Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

18. Busca y Encuentra

Gracias a los jalones de Daniel, me tocó dejar mi cartera en el suelo y avanzar corriendo junto a ellos. Apenas pensé en su respuesta, ¿cómo que Pennywise?

Marc volteó para ver atrás de mí. Una mezcla de confusión, sorpresa y susto pasaron por sus ojos. Imité el gesto, curiosa. Y la curiosidad mató al gato.

–¡Hijos de su puta madre, vengan aquí!– Gritó un hombre maquillado en blanco y con pintura roja haciéndole sobra en los ojos con la peluca anaranjada en la mano y un traje más que incómodo corriendo tras nosotros.

¿Qué pasó?

Mi corazón se aceleró, como si correr no me hubiera provocado un aumento suficiente en el pulso. De verdad me asustó la imagen de ese hombre atrás mío. Justo cuando creía que superé la escena del barco en la película, este hombre se aparece persiguiéndonos.

Continuamos corriendo durante metros hasta un barandal de metal que marcaba la salida a la carretera. Marc, Carlos y Dean lo pasaron con facilidad. A Evan le costó más, pero también lo hizo rápido.

–Yo no puedo– les dije llegando hasta ahí. El barandal me llegaba en las costillas, apenas encima del abdomen y jamás había saltado uno.

Los chicos se detuvieron un momento para verme. Ví a Marc con la intención de acercarse, pero Josué me lo tapó al instante.

–¡Claro que puedes!– Exclamó Daniel–. ¡Josué!

Sentí mis pies elevarse. Solté un chillido del susto. Josué pasó sus brazos abajo de mis axilas en lo que Daniel elevaba mis piernas, que lucharon por patearlo, y las pasaba a través del barandal, maltratando mi barriga aferrada al metal en el proceso. Jamás había agradecido tanto llevar shorts en vez de falda o vestido como en ese momento.

–¿Qué hacen?– Preguntó la voz extrañada de Marc en el momento que mis piernas cayeron al otro lado del barandal. Recordé sus palabras de hace pocos minutos.

«Con el grupo que tenemos, queda difícil que el plan sea tranquilo.» No podía darle más la razón.

Igual y el payaso espantó al que fuera mi ángel de la guarda en ese momento. Me dejó desamparada con seis idiotas.

Daniel intentó cruzar adelantando una pierna, pero no lo pensó tan bien entre los nervios. Sentí su dolor cuando lo ví volverse rojo y mirar en dirección a su entrepierna, pero una mirada al payaso que nos perseguía le hizo ignorarlo y nos puso a correr otra vez, pero hacia la carretera.

El miedo me paralizó en un momento cuando un camión se acercó a mí. Me ví muerta, enterrada y cremada.

–¡No se quede estática a mitad de calle!– Exclamó Evan jalandome. Me salvó la vida por veinte centímetros–. ¡Así la matan!

Tomé nota de su consejo. Aunque si no nos hubiera perseguidi un payaso hubiera tenido la oportunidad de mirar ambos lados.

El sonido de las llantas y las bocinas de los carros no impidieron que sigamos avanzando de manera muy irresponsable para nuestra seguridad y la de los conductores. Carlos llegó a chocar con uno, si el carro avanzaba más quizá no la contaba, pero no paró de correr. Llegamos hasta una zona verde llena de árboles y césped en ciertas partes, yo fui la última, y me tropecé y caí de boca en el piso de piedra.

Ya sabemos quién se moriría primero en un apocalipsis.

–¡Daliah!– Exclamó Marc.

–¡Ella ya valió!– Le respondió Josué. Intenté levantarme en posición de plancha, pero mi vista se llenó con pequeñas nubes negras.

–¡Suéltame, pendejo!

Unas manos me cogieron el brazo y me ayudaron a recobrar la compostura.

–Creo que el que valió fue el payaso– comentó Carlos.

Miramos atrás de mí. No había señal de él. Mierda, ¿lo atropellaron?

La respuesta fue negativa. Se levantó y miró por encima de un carro. La chica del asiento trasero gritó de pavor cuando el payaso bajo y nos miró a través de las ventanas traseras, que no estaban polarizadas.

Ya tiene una nueva anécdota y antecedentes cardíacos recientes.

Dios, esa mirada prometía mi entierro y el de todos.

–Vamos– me incitó Marc a levantarme.

Apenas pude mirar mis rodillas raspadas cuando empezamos a correr otra vez, en esta ocasión Marc iba a la par mío con solo Dean y Josué llevándonos la delantera. Daniel creo que se quedó atrás.

–¿Qué rabia tiene?– Preguntó Marc en un gritó.

–¡Esto!– Exclamó Evan atras de nosotros–. ¡Quiere su nariz!

–¿Su…?– Marc me hizo detener a su lado para ver a Evan–. ¡Pendejo! ¡Le robaste su nariz!

Me apoyé en mis rodillas en busca de aire. Dios. Bogotá había amanecido frío ese día, sentía el aire helado cortándome la garganta.

Miré a través de algunos mechones sueltos de mi cabello a Marc y a Evan, el resto nos había dejado hace metros, a excepción de Daniel que ví a metros apoyado en un árbol agarrándose ahí, incapaz de continuar. Yo no tenía lo mismo que él, pero hasta dolor por él me dió.

Descartados por si alguna vez se pone en peligro nuestras vidas.

–¿Qué t…? ¡Oye!– Marc le quitó la nariz del payaso, una bola roja con una endidura sostenida por un cordon negro de caucho flexible.

–¡Devuélvele la puta nariz!

Marc lo tiró lejos, en dirección al payaso que estaba a casi veinte metros de distancia, gracias al tráfico. El hombre se desvió para agarrarla y la recogió mientras la discusión de los chicos seguía. Dios, no recordaba cómo respirar, sentía el corazón en la garganta. Me llevé una mano al pecho. Corrí más que en toda mi vida.

La ponen a correr un poquito más y termina como el suegro.

No es momento.

¿Muy pronto?

No creo que al hijo le haga gracia.

–¿Cómo le quitaste la nariz?– Dejé de mirarlos para concentrarme en mis rodillas.

Había un pequeño hilo de sangre, nada exagerado pero sí me ardía tanto como mi barbilla. Pasé mi lengua por el labio interno, donde sentí un sabor metálico. Bueno, era el karma. Tenía la sensación de haber mordido a Marc en el labio cuando lo empujaron.

–Pues se lo quité y ya.

–¿Ya se le pasó?– Preguntó Carlos con la voz agitada llegando a nosotros.

–Marc le tiró la nariz– contesté.

Dejé de agarrarme las rodillas, me erguí para mirarlos a todos, ya reunidos.

–Uy, te diste duro– comentó Daniel acercándose.

–Usted también– señalé su entrepierna. Aún seguía rojo.

–Como no tienes idea– se agarró ahí.

–Creo que me partí el labio– jadee.

–A ver, haz puchero– Josué se acercó para verme–. Solo un poquito, casi nada.

Miré en otra dirección, donde el payaso ya se había devuelto en la misma dirección en donde estábamos.

–Miren el vídeo que pasó Tiffany al grupo– dijo Daniel.

–¡Mi teléfono!– Exclamé al ver el de Daniel. Miré a todos lados hasta recordar que se cayó al inicio de la persecución–. Está en el parqueadero con todas mis cosas.

Mierda, ahí tenía también las tarjetas, recibos, maquillaje… todo.

–Dalo por perdido– dijo Evan.

–Ven, vamos a buscarlo– me dijo Marc cogiendo mi mano.

–Espera– le pedí–. Necesito aire.

–En lo que tomas aire ya te lo robaron– me dijo Daniel, en ese momento con las rodillas dobladas y aún agarrándose.

Expectativa de niños: cero.

–Tiene razón– dije–. Vamos.

–Esperenme– nos pidió Daniel–. O no, mejor adelantense  en lo que me recompongo.

Cruzamos la calle, esta vez con precaución para llegar al parqueadero. En esta ocasión pasé por el barandal con un poco de ayuda, pero sin poner en peligro mis nervios.

Revisamos en cada metro del parqueadero, en los carros vecinos, arriba y abajo y hasta donde era imposible, solo para no encontrar mi cartera.

–Niña, eso ya se lo robaron– me dijo Evan.

–¿Y qué hago?

–Conseguirte un nuevo número y nuevas cosas, porque qué más.

–Oigan, un momento– Josué llamó nuestra atención levantando la mirada de su teléfono hacia Marc y a mí–. ¿Ustedes se estaban besando?

–No– contestó Marc–, nos ahogamos e hicimos respiración boca a boca, Josué. ¿Tú qué crees?

–¿Y eso cuándo pasó?– Preguntó Evan–. ¿Por qué no nos dijeron?

–¿Cuándo? ¿Cuando nos persiguió un payaso o cuando nos aventamos a los carros?

–O cuando me caí de boca en el piso– dije.

–¡Ey!– Escuché un silbido familiar a mi derecha–. ¿Se le perdió algo?

Zara señaló mi cartera en el hombro de Tiffany, comiendo un helado de vainilla, con su paleta. Ellas y Amalia se veían impecables, nada que ver con nosotros. Amalia Tenida un raspao’ de limón y me saludó con la mano en el pitillo y le dedicó una sonrisa divertida a su hermano.

–¿Se divirtieron con la perseguidera?– Nos preguntó con una sonrisa, aunque sus ojos estaban enfocados en Dean.

–No me pagan por esto– suspiró él, provocando una risa en ella.

–Vamos al restaurante que queda aquí cerca a comer– decía mientras Tiffany me pasaba mi cartera–. Imagino que ya vieron el vídeo.

–Yo no– dije mientras me cercioraba de no haber perdido nada.

–Míralo. ¿Y Daniel?

–Se quedó donde lo dejamos a llorar– dijo Josué escribiendo en su teléfono–. Pero ya vamos por él, el muy flojo nos espera allá. Vamos– se dirigió a su grupo.

Marc y yo nos miramos. ¿Qué se supone que debíamos hacer? ¿Ir juntos?

Descarté las opciones, solo era mi propia falta de razonamiento.

–Nos vemos allá– le sonreí.

–Pues nos esperarán– dijo Tiffany señalando el carro de Amalia y Dean–. Se pinchó la llanta.

–Yo la arreglo– dijo el último–. Ustedes adelantense y después me mandan la dirección.

–¿Seguro?– Le preguntó Josué–. Siempre podemos dejar a Daniel plantado, no pasa nada.

–Sí. Ya tuve suficiente de sus dramas.– Todo el grupo intercambió una sonrisa. Yo también prefería quedarme con el grupo más tranquilo.

–Ven, Daliah– me dijo Tiffany mientras Amalia y Zara chismoseaban todo lo que hacía Dean–. Vamos a limpiarte.– Sacó un mini equipo de primeros auxilios de su cartera.

–¿Y eso?– Preguntó Amalia viendo al otro grupo partir.

–Conozco a mi prole.

–Esa miradita me ofendió mucho– replicó Zara, aunque la mirada también iba para mí.

–Pues fíjese, pensaba que la que iba a terminar con algo partido iba a ser usted– respondió poniéndome una crema en la barbilla.

–¿Por?

–¿Por qué será?– Le arqueó la ceja poniéndole alcohol a un algodón. No podía creer que todo eso entrara en una carrerita tan chiquitita.

–Touché– Zara se concentró en Dean.

–¿Qué más tiene ahí?– Le preguntó Amalia en lo que yo hacía una mueca por el ardor.

–Mentas, curitas, pastillas para los dolores, para las alergias, aguja, hilo, inhaladores, toallas…

–¿Eres alérgica a algo?

–No, pero Zarita– la miró con poco disimulo– a veces omite las cosas por curiosidad y un día me dió un susto con la Nutella.

–Hierba mala no muere– comentó a unos metros.

–No muere, pero sí se priva– me puso una curita en el raspón de la pierna.

–No tengo cinco tampoco– le recordé.

–Pero sigues siendo mi hija de otra madre.

–Ten la tuya si quieres.

–No, contigo y Zara ya tuve suficiente.

–Nosotras somos tranquilas– arqueó una ceja–. La may..., gran parte del tiempo.

Menos mal Dean traía una llanta de repuesto. Pero como motivación, Zara y Amalia le empezaron a cantar «Hombres Ser», de Mulan. Y Tiffany les siguió el juego reproduciendola en su teléfono, seguida de otras canciones de Disney.

Quise seguir algunas también, mis favoritas siempre siendo las de Enredados y El Rey León, aunque de ellos no pasaron muchas. Me distraje viendo el cielo, a unos pájaros en los cables de electricidad hasta que escuché la caída de un conjunto de objetos seguida de una maldición.

Dirigí mi mirada al punto del ruido, viendo a un hombre de entre cuarenta a cincuenta años cansado con un montón de objetos y una bolsa en sus brazos, recién partida por el peso de los objetos en el piso. Me dió un poco de pena el hombre. Tiffany intentó decirme que no me metiera, pero no lo pude evitar y en treinta segundos ya estaba frente a él.

–Hola, buenas– saludé con timidez. Miré los objetos a su tirados, eran juguetes, pelotas, máquinas de globos, colores y marcadores. Parecía que salía de una fiesta. Levanté mi mirada está vez no traía maquillaje–. ¿Puedo ayudarle?

Si me reconocía, tal vez pensaría que era tan pesada como el grupo con el que me vió. Pero independientemente de eso, la gente solía ser orgullosa y podía tomar la ayuda como ofensa.

–¿Eres amiga de ellos?– Preguntó, cansado. Suspiró al agacharse a recoger lo suyo–. Por favor, no estoy de humor para bromas.

Me agaché también, aunque mi rodilla recién raspada no estuvo contenta. Empecé a recoger algunos objetos.

–No vine a molestar– aclaré–. Pero sí lo siento por cómo lo trataron mis amigos.

Soltó un quejido de dolor al levantarse. Por un segundo, ví que tenía un sarpullido en las pantorrillas gracias al movimiento de sus coloridos pantalones color rojo vibrante. ¿Sería diabético?

Lo ví dirigirse a una moto y le ofrecí sus objetos de manera directa para que no creyera que mi plan era huir con ellos.

–Gracias– abrió una caja agarrada a la moto, como la de los repartidores de comida–. ¿Lo pones ahí?

Lo ayudé en silencio para evitar molestarlo. Ya tenía suficiente cansancio en su rostro como para irritarlo. Me sorprendió la capacidad de ese pequeño compartimiento de tener tanto adentro.

–Muchas gracias– dijo metiendo la bolsa de último.

–De nada.– Hubo un momento de silencio incómodo. Miré a mis amigas y al resto un momento, debatiendo si sería muy maleducado irme como si nada–. ¿Le… le fue bien hoy?– Pregunté como tonta–. ¿Estuvo bien la fiesta?

–Eso se lo puede preguntar a sus amigos.– Ay, estos chicos.

«¿Cuándo aprenderán que lo que hacen también tiene consecuencias?», me pregunté.

Tú también te burlaste de tí y de eso con el videito, nena. Nadie piensa lo que no ve.

–¿Lo molestaron mucho?– Pregunté avergonzada.

–Pues, no eran parte del show y al volver tampoco mi dinero– cerró la caja, frustrado.

–Ah… Bueno, puede decirle a su compañía que lo ayude con eso.

–¿Qué compañía, niña?– Su mirada aturdida me hizo sentir cómo tal. Una niña ignorante–. Dime cuántas compañías de esto conoces, compañías buenas. Y dime cuánta gente que conoces ve en esto su vocación.– Me quedé callada, sintiéndome regañada–. Nadie ayuda a alguien de manera desinteresada. Y nadie hace nada cuando se meten con alguien, pero se alteran cuando les pasa a ellos. Ni siquiera lo piensan, y te aseguro que en retrospectiva será solo una anécdota graciosa para ustedes en diez años. No para mí.

–Perdón– murmuré, sin saber porqué lo pedía. Tenía razón, ninguno le había dado ninguna vuelta al asunto, incluso nos reímos del dichoso vídeo compartido con Tiffany con otra perspectiva de los hechos.

Volvió a suspirar y a poner sus ojos en blanco.

–No tienes por qué pedirlo, niña.

Ladeé la cabeza al fijarme en un sticker pegado en la moto. «El mejor papá». Podía debatir eso, pero no era el momento. Claro que el mejor papá lo tenía yo.

–¿Tiene niños?– Pregunté de atrevida.

–Dos– contestó con cautela, sin entender por qué se preguntaba. Y no era el único–. Ambos menores que usted.

–¿Dónde estudian?

Guardó silencio.

–Yo los educó en casa– murmuró, serio–. Un payaso no tiene tanto para sus hijos– se jactó de si mismo.

Miré la moto. En la caja que, se suponía, debía ser para repartidores, decía un número que prometía servicio a domicilio acompañado de un nombre.

–¿El payaso Emilio Jiménez?– Pregunté leyendo el nombre. Él asintió–. Pues, una amiga me enseñó que la cuna no importa si alguien está destinado a llegar lejos.– Miré a Zara un momento, quien en compañía del resto me miraba como a una loca. Ya estaba acostumbrada a esa mirada–. No creo que ese sticker se haya ganado solo.

Sonrió un poco al verlo. Sentí mi teléfono vibrar en ese momento con un mensaje de Amalia: Ya nos esperan. Qué haces?

Miré un momento al señor.

–Perdón– dije, regresando a la pantalla. Aproveché que estaba en un chat y entré a la cámara de este.

–No se preocupe– se montó en la moto–. Y que tenga buena tarde.

–Igualmente– tomé la fotografía–. Adiós.

Escuché el pito del carro y aceleré mi pasó hasta mis amigos.

–Por poco y te salen raíces hablando con el don– me dijo Zara montándose antes que yo–. Ya debe estar Evan chillando por esperarnos.

–Él no nos espera– le dije escribiéndole a mi hermano.

︵‿︵‿︵☀️Dante 🙄☀️︵‿︵‿︵

Todavía necesitas quien<
te haga los recados?

>Cobra barato?

Un tío de una amiga tiene<
un señor que le hace
los mandados, pero no sé a
cuánto

>Averigua

Yo por qué?<
El que lo quiere eres tú<
Yo digo que pase el número<

>Para ti es mucho pedirte
un favor

Si no te comieras mi comida<
te haría los favores

>Cómprate una cava y métela
en tu cuarto bajo llave entonces

︵‿︵‿︵☀️︵‿︵‿︵

«Pueda ser que salga bien inventar tanto», pensé.

Como si tu sexto sentido fuera el mejor.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro