1. Prisioneros
–¿Está segura?– Le pregunté a Hanna.
Estábamos viendo a Carlos, su novio acusado de infidelidad, hablar con su grupo de amigos en la casa de uno de ellos.
–¡Claro que sí! ¡Yo lo ví con esa zorra!
–Bueno, ya sabe qué hay que hacer– le dijo Zara.
Las seis; Tiffany, Michelle, Zara, Rocío, Wendy y yo, sabíamos que, de ser cierto, Hanna lo iba a perdonar en menos de una semana, pero aún así decimos apoyarla y estar ahí. Aunque, siendo sinceras, nuestras bases eran las habilidades de Indiana Jones de Hanna y su prima, así que muy sólidas no eran.
–¡Le voy a destrozar ese carro!
–Tiene que calmarse, Hanna– le dijo Michelle acomodándose la trenza.
Al igual que Wendy, Hanna tenía un gran y bello cabello pelinegro, pero Wendy tenía muy lacio y sus rangos eran asiáticos, tanto que apenas podía ver bien por sus ojos pequeños, y Hanna tenía el cabello corto y demasiado rizado, incluso más que Zara.
Zara, Michelle y Rocío eran las castañas del grupo, aunque Michelle y Zara se diferenciaban por tener un todo más oscuro, pero a diferencia de Michelle Zara tenía rizos, no ondas. Y luego estaba Tiffany, la única rubia de ojos azul claro del grupo.
–¡Me voy a calmar cuando lo entierre!
–Ay, por favor.
–Mira ese carro tan divino, se ve que disfruta poniéndome el cacho.
–¿Y el carro qué le hizo?– Le preguntó Wendy.
–Según ese infeliz se la pasó ahorrando todas las vacaciones para comprarse el condenado blaze rs pero resulta que el papá de la moza trabaja en una empresa de autos.
–¿Y cómo no regalarle un carro a un noviecito cualquiera de tu hija, verdad?– Le preguntó Zara con ironía.
Yo estaba al lado de ella acomodándome mi suéter. La casa del amigo de Carlos estaba justo al frente del colegio, así que tampoco era como que estábamos persiguiéndolo. Solo estábamos mirando en dirección a la calle.
Seguimos los movimientos del grupo de Carlos con la mirada hasta que los vimos entrar en la casa. Parece que en ese instante la cabeza de Hanna dijo "ahora es cuando" porque lo último que supimos fue que había atravesado la calle como si fuera inmortal sin importarle los carros con una piedra que solo Dios sabía de dónde la había sacado.
¿Y dónde terminó la piedra? En la ventana frontal del carro. Faltaba más.
Escuchamos que Zara dijo una vulgaridad en voz baja por la sorpresa, y no era para menos porque todas teníamos la boca abierta y los ojos casi salidos, incluso me había llevado las manos a la boca al ver lo que había hecho.
No lo podía creer.
Carro había quedado destrozado. Completamente.
Esa piedra era grande y pesaba, no había lastimado solo la ventana, también la parte metálica y no quería averiguar cómo pudo haber quedado por dentro.
Rocío y yo fuimos las primeras en atravesar la calle, sin importarnos mucho nuestras vidas, aunque era ella quien me guiaba a mí porque todavía estaba en shock.
Hanna se volteó hacia nosotras con las manos en el rostro.
–¿Qué hice?– Jadeó.
La alarma del carro se había activado y ya había gente mirando.
–¡Hijueputa!– Escuchamos.
No supe en qué momento habían llegado el resto de mis amigas, bueno Tiffany había desaparecido, aunque no la culpaba.
–¡¿Hanna?!– Preguntó Carlos–. ¡¿Qué pasó?!
Hanna había empezado a llorar como magdalena desconsolada.
–Mi amor..., es que no sé– lo abrazó–. Le juro que no fue a propósito. Es que Daliah... No sé por qué lo hizo.
¡¿Qué Daliah qué?!
–¡¿Yo?!– Exclamé–. ¡Yo no...! ¡Yo no fui...! ¡Hanna!
–¡¿Qué te pasa, Daliah?!
–¡¿Fuiste tú?!– Me gritó un chico.
Me pareció familiar, aunque no recordaba de dónde. Posiblemente era de los nuevos.
–¡No me grites, naco!
–¡Ese era mi carro!
Hanna y yo perdimos el color de nuestras caras.
Maldita sea. Sabía que a Carlos le caía bien y hacía unos instantes pensaba que me conocía lo suficiente para saber que yo no era capaz de eso, pero el desconocido no se iba a apiadar de mí.
–¡¿Y eso a mí qué me interesa?!– También le grité–. ¡Es más ni me grites! ¡No vaya a ser que se me pegue lo corriente!
Esa tampoco era la mejor actitud, pero me estaba hablando demasiado feo como para estar tranquila.
–¡Corriente tú, vándala!
–¡Ey, ey, tranquilo!– Le gritó Zara poniéndose en medio.
No supe de dónde había salido ni cuándo llegó tan rápido, pero lo agradecí.
–¿Cuál tranquilo? ¡Como a tí no te hicieron nada!
–¡No nos hables así!– Le gritó Michelle.
–¡Están locas!– Nos gritó Daniel, el dueño de la casa, agarrándose la cabeza sorprendido con cómo había quedado el carro.
Todos los amigos de Carlos habían salido a mirar qué había pasado y todos habían quedado con la misma expresión de sorpresa y confusión.
–¡Daliah, no puede ser!– Gritó Hernán.
¿Cómo es que todos se habían creído que yo partí eso? ¿Es que no me conocían?
De repente éramos siete chicos contra seis chicas. Mentira, seis contra cuatro porque Carlos andaba en su propia discusión con Hanna, quién seguía llorando, y Tiffany había desaparecido.
–¡Daliah no quiso, perdonenla!
–¡Hanna, cállate la boca!– Le gritó Zara–. ¡Burra!
Eso sólo la hizo chillar más.
–Zara, por favor– le levantó la voz Carlos.
–¿Por favor qué? Déjense de cosas.
–¡Ya, por favor!– Gimoteo Hanna.
–¡Dí la verdad!– Le grité–. ¡Hanna!
–¡Hanna, por favor!– Le exclamó Wendy.
–¡Son unas malditas locas!– Nos gritó Evan.
–¡¿Quién mierda va a pagar eso?!– Gritó el desconocido.
–¡Tu madre!– Le grité–. ¡Yo no fui!
–Carajo– dijo Josué–, ya van a ver.
Estaba al lado de Josué, quien también veía el carro destrozado. ¿Cómo era posible que todo eso hubiera pasado en solo minutos?
No importaba, pues ambos se habían adentrado a la casa.
–¿Cuál...?– intentó decir Rocío–. ¡Josué! ¡Evan!
–¡¿Ah, sí?! ¡Hasta que no digas nombres no pienso creerte!
–¡Me vale si me crees!
Rocío y Wendy habían ido tras ellos, con gritos y entre Carlos y Zara también se formaba una discusión mientras Michelle intentaba intervenir entre el desconocido y yo pero al mismo tiempo discutía con Hernán.
¿Y Hanna? Llorando.
Un chorro de agua me pegó en la cara, al igual que a Michelle, el desconocido y a Hernán.
Daniel había cogido una manguera y nos había rociado.
–¡Larguénse!
–¡Idiota!– Le gritó Wendy llegando con Rocío.
–¡¿Dónde vas?!– Me preguntó el extraño sosteniéndome.
–¡Yo no te debo nada!
–¡¿Sabes cuánto cuesta un maldito carro?! ¡¿Sabes cuánto cuesta una reparación?! ¡Una hijueputa reparación!
–¡Yo no te voy a dar nada! ¡Yo no fui!
–¡¿Entonces quién?! ¡Déjate de estupideces y responde! ¡Si eres tan grandecita para hacer estas cosas grandecita para responder!
–¡Vete al carajo, infeliz!
–¡Serás tú la infeliz!
El caos continuó y la gente se acercó. El desconocido y yo estábamos gritando tan fuerte que a mí me dolía la garganta. Estábamos sólo los dos, el resto estaba dividido en grupos: Zara contra Carlos y Hanna, Wendy, Michelle y Rocío contra Evan, Daniel y Josué, quienes terminaron mojando a todos con la manguera en el proceso, y Hernán contra todos.
–¡Deja la maldita manguera quieta, imbécil!– Gritó Zara.
–¡Bueno, ya, imbécil!– Le grité con un empujón de por medio–. ¡Es un carro no tu cabeza ya te dije que yo no lo partí!
–¡No me toques!– También se acercó a mí y era muchísimo más alto que yo, que tampoco era algo difícil de lograr–. ¡Chihuahua rabioso!
–¡Rabiosa tu madre!– Volví a empujarlo, frustrada y enojada, estaba a punto de ponerme a llorar yo también–. ¡Hijo de puta!
–¡Oxigenada de mierda!
Agarró mis brazos para evitar que lo siguiera empujando.
–¡Ya!
–¡Ey, no le pegues a la señorita!– Gritó alguien.
–¡Yo no le he pegado! ¡¿No la vió?!
–¡Auch!– Me quejé, aunque la verdad es que ni siquiera me estaba agarrando fuerte–. ¡Sueltame! ¡Sueltame! ¡Auch!
Él se dió cuenta de lo que estaba haciendo y me soltó al instante. La frustración no me dejó seguir aguantando y dejé caer un par de lágrimas, aunque no fueran tantas. Aunque daba igual, estaba tan mojada que tal vez no se notaba. Lo que me dio más rabia porque me acordé de la llorona de Hanna que aún seguía armando escándalo.
El agua volvió a chocar contra nosotros durante la discusión de Michelle, Rocío, Wendy, Daniel, Josué, Hernán y Evan. Todos estábamos empapados y molestos los unos con las otras.
–¡Daniel!– Le gritamos todos.
–¡Déjate de mamadas!– Gritó Wendy–. ¡Daniel! ¡Dame esa manguera!
Pero de repente todo eso valió nada cuando escuchamos las sirenas de policía.
Habría corrido junto con mis amigas y los chicos, pero el desconocido me agarró de los brazos para no dejarme escapar.
Hubo gente que protestó, aunque también habían empezado a dispersarse. Estaba segura de que habían compañeros que estaban grabando la situación, estábamos enfrente del colegio como si fuera poco para rematar la situación.
–¡Suéltame!
Decidí volver a jugar el papel de la víctima, la frustración había hecho lo suyo en facilitarme las cosas si tenía que llorar. Como sea, yo no iba a pagar por algo que yo no hice. No tenía la culpa de las locuras de Hanna.
–¡Ayuda!– Les grité–. ¡Ayúdeme!
–¡Es una exagerada!
Los tres oficiales nos vieron com expresión aburrida.
–¡Auch!
Solté un sollozo falso y seguí retorciéndome.
–¡Me quiere pegar!
–¡Eso no es cierto!
–¡Sí es cierto! ¡Me quiere pegar y me está acosando!
La palabra no era acosar, era acusar, pero entre una cosa y la otra se me enredaron las letras.
–¡Eso no es cierto! ¡Me acaba de partir la ventana del carro! ¡Mire!
–¡Auch! ¡Por favor...!
Él me soltó y yo utilicé mis habilidades actorales que me proporcionó La Rosa De Guadalupe para fingir que había utilizado fuerza al momento de dejarme ir e hice como si me tropezara.
–¡Mírelo!– Murmuré en voz baja con la voz más llorosa que pude hacer.
–¿Qué pasó aquí?– Preguntó uno de los oficiales.
Empezamos a hablar de forma desenfrenada y a señalarnos, incluso yo estaba insegura de lo que estaba diciendo, ni siquiera me entendía, Y ellos parecieron hartarse.
–Vengan los dos.
–¡¿Qué?!
–¡¿Disculpe?!
–¿Qué edad tienen?
–Eh... Diecisiete.
Era más o menos cierto, mi cumpleaños era en un mes. Así que ya podía decir que tenía diecisiete.
–Dieciocho.
–Entonces pueden venir.
–¡¿Qué?! ¡No es justo!
La situación no pudo ser peor, empezamos a gritarles y viceversa mientras nos llevaban pero, más que todo, gritábamos entre nosotros. Nos hicieron callar después de diez minutos de discusión de enteros, tal vez más. No estoy segura.
Luego vino el papeleo, un largo papeleo. Nos preguntaron nuestros datos y nuestras versiones.
–Ya estarás contenta.
Lo fuminé con la mirada dentro de la celda compartida.
Él también me miró con rabia, y no era para menos. Aunque yo también había hecho mi buen show al respecto. No me había fijado en que tenía los ojos verdes, algo un poco inusual porque tenía la piel oscura, aunque no tanto, era un tono más moreno y cálido, casi bronceado y el cabello de un castaño parecido al chocolate.
Tenía los rasgos muy definidos aunque delicados y la mirada de un niño rabioso y regañado. De no haber sido por sus ojos y la suavidad de su rostro, habría creído que tiene mayor edad de la que dijo. Tenía la mirada de niño triste.
–Pues no, fíjate– le dije–. No estoy contenta porque me trajeron aquí injustamente y todo por tí.
–¿Por mí? Fuiste quién partió el vidrio y si no estuviste implicada. De igual manera yo soy inocente. No tenías que decir que te estaba pegando mucho menos acosando, ni siquiera te maltrate. Ni te conozco.
–Y menos mal, porque no hay quien aguante a semejante ignorante.
Puso los ojos en blanco.
–Deja de joderme la vida, ya tengo suficiente de tí por hoy.
–Igualmente.
–Hijueputa– escuché que murmuró.
Bueno, para perdonar y dejar las cosas en paz estaba Dios, no yo.
–¡Hija de puta tu madre, malparido!
–¡No me grite!
–¡No me insulte, pedazo de imbécil!
–¡Mire, care e' verga, si usted me insulta...!– Le pegué–. Che, ¿Qué te pasa?
–¡Malparido es una cosa, lo que tú dices es más fuerte e imbécil no es nada, imbécil!
Me puso los ojos en blanco.
–¡Entonces deja de gritar, maldito Chihuahua!
–¡¿Cómo me llamaste?!
–Chihuahua, ¿No te has medido con una regla?
–¡Un comino es lo que eres, no me hables de tamaños! ¡Caído del zarzo!
–Mire, lambóna, vaya a buscarse oficio y dejé la mamadera de gallo.
–Ush– me fastidié–. ¡Mamaburra, hijueputa!
Si Nick te escuchara, traerías un jabón metido en la traquea.
–¿Ah, no que muy finita?
–¡Miren, par de burros!– Nos llamó un policía.
Nos mandaron a callar. Volvimos a discutir y terminaron separandonos, así que él era mi vecino de celda.
No era costumbre para mí terminar en este tipo de situaciones. Estaba enojada, miedosa, frustrada e incluso triste.
Eso era muy nuevo y solo recé para que no existiera una segunda ocasión. Habría deseado tener una sábana o un mejor abrigo para usar, pero solo tenía esa prenda húmeda e incómoda.
–¿Daliah Jebet Muñoz y Marcos Cortés Sosa?
–Señor– Contestamos los dos.
–Bueno, déjenme decirles que vinieron por ambos. Sus familiares están afuera, como son menores de edad ellos deberán firmar unas cosas junto con ustedes.
Agradecí mucho eso, no tenía de idea de cuánto había esperado y en ese momento no tenía importancia. Solo pensaba en lo rico que sería darme un baño caliente, acostarme en mi cama y olvidar que todo esto pasó mientras me dormía.
Después de un tiempo, al fin dejaron salir. Yo salí casi corriendo apenas ví a mi papá y a Nick para abrazarlos.
–Ya– me dijo Nick acariciándome el cabello–, ya pasó, tranquila. ¿Cómo terminaste en esto?
Los ojos se me llenaron de lágrimas antes de poderle explicar. Eso lo podíamos hablar más tarde.
–Familiares– los llamó una de las oficiales–, aquí están las cosas y los documentos de ambos jóvenes.
–A ver, un poco de contexto primero que todo– dijo un hombre muy parecido a Marcos.
Debía ser su hermano, y lo confirmé al verlos, también acompañados de una chica. Los tres tenían los mismos rasgos, aunque los de la chica no estaban tan marcados. El mayor debía tener unos cinco a siete años de diferencia con Marcos, tenía los ojos castaño claro, la chica en cambio tenía el tono entre verdoso y castaño dependiendo de la luz y Marcos los tenía completamente verdes.
El mayor parecía ser un poco más serio pero relajado al mismo tiempo, no sabía si eso tenía sentido, y la chica, que no sabía decir si era mayor o menor que Marcos, me recordaba a esos personajes icónicos que eran inteligentes y tenían un gusto hermoso en la moda.
Sólo la ví y supe que era esa chica, pero me refiero a esa chica, that girl, de la que todas esperamos ser amigas de pequeñas.
–Ambos adolescentes se vieron involucrados en un conflicto en donde sus versiones se contradicen demasiado. Según la señorita Daliah, ella en ningún momento lanzó la piedra hacia el vehículo y el joven aquí presente se mostró violento con ella al punto de agredirla.
–¿Disculpe?– Preguntó mi papá en voz baja dirigiéndole una mirada violenta a Marcos, que él ignoró por completo.
No sé por qué, pero mi papá se había quedado mirándolos a los tres como si estuvieras analizando alguna ecuación.
–Por otro lado, el joven Marcos afirma haber estado con su grupo de amistades dentro de la vivienda de uno de estos enfrente de la institución académica de ambos cuando escuchó el sonido de alarma del vehículo. También dice que fueron las mismas amistades de la acusada quienes afirmaron haberla visto tirando la piedra y él en ningún momento le faltó el respeto.
–Eso no fue así.
–¿Y el colegio no tiene ningún tipo de cámara de seguridad afuera?– Preguntó la hermana de Marcos–. ¿O tiendas cercanas?
–Según vemos, hay testigos que afirman que el joven sí la estaba agrediendo pero de igual manera hay quienes dicen que eso no pasó así.
–Mi hija no es mentirosa– me defendió mi papá.
–No la conoce– dijo Marcos.
–Shhh– lo calló su hermana.
–Pendejo– le dije y Nick me dió una palmada en la mano de advertencia.
–Por favor– nos pidió la oficial.
–¿Y de lo sucedido con el carro no comentaron nada?– Preguntó Nick.
–No hay testigos que afirmen ninguna de las dos versiones respecto a los daños al carro. Pero sí se emitirá una orden para ver las cámaras de seguridad de un establecimiento cercano a la vivienda y hacerles preguntas a los involucrados.
–¿Y mientras?
–Mientras tanto, ambos jóvenes deberán cumplir con horas extras de trabajo comunitario y dependiendo de lo que muestren las evidencias podrían o no recibir alguna sentencia, aparte de la multa que ya tienen.
–¿Pero podemos demandar verdad?– Preguntó Marcos.
–Si se confirma que la señorita fue quién realizó el acto, estarían en todo su derecho de demandar la suma correspondiente.
Me encogí de hombros.
–Por mí está perfecto.
Mi papá me miró con curiosidad.
Pues claro, es el que paga.
Pero si yo no fui.
–¿Entonces qué con nosotros?– Cuestionó el hermano a la oficial–. ¿Dejamos el carro así nada más?
–Su caso será tratado de forma más pertinente y privada. Quédense con nosotros por favor. Ustedes pueden retirarse y coger sus cosas, ya pagaron la fianza. Serán citados en dos semanas para hablar al respecto.
Eso significaba una cosa para mí: libertad.
Le saque la lengua a Marcos durante un instante en el que la rabia llegó a su mirada para diversión mía y seguí mi camino con papá y Nick.
–¿Estás bien?– Me preguntó papá.
–Sí.
–¿Estás segura?– Insistió Nick.
–Sí.
–Daliah...
–Estoy bien, papito, de verdad. No me pasó nada. Ahora, la verdad, es que lo último que quiero es sobrepensarlo.
–¿Te lastimó ese imbécil?
–Mmm...
–Daliah...
–Mentiste– afirmó Nick al ver que no los miraba–. Daliah, eso es serio.
–Pero sí me habló feo y no quería escuchar razones. No fue lo correcto pero él tampoco estaba actuando bien conmigo.
–Eso no está bien, Daliah. Mentiste ante la ley y ellos pueden comprobar en cámaras que no te pegó.
–Pero sí me agarró, entonces, técnicamente...
–A ellos no les sirven tecnicismos– interrumpió mi papá–. Pueda ser que no le hayas hecho nada a ese carro.
En ese momento sentí la verdadera indignación. Que mis compañeros no me creyeran era una cosa, pero que mi papá no lo hiciera era peor
–¡Papá! ¡Soy la hija más tranquila que has tenido!
–Sí, y mira dónde me tocó recogerte.
–No es justo.
–Nada en esta vida es justo, hija.
–Nick– la miré buscando apoyo.
Ella suspiró mirando a la ventana de la calle.
–¿Y qué fue lo que pasó con el carro entonces?
–Es que Hanna...
–Ah, ya entendí.
Mi papá no comentó nada, pero por la mirada que compartió con su esposa supe que ambos pensaban lo mismo.
Antes de dar lugar a falsas interpretaciones, mis padres no se separaron. Al contrario, fueron esa parejita de adolescentes enamorados desde la secundaria y duraron muchos años, en contra de las opiniones de mis abuelos, con quienes no tenía mucho contacto porque abandonaron a mi mamá, y no sabía si ni seguían vivos.
Mis padres habían tenido a mi hermano mayor a la corta edad de dieciséis años y diez años después a mí. La verdad es que todo siempre fue bonito y se querían mucho, pero mi mamá padeció de cáncer durante sus últimas semanas de vida y no pudo ganar la batalla.
Sólo me quedé con fotos, accesorios y tal vez una que otra anécdota, pero todo era borroso. Tenía dos años, cuando pasó eso y a veces me gustaría recordarla.
Más tarde, mi papá se volvió a casar con Nick, una mujer muy buena y que de verdad lo acompañó en su duelo. Luego llegó mi hermano menor, Dylan, que debía estar riéndose de mi desgracia en la casa.
–¿De dónde conoces al chico?– Preguntó papá después de unos minutos–. ¿Es de aquí, de la ciudad?
–Pues por su acento parece que no– contesté–. Yo no lo conozco. Sólo de ahora.
–¿No lo habías visto antes?
–Supongo que es nuevo– dije.
Aunque tenía sentido, tal vez por eso me había parecido familiar.
–Es mejor que te alejes de ese tipo de gente.
–De acuerdo.
–¿Prometido?
Imaginé que era por su preocupación, pero aún así acepté.
–Prometido.
–No joda, Marco Antonio ¿Te cuesta tanto quedarte quieto?– Me preguntó mi hermana.
–Yo no me llamo así.
Nunca había entendido porqué me habían puesto solo Marcos en mi acta de nacimiento si después todos me terminarían llamándome como se les diera la gana. De pequeño siempre me molestaba y mis hermanos agarraron esa costumbre para molestarme o regañarme, sobretodo mi mamá.
–Ya déjalo, Vivianne– dijo Lucas–. El bruto este no tiene la culpa de nada.
–¿Ustedes no se creen lo que dice la pitufina, verdad?
–Claro que no– afirmo mi hermana.
–Marcos, de verdad. Tú no matas ni una mosca, menos le vas a pegar a alguien.
Mi hermana se sentó a mi lado para darme mis cosas.
–Lo malo es que nos quedamos sin carro. Y para una demanda...
–Paso a paso– intervinó Lucas–. Primero un día, luego otro. Lo que importa es que mi madre no se entere.
–¿No lo sabe?
–Por supuesto que no– negó Viana–. Le daría algo, no estamos para que se preocupe.
Suspiré sintiéndome un poco culpable por la situación. Lo que más me jodía era esa maldita, de no haber sido por ella no habría pasado nada.
–Es mejor no hacer nada– comentó Lucas–. Salir lo menos posible, no gastar en exceso, no meterse en problemas– recalcó lo último mirándome–, nada que sea caro o que pueda disparar el estrés de mi mamá.
–¿Y cómo haremos con el carro?– Le preguntó nuestra hermana–. Era un regalo, no era ni nuestro todavía.
–Amanda nos puede ayudar con el tema del papeleo– sugerí–, supongo que puede entender. Más o menos.
Amanda era nuestra prima, compartía edad con Vivianne y en ese momento vivíamos con ella, su hermano menor y mi tía.
Nos habíamos tenido que mudar debido a que no éramos económicamente capaces de mantenernos en Barranquilla con mil deudas, la pensión de mi mamá y sus enfermedades, más otros gastos obvios. Yo habría estado en la universidad en ese momento de no haber sido por perder el último año por estúpido y mi hermano habría podido terminar de estudiar si no fuera por la situación económica.
Tuvimos suerte de que mi tía nos recibiera. Al igual que mi mamá, era viuda y solo era ella y sus hijos contra todo pronóstico.
–Es mejor que te alejes de esa gente, Marc– me dijo Lucas–. Si a esa chica no le importó mentir aquí no le va a importar nada. Es un problema, y es mejor evitarlos.
–Por favor– dijo mi hermana recostandose sobre mi hombro–. Sobretodo tú que eres el más loco.
–No te preocupes. No me acercaría a ella jamás.
🏝️🏝️🏝️
Me tomó otras cinco crisis llegar a este punto, pero lo importante es que lo volví a publicar. Si quieren saber más de la historia, pueden seguirme en Instagram como: ghostly_star_21 dónde subo memes y próximamente recomendaciones, además de avisar sobre actualizaciones.
No olviden votar, me ayudaría mucho, Te agradecería mucho los comentarios también ❤️
Sin más que decir, muchas gracias por leer y hasta el siguiente capítulo 😘
Bye
—Belle
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