11. Abstinencia
🌊MARC🌊
–¿Bueno?– Apoyé el teléfono contra mi hombro.
–Buenos días, imbécil– me respondió Santos al otro lado–. ¿Cómo va todo?
–Pues calmado.– No había nada que él no supiera, que no le contara–. ¿Y tú cómo estás?
–Mal. Terrible.
–¿Qué pasó?
–La misma tragedia de todos los meses: llegó el recibo de la luz y no he disfrutado un peso de mi sueldo, y ya lo veo volar lejos de mí.
Sonreí divertido.
–¡No te rías Marco Antonio!– Contuve mi sonrisa.
–Yo no me llamo así– le repetí por milésima vez–. No me he reído.
–No, pero te siento sonreír al otro lado
–Pero tú querías ser adulto, ¿No?
–¿Y yo para qué voy a querer esta miseria? ¡Parece que me cobraron hasta la luz al final del tunel! Aquí tengo incluído la luz de mis ojos y la luz de mi vida.
–¿La del sol ya la viste?
–Síguete burlando, infeliz. Yo no alcanzo a ver un peso de ese miserable sueldo cuando ya me están cobrando. ¡Pero así como son buenos para cobrar la luz también son buenos para quitarla!
–Ya, vale, tranquilo. ¿Qué has sabido de Daniel?
–Daniel me tiene harto de tanto anillo que hemos visto, pero Thiago y yo ya le dijimos que fuera con Shana para darle una opinión femenina. Ya tiene el lugar preparado, con siete meses de anticipación. Imagínate. Ese lugar vale más que tú y yo.
–Bueno, pero eso ya lo sabemos– retiré mi teléfono de la mejilla cuando escuché una notificación.
︵‿︵‿︵DALIAH︵‿︵‿︵
Me harías un favor?
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
–¿Con quién hablas?– Me preguntó Lucas entrando a la habitación directo a su cama.
–Manuel.
–¿Señor?– Contestó él.
–Contigo no es, es con Lucas.
–¿Está Vivianne ahí?– puse los ojos en blanco.
–¿Dónde es ahí?– Decidí fastidiarlo.
–Ahí, a tu lado.
–Pues no la veo.
–¿Preguntó por Vivianne, verdad?– Mi hermano arqueó una ceja y se acomodó–. ¡Vivianne! ¡Te llama tu humilde mozo!
Aproveché para responder el mensaje de Daliah.
︵‿︵‿︵DALIAH︵‿︵‿︵
Claro
Qué favor?
Necesito que cuides a 🐱
Por favor
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
–Dile a ese sapo que deje de andar jodiendo– masculló Santos.
–Qué dejes de joder– le dije a mi hermano cuando la puerta se abrió.
–¿De qué mozo está hablando usted?– Le preguntó mi hermano
–¿Cuál si no?– Le respondió él.
︵‿︵‿︵DALIAH︵‿︵‿︵
Te la entrego mañana, te parece
Ok
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
–Manuel, ya llegó la razón de tus pesares– le dije a mi amigo dándole el teléfono a mi hermana.
–¿Manuel?– Contestó emocionada.
–Compostura, mija, compostura– la reprendió Lucas–. Hágase de rogar no de botar.
–¿Bien y tú?– Me agarró por atrás cuando empecé a alejarme–. Un momento, Marco Antonio.
–Que yo no me llamo así.
–¿Me quiere explicar por qué usted huele a mi mascarilla de coco?
Parpadee con inocencia y confusión.
–Porque me deja el pelo brillante. ¿Por qué Lucas huele a tu crema corporal?
–Traidor.
–Ya saben, me devuelven el teléfono cuando los enamorados terminen.
–Espérate ahí. ¡Marco Antonio!
Salí del cuarto, que estaba justo frente a las escaleras, y estas estaban justo frente de la puerta. A la derecha, estaba la sala y a la izquierda, con una división hecha por un muro, la cocina. Debajo de la escalera estaba uno de los tres baños de la casa. Fui primero a este y luego me encontré con mi mamá, molesta con mis hermanos y conmigo, sentada en el sofá de la sala frente al televisor viendo una serie turca.
–¿Cómo te va?– Me acomodé a su lado.
–¿Bien y a tí?– Me incliné para apoyar la cabeza en su hombro–. ¿Cómo van esas notas?
–Mejor– me dí cuenta de que sonaba muy vago–. Pero van a repetir los últimos exámenes.
–¿Tiene que ver con la reunión de la que ni tú ni tus hermanos me avisaron?– Presioné mis ojos un momento antes de mirarla–. Por supuesto. No estoy invalida, Marc.
–Nadie a dicho eso, pero no era necesario que fueras.
–Soy tu madre, y tu tutora. Lucas puede ser muy tu hermano, pero yo fui quien te parió. Suficiente tengo con que hagan todo a escondidas.
–Lucas fue a llenar plaza, yo ya soy mayor de edad. Técnicamente, no necesito un representante legal.
–Sí, ya sé que no me necesitas.
Se me encogió el corazón cuando el tono de su voz bajó y su mirada se apagó. Ella tenía los mismos ojos castaños de Lucas, pero las ondas y su tono de piel vivo y dorado de Vivianne, aunque hacía un año que ya no se veía tan radiante como antes.
En mi memoria, siempre quedó grabada la imagen seria de mi mamá hasta que mi papá le hacía reventar en risas. No era seria al punto de ser amargada, más bien un poco introvertida y paciente, había que serlo teniendo en cuenta las locuras de su marido e hijos.
–Siempre te voy a necesitar– le aseguré con una sonrisa, aunque recostado sobre su hombro ella no alcanzaba a verla–, eres mi mamá.
Acarició mi cabello con cariño. Cariño que siempre me relajaba y me transportaba a hace más de diez años, cuando aún era un niño y me quedaba dormido en su pecho.
–No, espero que no. De lo contrario, dudaría de mi maternidad.– Casi salto para oponerme ante eso, no había mejor madre en el mundo–. Es la ley de la vida que cuando los hijos crezcan dejen el nido.
–Que lo dejen no significa que lo olviden. O que no vuelvan jamás.
–Espero que no– me besó la cabeza–. ¿Cómo te has sentido?
Tragué saliva.
Ella no sabía de los problemas de los últimos meses, pero era tan consciente como todos de los del año pasado.
–Estoy bien.
–¿Seguro?
–Sí. ¿Tú?
–Pues… mejor que antes, creo.
Me quedó grabada la última palabra. ¿Ella también lo vería en sueños como yo? ¿O se negaría a asumirlo?
–¿Segura?– Levanté la vista en su dirección para no perderme de ninguna señal–. Mira que…
–No me voy a poner mal.
–¿Has seguido todos los tratamientos, verdad?
Suspiró.
–¿Qué te dijo el nutriólogo?
–Que un poco de dulce estaría bien para esas fechas. Quizás hagamos el de tu hermana.
–¿Quieres festejarle el cumpleaños?
Me dirigió una mirada letal.
–Tu hermana tiene derecho a disfrutar sus cumpleaños. Más cuando no tuvo oportunidad de recibir los veinte como es debido..
–¿Y crees que a ella le gustará?
–Pues eso espero– volvió a mirar la novela.
–¡Marcos!– Gritó Amanda–. ¡Marcos!
–¡Abajo!
Escuché sus pisadas en los escalones. Era muy parecida a mi mamá, aunque ella y mi tía podrían ser gemelas si no fuera por su edad y pocas diferencias. Pero Amanda tenía el pelo de un castaño más oscuro, con menos ondas pero sin perder forma, la piel más clara y la nariz un poco más ñata y cejas espesas.
Era un poco más parecida a su papá, quien murió hace nueve años en un accidente automovilístico. Directa a los veintiuno, tal como mi hermana.
–Mi mamá dice que va a traer comida para no tener que prepararla– nos dijo con él teléfono en la mano–. Pregunta qué quieren ustedes. Está en el centro comercial, así que hay variedad.
–De mi parte, dile que una hamburguesa barbacoa sin tocineta– le respondí–. ¿Y tú?
–A mí se me antoja un puchero santandereano.
Amanda repitió nuestra orden al teléfono fijo.
–¿Y mi hermano?
–En su cueva– le dije. Y a veces, cuando nos aburríamos, en la nuestra.
Podíamos quedarnos hasta tarde jugando en los computadores con Estefan, aunque no siempre teníamos tiempo. En realidad, solo hablaba con mi primo en las navidades, hasta que me mudé y empezamos a hablar en el Transmilenio.
Amanda y Vivianne sí hablaban animadas desde chiquitas, siempre estuvieron juntas en todo y mi papá y mi tío las mimaban al jugar a todo. Pero como nosotros éramos niños, no queríamos juntarnos con ellas y Estefan y yo nos resignabamos a estar con ellas mientras Lucas iba a hacer cualquier otra cosa más divertida. Y tenía permiso por ser el mayor de los cinco, claro.
Suspiré.
Carajo, extrañaba a mi papá.
Después de jugar con Amanda y Vivianne, o incluso durante sus juegos, tenía una gran imaginación para que no nos aburrieramos. No solo en las navidades, sacó a Lucas de su cuarto mil veces y lo hizo reír otras mil cada que estaba en su papel de adolescente amargado.
Y a mí, a mí me encantaba salir con él. Lucas prefería acompañar a mi mamá siempre, y aunque a veces Vivianne nos acompañaba, él trabajaba moviéndose de un lado a otro y siempre que podía lo seguía y fingía hacer algo. Duré hasta mis ocho años imitandolo, y aún después de años lo seguía admirando.
Incluso en ese momento, cuando no entendía sus acciones, seguí conservando hasta el último de los buenos momentos a su lado. Su muerte no mancharía mi concepto de él.
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
–¿Y bien?– Le pregunté a Daliah por teléfono cuando llegué al parque Timiza,observando el hermoso lago que tenía enfrente–. ¿Por dónde estás?
–Creo que ya te ví. Alza la mano, a ver– levanté mi mano–. Sí, sí eres tú. Estoy del otro lado del lago.
Miré a mi alrededor, a metros de distancia, con el lago entre nosotros estaba Daliah con el teléfono blanco y dibujos de corazones dorados en la mano y a su gata en la otra.
–Espero y no creas que voy a cruzar este lago por tí.
–Vamos los dos, entonces– avanzó a su izquierda, mi derecha, para empezar a rodearlo–. ¿Tienes un ambiente cómodo para ella, verdad?
–¿Para quién?
–Para Visie.
–¿Quién es Vivie?– Miré en su dirección, obviamente me miraba como si fuera idiota.
–La gata, Marc. La gata.
–¿Y yo para qué le tendría el espacio listo?– Me detuve al tiempo que ella.
–¿Por qué será?
–Dime tú.
Volvimos a avanzar.
–Aceptaste quedarte con ella.
–¿Cuándo?– Volvimos a detenernos.
Ella me miró mal otra vez y me hizo un gesto con la cabeza para que siguiéramos avanzando.
–El emoji, te lo dije.
El emoji…
Ay, mierda.
–Pensé que sería otra cosa que cuidar. No una gata.
–Se llama Visie.
–¿Quién es Vivie?– Miré en su dirección, obviamente me miraba como si fuera idiota.
–La gata, Marc. La gata.
–¿Y yo para qué le tendría el espacio listo?– Me detuve al tiempo que ella.
–¿Por qué será?
–Dime tú.
Volvimos a avanzar.
–Aceptaste quedarte con ella.
–¿Cuándo?– Volvimos a detenernos.
Ella me miró mal otra vez y me hizo un gesto con la cabeza para que siguiéramos avanzando.
–El emoji, te lo dije.
El emoji…
Ay, mierda.
–Pensé que sería otra cosa que cuidar. No una gata.
–Se llama Visie.
–¿Y por qué Visie?– Fruncí el ceño, aunque no la tenía al frente para verme.
–Por Vicenta.
–¿Le pusiste Vicenta a tu gata?
–Es por Vincent. El caso es, yo te avisé.
–Me enviaste un emoji, Daliah, eso no es avisar.
–¿Y qué pensaba que era, entonces?
–No sé, un objeto. Algo no vivo.
–Por favor. Necesito que alguien me la cuide.
–¿Y tus amigas?
–La mamá de Tiffany la mataría por tener un animal en la casa. Y a mí por dárselo.
–¿Y Zara?
–Zara… tiene otro animal en casa que cuidar. Marc, por favor.
–¿Y Daniel?
–Tiene mil hermanos, no le hace falta animales.
–¿Carlos? ¿Josué?
–Viven en la otra punta de la ciudad, casi que en municipio. Marcos, por favor.
–¿Evan?
–¿Tú pondrías una vida en manos de Evan?– Me quedé callado–. Les he preguntado a todos, todos me han dicho que no o que no los dejan.
–¿Y qué te hace creer que a mí sí me dejan?– De por sí, la casa donde vivía no era mía.
–Una semana, por favor, una semana. Please. Marc, no tengo a nadie más y tengo un límite para conseguirle donde quedarse.
–¿Intentaste regalarla en internet?
–¿Y si la maltratan? ¿Y si le hacen daño? No se la puedo dar a cualquier desconocido. Por favor. Hago lo que quieras, y te presto para sus cositas. Otro día, no ahora, si quieres salimos a comprarle lo que necesite. Please.
Suspiré resignado.
–Una semana, nada más una semana.
–¡Sí! ¡Gracias! Pero la cuidas, Marcos. ¡La cuidas!
–Sí, sí, yo la cuido.
–Ve que coma tranquila, que se duerma temprano. Oye, ¿Tienes donde duerma?
–Voy a conseguirle algo– dirigí mi mirada a ella para ver el tamaño de la gata.
–Averigüe un lugar para llevarla a vacunar.
–Daliah, eso sí…
–Yo me encargo de ese gasto, yo me encargo de ese gasto– pude sentir su sonrisa incluso sin mirarla–. De verdad, muchas gracias. Ahorita vienen por mí, así que nada más me quedo como veinte minutos, pero cuando puedas le compramos lo suyo.
–¿Qué tanto le hace falta?
–Yo tengo unos accesorios que le hice, y dos tazas pequeñas, pero te prometo que intentaré darle un plato o dos.
–¿Si te acuerdas que es temporal?
–Sí, ya sé. Ya sé– resopló–. Estoy cansada de caminar. Nos hubiéramos encontrado en la cancha mejor.
–Tú dijiste en el lago.
–Pero no pensé que me tocaría rodearlo todo.
–¿Y esto cuánto mide?
–Kilómetro y medio, pero al menos ya estamos llegando a la punta. La caminata que me había ahorrado con una canoa.
–¿Y con una gata en ella? Uy, no.
Seguí caminando, me topé con una pareja acostada en el césped, a medio metro del lago, que se separó de golpe cuando pase a su lado. Puse los ojos en blanco al escuchar unas risitas. Miré al lado de Daliah, acompañada por un grupo de corredores que pasaron a su lado sudados recorriendo el camino que rodeaba el lago.
–Oye, ¿Ustedes ya hicieron su maqueta?– La fulminé con la mirada.
–Daniel y Josué la hacen.
–Ah, ¿Y cómo les va?
–¿Cómo les va a la suya?
–Bien, bien.
Doble a la izquierda, donde la infraestructura se elevaba y hacia un puente. Ahí ambos colgamos los teléfonos. Luego noté el bolso de hilo coral morado que tenía puesto y la duda en sus ojos.
–¿Estás segura que quieres dármela?– Ni yo estaba seguro de cómo la cuidaría.
La gata la miró haciéndole la misma pregunta con los ojos.
–Se me acabaron las opciones– admitió–. Solo cuídala, por favor.
–Sí, no te preocupes.
–Cortale bien la carne, no le gusta el agua fría, tienes que verla dormir porque después se mueve demasiado y se lastima, que no se meta cualquier cosa a la boca, si se despierta en la noche a maullar es que tiene que ir al baño, no le gusta que le agarren el vientre, ve que no se rasguñe a sí misma…
–Te prometo que la voy a cuidar como si fuera hija mía.
–Más te vale.
Cogí a Visie en mis manos, ya nos habíamos llevado bien antes y se veía muy tranquila al respecto.
–Estas son sus cosas– me entregó el bolso morado–, y luego te diré de una chica, que es veterinaria, para llevarla a vacunar con ella, ya tiene mucho retraso en eso.
–De acuerdo, me irás avisando.
–¿Cuándo puedes comprarle lo que le falta? Yo te lo envío, es el plato, la limpieza, todo.
–¿Y qué es esto entonces?– Señalé el bolso.
–Sus accesorios.
–¿Y por qué no le compraste sus cosas en vez de accesorios?
–Porque los accesorios los hice yo con crochet que había en mi casa y diseños que copié en Pinterest.
Fruncí el ceño al mirar el bolso y los sombreritos y ropitas dentro de este.
–¿Tú hiciste todo esto?
–Sí.
–¿Cómo? ¿Cuándo aprendiste?
–Pues, a coser a los siete, y el crochet a los once. La mamá de Nick, la pareja de mi papá, me enseñó cuando me quedaba con ellos.
–Te puedes montar un negocio entonces.
–A veces hago pedidos, pero mayormente se las regalo a mis amigas o me lo hago para mí– sacó su teléfono–. Ya me están esperando, te veo en clases. Y por favor, cuídala con tu vida.
–Sí, sí, lo haré.
︵‿︵‿︵🌊︵‿︵‿︵
–¿Me estás diciendo que tú eras la mejor opción que encontró?– Mi hermano miró a la gata en sus zapatos con los brazos cruzados–. ¿Con qué clase de gente se junta entonces?
Había sido el único al que le había contado, pero el muy lengua suelta llamó a Vivianne a nuestro cuarto cinco minutos después para decirle que teníamos una nueva roomie.
–Tenme fé.
–Te tuvimos fé con un pollo y se te escapó– dijo Vivianne.
Lucas apartó la mirada.
–Yo no le puse cloro– miré a Lucas.
–Bueno, lo que fue fue. Y esos peces tampoco hacían mucho.
–¿Y qué haremos con ella?– Preguntó mi hermana viendo el bolso–. ¿Me lo puedo quedar?
–No es mío.
–Ay, pero si la dueña te lo dejó. Puede ser mi regalito de cumpleaños.
–Te falta una semana– le recordó Lucas.
–Una semana y ya puedo tomar trago en North America.
–Ni eso, porque ni visa tienes– le dije yo.
–Anyway, I don't care.
–Tú lo único que sabes de inglés es lo que le escuchas a Taylor Swift– murmuró Lucas mirando los accesorios de la gata.
–Y lo que veo en Friends. Oye, pero está le queda bonito– cogió al animal para ponerle el gorrito naranja rojizo con figurita de cangrejo.
–¿Y no vas a querer nada para tu cumpleaños?– Le pregunté sentándome en el piso frente a ella para quitarle el gorro a Visie.
–No, ya estoy jodida para las celebraciones. –No me pasó desapercibida la mirada fría de Lucas–. En mi graduación de primaria, mi abuela se emborrachó y dijo de todo de mi papá, a los siete murió mi abuelita paterna, a los ocho años con varicela, los diez me dió dengue, a los doce se muere mi tío, a los catorce mi otro abuelo, a los quince murió Anthony Bourdain, a los dieciséis mi otro abuelo, me esguince para mí viaje de diecisiete, a los dieciocho se nos va la abuela que nos quedaba, mi graduación en cuarentena y a los veinte…– No terminó la oración.
Tragó saliva. Era raro decir esas palabras. Nunca incluimos la palabra con «m», solo decíamos “se fue”, “pasó a mejor vida”, “completó su ciclo”, cualquier cosa menos esa palabra.
Mi hermana parpadeó dos veces, volvió a tomar saliva e intentó encontrar su voz, a pesar de tartamudear y dudar en las palabras.
–C-creo que, que mejor no ahorramos eso. Ya hasta parece que estoy maldita.
Un silencio incómodo se formó entre nosotros. Vivianne bajo la mirada, hacia donde Visie había caminado para acurrucarse con ella. Las comisuras de sus labios se elevaron un poco, pero la sujetó y le dijo.
–Ven, hermosa. Ya hemos tenido suficiente de estos hombres por ahora– de levantó del piso con ella en brazos–. Vamos a pasar una tarde de chicas, Olivia.
–No se llama Olivia.
Pero me ignoró, cogió el bolso, una manta y unos gorros para llevarlos con ella.
–Que descansen– canturreo con Visie asomada en su hombro.
Miau.
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