I. Eloise
Eloise.
Julio, 1821.
—Si es posible que el señor Lawrence pueda hacerme el favor de prestarme ese libro, o me conceda el honor de regalarme, se lo agradecería mucho. Y a usted también.
La voz arisca pero melosa de Eloise Bridgerton se escuchó por los salones del observatorio. A ninguno le cabía duda de que se trataba de la misma mujer; su manera de hacer evidente lo poco que le afecta si las propuestas de matrimonio hechas por ilustres personajes del parlamento seguían ahí. O que las prendas que su madre, la viuda vizcondesa Violet Bridgerton, envió a confeccionar a su medida no son cómodas por las maneras en que se remueve confirman. Aun así, es plenamente consciente que los privilegios son únicos. A su acompañante, la joven Eliza, le había tocado ser su vigía, y por supuesto que le molestó y pregonó a su hermano, el vizconde Anthony Bridgerton, no asistir en compañía, pero segundos después lo reflexionó; ya que sabía que la mujer no tenía otra opción viable. Es por ello que le concedió la labor de buscar algo que no solo le haría la velada más amena a ambas, sino que sería la causa de justificar su nula presencia en los bailes.
Mientras la chaperona desapareció entre una multitud que acrecentó con la llegada de los demás invitados, un hombre apareció en su vista. No llevaba porte de ser un hombre emperifollado por la sociedad, de esos que brillaban alrededor por sus insignias. Desde luego que se veía impecable y razonable, pero se sembró la duda acerca de ser alguien que aspiraba a lo de siempre: un matrimonio. Algo que no le agradaba y por tanto resultaba ser la causa de una encrucijada en sus pensamientos cuando hablaba con Penélope.
—Lady Eloise Bridgerton —pronunció lleno de optimismo el nombre de ella—. A falta de un vigilante, me presento ante usted con la más debida decencia: Percival Burton, marqués de Camden —le tomó la mano para depositar una modesta caricia en el dorso. Ella la retiró en cuanto él parpadeó—, al servicio de la corona, la familia, y también del suyo, señorita.
Eloise exhaló con desazón. «Ah, demasiado tarde para lo que usted requiere, lord Percival». Solamente volvió a sonreír porque notó que Lady Danbury y Violet la miraban en la lejanía, en el centro de hecho, con Gregory a su lado, riéndose de quién sabe qué asunto; probablemente de ella.
—Bueno, ¿me concederá bailar en esta velada, Lady Bridgerton? —preguntó, alineándose la prenda que, según sus ojos enteramente sanos, estaba perfecta—. ¿Por favor?
Eloise abrió la boca. La movió de distintas maneras en busca de articular el rotundo no que bailaba en la punta de su lengua. Aunque no aspiraba a invitar a esa propuesta que se aseguraba en el pensamiento del hombre, se forzó a no ser descortés como en las temporadas pasadas. Le aceptó a tientas la mano y él la condujo con demasiada celeridad al baile. En un jalón se hallaba balanceándose de un lado a otro con él hablándole de lo trivial que eran las reuniones en el exterior, asunto que poco o nada le importaba a Eloise en esos instantes.
No se regocijo mucho de la armonía. A pesar de los intentos de ella por hacer más sencillos los pasos, la afable compañía que difícilmente pudo conceder de su parte al marqués se sentía de nueva cuenta una obligación. Él, consciente de que quizá ella estaba hastiada por bailes ininterrumpidos, la llevó de regreso al lugar donde estaba.
Ella esperó que no se quedará y que fuera en busca de otra joven que sí buscase su atención con más recelo de las otras doncellas. Pero no fue así. Se hizo un espacio contundente en el lugar seguro que ella había apartado de los demás, y se asentó a su lado. Eloise se mantuvo en un perpetuo silencio; no quería ni mirarlo por asomo por la falta de interés de ella, así mismo no le apetecía comenzar una nueva conversación que sacaría a relucir la tan mencionada supremacía de ambos. Unos minutos después rumió si debía pretender cordialidad hablándole del gusto adquirido sobre la mesa de la que se aprovechó unas cuantas raciones, o de algún otro tema abstracto, mas su yo interior se oponía: «Ni te atrevas, Eloise Bridgerton», y mejor se dedicó a escribir en el carné de nácar el nombre del hombre.
El marqués de Camden, en cambio, descendió con interés su mirada, en el afán de captar algo de atención de ella, puesto que él disfrutaba de que todo fuera así en la mayoría de los casos. Esta vez, sin embargo, Eloise no cumpliría su fantasía. ¡El Cielo jamás quisiera consentir tal cosa!
Cuando hubo abierto la boca el hombre, Eliza regresó con mucha emoción en su rostro. La desgastada copia del libro entre sus manos animó a la joven Bridgerton a sacudir el cuerpo de manera entusiasmada, tanto que no le dió mucha vuelta a sí la cuestión era una completa falta de respeto o una barbaridad. Simplemente no podía esperar para tenerlo en sus manos.
El hombre se percató de lo que traía encima y no logró contener una risilla demasiado sarcástica al mismo tiempo que hacía un comentario en un murmullo que perturbó el silencio de la mujer:
—No me diga que usted lee a esa persona.
—Pues sí lo leo —dijo, esforzándose con el mero propósito de no oírse indiferente o altanera—. ¿Por qué? ¿Hay algo malo en eso?
El hombre chasqueó la lengua.
—A mí no me agrada él —respondió amargamente—. Sus escritos me parece que no son lo habitual, porque, verá, incita a las miradas de ojos que sabemos no tendrán inclemencia en las críticas y, por ende, la reputación saldrá bastante afectada.
«¿Qué reputación?», pensó Eloise de manera irónica.
—Ah, ¿pero qué es lo habitual según usted? Pues son hombres, no creo que se incite a la mala fe sobre su etiqueta a grandes rasgos. —Opinó con un ápice de frustración—. Además, él no invita a lo que se plantea si habla de no tomar la oportunidad cuando la tiene frente a frente —añadió sin ofuscamiento.
—Ah, miré, eso no lo sé —aseveró, ausente de carisma—. Pero lo que sí sé es que tiene la expectativa que pueden tener las personas que están en espera de un milagro que en estos tiempos es muy difícil que suceda. Es preferible venir aquí.
—Pues me ofende, lord Percival. Yo tengo la expectativa. Y si le soy honesta, él supone de la mejor manera cómo debe ser la espera de un hombre de entre todos los que pueden encontrarse en esta habitación, a excepción de mis hermanos, claro está.
El marqués se atormentó ante la respuesta. Su rostro comenzó a enrojecerse de tal manera que no tuvo más remedio que apretar las manos sin reaccionar fuera de su juicio, debido al cólera mental, ahí mismo.
Muy a su pesar, hizo una reverencia que ella terminó por replicar con el mismo empeño y una sonrisa que se curvó en una línea recta, seguido de un «ojalá que no tenga una buena noche» en murmullo. Naturalmente, él no la miró de vuelta.
Eliza —que parecía haberse hecho de piedra ante la interlocución— dio un respingo hasta posicionarse donde nadie tuviera la posibilidad de escuchar semejante dilema que se había formado a partir de ese momento desafortunado.
—Oh, creo que cometí un error —dijo en voz baja la joven con cierto temblor; como si de pronto regurgitar fuese una necesidad primaria—. ¿Estuvo mal que llegara así porque sí, cierto? Sí, porque ustedes pelearon. ¡Ay, no, por todos los cielos! ¿Qué estaba pensando? El Vizconde Bridgerton se enojará y le contará esto a mi madre... Señorita Eloise, ¿perderé el trabajo?
Eloise permaneció estática hasta que la joven apaciguó sus nervios prolongando el silencio.
—Tranquila, Eliza —dijo al fin, tocándole el hombro en señal de conseguir un poco de tranquilidad—. No cometiste ningún error ni hiciste nada malo. Es más, hiciste bien en hacernos saber de tu presencia. El marqués empezó a encolerizar mis sentidos a puntos que no estaba sobrellevando, y a saber qué hubiera hecho yo.
La muchacha sonrió genuinamente. En seguida le entregó el libro.
Eloise suspiró y dijo:
—Creo que mi tiempo se ha acabado por aquí. Si alguien te pregunta por mí, ¿podrías excusarme diciendo que fui en busca de Penélope, por favor?
Eliza llevó el amén al mover la cabeza en afirmación.
Eloise salió a hurtadillas por la puerta. Trotó en dirección al jardín secreto donde las parejas formadas por Cupido hacían jugarretas físicas colmadas de caricias, otros llevaban a cabo sus duelos por tierras o diamantes de temporada. O simplemente anhelaban la soledad como ella.
Se sentó delante del bebedero, en el banco que aún permanecía libre, y comenzó a leer lo que había esperado toda la noche.
La composición no pasaba desapercibida, porque lo hacía de una manera contundente, magistral, que le provocó leerlo varias veces hasta preguntarse el «¿por qué?» o «¿cómo?» obró el Divino de manera beneficiosa para encontrarlo. Obtuvo respuesta mucho después con la signatura.
«Lord Darnley.»
Algún día de estos lo haría saber de todo lo que le agradaba de él. Y también de la pelea gratuita en su nombre que llevó a cabo en el lugar que supondría ser el encuentro con el ángel del amor.
Con esa actitud nadie la merece, el que la quiere que rece, porque ella es luz. Ay, nada qué ver, no está a tu alcance, la nena es un ángel 🎶
¡Hola! ¿Cómo están? Por fin pude actualizar. Lo iba hacer casi en la misma semana que la publique pero tuve que reescribir muchísimas veces este capítulo porque no me convencía lol este tampoco lo hace, aunque ¿no está mal o sí? (una enorme disculpa si hay errores)
Es muy probable que el siguiente sea el pov de Darnley. ¿O seguimos con Eloise? 👀 ¿Opiniones?
Les agradezco mucho por tomarse el tiempo para leer y votar. ¡Nos vemos en el siguiente cap! 🤍
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro