5. Grandes Pequeños
☀️ DALIAH ☀️
Todos observábamos desde lejos la discusión a gritos de Carlos y Hanna. La conclusión era la misma que en todas las anteriores; Hanna estaba histérica porque Carlos había mirado a alguien, hecho algo o sólo existir, Carlos estába harta de ella y le repetía que terminaran con tanto escándalo y eso solo formaba más escándalo.
Eso solo tenía dos posibles finales: Hanna lloriqueando, haciendo berrinche hasta que Carlos no aguante y ceda o recurriendo a la agresividad y que el drama sea mayor.
–¿Por qué es esta vez?– Preguntó Zara.
–Ni me interesa ya– confesé–. Recojamos lo nuestro de la cafetería mejor.
Habíamos dejado postres y algunas comidas chatarras caseras allí para las ventas de la fiesta de promo, pero nos tocaba recoger lo sobrante y las cajas para volver a llenarlas durante el fin de semana.
–Mierda– soltó Tiffany–, se le pasó la mano.
Volví a mirar al piso de abajo del colegio, Hanna casi le había volteado la cara de una cachetada. Parecía que escogería el segundo final.
–A veces me da lastima– murmuró Zara.
Me pregunté qué más pensaría al respecto. La relación de Hanna y Carlos me recordaba a veces a la de Zara con su madre. No era igual, pero muy similar.
Hanna parecía una dulzura comparada con esa señora del demonio.
Me preguntaba cómo pudo tener una hija como Zara, incluso entendía al papá de esta. Pero desvincularse de su pareja no daba lugar a hacerlo de su hija.
Bajamos las escaleras para ir llegando a la cocina, dejaríamos algunas cosas en la casa de Tiffany y en la repostería de Monique, la nana de Zara, nos ayudaría a guardarlo todo para seguir con las ventas dentro y fuera del colegio. Cogimos otro camino para evitar el drama lo más posible, pero cuando salimos con las cajas no nos pasó desapercibido que Marc y Daniel ya se habían metido en la situación.
No sé si era porque él era el mayor, pero Marc había tomado un rol protector con Carlos durante los pocos meses que llevábamos del año. Se le había plantado frente a Hanna en más de una ocasión y esta le había intentado dar, nada más que él no era como Carlos y se iba o la dejaba con la palabra en la boca antes de rebajarse.
La situación no fue la excepción, Hanna estaba a centímetros de él gritándole a todo pulmón cuando él le detuvo la mano, agarrándola por la muñeca. Le dijo algo y se retiró con Carlos y Daniel tras él.
Como cereza del pastel, habían discutido en la única salida donde nos estaban esperando y la que estaba más cerca de la repostería.
–Vámonos antes de que nos vea– murmuró Tiffany
Nada más pasar el portón nos costaba, eran siete cajas y solo tres de nosotras, y la última era la que tenía el contenido frágil. A la segunda vuelta, Hanna ya nos seguía y parecía que dejaría a Zara con los ojos revueltos de forma permanente.
Seguía quejándose cuando Zara cogió la última caja y la interrumpió.
–Bueno, esto es lo último– dijo mi amiga–. Nos vemos mañana.
–Espera. – «¿Ahora qué querrá?»–. Voy con ustedes.
–No hace falta, tranquila– le dije.
–No, yo voy.
–No hace falta– repitió Tiffany.
La ignoró e intentó coger la caja que llevaba Zara, quién enseguida la esquivó, pero al segundo intento Hanna lo agarró.
–Puede irse a su casa, alimaña– le dijo.
–Usted también– Hanna espetó–, nada más que a usted no la quieren más que al licor.
Se me calentó la sangre.
–Hanna, nosotras estamos bien– le dije–. Nosotras lo trajimos y nosotras lo llevamos.
Me fulminó con la mirada, pero ella sabía que no debía meterse con Zara o Tiffany. No tenía muchos límites con ella, aunque debería, pero ellas dos eran intocables. Tanto como para Hanna como para cualquiera.
–Estoy intentando hacerles un favor– jaloneo la caja–, pero bueno, ahí se ven.
Volvió a jalonearla, esta vez inclinando hasta que terminó en el piso. Se retiró como si nada, yo solo la miré con desprecio en lo que Zara y Tiffany intentaban acomodarlo todo.
–Esperemos que no se haya dañado nada– murmuró Tiff.
–Claro que se dañó– masculló Zara–. Ojalá Marcos se apresure a ubicar a esa hija de su putísima madre antes de que lo haga yo o no le quedará un pelo ni en la [...]– Tiffany la interrumpió.
–¡Zara! ¡Sin malas palabras o le cumplo lo del jabón! Son cero y van dos. Ve que no haya tercera.
–Sí, teniente.
–Capitana– dije yo mientras respondía los mensajes de Monique.
Era una señora mayor, regordeta y muy cálida. Hacía unos postres deliciosos y también todo tipo de alimentos y bebidas dulces. Había llegado la vida de Zara a sus cuatro años, cuando su mamá había buscado trabajo en la repostería de la señora y Zara pasaba las tardes en el lugar. Estaba muy retrasada para su edad, ni los colores sabía, y la mujer notó que no iba a clases así que se ofreció a enseñarle junto con su marido y la mayor de sus hijos.
En poco tiempo, la había puesto al corriente para que pudiera entrar a una primaria, pero a Sandra, su madre, no le interesaba mucho. El trabajo con Monique no duró, debido a que Sandra le había robado mucho al negocio. Aún así, Monique evitó cualquier conflicto legal porque sabía que empeoraría cómo vivía Zara en aquel entonces.
Pero Zara conocía el camino a la repostería e iba a escondida siempre que su mamá se distraía, lo que era seguido y era un milagro que no le hubiera pasado nada en todos esos años. Una vez, recuerdo que Zara nos dijo que Monique habría querido adoptarla, pero era muy mayor para ello. Siguió aprendiendo en un colegio público hasta que un maestro amigo de Monique le recomendó nuestro colegio, que de paso quedaba cerca de la repostería.
Monique admitió haber pedido ayuda a su amigo para que permitiera que Zara entrara, pero este le dijo que ella no necesitaba ningún tipo de ayuda y que lo había conseguido por su cuenta, y había sido el mejor examen de ingreso del grado.
Debido a la situación económica y a sus notas, se le permitió entrar con media beca. A Sandra no le pudo importar menos, pero Monique siguió en ello e incluso le pagó los primeros dos años en el colegio hasta que, viendo sus calificaciones, pidieron que la beca sea completa.
De pequeñas, recuerdo que siempre estaba sola y evitaba hablar con nadie. Tiffany incluso se molestaba abiertamente con ella. Pero hubo una situación, cuando teníamos diez y yo empecé a llorar porque una compañera se había burlado del cáncer de mi mamá, y mi situación en general. Era el día de la madre, y de verdad habían tocado un nervio cuando me replantee si de verdad era un sacrificio para Nick lidiar conmigo, aunque no fuera su hija, idea respaldada por algunos prejuicios de Dante y todos los «¿Y si…?» a lo largo de los años.
Tiffany había faltado ese día, lo recuerdo. Y yo había quedado sola en un rincón del salón sin querer bajar a receso, porque hasta la maestra me llamó ridícula por llorar. Me enteré después que Zara le había robado la comida a la niña y la había empujado y dado una cachetada en el baño. Luego había subido, me contó lo que hizo, me limpio las lágrimas y compartimos las oreo de la niña mientras hablábamos.
Recuerdo muy bien lo que me dijo: «No todas las mamás te quieren. La mía me odia»
–¿Por qué piensa eso?– Le había preguntado.
–Ella me lo dijo. Dijo que me odia y que desearía no haber tenido que cargar como un estorbo como yo.
–¿Y su papá?
–No sé– se encogió de hombros–. No lo conozco.
–¿Qué le ha dicho su mamá de él?
–Que cuando nací era tan fea que no me quiso volver a ver– lo dijo con un tono divertido, como si se burlara.
Meses después, aprendí que no todo de lo que ella se “burlaba” le resultaba divertido, solo le restaba el valor a su dolor.
–Usted no es fea– le dije–. Tiene el pelo muy bonito.
–No es cierto– negó cogiendo un mechón enredado–. Es horrible.
–No, no lo es. Tiene más forma que el mío.
–Pero el tuyo es liso. Yo soy la que tiene el pelo de puta.
Me había quedado sorprendida por la última palabra.
–No diga eso. Es bonito.
–Yo no soy bonita.
–Sí lo es. Y su pelo también.
–Es pelo malo– me miró como si le mintiera.
–¿Quién te lo dijo?
–Mi mamá.
–Entonces es una ciega.
–Pues se tropieza mucho después de tres botellas– sonrió, pero a mí no me causó ninguna gracia.
A regañadientes de Tiffany, no la dejé quedarse sola en los recesos hasta que empezaron a llevarse bien y ya no fue necesario intervenir entre ellas.
Miré hacia adelante, donde Zara cargaba la caja hasta la salida con sus rizos negros recogidos en un moño alto. Le tomó tiempo, pero aprendió a definirlo y cuidarlo como correspondía. Ahora, suele lucirlos y renegar de cualquiera que le comenté algo respecto a cómo los trae.
🌊MARC🌊
Sonreí un poco ante una de las bromas de Daniel, aunque sentí una punzada de nostalgia al recordar a Thiago. Él siempre me hacía sacar las peores carcajadas hasta que me doliera el estómago.
–¡Buenas tardes!– Escuché la voz chillona de Hanna–. ¿Qué hubo?
La diversión se acabó y, como efecto domino, todos miramos en dirección a Carlos, quién evitó mirarla. Nos habíamos alejado un poco de las gradas para conversar, pero no parecía que Hanna tuviera planes de dejarnos en paz.
–¿Qué quieres?– Preguntó directo, cansado.
Miré hacia otro lado, en dirección a nuestros compañeros, también atentos pero sin observar del todo lo que estaba pasando. El frío me hacía sentir un dolor en la garganta y en el puente de la nariz, leve pero fastidioso, que tal vez me provocaría un resfriado en una semana o dos.
–Vengo a hacer las paces con los cinco– en ese momento sí la mire. Pasó una mano por los rizos para llevárselos detrás de la oreja, aunque los mechones de adelante eran muy cortos para eso–. No he sido la persona más… madura, últimamente. Así que mis amigas y yo decidimos hacer un leve descuento– nos mostró la caja en sus manos–. Cupcakes gratis. La nana de Zara los hizo.
–¿Gracias?– Josué dudó al recibir la caja.
Josué, Evan, Carlos, Daniel y yo cruzamos miradas. Habría preferido beber cloro de forma directa.
–También hay suficientes para el resto del equipo de fútbol– miró a Carlos con una sonrisa de loca–. Solo quiero que empecemos a llevarnos mejor, no hay razón para que sean tan inmaduros.
Arqueé una ceja. Ella tomó el rostro de Carlos un momento y, a pesar de intentar girar la cabeza en otra dirección, logró darle un beso en la coronilla.
–Le avisaré a los demás para que vengan cada uno por lo suyo– dijo Hanna–. Bye.
Abrimos la caja, por la expresión de Evan parecía que esperaba una bomba, pero todos estaban en perfecto estado. Incluso tenían la decoración similar a las que el grupo de Zara, Daliah y Tiffany hacían. ¿De verdad preferían perder dinero por algo así?
–¿Qué haces?– Daniel quitó la mano de Josué cuando intentó coger uno de los cupcakes.
–Tengo hambre. ¿Usted qué cree?
–Ni loco agarramos eso.
–Tampoco nos va a envenenar– le dijo Evan.
–Buenas tardes, compañeros, amigos míos–. Juan, otro de los integrantes del equipo, se acercó a nosotros en dirección a la caja en compañía de otros tres integrantes–. ¿Su merrced, sería tan amable de brindarnos un poquito?
–Los trajo Hanna– le informó Daniel, casi como si ella fuera la serpiente en la historia de Adán y Eva.
–¿Y qué tiene?– Preguntó Jesús, quién acompañaba a Juan.
–No sé ustedes, pero a esa mujer no le acepto ni el rosario– nos dijo señalandonos uno por uno–. Está loca y prefiero tragar mierda antes que algo que ella me brinde.
–Tampoco seas marica– le dije–. Ni que fuera a tener droga. Como mucho sabrán feo.
–Recuerda que si los trajo Zara deben estar ricos– le dijo Carlos.
–¿Y Zara y Hanna desde cuándo son las mejores amigas?– Hizo un gesto donde dió a entender que había gato encerrado–. Esa mujer es veneno puro.
El grupo de Juan empezó a coger los cupcakes sin importarle lo que decía.
–Ajá, buenas tardes– saludó Enrique al lado de Saúl, los dos restantes del equipo–. ¿Qué pasa?
–Hanna trajo cupcakes– le dije– y Daniel se empeliculó con que tienen droga o algo peor.
–¡Los hizo Hanna!
–¿Y qué nos va a hacer Hanna?– Preguntó Saúl en burla–. A ver, cuéntanos.
–¿No te partió a ti la ventana del carro porque pensó que era el de Carlos?– Me señaló y luego a Juan–. ¿No te intentó cambiar el examen en quinto? ¿No fue ella quien nos puso pica pica la vez pasada? ¡¿No fue la que se metió en el baño de hombres el año pasado nada más que por revisarle el teléfono a este idiota?!– Señaló a Carlos–. Y tengo más ejemplos.
–Paranoico– le dijo Josué–. Si no quiere comer no coma y ya.
La verdad, hasta yo accedí. Tenía mucho filo como para andar aguantando y pensar que tendría el condenado cupcake.
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
Hijuemadre diarrea.
–Están verdes– nos dijo Daniel negando con la cabeza–. Y yo se los dije, pero como ustedes se las saben todas y uno nada. Miren lo que pasa.
–Daniel, cállate– le pidió Josué.
–A mi no me volteen a ver. Mejor miren al huevón ese– señaló a Carlos– que aún no pone la mierda en la basura.
–Ni me hables de mierda– le pidió este.
–¿Y a qué vinieron si tan mal se sentían?
–Si no vengo hoy, pierdo biología– le recordó Evan.
–Tú y todo el mundo– dijo Juan.
Todo el equipo, los once, estaba con nosotros. No supe cómo sentirme al respecto, mi grupo de amistades era mucho más cerrado, aunque no lo concideraba pequeño.
Éramos cinco, incluyéndome: Shana, Thiago, Manuel, Daniel y yo. A veces la novia de Daniel, a veces mi hermana, en algunas ocasiones amigas de Shana o conocidos de Thiago, o míos. Pero no había más nombres en mi lista cuando se trataba de amistades, lo más cercano era mi hermana y, últimamente, mi hermano.
–¿Cómo les fue con el laxante?– Preguntó Hanna con una sonrisa acercándose a nosotros y se dirigió a Carlos–. Espero que ya te haya quedado claro que no me ando con juegos, Carlos José.
–Ve a joderle la vida a alguien más.
Le mandó un beso con una sonrisa y se fue.
–Malnacida desgraciada– soltó Josué.
–Deberíamos encerrarla en un baño a oler mierda, a ver si así queda feliz– murmuré en tono sarcástico.
–Cerca de la cabaña donde va a ser mi cumpleaños hay una lago con cascada– murmuró Saúl– dónde van turistas y hay una cabina que es un baño. Mi familia ha ido antes y dicen que es asquerosa.
–¿Y quieres encerrarla?– Le pregunté.
Dentro del colegio, me convenía ser un ángel caído del cielo. Pero, ¿Por qué serlo afuera?
Nos miramos un momento.
–¿Cómo la encerraríamos?
–Podríamos tirar la cabina al río– comentó Daniel.
–Ey, tampoco– le advertí–. Además, obviamente no pasaría la noche, parece algo que haría un bully de primaria. Solo unos cinco…, diez minutos.
–No– soltó David–, preferiría tirarla del Everest.
–Enfatizando en la pregunta anterior– Juan volvió a llamar nuestra atención–. ¿Cómo la encerraríamos?
Miré a Carlos.
–Tú eres novio de ella– dije.
–En su imaginación.
–Así sea en su imaginación. La puedes llevar allá.
–¿Y cómo planea usted que la lleve?– Frunció el ceño y cruzó los brazos, su voz sonaba más que reacia a la idea.
–¿Te tenemos que explicar el cuento de la cigüeña?– David lo cuestionó con una ceja enarcada.
Todos los observamos, él no sabía ni dónde mirar.
–O sea, ustedes quieren prostituirme.
–Dijimos: llevar– le aclaró Evan puntualizando en la palabra–. Usted es libre de ver cómo.
Me miró a mí. Luego a Josué, y Daniel, y Juan, y Saúl, y Evan, y David y todo el equipo. Frunció sus labios y bajo la mirada a un punto incierto cuando llegó al último de nosotros, replanteándose la idea.
–Bueno– Ricardo interrumpió el silencio sepulcral–, en lo que lo piensas volveré al baño.
–Bien, vamos a ver qué pasa– aceptó Carlos.
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
No podía creer que mi mamá aceptara que me fuera hasta pueblo por un cumpleaños, pero como lo pagué yo tampoco había tanto problema. En cambio, mi hermana casi pegó el grito en el cielo, me habló de esta juventud de hoy en día —con veinte años, pero con alma de vieja—, los peligros en todas partes y la importancia de usar protección. Mi hermano solo me dió un condón —no sé de dónde sacaron que me acostaría con alguien— y me dijo que, si tenía que volver a recogerme de la cárcel, por Dios que me daría un puñetazo.
Así que era mejor no tentarlos. La cabaña era muy grande y espaciosa, dos pisos tan grandes como para ser salones de eventos, ideal para turistas o gente con ganas de hacer un retiro espiritual. Tenía la decoración más cálida y típica del mundo, cuidaba la escencia natural, pero aún así tenía televisor y todo tipo de electrodomésticos.
Saúl mencionó algo de la probabilidad de encontrar animales, pero no del tipo salvaje y peligroso. A unos metros, estaba el río, muy hermoso, debo admitir. Podíamos bañarnos y había un columpio en la rama de un árbol para tirarse.
No joda, en esos momentos de verdad me habría gustado tener dinero, poder invitar a amigos a salir de la ciudad así como así, con todo pago, y no pensar tanto en gasto o en molestar.
Miré a mis compañeros, gran parte de buenas familias y negocios prósperos, otros no llegaban a ser ricos, pero sí clase media alta. Antes no era algo tan importante para mí, hacía poco más de un año también tenía una posición acomodada, pero después de ver cómo eran las cosas en realidad, sí se sentía el cambio.
Era como un golpe, un golpe de realidad. Donde no todo es precioso y la frustración ante la injusticia y la avaricia pueden ir a veces de la mano atrás de la envidia.
La gente suele decir que los ricos son tontos, que no conocen de pesares y qué sus penas no valen. No es cierto, no en todos los casos, y aunque en el fondo todos seamos iguales, estemos hechos de la misma carne y seamos humanos, la envidia reina cuando no eres ignorante.
Porque muy en el fondo, a todos le gustaría tener una casa bonita, un buen sueldo, la liberación de no preocuparse por llegar a fin de mes y que no haya presión al momento de decidir, pues una desición estudiantil o una nota no afectaría tu estado de cuenta o tu herencia, tampoco la residencia ni mucho menos.
Aún con la idea del hedor de la cabina, envidié mucho a Hanna. Demasiado. Con el dinero de sus padres podría pagarme mi educación sin recurrir a palancas, becas, subsidios ni préstamos universitarios, mientras ella apenas le importaba una perdida en cualquier materia.
¿Qué más querría yo que quitarle ese peso a mi mamá? ¿Qué más que tener dinero para pagarle sus medicamentos y tratamientos? ¿Qué más que mi hermano pudiera seguir estudiando? ¿Qué más que mi hermana tuviera de lo mejor en una carrera tan costosa y no tener las deudas que tiene desde joven, porque no tenemos ni para el elemento más básico?
Volví a mirar a los alrededores, el clima era próspero, no había mucho sol pero tampoco era nublado, era perfecto. Era todavía de mañana y la mayoría estaba saliendo a la terraza, algunos pocos guardando botellas de licor y otros en las habitaciones. No pensaba quedarme a dormir, a la mañana siguiente probablemente todo se volvería un desastre, y Carlos quedó en que iríamos juntos hasta la ciudad, ya que pensaba emborracharse y era mejor tener un conductor asignado.
Solo para pasar el tiempo y alejarme de todos un momento, decidí hacer una llamada.
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