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4. Arreglos de Paz

FELIZ AÑO NUEVO!

Debo confesar que hace rato tenía los capítulos listos, pero tuve un problemita con los gifs de los banners, así que al final cedí a mi mala suerte (se me perdieron todas las imágenes, gifs, banners, edits, etc) y decidí hacerlo a la antigua 🥲

De ahora e adelante, los nombres escritos al inicio serán lo único que aclare la perspectiva y los separadores.

Si viene con este emoji significa que la perspectiva siguiente será de Daliah: ☀️

Este implica que puede ser un personaje relacionado a Daliah (extras): ✨

Este indica que es la perspectiva de Marc: 🌊

Y este que es alguien cercano a él, o en su círculo: ☁️

Sin más que decir, o aclarar, continuemos:

☀️DALIAH☀️

En el conjunto donde vivíamos, algunas casas, incluida la nuestra, contaban con dos pisos y un jardín mediano. Solo compartíamos pavimento y la administración. Pero durante la infancia de mi hermano, mi mamá pensó que era buena idea construir una piscina, idea que otros vecinos copiaron después, y desde entonces hacíamos ahí asados familiares, fiestas o cualquier reunión.

La verdad, el barrio era muy sencillo y poco costoso cuando mi bisabuelo lo compró para mis papás, pero después de un poco de inversión todo lucía hermoso.

Mi cuarto tenía su propio balcón gracias a las ideas de mi mamá, aunque al inicio fue para Dante, pero  a él no le gustaba la luz del sol. En medio estaba el balcón de la sala y luego el de la habitación de Nick y mi papá a la derecha, cada uno bien distanciado por muros.

Después del desastre de esa mañana, Nick me había dejado cocinar, dijo que era mejor quemar un pan que a alguien, luego fueron a recoger unas picadas que habían pedido para el asado y su almuerzo, ya que Nick solo dejo listo el nuestro. Al salir de la cocina, me encontré a dos muertos de hambre esperando a que me despistara.

–Ni mirar– les advertí a mis hermanos–. Fuera de la cocina.

–¡Mi vida bella!– Escuché a Zara gritar desde la puerta, a lo que Dante dió un respingo, mientras Dylan se metía encantado a la cocina–. ¡¿Dónde está?!

–¡Le traemos café!– Gritó Tiffany.

–¿Y esa gente cómo entró?– Se preguntó Dante.

–Con la llave de la casa– le respondió Dylan desde la cocina.

–¡No coja nada, Dylan!– Les advertí en lo que me dirigía a la puerta.

Saludé a Zara con un abrazo rápido en lo que ella avanzaba dentro de la casa como si fuera suya. Apenas intercambiamos palabras antes de que también oliera la comida.

–¡Ay, cara de culo!– Exclamó Zara desde la cocina, imaginé que se había encontrado con Dante.

–¡Le voy a meter un jabón en la lengua, Zara Cecilia!– Exclamó Tiffany, aún a mi lado.

–¡Tiffany! ¡Ven a ver con qué animal me encontré!

Era conciente de que Tiffany se había mostrado tímida antes, pero con Zara y conmigo era diferente. No lo parecía, de hecho casi lucía como un ángel, pero tenía su vocabulario bien guardado cuando quería.

–¿Y esto?– Pregunté con una sonrisa al ver las bolsas de regaló.

–Para la pijamada de hoy– dijo Tiffany sonriéndome y me abrazó–. Feliz cumpleaños, Daliah. Qué sigas cumpliendo más.

Me dió el café apenas nos separamos.

–Gracias– abrí el vaso–. Yo también compré unas cositas para hoy, pero pasaron cosas está mañana…

–¿Cómo qué?

Aunque era nuestra tradición desde los diez años, creo. Si no mal recordaba, fue una noche en un cumpleaños de Zara cuando no nos pudieron recoger debido a las fuertes lluvias de aquel momento y nos quedamos a dormir con ella. Luego se repitió con Tiffany, pero por gusto y desde entonces siempre que cumplíamos años esperábamos a que todos se fueran para dormir en la casa de la cumpleañera.

Aunque, en el caso de Zara, dormíamos en mi casa. Ella y su madre no se llevaban para nada bien, la mujer era de lo más detestable.

–¿No viste el grupo de las chicas?

–No. Vine a cargar el celular aquí, se me apagó antes de ir por Zara.

–Ay, entonces mira.

La lleve hasta la cocina, con todos contentos metiéndole mano a la comida.

Parecía que el diablo estuviera frente a Tiffany cuando vió quién estaba en mi cocina, sus labios se separaron de la sorpresa y me miró como si no se lo creyera.

–¿Y ahora por qué se pelean?– Les pregunté a Zara y Dante.

–La rata esta– dijo Dante–, que no la quieren en su casa.

–Me quieren más a mí aquí que a usted.

–¿Y a tí quién te dijo que te quieren aquí?

–Tu hermana, Watson y mis tíos. ¡Y los vecinos también me adoran, para que lo sepa y no me ande tuteando!

–¿Cuál? ¿Cómo qué Watson, desubicada?– Dylan arqueó una ceja.

–Sherlock, entonces.

–Ajá.

–Deje la comida quieta– lo regañe–, que tiene que alcanzar.

–¿Hace cuánto volvió?– Preguntó Tiffany a Dante casi en un murmullo.

–¿La conozco?

Mi amiga alzó las cejas un momento antes de volver a bajarlas para fruncir el ceño.

–Me llamo Tiffany.

De no haber estado él, habría entrado, atacaría la comida con Dylan y haría una alianza con él a Zara para atacarlos a alguno de ellos. Pero en su lugar, prevaleció indignada y cerca de mí.

–Bueno, pero a lo importante– quite la mano de Dylan de la comida–. ¿Ya quieren almorzar?

–¿Preparaste el almuerzo?– El tono de Dante me ofendió.

–No, Nick lo dejó hecho antes de salir.

Luego de media hora, llegaron mis tíos, otros amigos de mi papá y Nick y algunos de mis compañeros. No invité a Hanna ni a su grupo, así que me mentalice para ignorar sus comentarios pasivo agresivos durante la semana. A quienes sí invité, fue a los chicos, con quienes me llevaba bien, cuando no nos hacíamos bromas pesadas.

–Noticia de último momento a cambio de un dulce– me dijo Zara cuando me acerqué a la mesa para tomar una de las picadas que preparé.

–¿Qué noticia?

–Sé algo que tú no.

–¿Qué?– Hizo su carita de ángel y le dí un quipito–. ¿Qué, Zara? Dime.

–Evan te cambio la mascarilla por el tinte– contestó abriendo el quipito.

–¿Cómo?– Ah, no. Las bromas tenían su límite, maldito desgraciado–. ¿Te lo contó?

–Ni falta hizo. Él solo se delata– ambas lo miramos. El pobre parecía no encontrar dónde esconderse entre sus amigos–. Según yo, nada más nosotras sabemos que te cayó tinte semipermanente en el pelo. ¿Me abres el quipito?

Bueno, en ese momento sí me dió rabia, pero me controlé en lo que le abría el dulce, antes de ir hacia ellos. Por sus caras, supe que todos sabían qué había pasado ese día.

Daniel, Josué y Carlos me abrieron camino apenas me vieron llegar.

–Hola, Evan– lo saludé con una sonrisa–. ¿No has cogido nada de la mesa de dulces?

–Eh, no.

–¿No quieres?

–No, gracias– hizo una pausa y miró a Zara, luego a mí–. ¿Tú sabes algo?

–¿Qué tengo que saber?

Guardó silencio un momento.

–No, nada.

–¿Nada?

–Eh, no…

–¿No qué?

–¿Sabe o no?

–¿Qué tengo que saber?

–No sé.

–Yo tampoco.

Seguí mirándolo hasta que finalmente se rindió.

–Perdón.

–¿Por qué?

–Por teñirle el pelo.

–¿Me teñiste el pelo?– Me hice la sorprendida.

Nos dejamos de niñerias después de eso.

–¿Cómo y por qué?– Le pregunté.

–Es que– intentó intervenir Daniel–, usted sabe. Con las bromas y esto…

–Ajá, ¿Qué bromas?

–El pica pica– respondió Carlos.

–El pica pica se quita, no sé cómo tú puedes recuperar mi uniforme–; miré a Carlos–. Ustedes van a volver a jugar, al menos.

–Pero…

–Pero nada– miré a Evan–. Mira, yo te perdono.

–Ah…, gracias.

–Pero con la condición de que me dejes cortarte el pelo.

Puso una cara de espanto, ni que fuera la llorona.

–Tampoco es para tanto, Daliah. Hay ciertos límites que…

–¿Quiere que le diga a Hanna que intentaste jugarle una broma a ella?– Lo amenacé.

No iba en serio, pero por su expresión supe que aceptó. Tomé su mano y lo dirigí hasta mi casa con el resto de grupo siguiéndonos.

–¿Dónde va?– Preguntó mi papá sirviendo la gaseosa desde la cocina.

–A llevar a Evan a mi habitación– sonreí con malicia cuando ví su expresión., aunque él no vió la mía.

Mantenía la ventana del balcón cerrada en las noches, pero se veía la luz a través de ella. Encendí el foco, el desorden casi me hace sacarlos a todos.

La cama estaba a la derecha, entre mi escritorio y la mesa de noche, con mi nombre encima, escrito en rosa palo en la pared. Al lado de la mesa de noche, a la derecha de mi cama, estaba mi armario que era del tamaño de toda la pared, dónde también estaba la puerta. En frente de todo, estaba el televisor y al lado de este estaba el baño a un metro, separado con el balcón por un muro delgado.

–Tomen asiento– los invité.

Entre al baño un momento para buscar unas tijeras apropiadas mientras recordaba la sorpresa que tuve ahí esa mañana.

–Evan, tú en la silla– dije al verlo muy cómodo junto a los demás en mi cama–. Te doy el privilegio de buscar una referencia en Pinterest.

–¿Y usted cuándo ha cortado pelo?– Me preguntó Josué, dudando de mis capacidades.

Hacía bien.

–Una vez se lo corté a mi hermano– cuando tenía siete y era un bebé medio calvo.

Invocado por su mención, Dylan tocó la puerta y abrió.

–Mi papá quería saber si te estabas acostando con alguien.

–Ya vió que no– sujete la cabeza de Evan frente mi escritorio–, dile que no sea desconfiado– se fue después de eso.

Sería un buen momento para empezar a buscar tutoriales.

–¿Me lo puedes cortar como James?

–La cara no le da para dejárselo como James– respondí viendo sus ondas de un negro claro, tirando a castaño.

–Déjelo como Davinson Sánchez– propuso Daniel, burlón.

–¿Y Messi?– Preguntó Josué.

–Ninguno de ustedes va a tener voz ni voto en esto– les dijo Evan y me mostró una foto en su teléfono–. Mira este.

–¿Y ese quién es?– Me acerque para verlo.

–Alisson Becker.

Ni idea. Pero bueno, le quedaba mejor que el de Messi por su tipo de rostro. Empezaron a debatir sobre el Liverpool y otros equipos de fútbol. Evan se entretuvo jugando UNO con Zara y Tiffany, a quién Zara había ido a buscar, después con los demás.

La verdad, quedó mejor de lo que esperé. Como venganza, no me puedo dar créditos. Le quedó bien el corte.

–Ahora nada más quiero ver a tu mamá cuando te vea– Carlos sonrió.

–Mejor que aparecer con el corte suyo– le dije poniendo lo mío en mi escritorio–. Ya es un hombre nuevo, Evan– los miré a todos–. Creo que ya podemos dejar de lado las bromas entre nosotros, mi cabello no tenía nada que ver en esto.

–Eso fue una situación que se nos salió de las manos.

–Pero tiene razón– aceptó Josué–. Con usted no tenemos problemas– se dirigió a mis amigas– y con ustedes menos.

–Con usted sí– Evan miró a Zara mientras ponía un 4 rojo–, no me olvido que me hiciste perder física.

Zara puso los ojos en blanco.

–Ya deja ese cuento, ya pasaron años.

–Pero de verdad– habló Tiffany esperando a que Carlos eligiera su carta–, ya no más bromas.

–Daliah– Dylan se asomó en la puerta–, que le van a cantar el cumpleaños.

–Solo a usted se te ocurre faltar en tu cumpleaños– comentó Carlos poniendo un siete amarillo, seguido de Tiffany y luego Zara.

–¡Uno!– Exclamó Zara feliz.

–Come cuatro– soltó Daniel.

–Come ocho– siguió Josué.

–Diez– Evan.

–Catorce– siguió Carlos.

–Dieciséis– Tiffany sonrió mirando a Zara.

Eso es traición.

–Nada más díganme que me odian y ya– murmuró ofendida cogiendo las cartas.

–Continuan después– les dijo Dylan.

–Queremos pastel– lo apoyó Bruno, nuestro primo, tras él.

Bueno, primo emocionalmente político. Fue adoptado por mis tíos, quienes son gays, y de hecho eran los mejores amigos de mi papá, sin sangre de por medio. Pero, viendo a Zara y Tiffany, entendía qué sentía mi papá respecto a ellos y sabía que Dylan sentía lo mismo con Bruno y el resto de sus amigos.

–¿Dylan, ve algo diferente en mí?– Le preguntó Evan.

–Nada. Vamos a bajar, después continúan.

Cerró la puerta y se fue junto con Bruno.

–Entonces, ¿en paz?– Preguntó Daniel.

–En paz– asentí.

✨⭐︵‿︵‿︵☀️︵‿︵‿︵⭐✨

Después de unos minutos de charla, al fin tomé mi tercer café de la mañana que me había costado convencer a Juana —la dueña de la cafetería del colegio— de que me diera.

–¡A ver todo el mundo!– Exclamó Zara a nuestros compañeros de salón en la cafetería, sentándose en la mesa del salón, después de que nuestra directora de grupo se fue–. ¡Háganme caso porque este año yo seré su presidenta!

–Dictadora, más bien– dijo alguien..

–Lo mismo. Esta es la situación; todos ustedes van a votar por mí. Yo seré su presidenta y para conservar la moral de este corrupto sistema mi estimada teniente Villavicencio– señaló a Tiffany– será su vicepresidenta. Y como somos tres en una, Dalila será la representante de doce. ¿Entendido?

¿Que yo qué?

–Es Daliah– le recordé– no Dalila.

–¿Y qué ganamos con ustedes, a ver?

–Una buena fiesta de promo. Conmigo como presidenta, ninguno pasará penuria en sus casas, haremos las ferias que cancelaron cuando estábamos en primaria, el día de deporte haré que nos dejen traer maizena para hacer desorden…

–¿Y el bullying y lo demás?

–No estaremos aquí el próximo año, de todos modos. Repartiremos condones, grabaremos tik toks en la cuenta de la promo y pondremos a primaria a hacer manualidades para nosotros…

–¿Eso le dirá a los profesores?

–De cuarto para abajo, les diré que les daré piscina.

–¿Y para nosotros?

–Si yo gano– se bajó de la mesa de un salto que casi me da un infarto hacia su morral–, haremos una rifa. Un conocido mío conoce a Néstor Lorenzo– eso les llamó la atención– y obtuvo unas hermosas pelotas para que no se entretengan solo con las suyas. Además, me regalaron cupones para no sé qué partido, descuentos en tiendas y en MercadoLibre.

–¡Zara, eso es corrupción!– Le regañe.

–Y subastaremos una cita a ciegas con el hermano de Daliah.

¿Perdón?

–¡Arriba Zara Jaramillo como presidenta de la República!– Exclamó una compañera.

–¡Esa es la actitud! ¡Así los quiero ver!

–¿Puede ser el de Lina?

–¡El de Daniel mejor!

–Yo tengo hermanos hasta para regalar– les respondió él.

–¿Por qué no el de Marc?

–Llévatelo si quieres.

–¿Y a Vivianne?– Le preguntó Josué.

–Te parto un huevo como mires a Vivianne.

–¡A ver! ¡A ver!– Los llamó Zara aplaudiendo–. No nos desconcentramos, hay que ver lo decente del asunto. Tiffany, Daliah.

–Pues…– empecé a pensar–. Todos sabemos que Zara es una estudiante comprometida, tiene el mejor promedio del grado, es inteligente y creativa.

–Y corrupta.

–Para la moral está Tiffany, ya se los dije– intervinó ella.

–El punto es– proseguí–, la verdad es que en el colegio ninguno de estos puestos hace nada, así que tampoco es que nos vayan a quitar algo. Pero por otro lado, Zara cumple a nivel estudiantil con todo lo estipulado por el manual de convivencia, y es la que más ha vendido en los puestos para recaudar para la promo.

–Y es peleonera– puntualizó otra compañera.

–Y es peleonera, exacto. ¿Quién evitó que la Fiona o la Bruja del 71, como le digan, nos reprobara en octavo y en décimo? ¿Quién peleó por el uniforme de promo?

–O por el nombre de la promo– dijo Tiffany.

–O por el nombre de la promo, también es verdad. Entonces, voten por Zara.

–¿Y tu hermano?

–A mi hermano no lo va a ver ninguna, les lleva diez años, mediquense.

–Nueve a ocho años.

–Lo mismo.

–Ese asunto luego lo resolvemos– comentó Zara–, aceptamos hermanos mayores, por si quieren compartirlos.

–Ajá, ganas la presidencia estudiantil– comenzó un compañero cruzado de brazos–. ¿Y luego qué?

–Luego… Voy para la alcaldía.

–Ni siquiera eres bogotana, Zara. Eres cartagenera.

–Yo me crié acá, de todos modos– se defendió Zara–. Llevo aquí desde…– nos miró a Tiffany y a mí–. ¿Diecisiete menos tres?

–Catorce– contestamos.

–Catorce años llevo aquí. Y el punto es– volvió a mirarlos–, que lo quieran o no, yo seré alcaldesa de esta ciudad. Hasta la presidenta de la república, para que vean.

–Será para que nos metas en guerra.

–Ustedes tranquilos, yo nerviosa. Nada más los que me molestaron pasarán hambre en mi dictadura.

–Presidencia– le dije.

–Ajá, eso. Conmigo– volvió a sentarse en el escritorio– todos ustedes tendrán lindas casas, familias cuidadas, comida y una linda biodiversidad colombiana. Cambiaré algunas leyes… Se jugarán Los Juegos del Hambre en las cárceles, solo los violadores y asesinos participarán, algunos presos tendrán la opción de vender, digo, donar sus órganos para restar sus sentencias, los haremos trabajar en minas, los rateros harán servicios de lavado o cualquier otra cosa… Le pondré pena de muerte al que se meta con los animales y los niños, invertiré en infraestructura…

–Zara– le dijo Tiff–, paso a paso.

–Podemos revivir las torturas para los abusadores y los que maltratan animales.

–Zara– la llamé–, hasta esa gente tiene derechos humanos.

–Ah, pero por allá fuera del continente sí se pueden armar guerras y no les dicen nada. Yo quiero darle una pizca de su medicina y ya soy mala.

–¿Y esto qué es?– Entró el profesor de matemáticas–. ¿Campaña electoral?

–¡Eso mismo, profesor!– Asintió Zara–. Me estoy asegurando el voto.

–Ajá, bájese de ahí, Jaramillo.

–¿Cómo me fue en mi exámen?– Preguntó bajando de la mesa.

–¿Si ya sabe, para qué pregunta?

–¿Cuatro?– se sentó tras de mí.

–Cinco de cinco.

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