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Capítulo 7: Antes del viaje


Heres

Los siguientes días transcurrieron demasiado rápido: no hicimos más que despedirnos de gente querida y hacer maletas. 

Mamá y papá nos dijeron que los cohetes despegaban el miércoles a las nueve de la noche. Desde que nos dieron la noticia no pararon de meternos prisas: no íbamos ni a la escuela ni al instituto, solo estábamos en casa. 

Para "facilitar" las cosas, nuestros padres nos pidieron que hiciésemos diferentes maletas con diversos temas. Es decir, que clasificábamos nuestras cosas. Había cinco categorías: ropa, juguetes, recuerdos, tecnología y objetos esenciales. 

-Heres, ¿has hecho ya las maletas? -Preguntó mi madre, con un tono cansado.

-Tengo hechas un par de ropa, media de juguetes, otra media de aparatos electrónicos... por lo visto, aún me quedan unas cuantas.

-Bueno, pues hoy es martes, ya lo sabes. -Cruzó los brazos. -Tienes que acabarlas hoy, ahora. 

-¿Ahora mismo?

Justo cuando mamá iba a contestar, Aldara bajó las escaleras con una maleta en cada mano y se puso entre medio de mamá y yo.

-Ya está, estas eran las últimas. -Dijo, poniendo una cara desagradable.

Desde que nos enviaron a la reunión sin nuestro consentimiento o sin ni siquiera informarnos, Aldara había cambiado mucho: ya no hablaba tanto, sobre todo con nuestros padres, y casi nunca sonreía. Creo que seguía enfadada, y parecía que daba para largo...

-Muy bien. -La felicitó mamá, mientras observaba una de las maletas. -Entonces, ¿Tú ya estás lista? -Aldara no contestó. Cogió las maletas de nuevo y se alejó pasillo arriba. 

-¿Qué le pasa? Estos días ha estado muy rara... sé que aún está asimilando el cambio de planeta, pero... tú también lo estás haciendo y estás bien, ¿verdad? 

Iba a contestar con un "sí", pero entonces pensé en Aldara. También recordé ese momento en el que me puse a llorar y ella me abrazó. Ella se había preocupado muchísimo por mí, y lo seguía haciendo cada día, y ahora me tocaba a mí ayudarla a ella. 

-Bien... lo cierto es que no estoy del todo bien. 

-¿A no? -Se giró hacia mí, con la frente un poco arrugada. Creo que no se esperaba esa respuesta. -Y dime, hijo. ¿Qué te pasa?

-Pues... verás, me sentó un poco mal lo de la reunión. -Intenté hacerme el duro. 

-Oh, cariño, lo siento mucho, pero, ¿qué querías que hiciésemos? No teníamos demasiadas opciones... 

-¡Sí que las teníais! -Gritó Vera, a la vez que salía de la cocina con un paquete de galletas en la mano izquierda. -¡Había como mil opciones antes que esa!

Mamá se puso la mano en la frente mientras susurraba palabras sueltas. 

-Vera, ves a merendar. Y Heres, acaba de hacer las maletas. Yo tengo que hablar con vuestro padre. 

"Obedecí" sus órdenes de mala gana. Fingí ir a mi habitación, pero en vez de hacerlo cogí a Vera de la mano y me dirigí a la habitación de Aldara. No llamé a la puerta, simplemente, la abrí. 

-Aldara -Empecé. Ella ya se había acostumbrado a que yo la molestase con preguntas sobre el viaje, así que no me miró. -, es importante. -Cerró el libro que estaba leyendo por la mitad, haciendo así un ruido peculiar. 

-¿Qué pasa? -Preguntó. Vera se encogió de hombros. Entonces recordé que no le había explicado nada. 

-Mamá y papá van a hablar de algo. Supongo que debe ser del viaje... y quieren estar a solas. -Mi hermana mayor vio mis intenciones y se puso en pie de un salto.

-Vengo con vosotros. 

Los tres bajamos las escaleras a toda prisa y colocamos las cabezas contra la puerta que daba al salón. Al principio no escuchábamos nada, pero entonces se escuchó una voz:

-Tengo que ir. -Decía mamá. -Sé que viven lejos... pero son mis padres. 

-Lo sé, pero no quieren venir con nosotros. ¿Qué quieres que haga yo? No puedes ir allí: sabes perfectamente que es peligroso. Han empezado a tirar las primeras bombas como aviso. 

-Sí, sí... pero si no lo hago me sentiré mal toda la vida. ¡Tienes que entenderme!

-Y lo hago, pero... ¿Esto es lo que de verdad quieres? -Mamá asintió y ya no dijeron nada más.

Abrí mucho los ojos y me aparté de la puerta. 


Vera

Heres y Aldara se miraron, pero no dijeron nada. No entendía por qué de repente estaban tan pálidos y serios: estaban... raros.

-Heres, mamá se va a casa de los abuelos a despedirse. -Mi hermano se empezó a tocar el pelo mientras inspiraba y expiraba rápidamente. 

-Sí, lo he oído. 

Escuchamos que la puerta se empezaba a abrir, así que Aldara me tomó de la mano y me hizo retroceder un par de pasos. Heres hizo lo mismo. 

-¡Niños! ¿Qué hacéis aquí?

-¿Nosotros? Eh, nada. Estábamos hablando. 

-De acuerdo. -Miró a Heres. -Has hecho ya las maletas? -Él negó con la cabeza. -¿Cómo que no? -Exclamó, hecha una furia. -¡Pues ya estás empezando! -Heres obedeció, a regañadientes. 

-Aldara, Vera, ¿me ayudáis? -Guiñó el ojo y no pude evitar reír. 

-Claro. -Dijo mi hermana mayor. 

Mamá se quedó mirándonos a los tres, con una cara inusual. Levantó una ceja, dijo algo en voz baja y se marchó. 

Heres y Aldara empezaron a mostrar su satisfacción con palabras victoriosas.

Los segundos iban pasando y mis hermanos se fueron relajando cada vez más, hasta llegar al punto de ponerse serios. Finalmente, Aldara habló:

-Tenemos que hablar. -Heres y yo asentimos ligeramente, mientras ella empezaba a subir los escalones hasta su cuarto. Nosotros la seguimos, y una vez dentro nos sentamos en su cama. Ella, sin embargo, no lo hizo: se quedó de pie, dando vueltas por la sala y mirando las paredes, una a una, mientras se acariciaba el pelo y se tocaba la barbilla. -No lo entiendo. -Dijo finalmente, quedándose quieta justo delante de mí. -No... ¡No tiene ningún sentido! De hecho...¡nada lo tiene!

Heres la miró a los ojos, pensativo. Yo quise parecer mayor y madura, como ellos, así que intenté imitar su cara de preocupación. 

-Mamá va a ir a casa de los abuelos... -Entendió entonces Heres. 

-¡Pero los abuelos viven muy lejos! -Dije. 

-Vera, ese no es el problema. -Me quedé callada, pero entonces puse cara de no entender nada. -El problema es que cerca de donde viven los abuelos... están cayendo bombas. Y si mamá va, estará en un peligro constante. -Heres se tapó la cara con una mano y Aldara suspiró.

-Bueno, pero no dejaremos que mamá vaya, ¿verdad? -Proseguí. 

-Esa no es nuestra decisión. Se lo intentaremos hacer entender... 

-Pero papá ya lo ha intentado, y no ha salido demasiado victorioso... ¿Por qué lo íbamos a hacer nosotros? -Terminó Aldara.

Hinché mis pulmones con todo el aire que pude, para relajarme, y después lo solté de golpe.

Nadie hablaba, así que decidí marcharme. 

-¿A dónde vas? -Preguntó mi hermano. 

-No lo sé, necesito... pensar. 

Salí a la terraza, donde no esperaba encontrarme a nadie, excepto a mí misma. Sin embargo, me llevé una sorpresa:

-¡Lyra! -Me alegré de verla. -¿Qué haces tú aquí? -Ella me miró, sorprendida y probablemente asustada. Vino corriendo hacia mí y me abrazó.

-Te quiero. -Me dijo.

-Yo también. 











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