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Capítulo 9


La danza prohibida


Finales de septiembre 2009

Peyton


Poco a poco me acostumbre nuevamente a la rutina escolar.

Uno de los mejores momentos fue cuando Mr. Williams, entrenador del equipo de fútbol americano reunio a sus jugadores en uno de los dos gimnasios de la escuela. La temporada de juegos, entrenamientos mañaneros y vespertinos después de clases, estaban por comenzar. Pronto añadiría a mi rutina escolar las horas de entrenamiento en el campo, además del tiempo que planeaba dedicar al gyn.

Desde décimo grado pertenecía al equipo de fútbol de la escuela y solía ir de vez en cuando al gym, sin embargo, Alex me había convencido de acompañarlo al gimnasio cuatro días a la semana, incluyendo los sábados. Y yo encantado de tener en él un motivador para mejorar mi apariencia física y salud.

Alex era uno de los tres jugadores de nuevo ingreso esa temporada, no obstante, eso no quería decir que fuera un novato.

Alexander fue mariscal de campo en la escuela superior de Carolina del Norte donde estudiaba hasta hacía poco. Recuerdo que a Mr. Williams se le veía muy contento de tenerlo en el equipo. Y yo estaba feliz de que Alex estuviese con nosotros y más cuando con apenas semanas de conocerme me consideraba unos de sus amigos, al comienzo de nuestra amistad nunca faltaron las risas ante sus hilarantes comentarios.

Alex y nosotros, su grupo, nunca pasábamos desapercibidos. Ya fuera por nuentras virtudes o por nuestros defectos la comunidad escolar nos tomaba en cuenta, muchos estudiantes nos admiraban, y muchos otros no nos toleraban. Aquello último me daba igual.

En el segundo grupo se encontraban Deandre, Zoey y mi amigo James que no dejaba pasar oportunidad para decirme que mi cerrada amistad con Alex no traera nada bueno a mi vida.

Por aquel tiempo James y yo solo nos veíamos en la escuela, de pasada. Y era muy poco lo que hablábamos. En el pasado quedaron los encuentros para jugar videojuegos, las salidas por el vecindario en bicicleta que terminaban en la tienda conveniente por unas sodas bien frías y las fiestas de fin de semana, entre otras actividades que compartiamos.

Una cosa llevo a la otra y dos semanas después del inicio de clases James se excuso diciendo que su mamá tenía nuevo empleo y que ya no podía pasar a buscarme en las mañanas. Aquello me afectó un poco, no lo esperaba. Y tenía la impresión que mi ex mejor amigo se inventó esa excusa porqué estaba molesto conmigo.

Durante unos días tuve que llegar a la escuela acompañado por Chelsea y Megan, esta última manejando su bonito carro nuevo.

Sin embargo, fue cuestión de una semana para que Alex, Thomas y Charles pasaran a recogerme. Recuerdo que James no se mostró sorprendido por mi nuevo transporte. Y yo estaba feliz al considerarme del círculo amistoso de Alex y pensaba que era lo mejor.

Así, mientras mi amistad de años con James se enfriaba, la unión entre Alex, Thomas, Charles y yo se hacía más solida. En el grupo también estaba Elijah, el primo de Deandre, pero su presencia con nosotros  podía llamarse temporera.

La madre de Elijah era de esas madres sobreprotectoras que no permitían que su hijo jugara fútbol americano por miedo a que se lastime, literalmente. Tampoco le gustaba que su bebé estuviese fuera de casa después de las once de la noche, además de otras restricciones.

*******************

Una tarde después de la primera reunión del equipo los chicos y yo salimos entre carreras atolondradas y bromas que solo a nosotros nos provocaban risas por las puertas del gimnasio. Como casi todas las tardes, Charles era el encargado de manejar la enorme camioneta negra para llevarnos a casa.

La camioneta era del padrastro de Charles y la mayoría de ocasiones él la usaba para ir a la escuela y de paso, ofrecernos "una ride" en las mañanas y de vuelta a casa en las tardes.

Nos precipitamos por el largo pasillo rumbo a la salida principal, yo iba algo distraído buscando en mi mochila el enorme libro de Álgebra que necesitaba para estudiar unos ejercicios y contestarlos, pronto me di cuenta que lo había dejado en el casillero.

Fue cuando me detuve chasqueando la lengua y dejando salir un chistoso sonido de contrariedad.

─Tengo que volver a los casilleros, olvidé el libro de Álgebra y lo necesitó ─mencioné.

Los otros chicos detuvieron su andar, Alexander retrocedió algunos pasos hasta llegar a mi lado para golpearme el hombro.

  ─Mañana lo buscas ─dijo y volvio alejarse reuniéndose con los demás y animándome a continuar.

  ─No, necesito estudiar unos ejercicios y para eso necesito el dichoso libro  ─Yo también quería olvidarme del mentado libro y procastrinar todo lo que pudiera esos ejercicios que todavía no dominaba del todo, pero debía estar listo para el próximo exámen.

Está de más decir que la clase de Álgebra no era de mis clases favoritas, de hecho, era la materia donde peor rendimiento tenía y uno de mis dolores de cabeza a la hora de continuar en el equipo de fútbol.

Para permanecer en un equipo deportivo el rendimiento académico del alumno debía de ser por encima de la media. En mi caso no fueron pocas las ocasiones que había tenido que ir los sábados a aburridas tutorías y eso era algo que ese año quería evitar.

  ─Vámonos Peyton  ─Me apuraba Alexander seguido de Charles y Thomas.

Me encontraba en una encrucijada, si continuaba a la izquierda detrás del grupo, me olvidaba del libro por hoy retrasando algo que yo sabía necesitaba, esos ejercicios se estaban convirtiendo en un dolor de cabeza.

Si tomaba el camino hacia la derecha adentrándome al edificio de camino a los casilleros para buscar el dichoso libro estaría de alguna forma contrariando lo dicho por Alex.

En cuanto aquella idea había cruzado mi mente decidí buscar el libro. Alex era mi amigo no un dictador dándome  ordenes. Además, quién mejor sabía lo que era mejor para mi era yo mismo.

  ─¡Nos vemos mañana, muchachos! ─  grite y sin perder tiempo me encaminé hacia la derecha. Caminar de vuelta a la casa le serviría de ejercicio a mi algo perezoso cuerpo.

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Agarré el pesado libro de Álgebra y caminé de regreso sobre mis pasos, sin cuidado, buscando meter el libro dentro de la mochila. Estaba algo distraído, pero no lo suficiente para no percatarme de la música que comenzó a dejarse escuchar por el pasillo.

Sin temor a equivocarme era ese tipo de música que yo llamaba de "niña rosa enamorada", cantada por una de las intérpretes del momento. Un ritmo y una letra que te hacia pensar en el primer amor.

Pude continuar mi camino hacia el exterior, pero no lo hice. La curiosidad pudo más que mis deseos de llegar a casa. Mientras me acercaba al salón desde donde provenía la música aprecié el cambio de ritmo en la melodía, esa vez se oía uno más suave, de sonidos profundos, constantes y debo decir que hasta sensuales.

Reconocí la canción y su intérprete pues era música de los ochenta, de esas que le encantaban a mamá y a Zoey.

Recuerdo que me detuve frente a la puerta que no estaba cerrada. Levanté mi mano derecha dispuesto a empujarla suavemente y mirar al interior del lugar, pero me detuve y a punto estuve de volver sobre mis pasos.

Pensé que seguramente detrás de la puerta encontraría a la maestra de danza preparando la clase del día siguiente y lo último que quería era me tacharan de mirón.

Estaba tan pensativo que ni siquiera me di cuenta de que las últimas notas de la romántica música se perdían pasillo abajo y no pude evitar dar un respingo ante el contundente replicar de una batería que dio comienzo a otro éxito ochentero, esta vez una melodía con mucho ritmo.

Molesto por el susto, me dejé llevar por la curiosidad y abrir un poco más la puerta. Recuerdo que experimenté absoluta sorpresa porque nunca me paso por la mente ver semejante espectáculo frente a mi.

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El salón estaba especialmente diseñado para danzar. Yo nunca había estado allí antes y no me lo esperaba.
Era una habitación enorme y su piso de la más pulida madera. Pude ver espejos de cuerpo completo por doquier y una de las paredes tenía empotrada una barra. Había juegos de luces en lugares estratégicos para dar un toque especial al ambiente, si así se deseaba.

Mis ojos localizaron de inmediato el equipo de sonido que reproducía la música y me fijé en la silla en el centro del salón, pero si algo amenazo con quitarme el aliento fue ver los sensuales movimientos de caderas y la manera en que parecía sentir y disfrutar la música, Deandre Mortimer.

Deandre me daba la espalda ajeno a mi presencia, mientras bailaba haciendo suyo el ritmo de la música.

Mis ojos parecían tener voluntad propia para seguir cada uno de los llamativos pasos y golpes de caderas que el pelirrojo marcaba.

Mientras una parte de mi mente se esforzaba en darme la orden de retroceder para largarme de allí sin ser visto, mis ojos insistían en pegarse sobre el ondulante cuerpo de Deandre.

Y pronto sus ojos verdes se encontraban fijos sobre los míos a través de uno de los espejos. La intención de irme sin ser visto se perdió, y no mentiré, no me gustó que Deandre me viera allí, mirándolo de esa manera.

Solo mantuve el contacto visual por unos segundos más antes de girar y caminar, casi correr, pasillo abajo sin mirar atrás.


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