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14

Damiano

Estar en una habitación y controlar tus sentimientos es algo que no me ha gustado nunca. Pero al menos me ha alegrado el hecho de que mi sobrino haya venido a mi casa después de salir del colegio.

Un niño de 4 años, el más bajito de su clase y el más adorable, claro.

Lleva su mochila a todos lados, una mochila muy pequeña, pero Elliot es aún más pequeño. Así que la mochila le queda enorme.

—¿Tienes hambre? —le pregunto y me presta el mínimo de atención alzando la cabeza, parando de mover unas figuras de animales.

—Quiero galletas. ¿Tienes? —sonríe mucho levantándose del suelo. Deja caer a los dos animales.

—Ven y lo comprobamos.

Corre hacia donde estoy y me coge de dos dedos. Esta es su manera de comunicarse conmigo, solo me coge a mí así de la mano.

Ambos llegamos a la cocina. Abro unos cuantos armarios y veo al pequeño bailando.

—¿Tan feliz estás? —asiente y ríe moviéndose de la manera más graciosa—. Tengo galletas, pero primero comerás una manzana conmigo.

Hace un puchero viéndome, cruzándose de brazos.

—¿Por qué?

—Porque tu papá me dijo que tienes que comer algo más para meter en esa barriguita que tienes.

Corto la manzana oyendo la vocecilla de mi sobrino cantar una canción en inglés que ha aprendido en el colegio.

Sé que la ha aprendido allí porque la letra es muy normalita para un niño de su edad. Aunque sé que sabe algunas canciones que no son realmente adecuadas para él.

Sonríe antes de morder la manzana y ensuciarse la boca con el alimento y sus propias babas.

Intento no reírme al verlo.

Cuando vuelva a comer con él fuera de casa, tengo que acordarme de llevar muchas servilletas y toallitas en un bolso.

Y es solo la manzana. Cuando empiece a comer las galletas, quedará bonito con toda la boca llena de chocolate, también las manos.

Muerdo la otra mitad de la manzana. Me llega un mensaje y compruebo de quién es.

«Acuérdate del aniversario de tu hermano y de tu cuñada.

Luego lloras por las esquinas cuando tienes que quedarte con el renacuajo»

Contesto al gracioso de Igor:

«Adoro a mi sobrino. No digas tonterías.

Le doy más cariño que a ti. Búscate un sobrino y verás lo bonito que es»

—Dami —me llama el pequeño y le presto atención. Sonrío pasando una servilleta por sus labios.

—Dime, dinosaurio.

Sonríe contento al saber que ese apodo le encanta.

Lo mantenemos en secreto. Nadie sabe que ambos venimos del pasado y somos dinosaurios.

—¿La tía Sienna y tú cuando os veis? —paso una mano por su pelo, controlando los pocos rizos que tiene, peinándolos un poco. Tiene el pelo ondulado y es muy bonito. Es igualito al mío y al de mi hermano.

—Nos vimos ayer. Y sigue siendo muy muy guapa —acaba la manzana sonriendo. Puedo ver el alimento masticado en su boca.

—Es guapa siempre. Es una sirena, ¿a qué sí?

Rio al oír como su voz cambia porque está hablando con la boca llena.

—No seas cochino —me quejo controlando la risa.

Frunce el ceño y hace una mueca masticando.

—El cochino eres tú. Me lo dice papá.

Jacopo y sus momentos para atacar a su hermano pequeño hasta delante de su hijo.

Gracias, hermanito.

Ignoro lo que dice porque no me apetece hablar sobre su padre. Me llevo muy bien con mi hermano, pero hoy es nuestro día. Ambos alejados de Jacopo.

Hoy es el día de estos dos chicos que comen una manzana. Pasaremos el día juntos hasta dormir en la misma cama contando historias, riendo y viendo alguna película.

—Galletas —pide con la boca aún llena. Alza una mano.

—Primero mastica y traga. Luego te daré las galletas, cochino.

Cierra los ojos haciendo un puchero para luego sacar la lengua y enseñarme el puré que tiene en la boca.


Estoy al tanto de todo. Sé lo que ocurre cada día en la casa de Igor, él me lo cuenta todo, pero también me lo cuenta Sienna.

Me he enfadado bastante con William. Y no sé cómo, pero me he controlado para no ir a su casa y dejarle las cosas claras.

Seguro que yo acabaría con alguna herida. Ese hombre está loco y se me ocurren bastantes cosas que me podría hacer.

No me haría gracia que me hiciera daño, pero prefiero eso a que le haga más daño a la mujer que amo.

He visitado a Sienna en muchas ocasiones cuando he podido después de un largo día lleno de trabajo en ese empleo que no me tiene muy contento.

He acabado con dolor de ojos y de espalda. Es horrible estar entre documentos sin ni siquiera moverte ni sentirte cómodo.

Sienna me ha abrazado cuando yo acudía a la casa de nuestro amigo. He visto su sonrisa y sus lágrimas, buscando refugio entre mis brazos.

No nos hemos besado en casi ninguna ocasión porque preferíamos los abrazos.

Y yo lo que prefiero en realidad es que esté a salvo, que se sienta bien.

Con el paso de los días ha recuperado fuerzas con las comidas de Igor y con su alegría tan pegadiza.

Le estoy muy agradecido por cuidar tan bien de Sienna. Él ha seguido con su vida, pero siempre ha tenido un ojo puesto encima de la muchacha.

Sienna ha mejorado mucho y esto me hace muy feliz. Aunque la preocupación siempre está encima, es por eso que no siempre estoy calmado.

Pero sé que las cosas van a mejor. Eso es lo importante.

—¿Por qué te vistes de negro? —me pregunta el pequeño caminando a mi lado.

—¿Y tú por qué vas con la mochila a todos lados?

—Porque tengo a mis animalitos. Así juego siempre.

Sonrío mucho al ver como corre hacia el parque infantil. Me siento en un banco esperando a mi sobrino. Esperando a que me diga que podemos irnos a casa o a cualquier otro sitio.

Necesita jugar y comunicarse con otros niños. Solo espero que no haya ningún abusón.

Se arrodilla en el suelo y saca varias cosas de la mochila: los animales, varios árboles y pequeños establos.

Veo como juega haciendo sonidos.

Este niño es muy feliz.

Al ver a alguien tan pequeño y feliz, me da miedo de que algún día llegue a pasar un mal momento.

Sé que es ley de vida tener momentos malos, pero tengo miedo de que Elliot cambie por culpa de algún acontecimiento o por culpa de alguien.

Quiero ver su gran alegría por muchos años más. Quiero verlo feliz.

Un niño con pelo negro que acaba de llegar se acerca a él muy rápido. Le echo una mirada apresurada y seria con miedo a sus movimientos veloces.

Pero todo está bajo control cuando el niño se sienta delante de Elliot y ambos empiezan a jugar.

Me he asustado porque ha aparecido bastante rápido y pensé que le haría algo a mi sobrino.

Se podría decir que soy un tío muy protector. Solo quiero que esté bien, que nadie le haga daño. Esta sociedad me aterra cuando pienso en mi pequeño Elliot.

Oigo como hablan sin tener ninguna discusión. Sonrío y entro en la galería de mi móvil para ver las últimas fotos que me he sacado.

Sienna tenía razón siempre. Todas mis fotos son muy parecidas, pero a mí me encantan.

—¡Dami! —exclama Elliot. Casi se me para el corazón al oírlo, pero solo me está avisando de que acaba de subir al tobogán.

—¡Te veo! —exclamo con una sonrisa. Me acerco a él y le hago una foto antes de que baje por el tobogán gritando feliz.

Y, como no, lleva su mochila encima con sus cosas dentro. Parece que ahora tiene un nuevo amigo porque ambos están juntos riendo y hablando sobre cualquier cosa.

Comparten palabras sobre lo que les gusta. Pasan tanto tiempo juntos que se han quedado en la parte alta del tobogán hablando.

No los puedo ver porque las paredes del tobogán los ocultan, pero puedo oírles.

Y, claro, siempre hay el típico pequeño o mayor que se queja porque alguien está arriba y no tiene todo el espacio suficiente para tirarse por el tobogán.

Una niña rubia con rizos se queja de ellos cuando sube las escaleras.

—Salid de ahí. No es vuestra casa. ¡Es mi casa! —dice seria. Juraría que se va a echar a llorar cogiéndose una rabieta.

—Hay sitio para todos —se queja el nuevo amigo de mi sobrino—. Puedes usar el tobogán. Elliot y yo no molestamos.

—¡Mamá! —exclama molesta y sí, ahí está la rabieta.

Empieza a llorar enfadada.

Una chica joven aparece metiendo el móvil en el bolsillo trasero de su pantalón.

Me ve sin decir nada, solo sonríe. Sonríe avergonzada.

—Delilah, ¿qué te he dicho? No seas así con los demás —se queja la chica rubia.

—Mamá, no puede ser mi castillo. Están aquí —dice con mala cara mientras sigue con la rabieta.

Y otro niño aparece. Este tiene el pelo rubio, despeinado como si una ráfaga de viento pasara cerca de él.

Me controlo bastante para no reírme al verlo. Coloco una mano sobre mi boca controlando la risa.

Además, el niño es adorable con esos pelos locos.

Sube por las escaleras y ve el show que hay allí arriba en el tobogán.

Mira de un lado al otro, viendo a los dos niños sentados hablando y a la niña enfadada. Pasa de los tres y se tira por el tobogán.

Tengo que darme la vuelta porque estoy sonriendo demasiado contra mi mano, intentando no reír.

No te rías del pequeño, Damiano. ¡Contrólate!

Al llegar al final de este, baila contento como si el drama que hay allí arriba no le importara.

Es que no le importa. Es un alma libre que no le interesa lo demás.

Ahora madre e hija están hablando, más bien la pequeña está discutiendo con su madre.

El niño rubio vuelve a subir y luego a bajar con una gran sonrisa.

Elliot y el niño sin nombre lo ven con curiosidad. Mi sobrino coge la iniciativa y empieza a hablar con el niño rubio.

Ahora, allí arriba, Delilah no tiene espacio para el castillo de sus sueños.

—No es solo tuyo —se queja el niño de pelo negro.

—Es de todos los niños que vienen al parque —le dice serio Elliot.

El niño rubio solo asiente, intentando ocultar la sonrisa.

La rabieta sigue, la madre suspira controlando los nervios, intentando explicarle que el tobogán no es suyo.

Me giro y veo a un chico un poco alejado del parque fumando. Tiene una mano dentro del bolsillo de su chaqueta.

Con un simple movimiento de cabeza, echa su pelo largo hacia atrás.

Fuma tranquilo viendo el paisaje. Muchas veces ve hacia el parque. Sonríe un poco al verme. Sus ojos viajan a lo alto del tobogán.

Supongo que el niño de pelo negro es su hijo.

Delante de mí ocurre una discusión de dos padres.

La madre de la niña y un chico rubio, que también tiene el pelo despeinado como el pequeño, pero no tanto como el niño.

Ambos se quejan. El rubio le dice que su hija no puede ser así con los demás niños. La madre asiente, sabiendo que lo que dice el chico es verdad.

Me da la sensación de que no sabe muy bien como calmar a Delilah. Se le ve algo estresada con la situación.

El chico de pelo largo se acerca al tobogán con paso lento, sin prisa, y por un lado que está abierto, le habla a su pequeño.

—Dentro de poco tenemos que ir a la casa de la abuela —le dice con cariño. El niño hace un puchero y ve a sus dos nuevos amigos.

—Tengo que irme dentro de un rato —les comenta. Elliot pone mala cara y, para mi sorpresa, abraza al niño.

Descubro los nombres de estos dos niños: Gael, el niño que estuvo primero con mi sobrino, y Finn, el niño rubio.

¿Quiénes son esta panda de personajes que acaban de aparecer en este parque infantil?

•••

****

Holaaa.

Hoy tocó capítulo doble, así que espero que hayáis disfrutado ambos. Aunque ya sé que el anterior fue muy triste...

¿Qué significará este nuevo GIF? ¡Pues que las cosas cambian en este libro!

Además, le damos la bienvenida a estos nuevos personajes que son pequeñitos, también están sus padres.

¿En alguna ocasión volverán a aparecer?

Me da mucha ternura Elliot. Es un amor de niño. Me encanta ver a Damiano de tío. Es demasiado tierno y bonito.

Este capítulo es el más largo que he escrito de esta historia. No podía parar de escribirlo porque me estaba encantando como estaba quedando. Me he imaginado absolutamente todo a la perfección. Me he enamorado de este capítulo.

Espero que os siga gustando mi libro. Cualquier cosa que queráis comentar sobre este, adelante. Estaré leyendo todo.

¡Nos vemos!

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