☁️12.5: EXTRA: VIVIANNE (2/2)☁️
Hemos conocido ya a la familia de Daliah, a sus amigos. Casi todo ha sido su entorno, pero y el entorno de Marc?
Ahora sí empieza la verdadera trama de esta historia, mi gente 😎
De aquí en adelante ya no nos andamos con bobadas. Preparen sus crispetitas y sus pañuelos, que venimos con flashback potente 🍿
HACE UN AÑO.
3 de junio 2023
Marcos me regresó el empujón con aún más fuerza que el anterior y yo le hice perder el equilibrio al siguiente. Paramos un segundo para abrir la puerta de la casa, dándole un leve empujón mientras quitaba el seguro. Y cuando me despisté un segundo, el bruto de empujó más fuerte.
Se formó un silencio sepulcral, la conversación de mis papás y Lucas se había detenido.
–Bueno, pero es que entramos en la era del hielo, ¿O cómo?– Preguntó Marc dejando su morral de colegio a un lado, recién llegado de la recuperación de sociales–. ¿Qué pasó?– Saludó a nuestros papás con un beso y un abrazo y se sentó al lado de Lucas–. ¿A quién enterraron?
Imprudente.
La sala era un rectángulo grande de piso y paredes blancas decoradas con cuadros coloridos, algunas pinturas y otras fotos, entre ellas las de mis quince años, una por cada nacimiento, grado, collage de cumpleaños, la boda a escondidas de mis papás y otros eventos importantes. Cerca de la entrada, bajo la ventana, había una mesa larga que ocupaba toda la pared con cuadros de otros momentos en familia encima y puertas transparentes en vez de cajones con mil vajillas coleccionables como le gustaba a mi mamá. En frente, muebles verde jade con una mesa ovalada blanco en medio, a una distancia de ellos, estaba la mesa principal que usábamos como comedor cerca de una barra que separaba a sala de la cocina.
A la derecha, o sea en frente mío, la escalera donde se encontraba el televisor y otros muebles color jade frente a este.
–Ay, Marco Antonio, por favor– le dijo mi mamá mientras me acercaba a ella para saludarla, también con un beso y un abrazo corto–, va a invocar la mala hora.
–Pues, en poco a mí– le contestó mi papá cuando llegué a su lado para saludar–. ¿Cómo te fue, princesa?
–Bien– lo rodeé por atrás y le dí un beso en la mejilla también–. ¿Por qué tan serios?
–Ay, cosas de adultos– suspiró con los ojos en blanco–. ¿Cómo le va a la cumplimentada?
–Cuatro días le faltan– le recordó Marc–, cuatro, y ya está insoportable.
–Es que ya son veinte años los que tiene mi princesa. Se merece festejar como ella quiera, y así será durante la semana de su cumpleaños.
–Pero es sábado, aún no empieza su semana.
–No me contestaste la pregunta– me senté al lado de mamá–, ¿Por qué tan serios?
Los tres compartieron una mirada tensa y calculadora. Mi mamá era siempre la más transparente, se veía su en ceño preocupado y las manos juntas y agarradas a la de mi papá, que siempre se la daba cuando se angustiaba.
–Han habido contratiempos– dijo él.
Marc se levantó de su silla a la cocina mientras hablaba.
–Pero un contratiempo en dos minutos se soluciona– abrió la nevera–, no puede ser tanto si es solo un contratiempo. ¿Me puedo tomar el yogurt?
–No abra la nevera sofocado– mi mamá se levantó también–. Te vas a resfriar, ven y yo te lo sirvo.
Marc abrió la alacena para cojer su vaso de Gryffindor y esperó a que mi mamá le sirviera el yogurt.
–Es que el contratiempo es más que eso– suspiró papá.
Miré a Lucas a su lado, pero su expresión no decía nada, aunque saber que esa no era una mirada de atención sino de angustia fue suficiente para entender que tan mala estaba la situación si mi hermano no se atrevía a decir una estuvo.
Mi mamá y Marc, con el bigote del yogurt encima de sus labios volvieron a sentarse. Mis papás intercambiaron una mirada. Como si no aguantara la tensión, Lucas lo soltó todo de golpe.
–Estamos en quiebra sin un quinto de peso y nos van a quitar la empresa, y aún así no bastará para quitarnos todas las deudas de encima así que nos vamos con nuestra querida tía Kelly y nuestros primos a la ciudad de todos; Santa Fé de Bogotá.
Un poco de anestesia habría estado bien.
Si las miradas mataran, a Lucas no le bastarían las nueve vidas de mil gatos para sobrevivir a mi papá. Marc y yo nos quedamos muy quietos, tiesos como nunca.
Bogotá no nos era desconocido, pasábamos navidades y algunas reuniones por parte de la familia de mi mamá allá. Pero no era familiar de la manera en la que lo era Barranquilla. Nuestros primos eran nuestros únicos conocidos, más allá de la casa de mi tía o la que fue de mis abuelos, no teníamos recuerdos en sus calles. No teníamos nada allá.
–Pues yo en tu lugar habría utilizado más delicadeza– le dijo mi papá a Lucas.
–El orden de los factores no altera el producto– levantó las manos en defensa.
Marc seguía pareciendo una estatua, casi que no respiraba. Me pregunté si en algún punto se pondría morado por falta de funcionamiento.
–Hijo– lo llamó mi mamá–. Marcos.
Parpadeó regresando de su transe y miró a papá.
–¿Es eso cierto?
–Cada palabra.
–Pero… ¿Por qué? ¿Cómo?
–Mira, yo te lo explico con manzanas si hace falta– Lucas se volteó hacia él–. La inversión es el dinero que uno da para que se trabaje y este se duplique. Cuando pones dos y dices que es seis la multiplicación será acorde al dos y tendrás cuatro, no doce. Entonces quedan ocho numeritos más que no existen, pero se registran y los cobran. Cuando no hay con qué pagar viene el endeudamiento. ¿Captas o traigo plastilina, cosita?
Todos lo fulminamos con la mirada, un poco molestos hasta que me decidí por preguntar:
–¿Y por qué sé sumaron más números de los que había?
Con vergüenza, mi papá contestó:
–Porque lo dejé todo en manos de un imbécil que se beneficia de esos números, pero tiene mi nombre como tapadera. Por eso.
–El dinero a pasó a ese pequeño imbécil, el real, y sin ningún otro soporte porque el resto no existía…– Lucas se pasó un dedo en el cuello al terminar la frase–. Así que pueden ir cogiendo el recuerdito que les plazca.
–Es temporal.
–Temporal– escupió la palabra–. Sí, claro. Temporal– nos miró–. Mejor vayan pensando en que esos meses de universidad no se desperdicien.
–Lucas– exclamó mamá.
–Es la verdad. Todo lo que teníamos están en sus estudios, así que por Dios, Vivianne. Solo nos quedaremos alquilando un apartamento en mi que se termina tu próximo semestre, de ahí en fuera buscarás en Bogotá.
–¿Así nada más?
–Así nada más.
–¿Y yo?– Preguntó Marc.
–Te tocará en pública, hermano. No das ni para media beca– lo dijo despacio, ni que eso le quitara el efecto a sus palabras–. Y el próximo mes tocó mudanza.
–Lucas– mis papás volvieron a llamarle la atención.
Pero fue mi papá quien suspiró y se masajeo el puente de la nariz antes de hablar.
–La casa estará en renta, como ingreso extra. Hemos visto contratos un poco más al sur, pero tus clases están pagas, Marc.
–¿Y las mías?– Pregunté.
–Las tuyas también– anunció Lucas interrumpiendo a papá–. Medicina es muy largo como para detenerse.
–¿Alcanzó para el semestre de los dos?– Marc los miró confundido, sin rastro de yogurt en su rostro.
Por la mirada que compartieron Lucas y mi papá supe que la respuesta era negativa. Miré a Lucas y se encogió de hombros.
–Marc puede encontrar una buena universidad en cualquier, pero no lo hará si no se gradúa y tú no puedes detenerte a mitad de camino.
–Lucas– mi papá lo miró conmovido, y culpable.
–Yo tomé la desición.
–Pero sin decirme– argumenté.
–Un semestre, Viana. Uno. Tú vas a mitad de camino y así debes continuar, nada de años sabáticos para tí.
Sentí una presión en el pecho. Claro que iba a continuar, no solo por ellos, también por mí.
–Quedando ese tema resuelto– añadió Lucas–, creo que no hay mucho más que hablar, ¿O quieren decir algo más?
Todos quedamos en silencio hasta que Marc se decidió a hablar.
–Yo creo que puedo vender la colección de Harry Potter y
–Tú no vas a vender nada– lo señaló mi papá–, porque esa edición es limitada y costó mucho comprarla. Ni tú ni nadie, mis problemas son mis problemas.
–Porque es cara, no solucionará mucho pero sí algo. Tus problemas son los nuestros también, por algo somos familia. Y si yo quiero hacer algo lo puedo hacer.
–No, no vas a vender nada– ordenó con firmeza.
–¿Y por qué no?
–Porque soy tu padre y lo digo yo.
–Si es cuestión de títulos, yo soy tu hijo– se inclinó más a la mesa, en una posición similar a la de él–. Y nos recibimos de esos títulos el mismo día.
–Esas discusiones son mejor hablarlas con más calma– intervinó mi mamá poniendo las palmas en la mesa–. Ustedes no se preocupen por nada, ocupense de estudiar que nosotros iremos resolviendo sobre la marcha.
–Dilo convencida, por favor.
–Marcos, por favor no hagas ese tipo de comentarios– le dijo papá–. Ni tú tampoco– miró a Lucas. Luego a cada uno de nosotros–. Yo me metí en este problema, no voy a permitir que la situación se prolongue más de lo necesario. Mañana rendiré mi declaración ante la fiscalía…
–¿Fiscalía?– tanto a Marc como a mí nos saltaron los ojos.
–Mmm, pequeño detallito que se me olvidó mencionar– comentó Lucas.
Mi papá volvió a tomar la palabra.
–Tengo que declarar las finanzas y mi perspectiva de todo lo sucedido. Tengo la cita a la una y media de la tarde. ¿Ustedes van a salir mañana con sus amigos?
–Pues íbamos a estar en el parque– contestó Marc.
–Bien, entonces llevense sus almuerzos antes de salir– dijo mamá–. Lucas y yo haremos unos trámites en el banco y pagaremos los meses que les queda de colegio y universidad.
–Ah, el semestre de Vivianne está pago ya– dijo él–. No me iban a voltear la moneda para después. Y ya tengo todas las vueltas con la cadera lista, falta este pago y hasta ahí. Además, ví tus materias del próximo año y de mi dinero saqué para los materiales. No me harán devolverlos, ¿O sí?
Mi papá arqueó la ceja, pero yo le agradecí. Había sido una maniobra de su parte para que no pudieran cambiar la decisión que él ya había tomado, tampoco había nada más, nada para él.
Fue un sacrificio que tomé en cuenta, uno que siempre apreciaría y que me esforzaría por merecer.
–Todo está en tu cuarto– sonrió de lado como siempre lo hacía.
Me levanté de golpe de la mesa, los ojos me ardían de contener las lágrimas, y abracé a mi hermano.
–Gracias– las palabras no parecían ser suficientes para lo que sentía, pero eran lo más semejante.
–Bueno, pero quítese. Esto no es velorio para andar llorando– me puso la mano en el brazo, aún abrazado a él–. Mejor concéntrese, tú sí tienes buenas notas y puedes ingresar a la universidad que desees con solo quererlo.
Asentí, conmovida y con un nudo a la garganta. Cuando miré a mis papás ambos miraban a Lucas con orgullo, aunque él pareció no notarlo. Marc, en cambio, lo miraba con admiración, como siempre lo había hecho a escondidas, cuando lo imitaba y seguía a todas partes.
–Así lo haré– le prometí.
︵‿︵‿︵4 de junio 2023︵‿︵‿︵
Después de orinar, escuché un poco ruido, como unos pasos, en el piso de abajo. Me asomé lo suficiente por la escalera en L para ver que la luz estaba encendida, a las 2:30am.
Baje los escalones en silencio hasta la sala hasta ver a Marc con audífonos echándose sus pasos prohibidos de champeta mientras cogía la libra de queso. La cortó en un pedazo más pequeño y se volteó en mi dirección.
Pegó el grito más masculino posible en el cielo cuando me vió.
–¡Imbécil me asustaste!– Se quitó los audífonos con una mano en el pecho y suspiró para buscar el rallador–. Carajo. Uno intenta no morir de hambre y vienen y lo quieren matar del susto– murmuró–. Y de remate, no solo pareces loca ahí parada, tienes hasta bata blanca, nada más te faltaba un velo.
–¿Velo de novia?
–De novia, de monja. Con cualquiera me hubiera privado del susto.
–¿Y se puede saber qué hace cocinando si son las dos y media de la mañana?
–Pues ni modo que cocinara a las tres y media. Tres minutos y se me aparece el diablo– dijo rayando el queso y poniéndolo en el recipiente lleno de masa.
–¿Y a la una y media?– Me senté en una de las sillas de la barra que separaba la sala de la cocina.
–A esa hora escucho los gemidos de los videitos que se ve Lucas. A las dos estoy bien. A las doce aún están mis papás despiertos metiéndose mano.
–¿Y tú cómo sabes?– Mis ojos casi se salían de la sorpresa, miré a nuestro alrededor, rezando porque no estuvieran por ahí.
–Porque los he escuchado. La edad no quita la energía a todo el mundo.
–Ay, Marc.
–¿Te vas a quedar ahí haciéndome charla o me va a ayudar?– Cogió el recipiente para ponerlo en la barra donde estaba.
–¿Arepa o empanada?– Pregunté soltando mi pelo mal amarrado para recogerlo mejor.
–Arepa. Prueba la sal.
Lo hice con gusto. Aún le faltaba un poco.
–Un poquito nada más– fue a buscarla y aproveché para seguir probando la masa–. Oye, yo sí quiero empanada.
–Coja la harina– le echó la sal a la masa– y preparesela usted. Ahí está el queso para que lo vaya rayando– lo trajo junto con el rayador, un cuchillo y un recipiente pequeño para rayarlo cuando volvió de poner la sal en su lugar.
–No me digas que todo esto es para tí– corte mi pedazo de queso para rayarlo en el recipiente–. Ni tú tienes la tripa tan rota.
–Ay, hazte tus dichosas empanadas. Yo me hago mi arepita– volvió a alejarse en busca de la mantequilla y un poco de aceite–. ¿Qué crees que pasé ahora?
–No le pongas tanto aceite o después no me agarra la forma.– Me hizo caso y solo puso mantequilla–. Pues…– pensé su pregunta– nunca fuimos muy materialistas. O sea, nos damos nuestros gustos, como el carro de Lucas y el mío, pero la mayoría son cosas sin las que podríamos vivir.
–Prueba– me dió un poco de masa y el también probó–. Ya está bien. Bueno, lo que dices es cierto, no me molesta ahorrar, pero…
–No quieres dejar a Manuel, ni a Daniel, ni Shana ni Thiago.
Ambos cogimos una porción de masa para moldearla.
–Se supone que en la tarde íbamos a estar con Charmander, incluso el perro me va a hacer falta. Y no puedo imaginarme un año sin almorzar con Thiago después de clase. Él y Shana son mis amigos, y cuando Daniel y Santos se graduaron quedamos en estar en el mismo lugar
–Pero Shana es un año menor– le recordé–. Ella sí va a estar sola el próximo año.
–Sí, y eso también me preocupa– dejó la arepa que había hecho en una esquina del recipiente y cogió otra porción para amasar mientras yo acomodaba el queso en mi empanada–. Sabes cómo son los demás con ella, y sin mí y sin Thiago…
–La van a molestar, claro. Pero de todas formas no podrás acompañarla ni cuidarla aunque vivas aquí.
La situación con Shana siempre fue complicada, si no la insultaban en su casa lo hacían en el colegio. Y aún así era la niña más tierna y amable que conocía.
Aceptaba los insultos de su salón desde primero de primaria sin decir mucho y se alejaba para evitar problemas. Algunas veces le había encontrado llorando, pero no me había dicho nada. Así empezó la amistad con mi hermano y los demás, con él sacándola de las situaciones, Thiago reconfortandola y Manuel y Daniel defendiendola.
Me daba cólera que ni con las maldades que le hacían Shana incluso nos dijera cosas a nosotros por hablar más de sus bullies o sus papás, de pequeña casi nos rogaba para que no le dijéramos nada a los profesores para evitar problemas.
–Bueno, eso sí– suspiró–. ¿Cuántas empanadas vas a hacer?
–Las que alcancen.
–¿Y vienes con nosotros mañana? Ahí va a estar Noreen, creo.
–Tendríamos que dormir antes. «Mañana», es esta tarde, te recuerdo– dejé la empanada recién hecha y cogí más queso para el relleno de la cuarta.
–Sí, pero… ¿Tú te imaginas viviendo lejos de aquí?
–No– confesé–, la verdad que no, Marc. Pero es, puede, que sea temporal. Aquí todo debe calmarse, no confío en esas explicaciones tan vacías. Está claro que Lucas siempre suelta todo de golpe para no tener que dar explicaciones en lo que uno lo procesa.
Terminé con las empanadas.
–Voy a poner el aceite mientras– le dije bajandome de la silla para rodear la barra y entrar a la cocina–. Vamos a tener que hacer muchos cambios de ahora en adelante.
–Una mudanza la vive cualquiera– se reconfortó a sí mismo–. Confío en mi papá, mientras estemos juntos no va a pasar nada. Nada va a cambiar.
–Espero y tengas razón.
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Como era costumbre, Marc estaba perdido con Thiago y Shana dando vueltas por todo el parque en vez de esperarme donde le dije como buen niño cuando Noreen y yo volvimos de una tienda cercana con gaseosa y mecatos.
Nos tomó diez minutos encontrarlo y cogerlo de la oreja para que dejara de andar como loro, hablando hasta por los codos con cuánto humano se le apareciera por enfrente. Tardó un poco, pero al fin se despidió de sus amigos.
Al subirlo a mi carro, regalado a mis dieciocho por mi papá, siguió echando lengua con Manuel a dos manos. Hablando de cualquier necedad que se le apareciera por la cabeza. A veces me daban ganas de pegarle una cinta en toda la boca, pero si lo hacía hablaría hasta por el culo de ser necesario.
–Hijuemadre, ya se petateó el que fue– comentó al ver pasar un carro fúnebre frente a nosotros.
–Marco Antonio, no hable así y respete– le dije.
–Pues si va un carro fúnebre es porque alguien va de camino con Jesús, ¿O no?– Se asomó desde atrás a nuestros asientos.
–O lo utilizan como transporte común– dijo Manuel.
–También puede ser.
–No creo, por allá hay un escándalo– les dije yo señalando al frente con la barbilla. Estaba muy cerca de nuestra casa.
La gente estaba agrupada, gritando y moviéndose de un lado a otro para ver mejor. Cuando ví la ubicación, temí lo peor. Miré a Marcos asustada, él estaba tenso, más serio de lo que nunca había estado.
–No pongan esas caras– murmuró Manuel–, aún no sabemos nada.
Nos tocó estacionar a unos metros de nuestra casa por la multitud en medio.
–¿Qué pasó?– Le preguntó Manuel a un señor de mediana edad amontonado para ver lo que sea que haya pasado.
–Un loco que se pegó un tiro en el 19-98.
19-98.
Mierda. Pasamos embistiendo a todo el que estuviera en medio, asustados, ansiosos y con el corazón a mil. Nos ganamos unos golpes en el camino, pero conforme avanzamos los gritos se volvieron más fuertes y cargados de acusaciones como; delincuente, ratero, estafador, perturbado, enfermo, psicópata…
Por mencionar los más respetuosos.
No sabría decir si todo se esclareció, pero conforme con acercamos y los empujones aumentaron una cinta de policía nos detuvo. Tres policías se acercaron a Marc, el más rápido y quién primero había llegado, para detenerlo.
–¿Cómo?– Exclamó Marc cuando Manuel y yo llegamos a su lado–. No, claro que no, esta es mi casa.
–¡Ese es el hijo!– Gritó alguien.
–¡El huérfano ahora!
–¡Ese y la otra son hijos del muerto!
¿El muerto?
Sentí como el mundo se detenía, como mi mundo se detenía. Era como ser empujada fuera de tu cuerpo, de tu vida. Todo.
Las palabras salieron golpeadas, no me acuerdo qué dije, qué grité, solo que Marc y Manuel me hacían coro con eso hasta que nos dejaron pasar. Marcos salió corriendo al instante. No recuerdo cómo, pero aún en trance llegué hasta el porche donde mi mamá estaba sofocada, roja, con ojos vidriosos y perdidos, tenía una mano en el pecho y otra apretaba la silla en la que estaba sentada con fuerza con las mejillas húmedas de lágrimas.
Marc se puso de rodillas a su lado. Tomó su rostro y empezó a hablar, casi sin vocalizar.
–Mamá. Mami, mamita, dime que estás bien. Dime qué pasó. Mamá, mami– Marc ya tenía los ojos llenos de lágrimas en ese momento–. No es verdad. ¿Verdad?– Silencio–. ¿Verdad? ¿Mamá?
Ella apenas lo miró. Tragó saliva y sollozó evitando su mirada.
–¿Son ustedes los hijos?– Preguntó un oficial.
–Sí, ellos son– contestó Manuel al ver que no respondíamos.
–Su padre ha sido encontrado muerto hace poco, por un tiro en la cabeza. Parece que fue un suicidio.
Suicidio.
La palabra flotó entre nosotros. No pude sentir mis piernas, no pude sentir mi corazón. No me sentí yo. Parecía una ilusión, una pesadilla, una mala broma.
–¡Marcos!– Gritó mi mamá, y la mano en su corazón subió a su garganta.
Fue lo que me hizo reaccionar, el grito al ver que Marcos se había metido a la casa.
–¡Oiga, usted tampoco puede pasar para allá!– Me gritaron a mí.
La bulla cesó cuando ví a mi hermano, el pequeño, el feliz, el siempre ocurrente y risueño, arrodillado en el piso a centímetros del cuerpo.
Mi papá, nuestro papá, tenía los ojos vacíos y vidriosos, los labios un poco abiertos, el cuerpo desplomado, empapado en un charco de sangre, y un hueco en la sien que extendía la sangre hacia su rostro.
Mis oídos zumbaron, fue lo único de lo que fui consciente hasta que unas manos conocidas me agarraron los hombros, me sostuvieron a la tierra, y más que eso, me libraron de caer, no solo en el piso, también en mi misma.
Lucas se acercó a Marc, se agachó y les hizo un gesto a los trabajadores para que no se acercaran.
–Manuel, llévate a mi hermana de aquí, por favor.
–Pero Marc– él todavía no reaccionaba.
–¡Sácala!– Exclamó Lucas.
El brazo cálido de Manuel me rodeó un momento para guiarme a la salida. En un momento dado, tomó mi rostro para evitar que volteara. Cuando salimos de la casa, la luz del día me golpeó como un valde de agua fría.
Toda la multitud, insultando la memoria de mi padre, los policías investigando, hurgando en él, en sus restos, en mi casa. En la que fue mi hogar.
El mundo continuaba, aunque el mío se cayera a pedazos cada vez más pequeños.
Me volteé en dirección a Manuel, él tenía los ojos llenos de lágrimas contenidas. Él también quería a mi papá, recordé. Mi había llamado tío en ocasiones, la amistad entre nuestros padres nació casi después de la suya con mi hermano.
Lo abracé. Me aferré a él como último soporte a la realidad, a la paz.
Otro sonidos de protesta llegaron, esta vez de parte de Marc y Lucas. Enterré mi rostro en el pecho de Manuel, no quería saber de nada ni nadie. Sentir sus manos, su cuerpo, era lo único que me recordaba que estaba viva, que seguía ahí.
Tres hombres se nos acercaron. Dijeron algo acerca de mi mamá. Mi mamá. Su corazón.
–¿E-está bien?– Miré a mi alrededor y ella no estaba, solo los policías, los señores de la funeraria, paramédicos y la multitud insensible.
–Intentan reanimarla desde la ambulancia. Si pudieran… ¿Señorita? ¿Señorita?
Manuel me sostuvo para no caer. No podía sentir mis piernas, mis manos, mi cabeza… Todo era frío. Vacío.
Dejé que Manuel hablara hasta la llegada de Lucas con Marc, incluso peor que yo.
Lo dejó al lado de Manuel y del mío, y habló con los uniformados. Unos segundos después, le pidió a Manuel que nos sacara a ambos de ahí.
Nos llevó a su casa. Verónica y Fabián, sus padres, nos atendieron tan bien como siempre. Marc fue al baño casi que al llegar, llorando todo el camino mirando sus manos manchadas de sangre.
No quise saber cómo se mancharon, aunque sabía de quién era la sangre.
Verónica me contó poco después que había encontrado a Marc en el piso vomitando. Yo no me quedé atrás en ese sentido, mi cuerpo también reaccionó de la mala manera.
Lucas nos informó dos horas después de que llegamos a la casa de los padres de Manuel que, gracias a Dios, el corazón de mamá había vuelto a latir.
Fuimos conscientes de su insuficiencia cardíaca desde pequeños, era algo que también yo padecía y que nuestros padres nos informaron que era hereditario. Pero lo sucedido esa tarde, desequilibró nuestros planes.
Dos días después, mi tía al fin llegó a la ciudad en un vuelo a las cinco de la mañana. La vimos en el hospital, apurada y estresada por ver a su hermana.
De ahí nos llevó a mi y a Marc a un hotel y prometió ayudarnos en lo que sea posible. Lucas se encargó de llevarnos nuestras pertenencias a la casa de los papás de Manuel esos días, así que solo tuvimos que coger lo que ya estaba empacado.
Verónica le dió la bendición a nuestro hermano cuando nos fue a buscar para ir al hotel con mi tía.
Eso me hizo pensar lo evidente, pero que Marc y yo habíamos ignorado al estar sumidos en nuestro propio dolor: Lucas entró a nuestra casa, él fue quien encontró a papá, quien llamó a los servicios fúnebre, llamó a los paramédicos y a los policías, acompañó a mi mamá en la ambulancia, coordinó el funeral, la llegada de mi tía a la ciudad, luego la de mis primos, estuvo día y noche en el hospital, hizo trámites para el apartamento rentado, los de nuestros estudios aunque significaba que él tenía que abandonar los suyo, nos consiguió un hotel para que no tuviéramos que revivir el trauma al regresar a nuestro hogar y estuvo presente en cada crisis y problema que tuvimos Marc y yo.
Y lo hizo todo solo.
Apenas hablamos con él esos primeros dos días, siempre estaba ocupado. Hasta que, al tercer día, me llamó diciendo que mamá me estaba buscando después de despertar de cuidados intensivos.
Entré, tan nerviosa como nunca lo había estado. Mi mamá se veía tan delicada, tan frágil, débil y delgada. Cuando no creía que mi corazón podía destruirse más, la veía demacrada y los pedazos se hacían más y más pequeños.
–Hija– su voz sonó ronca y vacía–. Hija.
–Aquí estoy, mami– tomé su mano conectada con cuidado–. Aquí estoy.
–Hija– movió su mano para tocar mi rostro lloroso–. Recuerdo… Recuerdo estar en un hospital así acostada hace veinte años. Veinte exactamente. Eran casi las tres de la mañana– limpió mis lágrimas con el pulgar– cuando una enfermera me trajo a niña hermosa, rojita y sin cabellos.
Sollocé. Incluso yo había olvidado que ese día era mi cumpleaños.
–Eras tan pequeña, mi amor. Solo te tuve en mis brazos y supe que siempre te amaría.
Tomé su mano y le bese los dedos.
–Mi niña. Estás incluso más hermosa que cuando te entregaron a mí y te acostaste en mi pecho. Cuando te acostaron en una pequeña cuna a mi lado y cuando te amamanté por primera vez.
–Tú también estás hermosa– ella soltó una lágrima.
–Ven.
Me recosté con cuidado en su pecho, pendiente de los latidos de su corazón. Dejé que me acariciara el cabello y me dijera una que otra cosa bonitas por mi cumpleaños.
︵‿︵‿︵☁️︵‿︵‿︵
Salí de la habitación horas después cuando una enfermera llegó para su chequeo y exámenes de todo tipo. Busqué la cafetería en busca de un agua o té frío, algo para no caer dormida en el piso, pero de camino de vuelta encontré a Lucas hablando por teléfono a mitad de pasillo.
–No, no, está bien. Mire, le puedo adelantar todo si eso es lo que quiere. Okey. Okey. Mire, entiendo, pero necesito mover las cosas al apartamento lo más pronto… No. No, claro que no… ¿No se puede más cerca? Ajá, sí, sí, claro. Claro. ¿Cuándo sería? Eh, no, no ese día no. ¿El viernes? En la tarde, entendido– se volteó en mi dirección–. Claro, claro. Le hablo después. Adiós.
Se guardó el teléfono en un bolsillo.
–¿Cómo estás, Vivianne?
–Estoy mejor.
–Estabas llorando, cuéntame– se apoyó en la pared.
Ví su rostro, un poco más delgado, pálido y ojeroso. Jamás lo había visto de esa manera.
–Creo que salí un poco conmovida de la charla con mamá.
–¿Y ella cómo está?
–Lucida. Está ubicada y sabe lo que dice.
–¿Y Marc?
–Sigue vomitando– murmuré– y teniendo pesadillas, aunque no duerme mucho y come muy poco.
Mi hermano suspiró.
–¿Y tú sigues vomitando? ¿Necesitan más suero?
–A veces– admití–. Pero mi tía y Amanda tienen bien cuidado a Marc, y ya está harto de tomar el suero. Habla mucho con Cassie últimamente, y creo que eso le ha ayudado. ¿Tú cómo estás?
Volvió a suspirar y miró en otra dirección.
–Pues, ahí vamos.
–Ven– lo cogí del brazo para empezar a caminar–. No hemos sabido mucho de tí estos tres días.
–Vivianne, sabes que estoy ocupado, y he tenido tantas obligaciones que…
–Repartenos algunos. No tienes que lidiar con todo solo, Lucas. No es sano.
–Estoy bien– dijo sin sentimiento.
–¿Haz dormido?
–Un poco– o sea, nada.
–Ven hoy al hotel conmigo. Marc también pregunta por tí.
–No tengo ganas de que me vea así.
Escanee un poco su apariencia. Era cierto que se veía abatido y preocupado, pero antes que la apariencia de SuperMan era nuestro hermano.
Lo abrace fuerte al llegar al ascensor.
–No estás solo en esto, Lucas. No estás solo.
–Lo sé, Vivianne, lo sé– tardó un poco en corresponder el abrazo.
–Yo también soy tu hermana, también puedo cuidarte.
–Tú eres mi hermanita.
–La que siempre te va a querer– lo miré a los ojos.
–Y a joder.
–Y a joder– asentí. Pasaron dos segundos cuando ví las primeras lágrimas asomarse por sus ojos y volví a abrazarlo–. Estoy aquí, Lucas. Estoy aquí.
–Yo también estoy aquí, Vivianne– susurró con la voz rota-. Para tí y para Marc. Siempre.
︵‿︵‿︵☁️︵‿︵‿︵
Un episodio para llorar, o no? 🥺
La verdad no saben lo que me dolió la perspectiva de Vivianne, ella es una de las chicas del libro que más quiero desde el primer borrador.
Aún me acuerdo cuando la relación de los tres hermanos no era la mejor al inicio, pero me alegra haber reescrito y darles la oportunidad de demostrar cuánto se quieren ;)
Qué tal Vivianne como narradora? Creen que debería seguir apareciendo?
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