-¡Por favor! ¡Chris debes detenerte ya! ¡Superarlo! ¡Liberame de una buena vez!

Sus gritos eran música para mis oídos. Cierro la puerta y los gritos cesan. Mientras subo las escaleras una sonrisa surca mis labios por los recuerdos en mi mente.

Al sentarme en el sofá suelto una carcajada. Siempre hemos amado los gritos, los quejidos y las súplicas. Hay cierto placer, cierto gozo que causa el sufrimiento ajeno que lo vuelve tan adictivo y por eso hay tantas mentes colonizada hoy en día.

Pero mi mayor amor, luego de querer apartarse de mi lado ya no quiere jugar conmigo. Cuando introduzco un cuchillo en la pierna de una de nuestras amantes ya no me sonríe. Sólo me mira con desaprobación y asco.

Gruño y suelto una patada al aire con frustración. Ya no es lo mismo si no me acompaña. No siento nada al ver sangre en el piso de alguna víctima, no hay emoción. No hay chispa.

Pero sé que esté encierro hará que mi amorcito decida volver a jugar conmigo. Es cuestión de tiempo, ya pasará. Pronto lo haremos con muchas víctimas para luego gemir al escuchar las súplicas. Me repito internamente: Sólo es cuestión de tiempo, Chris.

Me levanto del sofá y tomo una pequeña navaja y una cuerda de la mesita de noche. Paso la puerta donde está mi amorcito e ingreso a la continua a ésa. Al abrirla, mis ojos observan a la pobre de Margarita sola, amordazada y desnuda en el mugriento suelo. Vuelvo a sonreír pero esta vez sin ningún tipo de emoción o pensamiento más allá de las miles de maneras que la haré pagar por querer abandonarme como lo intentó mi amorcito.

¿Quién dice que matar no es divertido? ¿Quién dice que la sangre no es deliciosa? ¿O que no puedo torturar a mi antojo? Cuando todas se lo buscan. Todas, ninguna me entiende o trata de hacerlo. Ya ni siquiera mi amorcito.

Margarita me observa con terror y no niego que eso me excita. Pero necesito más que miradas cargadas de miedo.

Necesito súplicas, gritos y sangre. Mucha sangre.