Llegamos hace unas pocas horas a casa. Sorprendentemente, mi padre en este tiempo ha estado algo más presente en casa de lo costumbre, aunque no me importe mucho. Rayan se encuentra dándome la espalda mientras me cuenta cómo han ido las clases de hoy. La verdad que no me importaban mucho, pero solo por aquel instante de estar con él sin imaginar nada más, estoy feliz.

―Te hubieras reído con Laura, fue tan extraño que empezara a hablar del exterior mientras Sor Esteban le reñía por pensar en esas tonterías. Fue demasiado bueno ―finaliza riendo. Le indico que ya me terminé de vestir para que pueda girarse. Me mira con esa intensidad de que está pensando en algo.

―Suéltalo, Rayan. ―Le animo, sacando su suspiro y finalmente ese pensamiento.

―Desde que no estás en la escuela de monjas, han cambiado algunas cosas, y te echamos mucho de menos.

―¿Todos me echan de menos? ¿O solo es una excusa para no admitir que me echas de menos? ―rio mientras echo a lavar la ropa manchada en un cesto de mi cuarto.

―No contestaré a eso, pero... ojalá pudiera haberte detenido a tiempo.

Entiendo que se refiere a mi decisión, pero ahora estoy feliz, y es demasiado tarde para cambiar de opinión.

―Ahora soy feliz, eso es lo que importa. ¿Me queda bien este vestido? ―cambio de tema drásticamente, a lo cual se ríe y se apoya en aquel marco de la puerta donde tanto le gustaba apoyarse cuando hablábamos.

―Eres muy mala para evitar temas, pero... Te queda muy bien ese vestido blanco.

Le miro sonriente y vuelvo a fijarme en el espejo. Me queda muy bien tapando mi helado y pálido cuerpo.

―Vámonos, tengo mucho que hacer antes de irme.

―¿A dónde vamos?

―Tengo que hablar con mi padre.