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Y así pasaron 5 años.
Sarah ahora era una hermosa joven de 15 años de edad.
Ahora sí, ella podía definirse mejor: una chica de cabello largo y rubio, estatura promedio, amante de la literatura, y sobretodo "muy valiente". Sarah estaba consciente de aquello.
— Buenos días, hermana Martha y hermana Clemente. ¿Qué hay de desayuno?
— Buenos días, Sarah, el desayuno de hoy es pan y queso, junto a una taza de leche.— le respondió una de ellas.
— Disculpe, pero, ¿Me puede servir primero? Necesito ir al patio a escribir.
— Como siempre, Sarah escribiendo.— sonrió con amabilidad la hermana Clemente.— ahora te sirvo el desayuno, solo espérame un par de minutos.
— Muchas gracias, hermana.
Sarah esperó y al tener su desayuno se dirigió a uno de los asientos que se encontraba en el patio, tomó asiento y comenzó a desayunar mientras empezaba a escribir una vez más.
Sarah esta vez estaba escribiendo un diario. Su escritura había mejorado bastante en todo ese tiempo, y era algo de lo que Sarah estaba orgullosa.
"Hoy mi desayuno constó de pan con queso, me gusta el queso, pero encuentro una diferencia en alguno de ellos. El queso a veces viene más húmedo, a veces más seco, y a veces con una contextura muy diferente. ¿Será por el tipo de queso o dependerá del tiempo que lleva dentro del pan, o dependerá de algo más? Creo que tendré que hacerle esa pregunta a la hermana Clemente, soy fiel creyente de que es una genia en la cocina. Y como siempre, agradezco a mi madre por la oportunidad de tener un buen desayuno. "
Escribió lo último mirando al cielo junto a una sonrisa.
Seguía, poco a poco, superando la muerte de su madre y su padre, aunque apenas se acordara del último mencionado. Se encontraba mucho mejor. Sentía que las cosas estaban yendo bien, especialmente porque hasta ahora nadie la había adoptado y, para Sarah, eso estaba perfecto. No quería un nuevo hogar, el orfanato está bien, pero no es algo siquiera parecido. Sarah no quería tener un hogar donde no esté su madre.
Y para ser sinceros, nadie podría juzgarla por eso.
Luego de un par de horas haciendo su actividad favorita, se dirigió a su habitación y buscó, en uno de los cajones de su armario, las cartas de su hermano y de su madre. Seguían siendo la pertenencia más adorada de Sarah.
Lo leyó y lo re leyó, incluso, justo ese día, tuvo la idea de escribir ambas cartas en su libreta. Ahora dentro de su libreta tenía escrito uno de sus mejores recuerdos.
Sarah no sabía nada de su hermano desde que llegó al orfanato, ya van cinco años en donde no recibía ni una señal de vida de él. Lo extrañaba demasiado, solo quería que él se la llevara y que vivan juntos como hubiera querido su amada madre. Aunque quizás ese era un sueño muy alejado de la realidad.
Y así pasaron varios días más. Sarah nunca había sido adoptada, y es que en ocasiones, ni siquiera se presentaba en los días de adopción. Simplemente no lo quería.
Pero ese día todo su nuevo mundo volvería a cambiar.
Volvió a llegar el día de adopción, a ella ya no le importaba mucho, ya que las niñas de su edad tenían mínimas probabilidades de ser adoptadas. Aún así, se enteró que esta vez sería una visita especial.
— ¡Llegará la familia real!
¿Familia real? ¿el rey? ¿la princesa? imposible. No entendía mucho lo que iba a ocurrir, de todos modos, no le echó tanto interés al asunto.
Cuando los nuevos adoptantes llegaron, Sarah se encontraba en uno de los asientos de las áreas verdes del orfanato, escribiendo, como siempre.
— ¿Y ésta joven cómo se llama?— habló una mujer no muy mayor que ella. Venía acompañada de varios hombres y una señora mayor de edad con rostro poco amable.
— ¡Oh, hola! Me llamo Sarah.—respondió siendo dulce, pero teniendo en la mente regresarse a su habitación lo más rápido posible.
— Sí, ella es Sarah, una de nuestras niñas más lindas e inteligentes. Además de ya ser lo suficientemente mayor para ser una excelente compañía.— habló una de las monjas.
— Ella parece una buena opción, princesa Victoria.— le habló la señora mayor a la joven que acompañaba.
— Uhm tiene razón, madre, pero escoja a la que usted desee.
"Necesito salir de aquí" era lo único en lo que pensaba Sarah.
— Si me disculpan, iré a mi habitación. Un gusto.— y así es como nuestra protagonista corrió a dicho lugar.
Tenía esperanza de que con eso, no se les ocurra adoptarla.
Pasaron un par de horas y una de las monjas, Martha, llegó a verla.
— ¿Hija, estás ahí?
— Ya le dije que no me llame así, hermana, y sabe porqué.
— Lo sé, lo sé, pero es que te tengo un cariño muy grande, Sarah. Y me pone tan melancólica y alegre la noticia que te tengo que dar.
— Dígame, ¿qué pasó, hermana Martha?
— Te han adoptado, Sarah, serás parte de la familia real.
Su mundo se detuvo, su cuerpo se quedó estático, dejó de pestañear, hasta parecía que su respiración se había detenido.
— Debe haber una confusión, ellos no pueden adoptarme, nadie puede. Mi hermano vendrá a recogerme.— habló mientras una lágrima traicionera caía por uno de sus ojos.
— Lo siento tanto, Sarah, pero parece que es algo que no va a pasar. Dale una oportunidad a esa familia, date cuenta, serás una princesa.— la mayor la miró con una sonrisa.— No quieren que lleves algo, lo tendrás todo allá.
Sarah sabía que no tenía opción a negarse. Así que asintió.
- Está bien, ya iré.
Guardó en su libreta las dos cartas más importantes de su vida y guardó dicho objeto debajo de su corset. No permitiría que se lo quiten.
Suspiró antes de salir para prepararse mentalmente por el nuevo cambio que iba a presenciar. Sabía que otra vez, todo cambiaría. Absolutamente todo.
— Tranquila, Sarah, quizá no sea tan malo.— trataba de calmar sus nervios.
Bajó las escaleras y se dirigió a la dirección del orfanato. Ahí estaba su "nueva familia".
— Hola...
— ¡Sarah, aquí estás!— la hermana Martha se levantó de su asiento y la abrazó.— cuídate demasiado. Te quiero mi niña.
— Y yo a usted, hermana Martha.
Lo que se le hizo extraño fue que ninguna de las personas que la habían adoptado le dio la bienvenida o algo por el estilo. Pero trató de no sobrepensarlo.
Sarah estaba lista para lo que sea que venga junto con este nuevo cambio, trataba de estarlo.
Luego de la despedida, salió del orfanato y entró a un elegante carruaje. Nadie le dijo nada en el camino.
Pero aún así, Sarah se mantenía firme en su afirmación.
"Estaré bien"
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