2. Amistades Verdaderas
El parásito de Hanna resopló fastidiada. Tuve que respirar profundo, muy profundo, para evitar el impulso de empujarla por una ventana.
–Hanna, por Díos, que no– le dije.
–¡No me hables así!– Me dió un tic en el ojo–. Tú no sabes lo que es tener problemas. Solo quita eso y ya, no es necesario humillarme– pero si se humillaba sola– para que aprenda, ya lo hice y lo siento por lo del carro, es que me confundí.
–Ajá.
Miré al grupo de chicos, también cansados de la misma conversación. Incluso Carlos había optado por ignorarla, pero a cambio yo tenía que aguantarla.
–Mira, tus padres ya me dieron el dinero, de ahí en fuera nada de lo que te pase me incumbe.
–¡Por tu culpa estoy en esta situación!
¿Por mi culpa?
–Hanna, yo pedí el dinero y ya. Sí te exigen algo más debes quejarte con tus padres, no conmigo.
Al momento de hacer los acuerdos para no llegar a una demanda, que no pasó por la falta de ganas, porque mis hermanos y yo éramos rencorosos, pero sí por falta de dinero, su familia no tuvo problema en pagar los gastos. Hanna no se mostró interesada en lo absoluto, pero cuando le dijeron que tenía que aumentar sus horas sociales armó el escándalo del siglo.
–¡Pero…! ¡Por favor!
–Hanna, no– le grité harto de ella.
–¡Ush!– Chilló–. ¡Imbécil!
–Hanna…– empezó Carlos apartándose del grupo para calmarla.
Me fui hasta la esquina con Evan mientras esperaba a mi primo para ir a la estación del transmilenio antes de que el verdadero berrinche empezara.
La ciudad era demasiado grande, la casa de mi tía estaba muy lejos como para caminar y había concluido con mis hermanos no llevar el carro cuando lo terminaran de arreglar.
Solo pude respirar hasta que ví a mi mamá, sentada en el sofá viendo catálogos de revista y con un café en la mesita del frente.
–Buenas tardes– la saludé.
Ella sonrió al vernos. Me senté a su lado y dejé que me abrazara y me diera un beso de bienvenida.
–Hola, tía.
–Hola, Estefan.
Estefan subió rápido las escaleras para entrar en su habitación mientras yo me quedaba a acompañar a mi mamá.
–¿Qué dijimos sobre el café?– Le pregunté con la cabeza apoyada en su hombro.
–No seas tan intenso como hermanos. A veces necesito un poco de energía.
–Sabes que no es bueno.
–Un poquito al día no puede ser tan malo, Marc– me dió otro beso en la frente–. Sube para que te cambies y me ayudes a hacer la comida.
Era lo único que le gustaba que aún podía hacer. Mi mamá no era una mujer vieja, aunque no estaba en la flor de su juventud, pero tenía microangiopatía por herencia de nuestra bisabuela y la enfermedad ya le había hecho pasar malos momentos. Era una de las razones de nuestra mudanza, aunque no la principal, pero el clima cálido de Barranquilla y otros aspectos no eran lo más conveniente.
Ella era la persona más importante en mi vida, por ella seguía estudiando e intentando seguir adelante. Se lo debía por todo lo que había pasado por mis hermanos y por mí.
Después de ayudar a mi mamá y cenar, hablé con Cassie. Se puede decir que era mi amiga, que a veces me atraía, pero que no era nada del otro mundo, pues sabíamos que ninguno tenía otro tipo sentimientos.
–¿Y?– Le pregunté–. ¿Qué más pasó?
–Ush, lo de siempre. Pero creo que Shanon piensa meterse en algo. No sé si te lo comentó.
–Sí, mencionó algo de pedagogía. Y le queda, a ella le gustan los niños, pero no sé si le guste a Fátima.
Shanon era mi mejor amiga de toda la vida. No había querido entrar a la universidad ya que había conseguido algunos trabajos buenos en comparsas y en algunas compañías. Pero sus padres no estaban contentos con eso así que vive con sus tíos cerca de Puerto Colombia.
Al principio, sus padres habían accedido a seguir teniendola en su casa hasta que se graduara y cambiara de opinión respecto a la universidad. Pues no solo querían que estudiara en la universidad, sino que se negaban a que fuera otra carrera que no fuera derecho, medicina, negocios o administración. Aunque ingresara, si esas carreras no estaban en sus opciones la iban a correr. La situación solo se adelantó por una discusión muy acalorada en la que ella terminó en la calle y unos amigos le ayudaron hasta que sus tíos se enteraron.
–Claro que no, pero al menos pudo generar ingresos trabajando para una mujer que es soltera y tiene dos hijos. De a poco, puede que ahorre y sabes que Noreen y yo siempre la recibiríamos.
–¿Y el resto?
–Daniel sigue juntando el dinero para la pedida de Noreen, Thiago se ha esforzado demasiado y ha mejorado mucho y Santos también se ha aplicado.
Ellos, Shana y yo éramos mejores amigos, aunque Manuel Santos había sido el primero, el incondicional. No había dejado de hablar con los cuatro en ningún momento, pero a veces hablaba con Cassie para tener una perspectiva externa de ellos.
Ella se había acercado al grupo por Noreen, la novia de Daniel, y más tarde por mí. Pero con Daniel vuelto loco por Noreen, se puso la meta de comprometerse con ella y Cassie estaba más que contenta de ayudarlo a que su amiga acepte.
–¿Y allá cómo va todo?
–Odio a los rolos, los odio– escuché la risa de Cassie al otro lado del teléfono–. Hace un frío hijueputa por acá y luego hace un calor de Satanás. No se decide esta mierda.
–Ay, tampoco. A ver, cuéntame de lo del carro.
–Lo están arreglando, pero la loca esa no see quita de encima, disque por las horas sociales. Qué estupidez.
–Ay, pobrecito– se burló–. No llevas un semestre todavía, Marc. Te puedes aguantar hasta mayo sin crear problemas.
–No sé, no sé. Es que ser así no está en mí.
–Hazlo por tu mamá entonces.
Suspiré. Claro que lo haría por mi mamá, lo hacía todo por ella a esas alturas.
–Bien, bien. Lo haré por ella.
–Y por tí.
–Sabes que si fuera por mí estaría comiéndome una mojarra con arroz de coco en la playa.
–Ya sabes que para las vacaciones aquí te esperamos.
–Estas no, Cassie.
–Para diciembre, entonces.
–Ni los carnavales pude ver.
Hubo una pausa en la que Cassie bajó su tono de voz.
–Habrán muchos más carnavales, Marc. Intenta verle lo bueno a estar allá. ¿Dale?
–Okey.
–Mi papá me está llamando. Voy a ir a ayudarlo con el restaurante y hablamos después. ¿Va?
–Va.
–Adiós.
–Adiós.
Miré el techo durante unos instantes, cansado del frío horrible que hacía. No teníamos ni las ventanas abiertas.
–Buenas noches– dijo mi hermano entrando al cuarto que compartíamos–. ¿Con quién hablabas?
–Con Cassie.
–Mmm…– Él sabía que eso no era una relación tradicional, si es que lo era–. ¿Y cómo le va?
–Bien, bien… Ya ahorita entra en parciales.
–Oh, ya.
Me molestaba un poco ver a todos mis amigos en la universidad. Tenía esa pequeña espina de envidia clavada en mí por estar recuperando año.
Mi pregunta era: ¿Por qué ellos y yo no? ¿Por qué me dejé llevar por mis emociones? ¿Por qué perdí mi camino así?
El año anterior había resultado todo menos fácil desde el inicio, pero casi a mediados todo se descontroló y por imbécil no fuí capaz, o tal vez sí pero era muy estúpido, de seguir adelante. De no dejarme llevar, tal y como mi hermana.
Veía a Vivianne y luego a Lucas y por último a mí. Ella había sido la mejor desde que entró a la universidad apesar de pasar por lo mismo que yo. Lucas había contado con la mala suerte de no poder continuar su carrera por temas de gastos, se sacrificó por Vivianne y por mí, y yo lo desperdicié todo.
–¿En qué piensas, idiota?– Me preguntó acostado y arropado.
–En nada.
–Ajá– apagó la luz cerca de su cama–, buenas noches, hermano.
–Buenas noches.
Extrañé tener mi propia habitación antes de arroparme también y cerrar los ojos. Pronto terminaría el año escolar y podría ingresar a una universidad en Barranquilla o en Puerto Colombia.
Pronto.
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Intentaba seguir mi lectura de Harry Potter y El Cáliz de Fuego, pero noté por el rabillo del ojo a la chica con la que había compartido celda unos minutos antes de que nos tuvieran que separar.
Al verla, pude ver a alguien feliz, a alguien brillante y llena de vida, mientras repartía invitaciones para su cumpleaños según lo que alcance a oír.
–Lucy, Kim, Héctor, Matteo… y creo que ya.
–¿Ya?
–Mentira, también hay para ustedes dos, no me olvido de nadie. ¡Y cuidado con el alcohol porque los conozco!
–¿Y la diversión?
Continué mirando con recelo mientras recordaba las fiestas de quince de mis compañeras, las fiestas de temáticas raras con amigos e incluso mis cumpleaños. Nunca faltaron las risas en esos momentos, pero ya no me hacía tan feliz recordarlo.
Miré el perfil de la chica, de verdad era hermosa, apesar de tener un carácter horrible. Se había sentado a hablar mientras sus amigas Zara y Tiffany, a quiénes reconocí como la dormilona y la chica de los plumones del grado, le hacían dos trenzas y le ponían lacitos blancos al final con cariño. Parecían tener una amistad bonita, y me quedó claro al ver a Zara defendiendo a Daliah a gritos el primer día contra Hanna y Carlos. Solo verla defender a su amiga me recordó tanto a Daniel.
Daliah dirigió la mirada hacia a mí, el único solo en una esquina del salón mientras ella repartía las invitaciones. Yo volví a mirar el libro, pero no fui capaz de entender las palabras. Después de un segundo, ella volvió a seguir su conversación y la mirada quedó allí.
Me dí cuenta de lo solo que me sentía y cuánto quería volver a ver a mis amigos.

–Uy, mira, tu mejor amiga– le dije Zara al ver a Hanna acercándose.
A Zara casi se le sale el alma del suspiro y siguió tirada en el césped de la cancha en posición de estrella, cansada por educación física. La única materia que de verdad se le hacía imposible.
–Hola, Hanna– la saludó Tiffany.
–Hola. Adivina lo que acabo de hacer
Esa no era buena señal.
–Hanna…– Empecé dejándome el cabello suelto.
Bajo la luz del sol, sí parecía un poco rubio, pero el tono anaranjado reinaba más que el dorado.
–Nada malo, tranquila…
–Deja me río– comentó Zara.
–Shhh– la mandó a callar Tiffany.
–¿Qué hiciste?– Pregunté volviendo a sujetar mi cabello para hacerme una trenza o sólo recogerlo. La primera opción ganaba si resultaba ser más fuerte que la flojera.
–Verás, el imbécil de Marcos insiste en no dejarme en paz– a mí me parecía que era al revés– así que decidí darle una lección y… es que puede que no tenga maletín.
–¿Cómo que no tiene maletín?– Casi se me salen los ojos. Incluso Zara luchó contra la pereza para mirarla.
–Tiene que aprender a no meterse con nadie..
–¿Cómo que no tiene maletín?– Repetí mi pregunta.
–Le hice la empanada.
–Eso se arregla– comentó Zara.
–¡Jaramillo!– Le llamó el profesor–. ¡A levantarse!
–¡Ya va!– Pero su mayor esfuerzo fue levantar los brazos.
–Pero lo cerré con silicona.
No inventa nada bueno esta niña.
Me llevé la mano al rostro, apretando el puente de mi nariz.
–Levántate– Tiffany le ofreció las manos a Zara, quién se había vuelto más suelo que persona.
–Ay, cuerpo viejo…– se quejó al levantarse.
–¿Pero…?– Intenté pensar bien mis preguntas–. ¿Cómo se te ocurre?
–¡La perjudicada soy yo!
–¡Todos hacemos trabajo social!– Dejé mi cabello en paz–. ¡Unas horas más no te costaban nada! ¡Yo también tengo horas extra del trabajo social! ¡Y no voy por ahí dañándole los útiles a la gente!
–¡No me grites! ¡Tú no me entiendes! ¡No sabes lo que son los problemas!
Zara le dirigió una mirada, y con prudencia decidió callarse la boca.
–¡Pero no hay forma de que se entere que fuí yo!
–Ajá.
–Zara– le sisseo Tiffany.
Suspiré y decidí que lo que no era en mi año, no me hacía daño.
–Bueno, entonces borrón y cuenta nueva ¿Tienes mi abrigo?
Había época de lluvias y la temperatura empezaba a descender. No me sorprendería si lloverá tal como en la madrugada o peor de ahí a la noche.
–¿Qué suéter?– Hanna frunció el ceño.
–Mi suéter.
–Ah…– su expresión cambió–. No te enojes.
–¿Qué pasó?
–Daliah, es que te tengo que decir algo.
–Si se manchó, no te preocupes. Eso se lava– aunque esperé que no porque era blanco.
–Es que lo dejé en el salón de química.
–Bueno, se busca y ya.
–Al lado de las cosas de Marc.
Tenía que ser, ¿Verdad?
–¡Hanna!
–Daliah, ese suéter puede ser de cualquiera.
–¡Ella marca su ropa con su nombre!– Le dijo Zara.
–Pero… el suéter no tenía tu nombre.
–¡Lo tiene en la marquilla!– Le dije.
Desde que la mamá de Nick me enseñó a coser a los siete, solía hacerlo en cualquier tela. Claro que dañé un par de cortinas los primeros meses, pero luego Nick y papá se dieron cuando de que me ayudaba cuando estaba inquieta y me alentaron.
Recuerdo que a mis diez u once años, una niña me había querido quitar una de las falda short que utilizabamos para jugar volley y terminé poniendo mi nombre en mi ropa. Primero por el capricho de mi falda, luego por gusto y costumbre.
–¡¿Y por qué anotas tu nombre en la marquilla?!
–¡Porqué era fea!
–¡Ay, Daliah!– Zapateó como si tuviera cuatro años–. ¿Qué vas a hacer ahora?
–¿Qué voy a hacer? Tú hazte cargo de lo tuyo y a mí búscame mi suéter, por favor. O la hipotermia que me va a dar me dejará en la tumba.
–¡No seas egoísta! ¡No puedo ir y ya! ¡No me volverá a dejar en paz más nunca!
–Hanna…– rogué a Dios por paciencia.
–¡Ey, abandonen la cancha!– Nos gritó el profesor.
Hanna salió al instante, indignada. Lo que me indignó también porque era la única con el derecho a estar indignada.
–Hola, chicos– escuché la voz del diablo a mis espaldas–. ¿Cómo estás? Marcos, tengo que contarte algo.
Imaginaba qué sería, después de ver mi maleta sellada con silicona y volteada para afuera. Conseguí una navaja, y no quiero preguntas respecto a dónde la saqué, e intenté abrirla.
–¿Han visto un suéter blanco por aquí?
–¿El de Daliah?– Preguntó Evan.
–Sí…, es que… Daliah y yo habíamos hablado de lo que pasó entre los tres y… tú sabes que eres una persona difícil, Marcos. Yo participé en la empanada, sí, pero no pensé que Daliah le pondría la silicona. Pensamos que sólo sería una broma tranquila.
–Ajá– ese par me tenía harto.
–Puedes decidir si creerme o no, pero Rocío y Wendy saben que no miento. Estuve con ellas durante las clases y Daliah es quien sabe cómo es tu mochila. Digo, comparten más clases juntos.
Aún dándole la espalda, reconocí su talento para la actuación. Ella no se arrepentía, y tampoco sabía lo que era hacer bromas pesadas. Supe que Hanna estaría involucrada en un inicio, pero no Daliah.
–No te preocupes– me volteé para sonreírle–, no estoy enojado contigo.
–Ay, gracias, Marcos– me abrazó y me tuve que contener el asco–. Vamos a solucionar esto, de verdad.
–Claro.
Se retiró enseguida y yo volví a concentrarme en lo mío. Era obvio que me iba a vengar.
–¿Necesitas ayuda con eso?– Preguntó Carlos sentándose frente a mí.
–¿Qué haces con esa imbécil?
Se encogió de hombros.
–Ni lo intentes– dijo Josué–. No le dirás nada que nosotros no le hayamos dicho antes.
–¿Entonces?
–Hanna no me gusta– aclaró–. Pero está muy loca y ya le dije tres veces que cortamos. Ella insiste porque cree que se lo merece todo y su mamá le ha hecho creer eso. Y si mete a Daliah y a Michelle en esto es porque sabe que ellas le ayudarán porque son muy buenas personas.
–¿No tiene límites, acaso?
–Es una bebé de oro. No sé qué fue lo que pasó pero sus papás la consintieron porque nació débil y le daba de todo. Obviamente se le quitó cuando creció, pero su mamá siguió con sus estupideces y ahí está el resultado.
–Ajá, ¿Y lo mío quién me lo paga?
–Yo te puedo prestar– ofreció Daniel–. Mi hermano dejó su maletín cuando entró a la universidad en Medellín y la verdad es que nadie le da uso. Mi casa está al frente del colegio.
–¿Y mientras?
–Mientras, yo tengo un blog y lápices– dijo Evan y se encogió de hombros– que pueden servirte.
–Y yo sé cómo joder a Hanna y Daliah– murmuró Carlos.
Eso sí me saco una sonrisa. Pero luego recordé lo que había hablado con mis hermanos. Hacer desorden y bromas era algo que me podía permitir antes, pero solo me interesaba no darle más problemas a mi familia.
–No me voy a meter en eso, mano.
–¿Y vas a dejarlas? Marc, por favor.
–Sabes que solo estoy aquí con media beca y por milagro. No estoy para meterme en esto, ni tampoco me interesa.
–¿Y quién va a decir algo si se las cobras?– Preguntó Daniel.
Siempre que lo veía, no podía evitar acordarme de su tocayo en Barranquilla jugando con nuestros amigos y yo en un parque con su mascota. Pero eran muy diferentes.
Para empezar, este Daniel tenía la piel más clara, el cabello castaño lacio y ojos negros. Mi amigo tenía el cabello negro demasiado oscuro y ojos azules gracias a la ascendencia libanesa de su mamá, era un poco más delgado y alto también.
–No, no me interesa– volví a repetir–, con algo nuevo estoy bien.
–¿Y qué dirás cuando vean una mochila que no es tuya?– Preguntó Josué.
–Yo miro después qué me invento– quise ahorrarle las ideas intrusivas a mi mamá y ahorrarme el grito que pondría Vivianne.
La solución fue cortar todo el maletín viejo, pues tenía que sacar mis cosas y pasarlas al que me prestaba Daniel. Avisé en la casa antes, pero tenía que quedarme más tiempo para esperar a que pasara un bus.
Carlos no tuvo mejor idea que dañarles la ropa, literalmente. Pasaron dos semanas sin nada inusual, hasta que les tocó jugar un partido de volley el uniforme estaba hecho nada. Me pareció un poco exagerado, apesar de que la gracia no faltó y se las arreglaron pidiendo ropa prestada, al menos.
Que de nada sirvió, porque perdieron. Pero es otro asunto.
Como recuerdo, nos dió un corazoncito de tela a los chicos y a mí y nos invitó a salir a comer y más tarde a jugar un partido hasta que se hizo de noche.
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