13. Querida Familia
Fueron los peores meses de mi vida, lo suficiente para decir que también fue el peor año.
Al entrar en la casa que una vez llamé hogar, sentía como el suelo se derrumbaba con cada pasó que daba. Me dolieron las rodillas cuando caí al suelo, sin fuerza para seguir sosteniéndome o mente para recordar cómo caminar.
Solo estaba la sangre, en su rostro, en su cuerpo y en el piso. Mi mente se perdió en algún punto de esa imagen, como si la sangre también me cubriera y me ahogara.
La imagen desapareció y solo ví a mi hermano. Al ver sus ojos, supe lo peor. No era una ilusión. De verdad había pasado, de verdad se había matado y todas las promesas del día anterior se habían desmoronando.
–No– jadee.
Primera etapa: negación.
–¡No!– Le grité.
–Marc– puso la mano en mi hombro y asintió.
–No.
–Marc.
–¡No, no, no!– Lo empujé y me arrastré en el piso para apartarme de él–. ¡No es verdad! ¡No es verdad! ¡Él está vivo!
–Marc.
–¡Está vivo!– Le grité tan fuerte que me ardió la garganta.
La visión se me volvió húmeda y borrosa. Pero ubiqué el charco de sangre, a mi papá.
–¡Marc!– Me acerqué al cuerpo–. ¡Marcos!
No me importaba nada. Necesitaba que despertara, que le borrara la seguridad a Lucas del rostro y que cumpliera todas sus promesas.
–Papá– lo sostuve en mis manos–. Papá. ¡Papá despierta!
–¡Marcos!
–Mira, niño– dijo un hombre–, tú no puedes tocar eso.
Unos brazos me agarraron de los brazos, las costillas, incluso las piernas. Me negué a aceptarlo, y me moví sin importar quien estuviera para recibir un golpe o patada de mi parte.
–¡Él está vivo! ¡Está vivo y va a despertar, imbéciles! ¡Van a ver!
–¡Marcos, no!
Me agarraron contra el piso. Mi espalda chocó en un golpe seco y más personas me agarraron. Lucas fue quien más se me acercó, quise golpearlo, arrancar todo rastro de seguridad. Porque era un estúpido, un imbécil y todo eso era una mentira.
–Marc– palmeó mi rostro–. Sueltenlo. Mírame.
No podía hacerlo, no quería hacerlo. Sentía mis manos y ropa húmedas, sentía la sangre, el mareo, el vértigo…
–Marc– la expresión de dolor de mi hermano me confirmó la verdad–. Vamos a salir de aquí, ven.
Me levantó. Me llevó hasta afuera y le dió la orden a Manuel de que nos alejara de la situación. Verónica nos recibió en su casa como unos hijos más. Sentí vergüenza con ella después de dejar su baño hecho un asco después de vomitar.
Evitaba dormir y comer a toda costa. Si comía, en pocas horas sentía el alimento devolverse y si dormía sentía que estaba rodeado de sangre y otros escenarios de muerte. No solo aparecía mi papá en las pesadillas, a veces el cuerpo era de mi mamá o de mis hermanos. En tres ocasiones, fue de Manuel.
No supe qué tan crítico había sido el estado de salud de mi mamá hasta el día siguiente, pero me hicieron saber que el peligro había disminuido. No sé quién llamó a Cassie, pude haber sido yo y no me enteré, pero apareció al segundo día y su compañía empezó a ser rutinaria para mí.
Ella y Manuel eran las únicas personas con las que podía tener una conversación, con el resto apenas soltaba monosílabos.
Pasaron dos semanas en las que no fui a clases, y cuando regresé Thiago permaneció cada instante a mi lado, incluso acompañándome en los baños. Shana también hizo todo por cuidarme, veía que me tomara el suero y que no me desvaneciera por momentos.
Al mes, de alguna manera el colegio se había enterado. No comentaron mucho, pero hubo momentos en los que los pésames me hartaron demasiado y me metí en una pelea que me llevó a la enfermería y, al ver los golpes, volví a vomitar. Otro chico, con buena intención, también intentó decirme algo, pero cuando lo acorrale e intenté golpearlo me detuve al recordar la sangre y los moretones que le causaría. La imagen me dió náuseas y, en contra de todos, Shana se metió al baño de hombres conmigo y con Thiago para cuidarme.
Segunda etapa: ira.
Al tercer mes, había perdido veintitrés kilos. Me dió anemia, un cuadro viral y vivía con vértigo. Presenté el icfes como todo el mundo, aunque no hacía nada en clases a esas alturas y me la pasaba enfermo. Me realizaron exámenes y, oh, sorpresa, estaba tan débil que me internaron durante dos semanas, tuve una dieta estricta y fui emitido a terapias.
No funcionó mucho, pero pude estabilizarme. Mis hermanos y mi mamá luego insistieron en meterme a terapias, también habían órdenes médicas, pero mi hermano respetó que, si no estaba dispuesto a cooperar, un psicólogo no me serviría.
Al quinto mes, era oficial mi perdida de año. Thiago propuso quedarse conmigo la noche de mi graduación, pero me negué a quitarle esa experiencia. Eso no impidió que me escapara y fuera a escondidas, un poco destrozado por eso.
Era raro, pues mi puntaje en el icfes era superior al 400 y antes de mitad de año mantenía un promedio excelente. Creo que eso fue lo que más duro me golpeó, que tenía todo para ser bueno, para demostrarme a mi mismo, y aún así fallé.
No pude darle la cara a Lucas durante un tiempo. Él me buscó cuando lo vió, me dijo que estaba bien, que estaría bien y que juntos lo resolveríamos todo.
La mejor desición que tomé en esos meses fue acompañar a Daniel al gimnasio. Ya me había invitado antes a cualquier plan junto con él resto de nuestro grupo, aunque solo acepté porque mi hermano dijo que me podía ayudar, y tenía razón. El ejercicio me mantenía la mente ocupada, relajaba las tensiones y me permitía volver a centrarme en mí.
Daniel fue un gran apoyo con eso. Con todo el grupo fuimos a comer por mi cumpleaños, no me creía que ya era mayor de edad. Legalmente, un adulto. Luego una cena ligera en mi casa, preparada por mi mamá, quién ya estaba mejor.
Ya cerca de diciembre, deje de vomitar a diario. Recuperé seis kilos, aunque seguía necesitando aumentar. Adelantamos la mudanza para el veinte de diciembre y nos instalamos en Bogotá.
Y ya hacía casi medio año desde que llegamos. Un año desde que murió mi papá. Me faltaban unos kilos para volver a mi peso ideal, pero ya no estaba tan delgado ni tan pálido.
En lugar de atormentarme, busque tener la mente ocupada. Hice una trotada matutina como las que hacía con Daniel, y después con mi hermana, me bañé y desayuné antes de ir a las clases.
¿Cómo conseguí media beca? Mostrando las notas anteriores al año pasado nada más a la rectora. Ella conocía a mi mamá, y en ningún otro colegio se hacía posible pasar. No eran muchos los que tenían más grados después de once. Además de eso, tuvimos que hacer un acuerdo de comisiones para después de mi grado.
Lo que significa que lo que la “beca” me cubrió, lo tendré que pagar con intereses más elevados a los comunes, pero no al colegio, a la rectora.
La verdad no presté atención a nada durante todo el día. Mirar cualquier rincón del salón me hacía sentir atrapado y solo pensar en hacer otra cosa me revolvía el estómago. Pero no había manera de dar marcha atrás, había pasado un año y la vida seguía.
Quinta y última etapa: aceptación.
Decidí no hablar con nadie ese día. Ni al siguiente, aunque para desgracia de Evan, era día de entrega de boletines. Permanecí sentado en los columpios de la zona de los parques de primaria durante el receso, distraído hasta que Daliah llegó.
–¿Qué hace aquí?– Me preguntó–. Pensé que estabas con Carlos y los demás como siempre.
–Vine a pasar el rato. ¿Qué haces tú?
–Mi hermano quedó en darme una plata para el almuerzo y me dijo que venía ahorita– se sentó en el otro columpio–. ¿Cómo te sientes?
–¿Por qué la pregunta?
–Es que está como decaído y bueno, pues. No sé si pasa algo o…
–¿Qué fue lo que te contó tu hermano?– Se quedó hecha piedra–. Yo escuché cuando dijo que vieras con quién te juntas, pero no lo anterior.
Ojalá fuera raro, pero no era la primera vez que alguien le decía a un compañero que se alejara de mí por ese tema. Los últimos meses del colegio fueron así, aunque yo nunca fui capaz de explicarle a nadie qué sucedió.
–No, no me dijo nada– mintió–. ¿Por qué?
–No, dime qué es lo que quieres preguntar. O qué es lo que quieres saber, que no sepas ya.
Bajo la mirada. Para su suerte, su hermano llegó en ese momento seguido del grupo de antes.
–Hola, Daliah– la saludó una niña de ondas rubias con acento francés.
–Hola, Fleur– la abrazó–. ¿Cómo están?
–Buenos días– me saludó su hermano, seguido de sus amigos, y se metió una mano en el bolsillo–. ¿Cuánto dice que quiere?
Niño desgraciado, esa carterita valía más que toda mi vida. ¿En qué me tenía que meter para tener esa plata?
–Quince– respondió su hermana–. Fíame y te lo pago en la casa.
–Sí, cómo no. Como siempre.
Daliah le recibió la plata con una sonrisa. Y miró a Fleur.
–Si me sobra te compro un helado, ¿Vale?
–Dale. Ya me lo prometiste.
Los cinco se despidieron de nosotros. Cuando ví que se habían alejado lo suficiente, volví a dirigirme a Daliah.
–¿Ya me puedes decir qué es lo que sabes? Porque me parece imposible que Dante no se haya enterado de nada si vivió en Barranquilla. Ahora, que me haya reconocido la cara es otra cosa.
Suspiró resignada.
–No, él fue allá para cerrar tratos con empresas afiliadas a… pues, a las suyas. Así lo reconoció, pero yo fui quien investigó por su cuenta.
No quise preguntar después de eso, no tenía ganas de saber qué apareció. Jamás me motive para saber qué decían las noticias, pero siempre supe que no había forma de que fuera positivo.
–¿Por eso vives acá?– Preguntó en voz baja.
–Mi mamá es bogotana, y su hermana nos recibió después de todo el desastre allá en Barranquilla.
–¿Ella se mudó allá? ¿Pero qué su papá no era de la Guajira?
–Hiciste muy bien tu tareita– se sonrojo–. Sí, es, era… guajiro. Pero se mudó a Barranquilla a estudiar y conoció a mi mamá en San Andrés.
–Ah…
Retiró la mirada.
–Bueno, si quieres que te deje solo…
–No importa– me encogí de hombros. Empezó a mecerse un poco en el columpio hasta que volví a hablar–. Perdón por haberte dicho bruta y sonsa la otra vez. Y perra, entre otras cosas.
–No te preocupes, que para eso tenías la razón.
–Sí, pero de ahí a insultarte hay una línea.
–Ya pasó– se encogió de hombros volviendo a mecerse.
–¿Cuántos años te llevas con Dante?– La miré–. Parece que tiene más de veinte.
–Tiene veintisiete. Mis papás lo tuvieron cuando eran adolescentes, y luego me tuvieron diez años después.
–¿Y siguieron con Dylan?
–Dylan no es hijo de mi mamá.
–Ah. ¿Se separaron?
–No, mi mamá murió de cáncer cuando tenía dos años.
Carajo. Creo que me metí donde no debía.
–Yo…– continuó–, la verdad no me acuerdo mucho de ella entonces– se encogió de hombros– ya no me afecta mucho. Solo de chiquita, pero Nick… ella ha sido como mi mamá, aunque su único hijo sea Dylan.
–¿No la extrañas?
–Si quieres consuelo en mi situación, no lo tendrás. No, no la extraño. Todo lo que sé de ella es lo que me han contado y lo que he visto en las fotos, pero yo no la recuerdo. No podría extrañar algo que no conozco.
–¿Y tus abuelos? ¿Ellos siguen en contacto contigo?
Ella negó.
–Ni Dante ni yo los conocemos. Corrieron a mi mamá cuando se embarazó y no la dejaron llevarse nada más que la ropa que tenía cuando se fue.
–¿No se enteraron que murió?
–Ni mi papá lo sabe. Dice que mi mamá intentaba hablar con ellos diario, que les llamó cuando Dante y yo nacimos, cuando se casó y en nuestros cumpleaños, pero jamás se presentaron y colgaban cuando respondían. Mi hermano cree que una de sus hermanas supo algo, pero nada. El único de su familia que siguió hablando con nosotros fue mi tío, pero es gay y sus papás también se olvidaron de él. Antes de que saliera del closet, decía que mis abuelos jamás querían escuchar nada de ella o de nosotros. Como salió del closet cerca de mi nacimiento, mis abuelos se habían mudado, lo habían alejado por hablar de mi mamá, y sus papás lo dejaron botado, él no sabía cómo decirles que mi mamá volvía a tener cáncer. Ni siquiera sabe si ellos alguna vez se enteraron de su orientación, o si sus papás les dijeron algo.
–¿Volvió a tener cáncer? ¿Ya había pasado por eso antes?
–Sí, y a mí y a mis hermanos, incluso a Dylan, nos obligan cada seis meses a hacernos exámenes. A Dante ya no, de hecho, pero él lo sigue haciendo por su cuenta. Mi mamá nació demasiado débil y fue prematura. Le dió leucemia desde los dos hasta los seis, y mi papá, que la conocía por mi tío, decía que la llamaban la niña enferma. Luego volvió a sufrir leucemia desde sus diez a doce años, cuando recibió un donante, pero no me acuerdo de qué, tuvo un tumor en el intestino a sus catorce, que tuvieron que operar y luego… Luego fue cáncer de mama.
–¿Y así tuvo a tu hermano?
–Tuvo a Dante a los dieciséis, el tumor a los catorce. A los veinticinco, se supone, le habían quitado la zona del tumor, pero…
Algo en la historia no me cuadraba. Si ya no había tumor, ¿Entonces cómo se entendió el cáncer?
–Murió de cáncer de útero– soltó al fin–. No la habían tratado antes porque estaba embarazada y como tenía endiometrosis y otras cosas… La opción era que yo no naciera, pero como era desición de mi mamá y ella no quiso– hizo una pausa para tragar saliva–. Murió porque se había extendido demasiado durante el embarazo, y me tuvieron que sacar de cesárea porque el cordón umbilical que asfixiaba y sus órganos ya estaban muy maltratados.
–¿Cuántos meses tenías?
–Seis. Yo también nací debajo de mi peso y estuve conectada por dos meses y todo me hacía daño. Mis pulmones no daban y mi corazón tampoco, me tuvieron que hacer controles para no morirme, y duré en tratamientos musculares hasta los dos porque, aunque podía hablar, no pude sentarme hasta casi cumplir el año y dí mis primeros pasos casi que a los tres años. Y luego mi mamá murió y… y ya.
Había algo incompleto en esa historia, pero ella tampoco me había obligado a hablar, así que respete su decisión.
–¿Ustedes que hacen ahí sentados?– Nos preguntó una maestra detrás de nosotros–. ¿De qué grado son?
–Doce– contestó Daliah–, aún estamos en receso.
–La rectora los está buscando. Todos los de doce deben ir al salón múltiple.
–¿Ahora?
–Ahora.
Otro discurso de la gravedad de los actos de Hanna. Esta vez, se confirmó la expulsión de ella y la suspención de otros estudiantes. Cinco de eran de nuestro salón, pero el total era de treinta y cinco involucrados. Pero sólo doce serían expulsados, el resto castigados de otras maneras.
También reubicarían a la mayoría en diferentes salones. Todos firmaríamos un acta de compromiso y tendríamos el sábado a rendir el exámen de más de cinco horas —un gran abuso— y, aunque nuestros boletines iban a ser entregados ya, en ese momento los exámenes iban a cambiar.
Evan nos juntó a nuestro grupo y al de Daliah cerca de la cancha de fútbol para una importantísima reunión —a la que llegó tarde— con un solo motivo: chisme.
–Hola, miserables– nos saludó con cariño–. Adivinen de qué me enteré.
–De qué, a ver– murmuró Carlos viendo su teléfono.
–Pues de que van a meter nuevos alumnos y de que nos va a revolver. Más que eso, la policía anda con un cuento raro con la rectora. Pero necesito que alguien me a ver eso. Mis niñas, ¿Serán que nos colaboran?
–¿Para?– Preguntó Tiffany.
–Hablar con Pamela.
Las tres se miraron con cara de nos cargó el diablo y Daliah le respondió.
–Pamela nos odia.
–¿Y por qué?
–Es que la cachetee y me quité unas oreos en quinto y le dí su muñequera en décimo– dijo Zara.
–Yo le dí la dirección errónea de mi cumpleaños para que no fuera y me arme una fiesta el mismo día del suyo en octavo. Y nadie fue– confesó Tiffany.
–Y yo fui la razón por la que Zara se la agarró dos veces. Y el año pasado le destruí el proyecto de tecnología jugando volley, sin querer.
–Es que ustedes también son desgraciadas– les dijo Josué.
–No sabe lo que pasó.
–No señales con el dedo, Zara– le dijo Tiffany.
–Perdón. Pero no sabe lo que pasó, Josué.
–Aquí siempre estamos abiertos a anécdotas– sonrió Evan–, cuenten.
–De la cachetada de quinto yo me acuerdo– comentó Daniel–. Fue porque Pamela le dijo a Daliah que Nick la quería por plata y por estar con su papá y que la dejarían en la basura como el cuerpo podrido de cáncer de su mamá.
–Entre otras cosas– asintió la involucrada.
–De eso no me acuerdo– dijo Tiffany.
–Tú no estuviste. Fue cuando Zara y yo nos hicimos amigas.
–De una u otra manera, le debemos la amistad– dijo Zara.
–¿Ven?– Evan sonrió–. De ahí nos pueden acompañar…– Tiffany levantó la mano.
–Pamela no nos haría un favor a ninguna si ella no sale ganando– le dijo.
–Pero es que a Pamela yo también le caigo mal.
–Todo el mundo le cae mal– dijo Carlos.
–A mí no me conoce– dije– y yo tampoco sé quién es.
–Perfecto– dijo Evan–. Josué, venga y me vigila la puerta.
–Voy.
–Marcos– me dijo Daliah–, ni Hanna se metía con Pamela y eso es por algo.
–Una pregunta amistosa es lo que le vamos a hacer, nada más– le dijo Evan.
–Vaya usted y ya– le dijo Daniel.
–Es que Marc es nuestro escudo humano, a él no lo odia todavía.
Caminé junto a él hasta rectoría. No entendí qué hacíamos en las oficinas hasta que me dijo que Pamela era la hija de la rectora y pasaba los recursos y almuerzos con su mamá.
La pela, estaba dando vueltas en la silla giratoria y tarareando Reflejo con los audífonos en sus oídos y un iPad frente a ella reproduciendo La Reina del Flow.
Tenía la raíz negra, pero el resto del pelo tenido de un reflejo rojo, todo recogido en una trenza en su hombro derecho y ojos castaños, brillantes y grandes como de venado.
–¡Pamelita!– Entró Evan.
–Mi mamá está en reunión, no va a atender a nadie sin cita– detuvo la serie y me miró cogiendo un jugo de cajita que tenía al lado del iPad–. Usted es el hijo de Sofía, ¿Verdad?
Su voz era la definición de cautela, de tranquilidad. Parecida a la de un monje, un poco susurrante, calmada y a veces ronca, pero siempre manteniendo el tono, aunque con un toque femenino.
–Así es.
–¿Se conocen?– Evan tomó asiento en las dos sillas frente al escritorio de la oficina.
–Mi mamá, me obligaba a ir a las reuniones donde también estaban tus papás– respondió–. Ella viajó a San Andrés con su mamá y fue la que habló con el grupo de su padre.
–¿Te sabes la historia?– Pregunté tomando asiento.
–Claro, mi mamá es la que organiza la fiesta de exalumnos de la universidad y ellos iban a veces. La verdad es que su papá era divertido, le doy el pésame. ¿Ayer cumplió el año, verdad?
Evan me miró con cautela. Ni él ni nadie, a excepción de Daliah, y aparece que también Pamela, sabían nada. Una vez, solo una, preguntaron por mis papás para cuadrar una salida, pero mi respuesta fue vaga y dejé a todo a la interpretación, concentrándome solo en mi mamá. Era todo lo que necesitaban saber.
–Sí, ayer cumplió el año.
–Curioso final– juntó el índice y el dedo corazón mientras mantenía el resto de sus dedos abajo. No quise ver la expresión de Evan, si había entendido el gesto o lo había ignorado–. ¿Qué necesitan saber?
–¿Eh?– dudó Evan–. Sí, eh… ¿Qué pasará con nosotros y el curso?
–Van a quitar un salón– dijo–. No expulsaron a todo el mundo porque el colegio es privado y necesitan el ingreso mensual, más si es la graduación. Pero todos los involucrados están en procesos judiciales personales.
–¿Nada más?
–También nuevos estudiantes. Es raro, porque ya es mitad de año, pero son de “intercambio”, algo así. Es un asunto legal raro.
–¿Cómo que intercambio?
–Necesitan llenar cupos para que entre– hizo un gesto de efectivo con las manos–, entonces van a abrir más cursos sobre no sé qué más y pedir más plata para intercolegiales. Los que ingresan van a ser de recuperación, niños como usted, Marc, que a la mitad de año se fueron cuesta abajo– hizo una pausa–. ¿Fue por eso que perdió verdad?
No me atreví a responder.
–Ví su expediente, duró dos semanas sin ir al colegio después de cuando su papá– se pasó una mano por el cuello– y luego se metió en peleas y le dió la roña.
–¿Y con qué derecho anda viendo lo que no le incumbe?– Le preguntó Evan.
Pamela tomó un poco de su jugo y le sonrió.
–He visto todos los expedientes de todo el mundo. Las recomendaciones, las notas, todo lo sé. Por eso me vino a buscar hoy. Mire, nada más diré que nadie lo vió a usted ni a su grupito por las cámaras de seguridad de la sala de informática– mierda– y que la policía hace más que investigar el caso de Hanna.
Fruncimos el ceño.
–¿Es que hay algo más?
Pamela alzó las palmas encogiéndose de hombros.
–Yo no sé. Pero ahorita se metieron unos niños un poco trastornados– abrió una gaveta para buscar algo–. Un gringo y dos puertorriqueñas. Son adoptados los tres, pero ingresaron como si nada– nos mostró las hojas–. Y cuando yo llamé a sus colegios no tenían ni idea de quienes eran ellos.
–¿Llamaste a un colegio gringo?– Pregunté.
–¿Es que cree que el colombo no sirve de nada? Siempre intento llamar a los que vienen de colegio de rico o que tienen algo en el comportamiento. Con usted– me señaló con la barbilla–, me habló una mujer maravillas, la coordinadora Garzón.
Sonreí en mi interior. La conocía tan bien después de años de estupideces, y estuvo pendiente de mí en momentos difíciles.
–Creo que esos no son asuntos suyos– le dijo Evan–. Lo que queremos averiguar es…
–Ya veo a quién van a cambiar.
–Gracias, Pamelita.
–¿Y si no se los daba?
–Iba a compartir el canal de gachalife que se hizo hace seis años.
Sacó una carpeta llena de nombres.
–Bueno, a Josué y a Daniel los van a cambiar. A usted le tocará con Josué, a Carlos no sé, y a Marcos lo dejan quieto.
–¿Y a mis amigas?
–¿Cuáles?
–Daliah, Zara y Tiffany.
–Apellidos.
–Jebet, Jaramillo y Villavicencio.
Pamela lo fulminó con la mirada.
–A usted le toca con Zara, Tiffany estará con Daniel y Daliah se queda en su salón. ¿Alguien más?
–¿Qué otro chismes nos tienes?
–Julián embarazó a la hermana de la novia– murmuró–, la van a sacar del colegio y la novia le dió con un palo. Por eso no habían venido. Ah, y Hanna está en un internado, creo que eso les interesa más.
–¿Qué pasó con ese cuento?
–El hacker era un extranjero de no sé donde acusado de no sé qué tanto que demandó a Hanna, pero, como es de plata, los papás– chasqueó los dedos– el problema y el hombre le pagó con eso al colegio, se enfrenta a juicio y no sé qué más. Los papás le mandaron comisiones a mi mamá, ella no demanda y yo paso las navidades de Miami. Todos ganamos.
–¿Y el internado?
–Ah, eso. Bueno, el hombre también va a ser llevado a juicio, pero creo que será en su país, qué aún no sé cuál es, pero creo que es por allá en Centroamérica. Y Hanna está en juicio por tres años, y hasta cinco o siete, porque las conductas son repetidas. Lo que sí es seguro, es que será remitida a tratamiento, ya sea en un internado de elección o uno jurídico.
–¿Y eso aquí sí existe?– Pregunté.
–Claro que existe. Y esta vez los papás no pueden hacer nada con ese dinerillo que tienen. Eso sí, la multa será obligatoria y el profe de biología la va a demandar por daños y perjuicios. Ahora, lo que hizo con el hacker fue una cosa, ¿Pero sus antecedentes? No, mínimo dos años le pongo ahí metida.
La puerta de la oficina se abrió
–¡Vaya, si es la doctora!– Exclamó la hija–. ¿Tiene cita?
–¿Puedo saber qué hacen en mi oficina?
El parecido era evidente, la piel clara, los ojos almendrados castaños con toque verdoso, la figura e incluso la forma del rostro.
–Estábamos platicando del hermoso trío que haríamos en tu oficina– Evan y yo nos miramos extrañados–. ¿Te imaginas? Uno atrás y el otro alante.
–Deja tus bromitas de mal gusto, Pamela– rodeó la mesa para acercarse a su silla–. Ya se va a acabar el almuerzo, a sus salones.
–Qué amargada, mamá– me señaló–. ¿Verdad que es igualito al papá? Hasta en las trampitas con el colegio…
–Nosotros nos retiramos– me levanté al instante. No tenía ganas de escuchar nada, menos con Evan también haciéndolo–. Con su permiso, doctora.
–Buena tarde– dijo Evan siguiéndome el paso.
Dejé que saliera primero antes de cerrar la puerta.
–¿Por qué no nos contaste?
–¿Qué?– espeté, más fuerte de lo que me habría gustado.
–Que ayer… pues, que estabas de luto.
–No les debo explicaciones.
–No, pero, no es eso. Es que, no sé, pudimos apoyarte o no dejarte solo.
–Eso no habría cambiado nada.
–No, pero no debes sentirte solo teniendo compañía. Y si…
–Evan, de verdad no quiero hablar de eso.
–Okey– se encogió de hombros–. Está bien, está bien.
Un nervio familiar hizo que me disociara poco después. Recordaba la noticia de perder el año como si fuera ayer, cuando darle la cara a mi familia no me parecía una opción. Había ido para un parque apenas salí del colegio, el acta de perdida ya estaba firmada y solo podía sentir pena por mi mismo.
Creo que se hizo de madrugada y yo todavía seguía montando en un juego, viendo todo a mi alrededor, perdido en mí. Lucas me encontró y se subió a mi lado, después de horas solo.
–¿Ahora qué te pasó, tonto?– Preguntó con tono tranquilo.
–Nada– murmuré–. ¿Quién te dijo…?
–Tú y yo veníamos aquí con papá de chiquitos. ¿No te acuerdas?
Lo había hecho de forma inconsciente. Ni siquiera había pensado en él al venir, o tal vez sí lo hice y no me dí cuenta. Por la razón que sea, mi hermano había sabido dónde encontrarme.
–Cuéntame qué pasó– se sentó a mi lado.
Suspiré. No había querido mirarlo a los ojos.
–Marc. Mi mamá y yo ya recibimos el correo, no es necesario que…
–Perdón– asintió–, perdón. De verdad– me puso una mano en el hombro– no sé qué pasó. Ni cómo, no quería perder ni…
–Lo resolveremos.
–Pero, ¿Cómo? ¿Quién me va a recibir? ¿Quién? Estoy muy grande para meterme en otra parte…
–Vamos un día a la vez
–... y no hay quién quiera recibir a alguien que perdió año, en ningún lado.
–Algo encontraremos, Marc. Por eso no te preocupes.
–Vamos a otra ciudad. El plan era que fuera directo a una universidad pública, aminorar los gastos, no tenía que…
–Marcos, cállate– dijo con suavidad–. No vamos a encontrar soluciones buscando problemas. Y tampoco sabremos cómo solucionar esto si estás con el estómago vacío. Vamos a bañarnos de aquí, estamos muy grandes y apretados para andar en jueguitos.
–Lucas.
Me agarró del cuello para hacer que lo mirara.
–Vamos a solucionarlo, Marc. Te lo prometo, pero vamos a bajar de aquí primero.
–Pero…
–Está bien. Marc, está bien. No me interesan tus notas, me interesas tú. Tú eres mi hermano, y sé que puedes hacerlo mejor, pero para eso necesito que tú seas quien este bien. Vamos– movió la cabeza en dirección a la bajada–, tu comida ya se enfrió.
Las cosas ya no eran como el año pasado, yo había cambiado. No podía encontrar las palabras o la diversión en todo como antes, sin importar la falta que me hiciera.
Por suerte, esa vez había cumplido. Quedé en tercer puesto, que no era el mejor, pero tampoco el peor. Al menos mis notas de biología no se tocaron, aunque tal vez el sábado definirá qué tanto podía ver llegar las estrellas.
Zara y Tiffany tuvieron el primer y segundo lugar. Daliah, el quinto. Carlos quedó en el doceavo, Daniel en el décimo, Josué en el décimo octavo y Evan solo le pidió al profesor que metiera la hoja en su mochila y le dijo: Yo lloro en mi casa, no se preocupe.
Aún recuerdo el primer borrador de esta historia, antes publicado también, donde alguien comentó: el trauma es la marca de la casa. Y desde ahí, en esta y todas mis historias lo tomé personal.
Qué me dicen del señorito? La pasó feito verdad 🥺
Y la pasará peor (tal vez) 😔
Para los que me siguen en ig (aprovecho y promociono) pienso montar unos edits de Marc, Daliah y otros personajes de aquí a fin de mes :)
Me encuentran como: ghostly_star_21
Y aprovecho para decir que hace unos días (16 de enero) fue el cumple de Tiffany :)
Esperemos que lo haya pasado mejor que Vivianne (me ahorro comentarios)
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