburriera si vivía a costillas de la amargada de la abuela? Tiene todo el dinero del mundo, pero nunca nos quiso.
Así que la solución fue simple, la dejaba de molestar si ella cubría todos mis gastos y me daba un departamento cerca de la preparatoria. Simple.
El caso es que, por todo el dinero que la abuela me dé, siempre despertare deseando volver a dormir.
-Haru, Abani. – La maestra Faith nos sonreía al otro lado del aula. Un alumno cercano a los interruptores prendió las luces, y fue más claro la cantidad de ojos llorosos que nos rodeaban. – Felicidades.
El salón se llenó de aplausos, y Abani me tomó de la mano para hacer una reverencia exagerada. Yo sonreía de oreja a oreja, disfrutando del éxito.
Pero, a pesar del ruido y de la excitación, pude percibir unos ojos grises que me observaban desde la esquina más obscura del salón auditorio.
La chica aplaudía con una sonrisa de lado y con las botas negras llenas de tierra sobre la mesa.
Su cabello era rojo como la sangre y su aspecto era frío y misterioso.
No era muy alta, pero era delgada y de cuerpo atlético y a primera vista fuerte.
Llevaba un chongo sujeto en la nuca con un palillo, pero varios mechones le caían sobre el rostro de forma desordenada. Su oreja derecha tenía como mínimo cinco aretes y la izquierda tres.
Llevaba una chaqueta negra de piel ajustada y unos jeans rojos como su cabello. Y no dejaba de mirarme.
Sentí un escalofrío.
Cuando ella se dio cuenta de que había captado mi atención, inclinó levemente la cabeza hacia delante, como un saludo, y poniendo el dedo índice, con la uña perfectamente corta y pintada de negro en alto, lo movió para indicarme que me acercara a ella.
Tragué saliva, ladeando un poco la cabeza.
Intentando hacer como que no había notado el gesto, me fui a sentar junto a Abani a nuestros lugares para ver al equipo que seguía.
Después de hora y media, y de varias presentaciones de otros equipos, el salón se vació. Recibí palmaditas en el hombro y sonrisas cordiales. Vaya.
Y cuando estaba poniéndome de pie para salir, la chica de cabello rojo tomó la silla que estaba al lado mío y la giró, sentándose con el respaldo presionando su pecho. Me sonrió de una forma algo arrogante.
-Te ves prometedora, a comparación de los demás. – Fue lo primero que dijo. Su voz era rasposa pero sensual, como si hubiera pasado toda su vida en una academia especializada en enseñarle a la gente sensual a hablar de forma sensual y misteriosa.
Yo me aclaré la garganta, confundida.
-¿Perdón?
-Lilith. – Extendió la mano, haciendo que su manga se levantara un poco y dejara a la vista lo que parecían ser trazos de algún tatuaje. Eran lo que parecía ser plumas de ave, pero había algo más arriba, que no se alcanzaba a ver.
-Soy…
-Ruth. Harada Ruth.– Contestó ella por mí, mientras estrechaba mi mano con un apretón más fuerte de lo que yo esperaba. – Pero todos te llaman Haru.
¡Ah! Es verdad, ¿Cuándo había sido la última vez que había escuchado mi nombre completo?
-Si, así me dicen, por mis ojos levemente rasgados.
-Claro, después de todo tu padre tenía familiares asiáticos ¿no?
-Si… - La miré con recelo, empezando a imaginar los mil y un finales que podría tener esa conversación. Secuestro, asesinato, robo… una declaración amorosa. Ja. Comencé a golpetear los pies contra el suelo, para evitar que mis piernas temblaran.
Una acosadora.
-No te asustes. – Lilith sacó del bolsillo de su chaqueta un paquete de cigarrillos y un encendedor con la figura de un cuervo plasmado. – No tengo malas intenciones, lo juro.
Su piel era bronceada y tenía las manos llenas de cicatrices: tanto cortes como quemaduras. También tenía una cicatriz en la ceja derecha, pero que no le quitaba a su rostro fino y erguido su porte imponente y atractivo; es más, tal vez hasta lo aumentaba. Ya está, bien hecho, he llamado la atención de una delincuente.
Tragué saliva, intentando imaginar que haría una heroína de libro o de anime, o una súper heroína, o cualquier otra persona que no fuera yo en esa situación.
-Naito me ha dicho mucho de ti, ¿Sabes? – Lilith prendió un cigarrillo y comenzó a juguetear con un collar de Yin Yang que colgaba de su cuello.
Yo sentí que se me helaba la sangre, y comencé a toser con torpeza atragantándome con mi propia saliva, ¿Estaba soñando despierta?
¿Naito? ¡Naito! Pero si ella es solo un producto de mi cerebro, ¿no?
Lilith parecía disfrutar de mi mirada consternada y asustada. Expulsó el humo por entre sus labios pintados de un rojo intenso y rió por lo bajo.
Acercó su rostro al mío, y el humo no hizo más que aumentar mi tos.
-Escucha, Naito piensa que eres la correcta, y yo ya me canse de andar buscando blanquitos. – Me barrió de arriba abajo, seguramente haciendo una lista mental de lo que aprobaba y de lo que no. Espera, ¿Blanquitos? – Así que más te vale serlo.
Lilith se puso de pie, dejando caer la ceniza sobre la alfombra púrpura del salón.
-Ven conmigo. – Y con sus botas resonando como tanques de guerra camino a la puerta, dio por sentado que la seguiría.
La curiosidad puede más que la lógica.
La seguí.
Me guió por los pasillos de mi propia escuela, llevándome por corredores que ni yo conocía, haciéndome sentir como una tonta.
Con el paso de los minutos me di cuenta de que estaba haciendo el camino complicado a propósito, dando varias vueltas sin sentido, como si quisiera asegurarse de que nadie nos siguiera.
Solté un suspiro, dejando caer los hombros.
Me sentía James Bond.
Con el cigarrillo aun en la boca, sacó un teléfono celular del bolsillo del pantalón e hizo una llamada de la que solo pude entender algunas palabras como “prueba”, “conexión” y “cierra la boca”. Debe ser un amigo muy, muy cercano.
Al final, resultó que nuestro destino era el invernadero del taller de jardinería.
Con un gesto de barbilla me indicó que me sentara en una de las banquitas. Sin importar que vi como cerraba el invernadero con llave tras de ella, no me altere.
Me deje caer con gusto en aquel lugar tan cómodo y familiar.
Una de mis amigas había estado alguna vez en jardinería, y un día, que le tocaba revisar la calefacción en la hora libre, me pidió que la acompañara, cosa que hice.
Aun puedo recordar con nitidez la sensación que tuve al entrar por primera vez. De inmediato sentí el aroma perfumado a humedad y a pasto impregnar mi nariz. Mis ojos se toparon con una paleta de colores brillantes y hermosos que nunca en mi vida había visto.
Y encontré mi rincón para leer y estar en paz.
Las flores, los árboles, el silencio, la sensación graciosa de tener una hormiga caminando en el dorso de la mano… todo eso era como ver a mis padres. Sentía esa misma calma.
Desde ese entonces mi amiga me dio el código de acceso al invernadero, después de haberle pedido un permiso especial a la profesora, que aceptó que yo entrara a voluntad a cambio de que yo prometiera revisar y regar las plantas si veía que lo necesitaban cuando estaba adentro.
Lilith me miraba con los brazos cruzados sobre el pecho, con curiosidad.
-No fumes aquí. – Le dije, señalando con el dedo índice el bote de basura que estaba al lado de la mesa con los distintos fertilizantes.
Ella puso los ojos en blanco y soltó un quejido; pero lo apagó y fue a tirarlo arrastrando los pies.
Luego se acercó a mí, sentándose a mi lado.
Yo aun no me confiaba de ella, así que me empecé a recorrer a la orilla de la banca, intentando verme lo más discreta posible. Pero ella tomó mi mano derecha por la muñeca, y yo solté un respingo, zafándome de su agarre y aferrando mi propio antebrazo como si fuera un bebé.
Ella rió ligeramente, pero volvió a intentar tomarme de la muñeca.
-Vamos, Haru, tranquila. Te prometo que vas a estar bien.
Yo me mordía el labio con duda pero con tentación.
Ella sacó de el bolsillo de su chaqueta un brazalete plateado con grabados de lo que parecían ramas curvas con flores y con una gema en el centro color transparente. Estiró aún más la mano para aferrar mi muñeca. Se movía con cuidado, como si yo fuera un gatito herido al que temiera asustar y ahuyentar. Y al observar sus ojos grises de mirada aguda que ahora me observaban con un leve toque se súplica, terminé por ceder y darle mi mano, algo temblorosa.
No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba pasando.
Ah, somos tan débiles. Los humanos somos tan fáciles de enganchar siempre y cuando se nos siembre algo que llamé nuestra atención.
Lilith me puso el brazalete, y cuando lo hizo sentí un pequeño pinchazo, que me convencí a mí misma de ignorar. Acto seguido sacó un anillo que tenía el mismo tipo de grabados, pero que en vez de flores parecían espinas, pero también tenía una gema transparente en el centro. Se lo puso en el dedo índice de la mano derecha e hizo un gesto. Tal vez ella también sintió un pinchazo.
-Espero que te guste el azul.
Volvió a tomarme de la muñeca, acomodando su mano por encima del brazalete para que su anillo quedara justo encima.
Y entonces el estomago se me contrajo en un espasmo, y yo quería vomitar.
Aún con los ojos abiertos, pude ver como pequeñas líneas serpenteantes azules bailoteaban por mi campo visual, como si estuvieran adentro de mi propio ojo.
Todo mi cuerpo se relajó al grado de que ya no podía sentirlo más, y sentía como una corriente eléctrica me invadía de pies a cabeza, cubriendo cada milímetro de mi ser.
Fui consciente de mi respiración y de cada parpadeo, de cada capa de piel que tenía, de todos los músculos que estaba usando en ese momento, del tacto de mi ropa contra mi piel, de cómo mi corazón latía y bombeaba, y podía sentir también el recorrido que hacía la sangre por dentro de mí. Fue consciente de mi propia existencia.
Pero no solo de la mía. Veía algo más allí.
Lo sentía.
Veía una figura hecha ovillo, difuminada en la obscuridad. Luego esa figura se transformaba en el cuerpo de una mujer, y esa mujer me ofrecía la mano. No le podía ver el rostro, o la ropa que llevaba, o si llevaba. Solo veía el contorno de su figura dibujada de negro.
Deseaba con todas mis fuerzas salvarla de lo que fuera que la retenía en la obscuridad, pero tarde unos segundos en darme cuenta de que yo también estaba atrapada.
A pesar de que no se distinguía un rostro, si pude notar una sonrisa de parte suya. Su mano seguía extendida hacia mí.
Su presencia era fuerte y poderosa, pero también melancólica.
Oh, ¿Qué se le va a hacer?
Tomé su mano, liberando todas mis preocupaciones.
Y, ahora no solo sentía los latidos de mi corazón, sino también los de ella. Sentía como parte de ella se filtraba adentro de mí.
Ahora estaba completa.
Abrí los ojos de golpe. Respiraba agitadamente y estaba cubierta en sudor. Seguía sin entender que demonios acababa de pasar.
Me miré las manos, que no dejaban de temblar.
-Wow.
Escuché una risilla justo frente a mí, y al levantar la vista pude ver un par de ojos grises con las pupilas dilatadas que me observaban agitados.
-Es una excelente primera conexión, Haru. – Me dijo, colocando una mano en mi hombro. Se veía emocionada.
Ahora, al ver a Lilith, la sentía cercana y familiar, como si hubiéramos vivido juntas desde que éramos niñas.
¿Qué acaba de pasar?
-Lilith… no sé que es lo que se supone que estas haciendo, pero detenlo. – A pesar de ésta familiaridad tan nueva, no pude evitar sentirme completamente enfadada. – No soy un conejillo de indias para que andes haciendo experimentos en mí. No sé de que taller o club escolar seas, pero no se me acerquen de nuevo.
No era eso lo que me molestaba.
Me molestaba que hubiera tenido que acabar.
La pelirroja se limitó a negar con la cabeza.
-Es normal. – Me dijo, poniéndose de pie. Hizo ademán de sacar sus cigarrillos de nuevo, pero recordó lo que le había dicho antes y retiró la mano de su bolsillo. – Es completamente normal que pienses todo eso ahora. Pero, oye, ni siquiera soy de ésta escuela. Solo he venido a buscarte a ti. Y ya me quedó claro, Haru, todo éste tiempo fue específicamente a ti. – Levantó los puños en el aire, celebrando una victoria que yo aún no procesaba. – Ninguno de los demás reaccionó tan bien y tan rápido, ¡Solo nos conectamos en treinta segundos! Es increíble.
¿Treinta segundos?
Miré mi reloj.
Para mí, eso que ella llamaba “conexión” había durado como mínimo dos horas y media.
-Es perfecto. – Lilith sacó su celular y tecleó a toda velocidad para luego guardarlo de nuevo. – Es perfecto. – Repitió, tomándome de los hombros y zangoloteándome ligeramente.
-¡Deja de hablar como si entendiera lo que está pasando! – Me puse de pie de un salto, arrepintiéndome al instante al sentirme mareada. – No actúes como si ya hubiera aceptado formar parte de lo que sea por lo que viniste a buscarme. – Levanté la barbilla, intentando verme segura.
La sonrisa de Lilith se borró con la misma rapidez con la que apareció, y sus ojos se tornaron filosos y letales.
Tuve que contener el impulso de esconderme debajo de la mesa de fertilizantes.
-Escucha, niñita. – Lilith me tomó por el cuello de la sudadera, y yo comencé a sudar. – Eres la persona número 2319 que me veo obligada a ir a buscar a una estúpida escuela preparatoria con gente estúpida que se toquetea en los corredores y que se creen los mafiosos por tomarle foto a las respuestas de un examen. – Como dándose cuenta de que en verdad estaba comenzando a asustarme, me soltó y se pasó una mano por el cabello. – Es confidencial. – Replicó.
-¿Confidencial?
-Al menos no te lo puedo decir aquí, blanquita.
Otra vez con lo de blanquita.
Su celular vibró y lo sacó al segundo para revisarlo. Asintió en silencio, aprobando a distancia lo que sea que le habían informado, y regresó su atención a mí, guardando el aparato de nuevo.
-Te lo diremos todo, ¿Está bien? Todo. Porque sueñas tanto despierta y sientes que no lo puedes controlar. Porque siempre has visto a Naito. Porque viste lo que viste hoy y el porque de que ahora me sientas como un recuerdo de infancia. – Interrumpió sus palabras bostezando. – Te lo diremos hoy a las… – Sacó el celular de nuevo, revisando con el seño fruncido la pantalla. – A las siete en punto. Tú solo baja al vestíbulo de tu edificio y ya te mandaremos a decir algo con la querida Lara ¿Capisci?
Se veía que era algo distraída.
No le vi sentido a preguntar como sabía en donde vivía.
-De acuerdo. – Me sorprendí respondiendo.
Yo no soy así.
Yo soy cuidadosa y precavida, de las que analiza las posibilidades y los riesgos antes de tomar una decisión, ¿Qué me pasaba?
Adrenalina, quizá.
-Bien. – Se tronó los dedos, encaminándose a la puerta.
Yo la acompañé hasta la entrada de la escuela, caminando en silencio.
Al pie de la escalera al salir ya la esperaban un tipo algo fortachón de cabello negro y otro de cabello de un plateado blanquecino delgado vestido con unos jeans y una camisa blanca.
Me ahorre saliva, no preguntando quiénes eran.
Al fortachón Lilith lo saludo chocando los puños, pero al delgado lo miró burlona con aires de rivalidad.
Creo que ya había adivinado a quien le había dicho por teléfono que se callara.
-Entonces te veré dentro de un rato. – Comenzó a despedirse Lilith, quitándose la mugre de las uñas.
-Si. – Contesté, arqueando una ceja.
Lilith se quitó entonces el collar de Ying Yang que colgaba de su cuello, lo separó, me ofreció la parte blanca, el Yang, y se puso el Yin de nuevo.
-Al dártelo, es que ya estás comprometida. – Me dijo, muy seria. – Si nos traicionas, te cazare y te voy a hacer pagar.
Me puse el collar en silencio, como respuesta a su amenaza.
Sonrió satisfecha.
El de cabello plateado me observó con detenimiento, sin alterar su expresión en lo más mínimo. Hubiera sospechado que era un androide sino fuera por sus críticos ojos color ámbar, casi amarillos.
Esa mirada me sofocaba, me hacía pequeña, me juzgaba como a un insecto.
-Gin. – Lilith le dedicó una mirada severa al darse cuenta de como me estaba mirando. – Tendrás que conformarte, princesa. Y más te vale que le enseñes bien lo que debes.
El fortachón suspiró con cansancio, tomando a Lilith por la manga de la chaqueta y arrastrándola hasta un automóvil negro que los estaba esperando.
-Ya, ya. Dejen de pelear.
-No es mi culpa que no pueda cumplir con los gustillos de ese estúpido conejo blanco.
Gin agitó la mano en el aire, como si asustara una mosca; y la rabia de Lilith creció por la falta de interés que ese gesto demostraba.
Siguió gritoneándole hasta que su voz fue apagada al cerrar la puerta del auto tras de sí.
Recordé lo que me había dicho Naito esa mañana.
Con que ese era el conejo blanco.
Y mientras optaba por no tomar las clases del resto de la tarde e irme a casa, no dejaba de preguntarme a que clase de agujero me llevaría seguirlo.
al observar sus ojos grises tan e gatito herido al que temiera asustar y ahuyentar.
..uiera.
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