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Prólogo

Los ojos del líder, del mayoritario, del jefe, se posaron sobre toda aquella sala repleta de gente adinerada y de aquellos que estaban acabando una entre un millón de jugadas sin un maldito duro en los bolsillos; víctimas de una obsesión que los podría llevar a un oscuro y económico abismo del cual era difícil salir.

Nada más dar las 10:30 de la noche, todas las puertas de la cadena ROYAL de casinos y bares de alterne que poseía en sus manos Romeo Donati se abrieron, dando por hecho que esta noche iba a triunfar como todas las anteriores en cinco años de astucia y profesionalidad.

—Hoy es una gran noche, ¿no crees?

Romeo tan solo asintió con una media sonrisa, mirando como la gente vestía elegantes trajes y rápidamente se podía detectar la desesperación que tenían por ganar dinero, sintiendo sus vellos erizarse por las inesperadas caricias que le estaba brindando su nueva hermosa adquisición.

Una muchacha de rasgos europeos, en concreto italianos, universitaria y con un sencillo, pero escandaloso cuerpo que lo lograba marear nada más sentirlo sobre el suyo. Hace unos meses le había sorprendido el ver como aquella niña, de tan solo veintiún años, entraba por una de las puertas de ROYAL, acompañada de otras tres hermosas muchachas americanas, sin embargo; ella, Isabella, lo había hechizado por completo, torturándose por la inesperada promesa que se había hecho meses atrás sobre no posar los ojos en algún inquieto cuerpo tan puro.

No tardó más de cinco días en acercarse a ella, sabiendo la hora exacta en que frecuentaba uno de sus bares, su bebida alcohólica favorita y su nombre, pero no su apellido, algo que le daba curiosidad y terminó olvidando. La muchacha no había sido para nada fácil de dominar, en absoluto, él, Romeo Donati, tuvo que aguantar dos meses de estúpidas citas donde ella le cogía la mano, donde lo llamaba “cariño” y se jactaba contándoles a sus amigas el dios hecho hombre que la estaba cortejando desde hace poco más de un mes.

Ni siquiera él entendía cómo había logrado seguir aquella estupidez por más de una semana; sin embargo, tuvo su recompensa y, hoy en día, disfrutaba de aquel cuerpo esculpido por los ángeles y, esos labios, tan finos y deseables que le hacían maravillas en cualquier sitio de su cuerpo.

Sinceramente, la espera había servido de algo. 

—Deberías volver a casa —Romeo se giró hacia la dirección de su mujer (o así era como se llamaba así misma: la mujer de Donati)—. Son pasadas las 3:00 de la madrugada.

Isabella negó mientras posaba las manos sobre los anchos hombros de su pareja, acariciándolos tentativamente mientras se acercaba más a él, sabiendo que quizá con un poco de estimulante lograría llevárselo a casa.

—Le diré a Marcos que te lleve a tu departamento —insistió, frunciendo levemente el ceño, y apartando las manos de Isabella con obligada suavidad.

—Pero, Romeo...

—¿No escuchaste? Estás aquí desde que las puertas se abrieron y, sinceramente Isabella, tengo mucho trabajo como para estar malditamente pendiente de ti —refutó sin frenos. La gente más cercana a Romeo, y también la que escuchaba rumores sobre él, admiraba la forma en que se expresaba hacia los demás, sin ninguna gota de sangre en las venas. Algo sorprendente.

—Señor, ¿me mandó a llamar? —la voz de uno de los guardaespaldas hizo que la acompañante de Donati callara sus excusas y tan solo se comportara sumisamente.

—Sí. Quiero que la lleves a su departamento —ordenó sin siquiera dirigir la mirada hacia la muchacha. Palmeó con fuerza el hombro del guardaespaldas y desapareció entre los pasillos privados del casino, dirigiéndose a su oficina.

Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para atender las necesidades sentimentales de Isabella. Le había advertido meses atrás que la relación que mantuvieran no iba a ser la típica que hoy en día se veía por todos lados; si ella lo aceptó, no debería atreverse a quejarse sobre ello.

—Hasta que te dignas a aparecer —la voz grave de su mejor amigo le hizo salir del trance donde se había metido—. ¿Qué con esa cara? ¿Te ganaron nuevamente?

—No jodas —se defendió con una media sonrisa, olvidándose completamente de la estupidez que había tenido que pasar minutos antes—. A todo esto, ¿qué mierdas haces aquí? Hoy es tu día libre, estúpido.

—Bueno, como puedes ver, no es posible vivir sin tu presencia alrededor —se burló con una sonrisa divertida mientras se servía un poco de tequila en el mini-bar que tenía Romeo en su oficina malditamente lujosa—. ¿Crees que logre hacer que te olvides de la niñata de Isabella?

—Si vas a soltar mierda por esa boca, mejor te callas —Donati rio ante las ocurrencias de su mejor amigo, despojándose de la americana Givenchy que estaba portando y dejándose caer sobre su gran sillón de cuero negro.

—¿No quieres saber que la mercancía ha llegado perfectamente a su destino?

Romeo alzó la mirada de su ordenador hacia el hombre que tenía frente a él, con los ojos ligeramente abiertos por la sorpresa, y una sonrisa que nadie lograría quitársela en toda la maldita semana.

—¿Hablas en serio? —preguntó aun sabiendo que su mejor amigo había hecho el trabajo perfecto como siempre—. ¡Esto hay que celebrarlo, joder!

Tenían que festejar aquel triunfo sea como sea. Habían tenido miles de dificultades para traspasar la mercancía hacia los destinos, pero nada era difícil con unos cuantos maletines repletos de dinero y las personas indicadas que olieran a corrupción y traición por la patria.

Si estaba en lo cierto, podría tener el dinero suficiente para pagar a su mejor amigo por el trabajo, comprar una jodida mansión para su madre y, claramente, le sobraría para reconstruir su nueva adquisición en una de las urbanizaciones más conocidas de Los Ángeles.

Todo le estaba saliendo malditamente bien.

—Oh, oh —se burló el hombre negando con una sonrisa, sentándose en uno de los sillones frente a Romeo—. ¿Recuerdas cómo lo celebrábamos? Te informo que tienes a una estúpida niñata esperándote en su departamento.

Donati se rio con burla, entrelazando las manos sobre su nuca y dejándose caer completamente en el sillón mientras miraba el blanco techo de su oficina.

—Pareciera que no me conocieras, amigo.

—Tres jodidos meses dan para mucho, Romeo Donati. ¿Te hechizó, te maldijo? Mierda, quiero saberlo.

El moreno afianzó su risa contagiando al contrario.

—Hay suficiente Romeo para todas —se incorporó mirando a su mejor amigo, sin esconder siquiera aquella sonrisa ladina que lo delataba completamente—. ¿Quién dijo que me iba a dejar amarrar?

—No sé, amigo. Pero veo cerca una boda si sigues con esa mocosa.

—Solo me estoy asegurando una cama por un par de temporadas. Al contrario que tú, no todas las que pisan ROYAL me agradan, jodido vicioso.

—No cambias, eh —rieron ante tal comentario.

—Ni lo haré, Hugo Jones.


[...]


Nicolae había decidido dar con el paradero de su hermana. Desde hace más de tres meses se estaba comportando de forma extraña con él, y qué decir con sus demás amigas, que también parecía que le estuvieran escondiendo algo bastante gordo.

No le había tomado mucha importancia al asunto, debido a que su hermana ya estaba en la Universidad y había decidido independizarse abandonando el hogar que fue suyo por mucho tiempo desde que se mudaron de Italia a Los Ángeles. Sin embargo, el momento en que Isabella, su hermana, decidió dejar los estudios, todo cambió para él y, sobre todo, para la relación de hermandad que habían mantenido perfectamente durante la primera respiración que ella dio al nacer.

Preocuparse por ella era algo inevitable y más cuando se enteró de que Isabella le había engañado diciéndole que estaba trabajando en uno de los cafés que se encontraban a diez manzanas de su humilde departamento, dando por hecho que quizá así él no se enteraría de la gran mentira.

Habló con Judy, una de las más cercanas a su hermana, y se resistió tan malditamente bien que tuvo que rendirse al momento. Aquella muchacha sabía lo que era una amistad y, por primera vez, Nicolae maldijo el hecho de que Isabella tuviera a gente tan leal a su lado.

Más tarde, se reunió con la última relación sentimental que, por lo menos él sabía, su hermana había mantenido; Liam. Aquel muchacho era un ángel, y no solo por su apariencia; sin embargo, no tuvo suerte debido a que el chico había decidido alejarse del grupo de amistades que Isabella tenía por no crear incomodidades entre ellos, por lo que no pudo ayudar en nada.

Y siguió así durante un mes, como Sherlock Holmes en uno de los casos más difíciles que le hubieran dado, hasta que logró enterarse de que había discutido con Judy, y quizá, sintiéndose mal por eso, lograría sonsacarle algo de información. Su hermana ya se había alejado lo suficiente de él como para no saber absolutamente nada de su paradero, ni siquiera si seguía viviendo con alguien o si alquilaba un departamento.

“—No te puedo decir nada, Nico. Mi propio bienestar también está en juego si suelto más de lo que debería.”

Aquello fue lo primero que Judy le había dicho, con ojos asustadizos y temblando, a punto de largarse a llorar sin importarle que él y su mejor amigo estuvieran frente a ella. Habían decidido no insistir más en el asunto y volver días después para que la muchacha universitaria no sintiera más presión de la necesaria, por lo que se mantuvieron al margen del tema aunque, sobre todo, Nicolae, estuviera muriéndose de la angustia por su hermana.

“—Está bien, quizá así logre salvar a Isabella de todo esto... Os daré una dirección donde lograréis encontrar la respuesta por vosotros mismos.”

Y así fue como Nicolae casi sufre un paro cardíaco al dar con aquella dirección. Como era de esperar, había especulado primeramente que su hermana se ganaba la vida bailando en uno de los bares de alterne que poseía ROYAL, o quizá servía las copas tras la barra; sin embargo, la preocupación de un hermano mayor lo llevó a situaciones más extremas que le hicieron dar ganas de vomitar.

—Mmhm... Romeo Donati o RD —escribió su mejor amigo en el móvil que portaba bajo los bolsillos de sus pantalones—. Mierda. Sí que es malditamente famoso el jodido.

Nicolae, en cambio, seguía observando desde una esquina aquel casino que tenía frente a él. Era uno de los muchos que rondaban por el condado de Los Ángeles, y era cierto que había escuchado hablar de lo famosos que eran, y qué decir de los bares de alterne, donde la mayoría de sus compañeros de trabajo se reunían ahí después de un día laboral para relajar tensiones.

¿Era posible que su hermana frecuentara o trabajara en uno de ellos?

En cambio, nunca había escuchado hablar de Romeo Donati, o RD, o como mierdas se haga llamar. Quizá sus compañeros sí lo hubieran nombrado en mitad de un día de trabajo; sin embargo, él era la típica persona que repartía su tiempo como se debía, manteniendo la profesionalidad donde tenía que estar y dejando la diversión para los fines de semana.

—Le han otorgado las llaves de la ciudad de Bellflowers, Burbank y Norwalk —leyó Luca entreabriendo los labios por lo sorprendente que era aquella biografía—. ¡Y dentro de dos semanas asistirá a la ceremonia para la entrega de la llave de Beverly Hills!

—Shh... —Nicolae miró mal a su mejor amigo mientras este seguía alucinando con los prósperos proyectos que Romeo tenía sobre los hombros a lo largo de sus veintisiete años. Aquel hombre era una completa joya frente a los ojos de los demás—. ¿Crees que podamos entrar por atrás?

—Oh no, amigo. Mi propia seguridad ante todo —exclamó el pelirrojo guardando su teléfono móvil y cruzando los brazos sobre su pecho—. Tiene cara de ser escoltado por un séquito de peligrosos rascacielos.

—Nada que no puedas hacer con tu encanto. Incluso los heterosexuales dudan de su orientación al verte —intentó halagarlo; sin embargo, Luca sostuvo fuertemente su mirada reprobatoria ante cualquier juego que quisiera impartirle el menor para convencerlo.

—Nicolae, no creo que sea para tanto. Isabella estará frecuentando estos sitios sanamente y habrá buscado la forma de deshacerse de ti porque pareciese que no fueras su hermano, sino su maldito y celoso novio —refutó el muchacho bufando, cansado de la sobreprotección que Fiore tenía por su hermana pequeña.

—No lo sé, Luc... Pero presiento que Isabella está en algo que la expone al peligro.


[...]


El eco de unos tacones pisando el mármol del suelo hizo que Romeo se hiciera a una idea de cuánto faltaba para que su madre entrara en el recibidor de visitas y empezara la cena familiar que Isabella había organizado sin su maldita aprobación.

—Venga, amor, quita esa cara. Deberías estar feliz de tener a tu madre cenando con nosotros —habló Isabella sonriendo con amplitud, viéndose desde la lejanía lo ilusionada que estaba por ello. Todo lo contrario al moreno, quien se había tenido que vestir para la cena mientras refunfuñaba y cancelaba algunas reuniones que tenía en el casino.

—Buenas noches, queridos —la fina y delicada voz de la señora Donati causó un pequeño chillido de emoción por parte de la muchacha, levantándose con rapidez y estrechándose en los brazos de su supuesta suegra. Lo que más le sorprendió a Romeo fue que su madre aceptara dicho acto por parte de Isabella, por lo que le hizo especular que aquel par se conocían de antes—. ¿No me das la bienvenida, hijo?

—Hace dos días te mudaste, mamá —respondió el moreno, levantándose y abrazando rápidamente a su madre para sentarse en una de las sillas principales del recibidor. La situación lo estaba volviendo absolutamente loco.

Él no quería estar ahí.

—Señora Donati, me alegra tanto que haya aceptado mi invitación —exclamó Isabella cogiendo entre sus manos las de la mayor.

Romeo tan solo rodó los ojos y rezó por su vida.

Aquella noche iba a ser infernal.

—Si te soy sincera, me sorprendió bastante que mi hijo no me contara que estaba en una relación seria —la mujer miró de soslayo al moreno, dándole una mirada de advertencia y, a la vez, de duda. Ella sabía a la perfección que su hijo menor no se llevaba bien con las relaciones sentimentales, ni mucho menos con las completamente serias.

—Tan solo llevamos un mes saliendo, señora —Isabella se sonrojó ante la mirada de su supuesta suegra, pareciera que la estuviera examinando por completo—. Romeo empezó a cortejarme tres meses atrás.

—Se lo tenía bien guardado —tajó fríamente la mujer, soltando el agarre que tenía la menor sobre sus manos y caminando hacia uno de los sillones que se encontraba a una esquina de Romeo.

—Bueno, ¿qué tal si pido que nos sirvan la cena? —preguntó Isabella con un tono bastante amable, sacando una sonrisa bastante falsa de los labios de la progenitora del moreno. Él ya sabía que su madre no la estaba aceptando, y quizá, con su sexto sentido materno, sabría con exactitud que Isabella no venía de una buena familia.

La señora Donati había disfrutado de la buena vida desde su primera respiración, cubierta por sábanas de seda, nada más nacer, teniendo todo lo que exigía y casándose incluso por dinero; sin embargo, no había tenido el típico matrimonio obligado y frustrado, dando por hecho que ella iba por su parte, y el señor Donati por otra, sin discusiones, ni reclamos. Además de darle placer a los más mayores con dos nietos varones jodidamente hermosos, que hoy en día están prosperando en la vida y no tienen ni una sola dificultad por seguir adelante.

Así que las expectativas de su madre estaban demasiado altas como para que Isabella pudiera intentar ascender hacia ellas y lograr que la aceptara con todos sus defectos y virtudes, y qué de decir de su estatus social, ni quería imaginárselo.

—¿Dejaste los estudios? —preguntó seriamente la señora Donati, dejando a un lado su plato de comida y el buen vino que la empleada había servido en su copa.

—S-sí. Mi madre dice que una verdadera mujer debe servirle a su hombre —se excusó Isabella hecha un mar de nervios, sin saber bien qué decir a la mirada fija que tenía aquella mujer sobre ella.

—Ni siquiera eres su mujer —tajó volviendo su atención al plato de comida y creando una atmósfera lo suficientemente incómoda como para que Romeo decidiera cancelar la reunión—. Además, eso no es excusa para que el resto de tu vida seas una ignorante. Mi hijo debe tener una mujer por la que se sienta orgulloso al decir que es su acompañante de vida.

—Mamá, es suficiente.

Romeo ya estaba demasiado harto como para seguir escuchando aquella conversación, y no era por defender a Isabella, simplemente necesitaba un poco de tranquilidad en una de las pocas cenas que tenía en su propio hogar y que estuvieran hablando como si él e Isabella tuvieran planes futuros lo estaba enervando

—Tengamos la maldita fiesta en paz, ¿sí?

—No seas mal hablado, Romeo.

—Lo siento, iré un momento al baño —Isabella se disculpó en un pequeño murmuro y desapareció rápidamente por los pasillos que daban hacia el interior de la mansión, dejando a los dos miembros de la familia Donati cenando tranquilamente.

—Si es otro pasatiempo, ¿por qué traerla a tu casa?

Romeo bufó cansado de la misma conversación que siempre tenían desde la iniciación de su adolescencia, donde claramente los compromisos serios empezaron a darle dolores de cabeza.

—Mamá, hace siete años decidí salir de tu abrigo maternal, y creo que exagero llamándolo así, ¿no crees? De todos modos, no nos hacías caso a ninguno, ni a Gael, ni a mí —arrugó el mantel de la mesa bajo sus puños, intentando controlarse en las palabras que soltaba—. ¿Qué te hace pensar que tomaré tus consejos u opiniones ahora?

—No me faltes el respeto nunca más, ¿entiendes? —la señora Donati miró a su hijo menor, reflejando en sus ojos el mismo carácter que Gael había heredado de ella—. Desde que vuestro padre...

—¡No menciones a mi padre, maldita sea! —el moreno, harto de la situación, se levantó de su asiento y tiró el sillón al suelo de una patada, logrando así que la señora Donati se asustara por tal acto de agresividad—. Hazme el favor y vete de mi casa.

—Romeo —resistió la mujer, sintiéndose culpable de la situación.

Sin embargo, algo que a los Donati los definía por completo era el orgullo y la seguridad de sus dignidades, por lo que decidió esconderlo y reprender a su hijo todo lo que pudiera.

—Te compré una jodida mansión para ti y todos tus amantes, ¿no me estás escuchando? ¡Quiero que te vayas de mí... —y sin esperarlo ni analizarlo, el eco de un impacto resonó por todo el recibidor de aquella colosal casa; dejando a Romeo totalmente sorprendido bajo aquel golpe y a su progenitora temblando por lo que acababa de hacer.

Nunca le había puesto una mano encima, ni siquiera cuando entraba en la edad donde sus padres tenían la legalidad completa sobre él. ¿Cómo podría permitir que su progenitora hiciera tal estupidez estando él a punto de salir de los veinte?

—Romi... Yo, lo siento... —el temblor que la señora Donati mantenía en su voz le hacía poner incluso más nervioso de lo que ya estaba.

—Por favor, vete.

Y esta era una entre más de cien razones por las cuales Romeo dejó de creer en lo que era la familia y el supuesto calor que te daban cuando más lo necesitabas.

—¿Amor? —Isabella acababa de regresar de Dios, sabe dónde y quizá en el mejor momento.

—Date una ducha y espérame en la cama.


[...]


Nicolae no se podía quejar del ambiente. Había buena música, las muchachas que bailaban en los escenarios no estaban para nada mal, la bebida que servían podía valer un ojo de la cara, pero merecía la pena cuando tenías ya un par de copas encima y la decoración tan electrónica y oscura daba privacidad incluso en los sitios más abiertos del bar.

Romeo Donati sabía como ganarse a sus clientes. Y Nicolae acababa de unirse a aquel club tan extenso.

—¿Ves? No es tan malo como lo describías —exclamó Royer mientras cogía un par de piñas coladas entre sus manos. Nada más entrar juntos, todas las miradas se habían posado en el menudo cuerpo de su mejor amigo, ¿y cómo no hacerlo? Si era la perdición de las mujeres y, claramente, de los hombres también.

—Tenías razón. Podemos pasar una buena noche aquí —aceptó la bebida que Luca le había comprado y le dio un pequeño sorbo para después soltar un leve jadeo de satisfacción al notar aquel ardor pasearse por toda su garganta. Realmente necesitaba emborracharse. La semana no había sido para nada fácil, ni mucho las noches donde se comía la cabeza pensando en Isabella y su inestable bienestar.

Además, quizá hoy la suerte podría estar de su parte.

Hacía tanto tiempo que no encontraba a una mujer para satisfacer sus necesidades que cualquier hombre tenía hoy en día. Sus horarios de trabajo eran tan extensos y agotadores que prácticamente nunca obtenía tiempo para divertirse como un joven de su edad; ni mucho menos llegar a tener aquel sentimiento tan anhelado por todos; enamorarse.

No estaba preparado.

Muchos decían que no lo estaban para independizarse de casa de sus padres, otros para ser papás primerizos o quizá para mudarse a otro país; él simplemente no se sentía totalmente seguro para ver a una mujer y notar como su corazón revoloteaba por todo su pecho.

No se veía en una relación seria.

Y como había dicho antes, en el pasado no se enamoró de nadie, y por ende, nunca le habían roto el corazón. Muchos le decían que en algún momento de su vida debió haber experimentado mariposas en el estómago o haber sentido como su corazón brincaba de felicidad al ver a esa persona.

Pero no.

Él no podía decir que sus dieciséis años pudo estar enamorado de una niña que estudiaba un curso menos que él porque lo tachaba por un tipo de atracción que se veía totalmente normal en un niño de esa edad; él no podía decir que en la Universidad estuvo enamorado de su profesora de Contabilidad Financiera porque cada vez que la veía simplemente se imaginaba a él mismo empotrando su dulce culo contra el escritorio del salón; y actualmente no podía decir que estaba enamorado de ninguna de las mujeres que habían pasado por su cama, porque como anteriormente había dicho, aquello lo denominaba atracción. 

Luca, cuando estaba de buen humor, siempre le decía que la mujer indicada para él llegaría justo en el momento menos esperado.

Y otras muchas veces, cuando parecía que estaba con la regla, le decía que era un jodido gay/bisexual que no se aceptaba así mismo como tal y que en cualquier momento un hombre vendría a romperle el culo, pero mientras tanto saltaría de cama en cama para satisfacer incompletamente sus necesidades.

Tonterías.

Se sentía totalmente seguro sobre su orientación sexual.

—Nicolae —la voz de su mejor amigo, incluso la manera en como lo estaba zarandeando desde la manga de su camisa de botones, logró que saliera de la burbuja donde se había metido anteriormente—. Nicolae, reacciona.

—¿Qué pasa? —el menor dejó su piña colada sobre la barra para mirar como el pelirrojo le señalaba con la cabeza un lugar en particular del bar.

Nicolae giró el rostro hacia donde le estaba indicando su mejor amigo y entreabrió los labios bastante sorprendido cuando vio a dos hombres, de diferentes estaturas, frente a ellos.

Uno de ellos vestía un elegante traje Fioravanti de color gris, totalmente ceñido a su cuerpo y dejando a la completa imaginación lo bien que estaba formado su torso, además que aquella tela medianamente oscura le daba una espectacular combinación con el color canela que tenía en la piel; al contrario del otro, este portaba un traje Brooks y tenía el color de la piel más clara; sin embargo, la corbata y la americana no se encontraban sobre su cuerpo, dándole un aire cansado pero sensual. 

Y no quería malinterpretar nada, pero cuando él veía a un hombre jodidamente guapo, no lo escondía.

¿Qué había de malo en eso? No por decir que le parecía atractivo alguien de su mismo sexo, su orientación sexual cambiaría.

—¡Joder, Nicolae! ¿Ya estás borracho? —la exclamación de su mejor amigo le hizo sacudir la cabeza de izquierda a derecha—. ¿No ves qué es Romeo Donati? Y no sé quién mierdas es el otro, pero está malditamente como quiere.

—Me he quedado hipnotizado.

Quiso remediar lo que había dicho, pero su mejor amigo, como se esperaba, ya había malinterpretado sus palabras.

—Voy a acercarme a la torre.

—¡No! —Nicolae rodeó la muñeca del pelirrojo para que no hiciera su cometido—. Se ven malditamente heterosexuales.

—Tú mismo dijiste que incluso yo conseguía hacer dudar a los heterosexuales sobre su orientación sexual —Luca sonrió con amplitud reflejando cuan egocéntrico era. Y sin nada más que poder hacer, vio como el pelirrojo se soltaba de su agarre y contoneaba las caderas hacia aquel enorme hombre de pelo negro.

A veces Nicolae se sentía estúpido por hablar de más. Y otras veces más sentía envidia sana por la total seguridad que su mejor amigo tenía sobre sí mismo.

Suspiró y le dio un pequeño trago a su bebida. Estuvo a poco de escupir el líquido que contenía en la boca cuando vio como Royer se “tropezaba” frente a la torre y esparcía toda la piña colada por aquella costosa y hermosa camisa blanca que portaba el contrario.

¡Eso estaba demasiado visto, joder!

—Mierda, mierda —se puso de pie intentando prepararse para ver como la torre golpeaba el rostro de su estúpido mejor amigo, pero no fue así... Todo lo contrario. El pelinegro se había quedado hipnotizado importándole poco las manchas de alcohol que tenía encima para deleitarse por la supuesta hermosura que tenía en frente.

¿Cómo mierdas lo había conseguido? Realmente pensaba que su mejor amigo había hecho un pacto con el diablo en el pasado.

Volvió a suspirar, pero esta vez con más pesadez, al ver como Luca y aquel sujeto desaparecían entre a multitud. Quizá su mejor amigo le había ofrecido limpiar aquella mancha de su camisa para después brindarle una de las mejores folladas de la noche. 

Se volvía a quedar solo. Como todas las veces que salía a beber con Luca.


[...]


Se suponía que Hugo iba a acompañarlo a beber esta noche; se suponía que iba a disfrutar de la compañía mutua sin dejar que ningún hombre o mujer se interpusiera entre ellos para destrozar aquella celebración; se suponía que hoy... No vería a Isabella hasta el día siguiente.

Bufó y maldijo al estúpido pelirrojo que se había llevado a su mejor amigo. Hugo ni siquiera se lo había pensado dos veces y tan pronto como aquel desconocido le propuso el limpiarle la mancha de su camisa se largó junto a él.

—Maldito desesperado... —susurró deshaciéndose de su americana y desatándose un poco la corbata de color gris que portaba. Se encaminó hacia la habitación, deseando que Isabella estuviera de fiesta o comprando tonterías con su dinero, pero al parecer hoy la suerte no estaba de su parte.

—¡Romeo! Estaba a punto de marcarte —la muchacha se levantó de la cama dejando ver como portaba una lencería negra de Agent Provocateur, también llevaba puesta una bata del mismo color que transparentaba absolutamente todo.

Maldita sea, se había aburrido tan pronto de aquel cuerpo.

—¿Marcarme? La próxima vez que no se te vuelva a pasar por la cabeza hacer eso —refutó sin siquiera mirarla.

Verla provocar era una rutina que se sabía de memoria, y joder, las rutinas le aburrían de sobremanera.

Isabella tan solo sonrió acercándose por detrás. Estaba concienciada del carácter que Romeo traía todos los días, por esos siempre intentaba alegrarle la vista para acabar gimiendo su nombre bajo las sábanas.

Hoy no sería la excepción.

O eso creía ella.

—No estoy de humor, Isabella —apartó las manos de la muchacha que tenía sobre sus hombros. Sin hacerle el mínimo caso empezó a deshacerse de los puños de su camisa. Hoy no había tenido mucho ajetreo en el casino, e incluso quería disfrutar un poco de uno de sus bares, pero ni siquiera había podido beberse una copa con su mejor amigo.

Además, que la presencia de Isabella empezaba a irritarle.

—Romeo... —Isa insistió rodeando las caderas del moreno y llevando las manos hacia su pecho para empezar a desabotonar la camisa blanca.

—Aléjate —musitó viendo a través del espejo como Isabella estaba detrás de él siguiendo con su labor—. No te lo vuelvo a repetir.

—Pero sé que lo necesitas... Vendrás tan...

—¡Maldita sea! ¡¿No entiendes un no por respuesta?! —Romeo se separó del toque de la muchacha de forma brusca, girándose con rapidez y diciéndole cuan aburrido estaba tan solo con la mirada—. ¿Es que te estoy pagando para que me quites el jodido estrés?

—¿Por qué me estás hablando así? —Isabella se encogió sobre sí misma abrazándose la cintura con miedo. Nunca había visto a Romeo en ese estado. Su mirada estaba tan oscura como la noche y aquello advertía que no se le acercaran.

—¿No lo captas o necesitas que te haga un plano explicándolo? —Donati bufó apretando las uñas contra las palmas de su mano. Caminó hacia el armario y empezó a tirar la ropa de Isabella hacia el suelo... Sin remordimiento, sin sentimiento alguno.

—¡¿Qué estás haciendo?! —la muchacha intentó acercarse, pero nada más ver la terrorífica mirada que Romeo le estaba echando, retrocedió—. Romeo...

—Te largas de mi casa —Donati se reincorporó sobre sus rodillas y la miró inexpresivo—. Ni un día más te quiero ver aquí, ¿entiendes?

—Pero... ¿Por qué? —Isabella sentía como su garganta la amenazaba con sollozos traicioneros.

Ella anteriormente se concienció para prepararse cuando este día llegara, aun cuando se creía que los rumores sobre Romeo eran ciertos... Pero desgraciadamente, el amor que empezó a sentir por él la cegó por completo.

—¿De verdad quieres que responda? —una sonrisa burlona salió por los labios del moreno haciendo temblar y dudar a la muchacha. Pero... después de todo, ya tenía el corazón roto, ¿qué importaba saber las razones?—. Me aburriste, Isabella. Tu cuerpo no me atrae, tu forma tan insistente e inconformista me repugna. Te quiero fuera de mi vida, de mis bares, de mis negocios, fuera totalmente.

Intentó acercarse a él, quizá para transmitir cuan necesitada estaba de él, de sus brazos, de sus besos, de sus caricias; sin embargo, aquellas palabras le habían abierto los ojos.

Romeo nunca mostró ninguna emoción sobre ella, ni siquiera le había sonreído directamente. Quizá si en algún momento de los pocos meses que llevan juntos lo hubiera hecho, seguramente habría sido el acto más falso y repugnante que Isabella podría haber visto, pero se negó a ver.

Simplemente, le quedó huir a casa de su hermano.

El único al que rechazó.

El único que la amaba sinceramente.







N/A: Hola bellezas, les doy la bienvenida oficialmente a esta aventura que lleva por nombre "Una venganza casi perfecta".

Ante qué nada; ¿Quién os recomendó esta historia?

Espero que os guste la historia, recuerden que pueden escribirme a mis redes sociales para aclarar cualquier tipo de preguntas, o la pueden dejar en los comentarios.

Te regalo un galleta si dejaste ya tu voto y opinión :) #NoSeasUnLectorFantasma
Recuerden que es una manera de apoyarnos a nosotros, los escritores que con tanto esfuerzo os brindamos las historias listas para ser leídas.

Cuídense mucho y sigan leyendo, xoxo.

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