16. ¿Simulación O Revelación?
☀️ DALIAH ☀️
El techo era techo. Era algo encima de nuestras cabezas construido para que el cielo, sostenido por la atmósfera no nos cayera encima. Miles de teorías primitivas llegaron a mi mente.
Eso pasa por tomar trago.
¿Y si todo era una simulación? ¿Y si no existía? ¿Y si era parte de un libro en una plataforma de internet escrita por una autora de mentalidad y estabilidad cuestionable que aprovecha cada emoción suya para desquitarse con nosotros y agrega gente real para hacerla sufrir en la ficción, sin oficio ni dinero, que no tiene idea qué hacer con su vida y teme terminar como Rory Gilmore?
Vuelve a tu mundo, corazón.
–Oye, Daliah– Zara, a mi lado izquierdo, interrumpió mis pensamientos, también mirando el techo de mi cuarto acostada en mi cama, desde hace tres horas al igual que Tiffany y yo–. ¿En tu casa no desayunan? Tengo hambre.
Alguien tocó la puerta.
Como una, las tres agarramos mis sábana para arroparnos. Al tercer toque, la puerta se abrió y solo escuchamos la voz de Nick.
–¿No se van a levantar?
–No– contestamos al tiempo.
–Son las diez de la mañana, niñas.
–Y es sábado.
–Ya está el desayuno.
–Estámos bien.
–No se pueden quedar ahí acostadas toda la vida.
–Sí podemos.
La escuché caminar. Acto seguido, las tres chillamos cuando nos quitó la sabana de encima.
–Dylan tiene razón, es verdad que comparten neurona– cogimos mis almohadas para taparnos y seguir acostadas boca abajo–. Salgan de ahí.
–No.
–¿Es que se armaron un corito?– Preguntó al ver que seguíamos hablando al tiempo.
–No.
–Salgan a desayunar.
–No.
Soltó un bufido. Esperamos unos segundos cuando escuchamos la puerta cerrarse para volver a arroparnos.
–¿Cómo les trata la resaca?– Nos preguntó Zara.
–Las quiero cambiar– confesé.
–Me voy a morir– Tiffany nos miró con terror.
–Expliquen.
Primero miramos a Tiffany.
–Besé a un viejo borracha.
–¿Un viejo?– Preguntamos Zara y yo al tiempo.
–Bueno, no viejo, viejo. Mayor.
–¿Tiene plata?
–Sí.
–¿Estrato?
–Cinco.
Qué decepción.
–No, mi amor– negó Zara–. Está por debajo de tí.
–Con pobres no– Zara me miró mal–. A excepción de futuros millonarios.
–Bueno, es que sí es estrato seis– continuó Tiffany–, pero más bien son sus padres. Por cuenta propia, estrato cinco.
–Ah, así sí está bien– aprove.
–Ganaste la herencia– me apoyo Zara–. Pero entrando en seriedad, ¿Cómo que un viejo?
–Sí, ¿Sabes todo lo que te pudo pasar? ¿No sabes cómo son los hombres? Hombre no es gente, acuérdate.
–Ya sé pero… Oye, Daliah, eres hipócrita– se indignó–. Yo me besé con ese pero tú ya andabas haciendo abuelo a tu señor padre.
–Ningún abuelo ni ningún nada, no estamos hablando de mí. Y no nos quitamos nada.
–Dejaste a la pobre Tiffany sentada en el piso afuera– dijo Zara.
–Claro que no– miré a Tiffany–. ¿O sí?
–Es que no quería interrumpir.
–Divinas las bandidas– Tiffany y yo fulminamos a Zara.
–Divina la besuqueada con Carlos– respondimos ambas.
–¡Nada de eso!– Se tapó la cara–. Me siento puta.
–¿Si usted es puta qué soy yo?– La cuestionó Tiffany.
–¿Qué seré yo, entonces?– Me hice la misma pregunta.
Escuchamos un chillido del lado derecho.
–Tu hija tiene hambre– le informó Tiffany llevándola de su caja, al lado de mi cama, a Zara.
–Ay, Jackie– sonrió al recibirla.
–¡Hora de salir de la cama bellas durmientes!– La puerta se abrió de la nada en compañía de la voz de Dylan.
Nos aferramos a la sábana, pero no fue suficiente.
︵‿︵‿︵☀️︵‿︵‿︵
–Una, dos… ¿Y la tres?– Preguntó mi papá.
–Aferrada a la pata de la cama– contestamos Zara y yo.
Mi papá intercambio una mirada con su esposa. Dante, a centímetros de ellos, se sirvió sus tostadas con huevo revuelto y mermelada con expresión distante.
–¿Hay alguna forma en que no hablen al tiempo?– Casi ví la súplica en sus ojos
–No– sonreímos.
Nick hizo un gesto para hablar, pero se quedó corta con cara de susto. Retrocedió asustada, con un grito. Mi papá y Dante miraron a tras de nosotras y sus expresiones se volvieron similares.
–¡Una rata! ¡Una rata!– Gritó Nick.
–Mierda– soltó mi papá.
Jackie empezó a dar vueltas alrededor de la cocina, entre Zara y yo intentamos agarrarla, pero se nos escapó. La conmoción aumentó de golpe, cuando salió con mi papá persiguiendola con una escoba y Dante tras él.
¡La querían matar!
El sonido de los gritos sacó a Tiffany de debajo de mi cama, corrió con Dylan hasta el piso de abajo. Mi papá le dió unos golpes a Jackie, pero ella seguía moviéndose. Zara y yo intentamos que no se le acercaran, corría por todos lados.
Dante estaba listo para pisotearla cuando Tiffany llegó a empujarlos y Dylan se metió enseguida para agarrarla y dársela a Zara.
–Ay, Jackie, mi amor– le dijo abrazándola.
–¡¿Mi amor?!– Preguntaron mis familiares.
–¡No es para matarla!– Los señalé–. ¡Merece respeto!
–¡Es una rata!– Exclamó Dante tomando las manos de Tiffany para separarla de él.
–¡Sigue siendo un ser vivo!– Le dijo ella–. ¡Merece tanto respeto como usted!
Los cuatro nos juntamos para cerciorarnos de la seguridad de Jackie.
–No joda, Daliah– mi papá se pasó la mano por el pelo–. Para esto te hubiera dejado tener a la gata.
–¿De verdad?– Me ilusioné.
–¡No!– Explotó mi burbuja–. Sin animales en esta casa.
–Pues donde Jackie no es recibida nosotras tampoco– le dijimos las tres
Los tres señalaron la puerta.
Que así sea.
–¿Dylan, y usted a dónde?– Le preguntó Nick.
–A que no se mueran de hambre las niñas.
🌊 MARC 🌊
–Marco Antonio– mi hermano siguió moviéndome.
–Que ese no es mi nombre– protesté aferrado a la cama.
Ya era lunes, y no quería saber de nada ni nadie. Solo la almohada era una compañía grata.
–¿Y usted por qué es que no se levanta?– Me preguntó mi mamá entrando con las manos en las caderas.
–Es que me siento malito.
–Ajá– dijeron mi mamá y mi hermano.
–¿Y qué más a ver?– Qué mujer tan incrédula.
–Es que me duele la panza y la cabeza.
–Ajá.
–Y no me siento bien
–Ajá.
Los miré de la manera más miserable que pude fingir. Mi hermano se aclaró la garganta.
–Lo que pasa es que el viernes se cuadró una compañera y el muy mendigo no tiene los huevos para ir a verla.
–Eso no es cierto.
–Ay, Marc. ¿Es en serio?– Mi mamá cruzó los brazos–. ¿Por esa pendejada no se va a levantar de la cama?
–Por eso no es.
–A otro con el cuento de que te sientes mal. Salte de ahí.
–Estoy mal.
–Marco Antonio.
–De verdad.
–Marco Antonio, a la una– escuché las campanas de la muerte.
–Es que creo que la altura me empieza a afectar.
–Marco Antonio, a las dos…
Cerré los ojos.
–¡Ya vine con la solución!– Escuché entrar a mi hermana.
–Viv- ¡Vivianne!
–¡ECHE, HIJUEPUTA!– Grité, mojado con toda la cama salpicada de agua fría y pocos restos de hielo pequeño–. ¡VENTE PARA ACÁ, HIJA DE LA MONDA!
–¡Marco Antonio!
–Muy enfermito, ¿Verdad?– Se burló mi hermano.
Perseguí la hijuemadre sabandija de mi hermana escaleras abajo.
–¡Te vienes!– Le agarré el brazo.
–¡No!
–¡Que te vienes!
Nos caímos en el piso. Empezamos a forcejear como dos animales salvajes, yo intentando arrastrarla y ella aferrándose al piso o a lo que estuviera cerca.
La puerta se abrió, mi tía, parecida a mi mamá a excepción de unas canas más recientes, ojos más oscuros y algunos lunares, llegó de su turno en el hospital.
–Mamá, buenos días– la saludó mi primo con un abrazo, que solo Dios sabe de dónde apareció.
–Buenos días. ¿Y esto?– hizo un gesto para señalarnos a mi hermana y a mí en el piso.
–El pan de cada día, ven que te teníamos guardada la comida.
–¡Tía!– Exclamó mi hermana–. ¡Tía! ¡Tía, ayúdameeeee!
La arrastré hasta el baño. Yo mejor que nadie sabía lo que era recibir de golpe un agüita fría a las cinco de la mañana, y más de esa ducha. Así que eso sería mi venganza.
–¡Hijueputa!– Me gritó–. ¡Hijueputa Marco Antonio! ¡Hoy no es día de lavar pelo!– Se distrajo–. ¡OLIVIAAAAA!
La gata la miró con confusión.
–¡OLIVIA, MI AMOR, AYÚDAME!
La ignoró lamiéndose la pata.
–¡Ella sabe quién le da de comer!
–¡Marco Antonio, malparido que me sueltes!
–¡Que no me llamo así!
En contra de sus protestas, y de cómo me intentó morder, abrí la pluma de la regadera. El agua fría nos cayó a los dos. Mi hermana soltó un chillido por el frío y siguió insultándome hasta que la solté.
–¡Imbécil!– Me gritó acomodándose el pelo mojado.
–¡Imbécil tú, estúpida!
–¡Serás bruto!– Me empujó al agua.
–¡Bruta tú!– Se lo devolví.
–¡Pendejo, calilla e’ mierda!
Nos comenzamos a agarrar otra vez. Entre tanto empujón y jalón, uno de nosotros se resbaló. Terminamos en el piso, sin soltarnos, y en mi caso con dolor de culo, forcejeando.
Qué divina es la hermandad.
–¡Par de locos!– Gritó mi mamá entrando al baño–. ¡Sueltense de una vez!– No le hicimos caso–. ¡Qué se suelten!
–¡Me suelta y la/lo suelta/o!– Exclamamos los dos.
–Lucas Alberto, tráigame la chancla.
–¡Voy!
Momento de separarse.
–¿Qué es está ridiculez?– Se puso las manos en las caderas–. A ver, explíqueme… ¡Expliquen!
–Es que…
–¿Es que qué, Vivianne Sofía? ¿Que usted cree que se manda sola?
–Mami, aquí tienes la chancla– dijo Lucas regresando con nosotros.
Hijueputa traidor.
–Ahora mismo me cierran la pluma– ordenó mi mamá–, que no saben lo caro que viene el agua.
Vivianne me quitó la mano del camino cuando fui a cerrarla.
–¡Me dijo a mí!
–¡Me dijo a mí!– Se la regresé.
–¡Que no!– Me hizo la misma jugada.
–¡Que sí!– Le agarré la mano.
–¡Que no!– Me agarró la otra mano.
–¡Que sí!– Volvimos a forcejear.
–¡Ahora mismo me acaban con tanta ridiculez!– Mi mamá fue quien se metió a cerrarla–. Los dizque muy adultos, y están peor a como eran niños. Explique usted, Marco Antonio.
–¿Yo?
–¿Él?
–Shhh. Ahora.
–¡Me tiró agua fría!– Señalé a la bruja a mi lado.
–¡Ay, por mentiroso!
–¿Qué mentiroso?
–¡Que…!
–Vivianne– la interrumpió mamá–. ¿Qué necesidad de tirarle agua fría?
–Pero se despertó. Andaba con su– cambió a un tono llorón;– ay, estoy malito. Ay, pobre de mí, me voy a morir.
–¡Ya ni me respeta tu hija!– Se la señalé a mi mamá.
–No te respetas ni tú, bobo– la mendiga me sacó la lengua.
Mi mamá puso los ojos en blanco.
–¿Para qué traje la chancla, pues?– Lucas se dirigió a mi mamá.
–¿Por qué el agua fría, Vivianne? Responde la pregunta.
–Pues para que se levantara.
–Hay otras formas.
–¡Exacto!– La apoyé.
–Usted calladito– me dijo.
–De otras formas no se hubiera levantado– continuó mi hermana.
–Levántense de ahí antes de que se resfríen los dos.
Yo le obedecí, pero a mitad de camino la mano de Vivianne en mi brazo me devolvió al piso.
–¡Mírala!– Se la volví a señalar a mi mamá con el culo dolido. Me lo iba a aplanar de tanta caída.
–¡Fue sin querer! ¡Fue sin querer, me resbalé! ¡Lucas lo vió! ¿Verdad que sí?
–Yo no ví nada.
–Que se me levanten, y no lo vuelvo a repetir– volvió a ordenar mi mamá–. Marcos, ilumíname. Por qué es que no quieres ir hoy al colegio.
–Es que…– debí pensar que inventarme– te extraño.
Incluso Visie entró en ese momento para ladear la cabeza con confusión. Gata chismosa.
Vivianne a mi lado, también me miró confundida, como mi mamá. Pero Lucas tenía una sonrisilla insoportable.
–Es que hace rato no pasamos rato juntos como madre e hijo– mi mamá levantó las cejas, incrédula– y siento que el colegio nos roba mucho tiempo juntos.
–Marc, hijo, puede hacerlo mejor que eso, por favor.
–¡Hablo es serio!
–¿Usted cree que si yo lo hubiera querido aguantar día y noche en la casa lo hubiera mandado al colegio e lugar de educarlo en casa?– Mujer descarada–. Deje la pendejada y diga bien qué es lo que es.
Puse la mirada de perro triste.
–No me diga que es verdad lo que dice su hermano… ¿Es verdad?– Se le pusieron los ojos saltones–... ¿Me estás diciendo que no vas a ningún lado por un beso?
–Más que un beso– apuntó Vivianne.
–Marcos, no se quede callado. Responda.
–Tú lo haces sola– dije.
Lucas dejo de contenerse y se rió en un tono bajo, cubriéndose la boca.
–¿Le recuerdo cuánta pena me ha hecho pasar en los casi diecinueve años que tiene?– Mi mamá cruzó los brazos, incrédula–. Coja respeto por sí mismo, se ha humillado solo veinte mil veces como para sentir pena por una pendejadita así. Yo misma lo he encontrado haciendo de las suyas en su cuarto y bien que ni pena le daba– no hacía falta recordarmelo–, ¿Un beso y se alborota? Sea serio, mijo. No tiene cabida de vergüenza en su ser después de tantas que nos ha hecho pasar.
¿Y ese qué clase de apoyo era?
–Y las que no se ha enterado– comentó Vivianne.
–Y de las que nosotros tampoco– asintió mi hermano.
Ser hijo único está más que antojado ahorita.
–Qué bella unión la de ustedes– los miré con resentimiento–, todos en contra de Marcos. A ver, díganme, qué más he hecho. Parecen más enterados que yo.
–Estoy segura de que no– dijo mi mamá–, y estoy agradecida por eso. Báñese de una vez y dejé tanta parla, es muy temprano para andar en estas– volteó a ver a mi hermana–. Usted séquese antes de que le dé gripa y entre a bañarse después de su hermano.
☀️DALIAH ☀️
–Recuérdeme porqué la tengo que aguantar en mi oficina siendo lunes.
Me dirigí a Dante con fastidio durante dos segundos antes de volver a empezar a tejer el regalo de Fleur, una amiga de Dylan, para su cumpleaños. Un suéter color canela, su color favorito según mi hermano.
Para no quedarme sola en casa, me habían llevado a su oficina, un cuarto cuadrado. Tenía una biblioteca negra llena de libros, organizador por tamaño, color y, conociendo a Dante, autor, que cubría toda una pated en el lado derecho. Al lado izquierdo una mesa de vidrio cuadrada cuatro sillas, yo sentada en una de ellas, y una nevera pequeña, como la de los hoteles, a un metro de distancia. Luego, el centro, donde estaba una ventana tras Dante y este tras él escritorio con dos sillas alante de él y otros mil papeles acompañados de su computadora.
Y en la esquina entre la pared izquierda y la de al frente, un baño.
–Porque mi papá y Nick están en el club firmando un negocio con una empresa de insumos industriales y otra de maquinaria.
–¿Y por qué está aquí y no en su colegio, como Dylan?
–Es que hoy iban a hacer algo por el día de no sé qué– mentí con descaro– y hay una prueba de matemáticas para la gente con mala nota, y como yo voy bien, solo iría a calentar silla.
–¿Y no se puede abrir de mi oficina?
–Nopi.
–Daliah, de verdad, haz algo. Sal a pasear.
–No es parque.
–Tienes a Daniela y a Jiménez en la recepción, tienes a los de RH, con ellos te llevas bien…
–Yo quiero molestar a mi hermanito– sonreí sin mostrar los dientes.
Puso los ojos en blanco.
–Bien, como quiera. Pero haga algo de valor– sacó su bloc de notas y empezó a escribir con una pluma cercana.
–¡Estoy tejiendo!– Le mostré el suéter, aunque aún no tenía mangas.
–A gratis. Le doy diez por cada hora que te tome hacerme un balance desde el primero de mayo hasta hoy y un índice del porcentaje de aumento y disminución en estos departamentos que te escriba. ¿Sabes hacer proyecciones respecto al dólar?
Resulta que me volé clases para no andar haciendo tareas y me voy a trabajar.
Para ahorrarte tareas, no fue.
Moví mi mano de manera vaga.
–Más o menos– admití.
–Entonces dile a Jennifer que te enseñe.
–¿No es trabajo de ella?– Me quejé. Su secretaria no era alguien que me agradara, pero no me disgustaba. Era cordial, muy poco sociable, a veces rozando la línea de la frialdad.
–Pero quiero ver si de verdad vales la pasantía aquí o solo eres otra nepo baby inútil.
–Tan gentil.
–¿Qué estudiarás, a fin de cuentas?
–Estoy entre contaduría y negocios. Pero me inclino más a escondía.
–¿Quieres ser contadora?– Levantó la mirada de la hoja donde escribía.
Me encogí de hombros.
–Soy buena en eso.
–No es lo que pregunté.
–Pues, me gusta. Me podría meter en cualquier industria, aprender de todo un poco y los números no me cuestan.
Enarcó las cejas en mi dirección. Terminó de escribir y dejó la hoja encima de una pila de carpetas.
–Ahí tiene los departamentos. Ya conoce a medio mundo aquí, y sé que le dieron el portátil por si se aburría, así que ahí tiene su primer trabajo. Ganesé la pasantía para las prácticas que, de seguro, le van a dar, sea buena o no.
Me ofendí por la poca fé que me tenía, pero deje el suéter un momento para recibirle el bloc. A diferencia de mí, su letra era una combinación entre cursiva y de palito, muy inclinada a la izquierda y adelgazando mucho las curvas largas. Linda manera de deshacerse de mí.
–¡Doctor Jebet!– La puerta, corrediza, se abrió de golpe. La cara de Dante estaba llena de sorpresa y gusto–. ¡Es usted un infeliz! ¡Explíqueme cómo es posible que haya puesto todo a nombre de mi tarjeta esa noche en San Javier!!
Mi hermano se rió ante la indignación de Javier. Lo recordaba bastante bien, era el mejor amigo de mi hermano desde… no sé. Más tiempo que Tiffany, Zara y yo. Mi papá contó que Javier le había tirado arena en la cabeza a Dante en la primaria, mi hermano le respondió pegándole con una pistola de juguete y cuando los regañaron se hicieron amigos ignorando a sus papás.
Según mi papá, no había fecha en la que no los llamaran porque se metían en algo, aunque las calificaciones estaban intactas, si no contaban los llamados de atención. Recuerdo que una vez terminaron en el hospital por querer “cocinar” y de ahí Javier se quedó sin apartamento por dos meses.
Yo fui la primera en ir hacia él, lo abracé con fuerza. Fue el primero en darme la confianza para subir a una moto, pero quién también me metió miedo cuando nos paró la policía. Pero eso solo lo sabíamos nosotros. Además, compró mi silencio con café.
–¿Daliah? ¡No has crecido!– Ahí murió el momento.
Me aparté de él indignada con los brazos cruzados.
–O sea, estás desarrollada, no me mal entiendas, pero la estatura…
–No seas tan imbécil– le dijo mi hermano apareciendo tras de mí–. Vaya a joderle la vida a otro, doctor Gutiérrez.
Se dieron un apretón de manos y un abrazo corto.
–Usted no joda tanto– lo señaló su amigo, sonriendo. Javier siempre había tenido una sonrisa hermosa, un cabello castaño tirando a dorado y ojos oscuros que contrarrestaban su piel un aceitunada rojiza–. Recuérdame, Daliah. ¿Qué edad tienes?
–Diecisiete.
–¿Diecisiete?– Se llevó una mano al pecho–. Y yo pensando que ya tendríamos chance. Tocará ver el próximo año.
–Con miserables, mi hermana no se va a meter– le dijo Dante.
–Menos con quién no me ha dado regalos de cumpleaños por cinco años seguidos– dije yo.
–Si ese es el problema, ahora mismo salimos– Javier abrió la puerta–. Usted manda.
–Primero muerto antes que dejarla contigo– mi hermano me abrazó por los hombros.
–Si ese es el caso, sabes que no temo disparar el gatillo en la cabeza– le guiñó un ojo.
La sonrisa de Dante se agrandó.
–Déjala que trabaje.
–¿Qué trabaje?– Se dirigió a mí–. ¿Ya te empezó a sobreexplotar?– Asentí con un puchero mostrándole la hoja arrugada–. No te pases, Dante.
–Le voy a pagar.
–¡Diez por hora!– Me quejé.
–Eso es un abuso– asintió Javier.
–Es más que el mínimo, vaya a hacer lo suyo– Dante me sacó de su oficina.
En el momento que salí, aproveché para escuchar un audio en el grupo que tenía con mis amigas, que era de Tiffany.
–¡Oigan traidoras, me caen mal! ¡Fatal! ¡Me dejaron sola! No crean que de esta me olvido fácil, Zara Cecilia y Daliah Sharick, de mi cuenta corre que paguen las dos. Par de cobardes. ¿Ahora con quién me siento? ¿Con esos infelices? Por favor.
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