Una solitaria tonada
Lo observaba todas las tardes.
Escondido detrás de un par de arbustos, en completo silencio y sin moverse una pulgada. Hipnotizado por el melodioso sonido, pero principalmente, por el movimiento de sus manos. Suaves pero astutas, moviéndose arriba abajo con suma precisión.
No podía alejar su mirada, incluso cuando se decía que no podía seguir actuando de esa manera. Seguro su padre lo repudiaría por su loca obsesión. No había nada normal en quedarse -escondido entre arbustos toda la tarde-, viendo a un chico tocando el violín por horas. Pero Byron no podía evitarlo, desde la primera vez que lo vio, había quedado cautivado por la triste expresión, pero aún más por la maestría con la que tocaba el violín como si fuera parte de su cuerpo.
Byron tenía que verlo.
Cada tarde podía vérsele tocando con los ojos cerrados y el rostro bañado en lágrimas. Aquello le intrigaba, pero no había forma de acercarse sin descubrirse como un fiel acosador. Su madre estaría destrozada si averiguase que en lugar de estar en su clase de Karate estaba en el patio de la secundaria, viendo a través de los grandes ventanales el salón de música.
Pero le era imposible pensar en no verlo.
Sus ojos recorrieron la triste figura de pie al medio del salón. El chico era delgado, no podía tener más que sus diecisiete años, un metro setenta si mucho, cabello negro y piel aceituna. Nunca había podido ver sus ojos, pues siempre que tocaba los mantenía cerrados y cuando terminaba, le daba la espalda a la ventana para luego irse sin volverse a verlo. Pómulos acentuados y nariz algo ancha, labios delgados de un profundo rosa. Todo enfundado en jeans y un gran sudadero color negro.
Byron parpadeó cuando la melodía aceleró. Apretó sus labios y su rostro se compungió cuando notó las delgadas corrientes caer por los altos pómulos, aquello rompía su corazón desde que había sido testigo de la soledad que ese chico debía padecer.
Dos semanas habían pasado desde que por curiosidad se había acercado a los ventanales del salón de música. Atraído por el bello sonido se había desviado de su camino al estacionamiento. Se suponía que debía apresurarse para llegar a Karate, pero esa tarde de lunes, había olvidado su libro en el laboratorio de biología y había tenido que volver. Entonces, mientras iba hacía su auto, fue cuando lo escuchó por primera vez y desde ese momento había cambiado el horario de sus clases sin que sus padres lo supieran.
No era de "hombres" estar espiando, mucho menos cuando se trataba de otro hombre. Su padre era muy estricto con sus ideologías y si alguna vez se enteraba de lo que Byron estaba haciendo. Un escalofrío lo recorrió. Su papá no pensaría dos veces en dejarle las cosas claras, en mostrarle como un hombre "completo" debía ser, pero Byron no podía tener miedo suficiente como para dejar de hacerlo. Por más que se recordase que sus padres tenían una ideología tradicionalista y que esperaban lo mismo de su hijo menor, no podía separarse de la ventana.
Minutos pasaron, hasta convertirse en horas. Byron no se movió, así como tampoco lo hizo su violinista -Si, había llegado al punto donde lo creía suyo, incluso cuando no sabía su nombre-. Ambos enfrascados en su mundo, donde podían ser ellos mismos sin estar ocultándose y dejar que los sentimientos fluyeran libremente.
Byron dejó salir el aire que había sostenido cuando el arco hizo el último frote y reinó el silencio. El chico limpió su rostro con su antebrazo, sus hombros se sacudieron con lo que seguro eran sus sollozos. Quiso acercarse, sus manos picaban por rodearle y sostenerle hasta que as lágrimas se detuvieran. Pero no lo hizo, aunque se removió en sus pies, miró alrededor, como si alguien lo fuera a ver como estaba desconcertado por no poder acercarse.
Finalmente, no pudo hacerlo y terminó yéndose antes de que fuera sorprendido.
De esa manera siguió sus días, tuvo que buscar una manera de evitar que sus padres preguntaran por las clases, al mismo tiempo que no se perdía las prácticas de su violinista.
Pero esa tarde fue diferente. Había salido tarde de la práctica y por más que quiso escaparse del profesor, le había insistido que como era su mejor estudiante debía dar una demostración a los más jóvenes. Una cosa lo empujó a otra, el caso es que iba corriendo hacía la escuela, no quería perderse de la tocada, poco le importaba que fuera algo raro. De alguna manera había sentido que su presencia lo calmaba, el saberse cerca le hacía sentirse como una clase de protector. Su violinista lo necesitaba, aunque Byron sabía que era una tontería y la voz de su padre en la parte atrás de su mente le repetía lo maricón que parecería si alguien se enteraba. Poco importaba.
Dejó la mochila con su equipo a un lado de su carro, corrió por el estacionamiento, el sonido de los tenis hicieron eco en el lugar casi vacío. Subió escalones y se metió a la fuerza entre los arbustos, hasta llegar al pequeño espacio que había logrado hacer.
—Demonios... —murmuró al golpearse contra la pared en su afán de acercarse a la ventana.
Se cubrió la boca de golpe. Lo que menos quería hacer era llamar la atención, pero no hubo ningún sonido, de hecho, el salón de música estaba vacío. La ventana que daba al jardín estaba abierta, como siempre, pero su violinista no estaba. Ni siquiera el banco que usaba para colocar sus cosas.
Había llegado tarde.
Golpeó su cabeza contra la pared. Cerró los ojos y se obligó a dejar de actuar como un niño, no iba a llorar porque no lo había visto. El día siguiente empezaba el fin de semana, por lo que tendría que esperar, pero lo vería de nuevo el lunes. Tenía que tener paciencia.
Se restregó los ojos.
—Soy un tonto.
Se sentía como uno, como un verdadero perdedor. Estaba espiando a un chico, era un acosador y lo peor, es que le dolía por acercarse, pero no lo haría. Era así de cobarde. Por más que su mamá asegurase que iba a encontrar a la persona correcta para enamorarse y su padre aseguraba sería un semental como su hermano mayor. Se sentía tonto, torpe, no lo suficiente bueno.
Con pasos lentos y renqueando, pues al parecer el golpe en la rodilla fue más que un simple topón, salió del pequeño jardín e hizo el camino de regreso al estacionamiento. Le escocia un poco, pero lo ignoró. Le dolía más el corazón, sentía un nudo apretado en su garganta, su pecho pesado y los ojos le picaban.
—Eres un desastre...
Caminó al estacionamiento con la mirada baja, tanto como su autoestima.
—No creo que lo seas.
Se detuvo de golpe y alzo su mirada. Se encontró con orbes miel, casi parecían amarillos con la luz de la tarde pegándole. Estaba sentado en el barandal de las gradas, el estuche del violín apoyado contra sus rodillas y su mochila colgada de su hombro.
El chico lo miró de reojo, casi parecía divertido, esperando.
Byron se sintió enrojecer.
—Yo... —lamió sus labios mirando alrededor, buscando por inspiración o que la vida fuera lo suficiente amable de hacer que la tierra se lo tragara.
Él sonrió.
—No creo que seas un desastre —negó con una sonrisa. Estiró una de sus manos—. Soy Ethan.
No podía creer lo que le estaba pasando, el chico que había estado acosando, a quien no podía dejar de observar cuando era evidente que estaba teniendo un momento privado. Tragó con dificultad, pero se obligó a moverse y tomar la mano, devolver el saludo.
—Mucho gusto, soy Byron...
Se calló de golpe al verlo acercarse.
Ethan no soltó su mano, de hecho, se valió de ella para acercarse. Byron se quedó estático cuando lo sintió violar su espacio personal. El delicado roce sobre sus labios, sus hombros se tensaron y sus ojos estaban muy abiertos. Ethan acomodó su cabello lacio detrás de su oreja derecha de manera tímida, sus mejillas coloreadas con un ligero rojo. Le dio un ligero apretón a su mano para luego soltarlo.
—Te veo el lunes —dijo dándole la espalda, se detuvo y lo miró sobre su hombro—. Puedo... —negó, como pensando sus palabras—. Me gustaría tú compañía, Byron. No llegues tarde... ¡Te espero!
Byron lo vio salir corriendo, aun en shock. Parpadeó y sonrió. Acarició sus labios con la misma mano que seguía cálida por el toque, así como sus labios hormigueaban.
Un beso.
Una invitación a verlo de nuevo.
En ese momento nada le importaba lo que su familia opinaba.
Era feliz. Muy feliz. Eso era lo único que le importaba en ese momento.
...
Hola, hola. Espero que les haya gustado. Esta pequeña historia fue escrita como un regalo (algo atrasado!) Lo siento u.u Nina... Los proyectos universitarios me tienen de cabeza, pero no olvidé mi regalo ;D Espero te haya gustado. Igual espero que hayas tenido un gran día y que cumplas muchooss años más :3 Un fuerte, grandotee abrazo para tí :D
Nos leemos ;)
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