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8

Luego del entierro de su padre, Sarah dejó de llorar por él.

Había sido un hijo de puta, y si ella lo quería era, en realidad, solo un mínimo, y solo por ser su padre y el hombre que aún tiene en sus recuerdos. Ella sabía que su padre había sido un buen hombre, hasta que ella cumplió los cuatro años, de ahí... Se convirtió en el mismo demonio hasta su muerte.

Su padre se había suicidado, había tomado una botella entera de veneno.

¿Por qué? Sarah sabía que nunca iba a saber la respuesta de esa pregunta.

Al no tener madre ni padre ni alguien que pueda ser su tutor, el estado la llevó a un orfanato católico femenino, en donde niñas como ella eran criadas por monjas.

Quizás no era tan malo. Quizás.

Ella solía pasarla en el lugar más solitario del patio. No tenía planeado hacer amigas. Ya no quería a nadie a su lado, o eso intentaba creer.

— Hola, pequeña. Eres Sarah, ¿verdad?— se le acercó una de las monjas.

— Sí, ella misma.— respondió con pocas ganas.

— Sé que llevas poco tiempo aquí, así que te hablaré sobre las familias adoptivas que vienen en días específicos. A principios y finales de cada mes llegan personas que desean adoptar, son dos veces al mes y esos días debemos formar a las niñas para dar una excelente e impecable impresión.

— Entiendo, hermana Martina.

— Mañana es uno de esos días, así que, por favor, ten en cuenta lo que te he dicho. Nuestro deber es hacer que todas las niñas de este lugar sean adoptadas, pero necesitamos de su ayuda. Dicho esto, espero que disfrutes tu tarde, Sarah, nos vemos.

— Nos vemos.— y volvió a centrar su mirada en la nada.

Sarah no quería ser adoptada, Sarah quería que llegue su mamá y la saque del infierno en el que se había metido.

Sarah no quería ser adoptada, porque según ella, su madre seguía estando ahí.

Al llegar la noche, se dirigió a la habitación que compartía con diez niñas más y, recostada en su cama, se puso a pensar en qué estuviera haciendo si su madre no hubiera fallecido. Quizás esté horneando pan de dulce junto a ella, o quizás esté leyendo libros mientras se acurrucaba en los brazos de su progenitora. Sarah podía hacer que todo se vea de color rosa en su memoria, o bueno, hasta que la realidad la golpeaba.

Su madre estaba muerta.

Y no podía hacer nada para cambiarlo.

Poco después, cayó en brazos de Morfeo, con el recuerdo vívido de su madre en su mente.

Un nuevo día empezaba en el orfanato, Sarah de vistió con el único vestido que le habían dado al llegar y bajó a desayunar.

En el orfanato eran aproximadamente cien niñas siendo albergadas, por lo que claramente no le sobraba nada a nadie.

El desayuno de ese día constaba en un pan con huevos revueltos y una taza de leche, bastante bueno a decir verdad. Al menos no tenía que tomar agua de un río. Luego de eso, Sarah salió al patio e intentó buscar algo qué hacer.

— Hola, Sarah, ¿cómo te encuentras?— una de las monjas llegó a verla.

— Bien, pero aburrida, no tengo casi nada qué hacer aquí.— comentó.

— Uhm... Ya veo, mira, yo te puedo ayudar.— rebuscó algo en uno de los cajones del organizador cerca de donde estaban.— lo encontré.

— ¿Qué es eso?— cuestionó la niña.

— Es básicamente un libro, pero en blanco.

— ¿Un libro en blanco? ¿De qué sirve?— Sarah expresó su confusión.

— Quizás para que la historia la hagas tú.

— ¿Yo? ¿Escribir algo?

— Puede ayudarte a despejar tu mente y con eso podrás distraerte y a hacer algo productivo en tu día.— le extendió el diario.

— ¿Es para mí?— volvió a preguntar.

— Sí, para ti. Tómalo.— se lo volvió a ofrecer con una sonrisa.

— Gracias, intentaré escribir algo ahora.— sonrió la pequeña.— creo que esto me va a gustar mucho.

— Eso espero, Sarah, yo sé que tienes una mente brillante.

— Gracias, hermana Martha.

— No es nada, Sarah, estoy para ayudarlas.

Sarah asintió con una sonrisa y la monja se retiró.

— ¿Escribir un libro, eh?— pensó en volvió alta. — quizás sea interesante.— lo pensó un poco.— ¡ya sé!

Y comenzó a escribir fragmentos de su vida en el orfanato y cuánto había cambiado su vida en tan poco tiempo.

"La verdad es que sigo sin entender el propósito de mi vida, hay ocasiones en donde me lo cuestionó de más y, como siempre, termino con más preguntas que respuestas. Quiero creer que, quizá todo esto es un cambio que me hará ser mejor en un futuro, quizá pronto vea una luz al final de toda ésta oscuridad, o eso espero. Y también espero que todo lo que estoy pasando ahora me haga ser una persona sabia y de bien. Es un sueño y una de las metas que tengo.

Para ser sincera, las cosas ya no están saliendo tan mal. El orfanato está bien, se siente bien, no hay niñas que me molesten y las monjas son demasiado amables conmigo. Aunque quizá les doy lástima, pero aún así, agradezco que las cosas estén yendo mejor. Quizá mi madre está cuidándome y me protege de algo que me haga sentir mal, por eso me alejó de mi padre.

¿Mamá, tú me alejaste de todo lo malo? Si fuiste tú, muchas gracias. Me has dado una oportunidad para rehacer mi vida."

Y así comenzó a pasar sus días, escribiendo y escribiendo, expresando sus pensamientos y convirtiéndolos en conjuntos de palabras. A veces escribía como si le estuviera hablando a su madre, a su hermano, a su padre y hasta a ella misma.

Sarah comenzó a ser amiga de la literatura, era la única compañía que había conseguido en todo el tiempo que venía estando en el orfanato. Claro, su amor por lo libros estaba desde mucho antes, pero sentía que por primera vez la literatura y ella eran uno solo. Sarah sé enamoró de las palabras porque nadie, ni nada, jamás pudo darle un lugar tan cálido y tranquilo en dónde apoyar su cabeza cuando esté cansada o un hombro cuando tenga ganas de llorar. La escritura y lectura llegó a ser lo único que tenía al lado y le encantó.

Ese fue el momento exacto en donde Sarah se enamoró por primera vez, y se entregó completamente sin pensar en consecuencias. Sarah se enamoró de la literatura, y desde ese entonces dejó de sentirse sola.

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