Capítulo 6
—Hijo de...La mala vida —grito histérica al ver el auto alejarse.
Puedo verle reírse de mí y resoplo exasperada, ¿En serio tendré que vivir con ese hombre? No lo soporto por minutos, auguro muchos problemas al tener que compartir mi espacio personal con ese miserable. Mi pensamiento me llega a una sola salida... Trabajar como mula las 24 horas, siete días todos los días, entregar el mejor trabajo del mundo y así cumplirle al señor Doyle.
Yo le cumplo y el me cumple, después de limpiar mi nombre, el resto sería fácil. Trabajar en la empresa del abuelo y tomar como hobbies, los trabajos con antigüedades, es más, podría hacer ambas cosas en la central de las joyerías.
Con mis brazos a lado y lado de mi cuerpo, hombros caídos y mojada de la cabeza a los pies, observo mi atuendo, mi ropa está llena de lodo, mi cabello se pegaba a mi frente, escurría agua por todos lados y gracias a ese hombre.
La mayor parte de los que presenciaron el hecho, pasan con una sonrisa en los labios o me ignora. La sociedad se ha acostumbrado a que las injusticias se den en cualquier momento y no hacen nada para cambiarla.
—¡Y después se quejan que el mundo está podrido! Exclamó furiosa, quitándome los tirantes de la braga y amarrándola a mi cintura.
Tenía una cita con la peluquería que no podía incumplir, giro sobre mis talones y camino con la frente en alto. La gran mayoría me observan divertidos y me pregunto, que pasaría si en lugar de acelerar su auto en esa charca, me hubiera golpeado, fácil... Hubieran grabado mi agresión y subido a las redes sociales, ninguno me daría la mano.
—¡Rose! Cariño ¿Qué sucedió? —la voz amable de la dueña de la peluquería me recibe.
Se acerca a mí con pasos rápidos, me quita el morral y ordena a las chicas que traigan toallas para secarme. Le comento rápidamente sin dar datos sobre mi agresor, que un auto aceleró justo cuando yo salía de mi vehículo.
—Hay cada gillipollas al volante —se queja ayudándome a secar y a quitar mis zapatos—si hasta se te calló un lente de contacto, estas vueltas un desastre princesa.
—¿Por lo mojada o por mi atuendo? —preguntó y sonríe divertida.
—No debiste apostar con Thomas y allí tienes las consecuencias—me toma de las manos y me lleva a una silla frente a un enorme espejo.
Vociferando que un rostro y ojos tan hermosos no pueden ocultarse. Quise decirle que lo que deseaba era no ver frente al espejo a la mujer que mató al hombre que amaba, la que creyó que la vida daba una oportunidad al lado de un buen hombre o la que no estuvo en los últimos días del hombre que le dio todo. Decidí callar, algo que se me da bien desde hace años, mientras ella ordena buscar ropa para vestirme. En ese lugar suele ir mi abuela desde tiempos remotos, ambas mujeres son amigas, por la que considero a la mujer casi que de la familia.
Acaricia mi cabello y me sonríe observando mi reflejo en el espejo pasándome los lentes, los tomo con duda y asiente. No puedo ocultarme toda la vida, dejar que el pasado defina mi futuro, lamentarme de lo que pudo ser y no fue, coneja. El mundo lo han forjado hombres y mujeres valientes que no se han dejado vencer por los conflictos y han construido muros con las piedras lanzadas por sus enemigos. Sus palabras llegan a mi como un bálsamo aliviador, sé que tiene razón. Pero no creo ser capaz de afrontar mi imagen frente al espejo, los Todt me odian, yo misma me odio, por no estar allí para Archie.
Me han dicho eso muchas veces, mis abuelos al regresar de la isla, Thomas al visitarme todos los fines de semana en ese lugar. Sin embargo, nunca tuvo tanto sentido como ahora, ya no quiero seguir viviendo, no así.
Creí en una quimera y me olvidé que Archie existía, dejó de luchar porque yo dejé de ir a verle. Estoy tan sumida en mis pensamientos y ajena a todos a mi alrededor que no veo lo que la mujer hace con sus tijeras y cepillo. Alzó la vista minutos después ante la voz de la chica que ha llegado con varios vestidos y que pregunta ¿Cual escogeré?
—Ninguno —murmuró sin verlos y se miran confundidas —no usaré ese tipo de ropa elegante.
—Vas a trabajar con los Doyle-Turner, estarás en ese castillo, que imagino suele recibir a todo tipo de personas —empieza a decirme —sé que no es un atuendo para trabajar, pero es tu primer día de trabajo. —hace una pausa y toma mis rostros desde atrás y me indica verme en el espejo.
Perpleja me encuentro con un rostro diferente, la parte más baja de mi cabello creció lo suficiente para que la mujer hiciera un estilo elegante, diferente y me gustaba. Sonrió frente al espejo e instaló los lentes para completar mi atuendo.
—Eres la heredera de Cameron Mackay, Hija prácticamente de Rose. —sus manos acarician mi mejilla y sonríe al verme sonrojar —llevas su nombre a todos lados y te asocian con ella...tu deber es llevar en alto el nombre de la familia que representas. Serás la dueña y señora de las joyerías Mackay, jefa del clan, así no lo desees. Tu abuelo confío en ti, no lo defraudes.
Una vez termina su discurso, toma todos los vestidos, me muestra uno negro de hombros descubiertos diciéndome que ese me quedara perfecto. Soy conducida a una habitación oculta detrás de un espejo del tamaño de la pared. Nunca fui consciente que mi abuela podría tener problemas por mi atuendo. Tampoco que representaba a un apellido, fui egoísta al pensar solo en mí y en mi dolor.
Suspiro pesadamente ante la imagen en el espejo, odio a la mujer que veo allí. Dentro de todos los que me han traído, encuentro un conjunto deportivo. Si voy a hacer un cambio en mi apariencia, tendrá que ser de apoco, ya que drásticamente no me sentiré cómoda.
Una vez ven mi apariencia no es que estén muy felices, pero por lo menos han tenido éxito en que me quité los lentes de contacto y luzca el tono de ojos original, grises. Llevo el morral en mis hombros y salgo de la lujosa peluquería. Siguen teniendo la vista fija en mí, aunque esta vez sé que es diferente, ni ropa ha cambiado, el corte de cabello igual. Muy seguramente no asocian a esta chica, con la chica que hace unos minutos un infeliz le quiso dañar el día.
Veinte minutos después estoy frente a la reja del castillo, llevo la credencial que el dueño me ha enviado y que me acredita como empleada momentáneamente del lugar. Los dúos de guardias me miran como si fuera un fantasma y sonrió inocente.
—¡Bienvenida al castillo Doyle! —habla aquel que hace un mes, me miraba confundido por la credencial de identificación. —Señorita Rose... Dios ha escuchado mi ruego.
—Y los míos —respondo con una sonrisa y recibiendo la tarjeta, refiriéndome a que dentro de nada todo estará resuelto. —me pueden llamar Rose, los formalismos no son para mí.
—¿Es usted algo de los Mackay?
—Nieta de Cameron e hija de Diago —asienten y me miran con admiración.
—Tendremos que revisarla... Son las reglas.
Sonrió saliendo del auto y dejo en sus manos mi vehículo junto con mi bolsa. Minutos después dicen que puedo pasar y eso hago. Me disculpo e ingreso al vehículo y avanzo hacia el interior del lugar. Me han dado un lugar en donde parquear mi automóvil y me da vergüenza verlo en medio de tanto lujo. Salgo de mi cacharro y lo comparo con los demás y lo acaricio.
—No tienes por qué sentirte mal —digo acariciando su capó—fuiste comprado con mi primer sueldo y hemos tenido muchas aventuras.
—Hablar sola es el primer síntoma de locura —cierro los ojos y empuño las manos para evitar no gritar o golpearle.
Inspiro y suspiro tantas veces como me es posible, al girar lo hago con la mejor de la sonrisa. Una vez le doy el frente la sonrisa de sus labios se borra, recuerdo que voy vestida diferente, tampoco llevo lentes de contactos oscuros. Obviamente él estaba siendo amable, sin tener idea a quien le habla.
—Disculpe si no le digo, que me es grato verle. No acostumbro a mentir —lanzó el primer dardo y el sigue en silencio.
Aprovecho ese instante que me da y que sigue con sorpresa para sacar de mi vehículo el contrato y entregarlo. No es el que firmé con su padre, este solo lleva la firma del dueño de la destilería y mía. En esta habla solamente de mi trabajo allí, como que no tendré por qué dormir en el castillo, si no lo deseo, los horarios los fijos yo, me han entregado llave de la habitación en donde han mudado lo que quedó de su juguete. Copia de la puerta trasera de servicio, porque de la principal solo un Doyle la tiene. Debo ser revisada al entrar o al salir, en caso que salga con algún material de la casa, debo reportarlo a alguien de la familia.
Lee atentamente cada hoja del contrato, puedo verle esta vez sin problemas. Relajado y con todo su rostro libre de estrés, no hay rastro, así como esta, del hombre prepotente de ese día. Al acabar de leer, alza su rostro y me observa, una sonrisa cínica se empieza a vislumbrar de su bien elaborada sonrisa. Me observa con interés de la cabeza a los pies, mientras que sus ojos se detienen en una parte de mi anatomía con descaro.
—Podríamos añadir otro artículo más a este contrato y subir algunos ceros —me muerdo la lengua, porque realmente no ha dicho nada ofensivo, pese que su cara de pervertido diga todo. —¿Una noche o dos? Que más...
—No practico la zoofilia —respondo con desdén y eso hace que su sonrisa se borre de sus labios lo que eventualmente me hace sonreír triunfante, acto seguido le quito el documento de las manos —ni loca estaría con un cerdo como usted.
Retrocedo rápidamente al ver que su mano viaja a mi cintura y alzo el rostro con toda la dignidad que puedo. Me repito una y otra vez que solo lo hace para provocar, su padre me lo advirtió. Hacerme la vida de cuadritos será su principal objetivo. Saca algo de su bolsillo y me lo muestra.
—Ya loca esta —dice lanzándome el frasco de pastillas que había perdido y que ahora sabía lo dejé en allí la última vez que lo visité.
El frasco decía antipsicótico, sin embargo, en el interior tenían mi medicamento para la migraña. Una enfermedad que me aquejaba desde mi salida del centro de reposo. La razón por las cuales las tenía en ese envase era obvia. Nadie quería acercarse a alguien con problemas psiquiátricos, tampoco con quien viste como indigente o desprotegido.
—Le mostraré el sitio en donde vivirá estos siete días, porque estoy seguro que va a claudicar en dos días. —murmura dando media vuelta e ingreso en mi bolsa mis medicamentos. —Me preocupa que usted estuviera por allí sin medicamentos ¿debo preocuparme?
—....
—Estaré viviendo bajo su mismo techo... ¿Ha tenido recientemente brotes psicóticos?
—El Último lo mate, por hacer preguntas estúpidas —respondo detrás de él y lo escucho reír
—Lo tendré en cuenta...
Dos horas después...
El dolor de cabeza es cada vez más fuerte, sin dudas tener que soportar los comentarios de doble sentido de ese animal fue demasiado. No hizo otra cosa más que burlarse de mí, de mi atuendo, del baño que recibí de su parte y hacer comentarios sobre mi problema psiquiátrico. Decía estar preocupado por mi trabajo, hizo preguntas sobre qué ¿Te afecta la luna? ¿Debo estar preocupado estos días en que vives conmigo? ¿No me quemaras vivo o sí? ¿Qué hiciste estos días sin medicamentos?
—¡Idiota! —me tiro en la cama de la habitación que me han dado.
Hace media hora me tomé la pastilla para el dolor de cabeza y no ha cedido. No he visto a nadie salvo a él, pero sé que Gadien no viajó y los demás primos tampoco. Salgo de la habitación y abro la primera puerta que encuentro. El dolor de cabeza me ciega, no obstante, los ruidos que escucho me hacen abrir los ojos. Es él teniendo sexo con una mujer rubia, la tiene apoyaba en la pared y ha puesto los brazos encima de la cabeza de la chica y lo que es peor.
Sabe que estoy en la puerta la enviste sin dejar de reír y verme. Es una manera quizás de decirme lo que te has perdido, pero Rose ha dejado de ser mujer hace años. Regreso sobre mis pies retrocediendo y me encuentro sin poder respirar, creo que tropiezo con un pecho masculino antes de caer inconsciente.
Despierto con la sensación de tener la cabeza llena de algodón, dos pares de ojos azules y grises me miran preocupados, otros de color negro me miran con una media sonrisa. Por primera vez en meses veo un rostro conocido y sonrió a Thomas.
—¿Se encuentra usted bien? —pregunta el mayor de los dos, es un hombre rubio de ojos azules y mirada sincera, el otro es más joven de ojos grises y quizás 18 o 19 años.
—¿Qué sucedió? —preguntó por qué lo último que recuerdo es ver tropezar con algo.
Thomas se acerca a nosotros y me mira en silencio, toma mi rostro entre sus manos y me hace verlo. Somos vistos con curiosidad por el mayor y menor de los Doyle, porque imagino que son Gerald y Guido los que están allí.
—¿Por qué tomas estimulante sexual? Sabes que tu alergia te impide tomar medicamentos al azar —miro al mayor de los Doyle quien tiene en sus manos el frasco con las pastillas de la jaqueca y luego a Thomas —tus pulmones pudieron colapsar si estos hombres no te traen a tiempo... Hubieras muerto.
Mi mirada se detiene en el chico de rostro redondo y ojos preocupados que me miran sin decir nada. Tiene ese rostro que no puedes dejar se ver, encuentro en Guido Doyle, algo de ternura y preocupación. No ha hecho preguntas o ha formulado alguna palabra, solo me observa atento. Thomas me hace verlo de nuevo, su rostro alegre ha cambiado a uno enojado y suspiro antes de hablar.
—No sé de qué hablas Thomas, tome una pastilla para la migraña, las que me recetas siempre. —señaló el medicamento que tiene Gerald y Thomas ve en esa dirección —lo olvidé en el Castillo Doyle y esta tarde me lo entraron.
—¿Por qué tienes medicamentos en envases de antipsicóticos? Y ¿Por qué tomas algo que no ha estado en tus manos por más de veinticuatro horas Rose? —besa mis labios de forma tierna y se aleja de mi —paso por ti mañana a las diez, sin excusas. Ustedes dos... ¡Los espero afuera!
Narrador
Gerald, escucha con atención lo que el médico amigo o novio de la anticuaria le dice. No tiene como refutar o decir que no puede hacerlo, cuando está en todo su derecho. Ha traído al hospital a una mujer, que fue drogada por algunos dentro del castillo. Caminaba por los pasillos en zigzag y rostro rojo llamó su atención y se acercó para preguntar ¿Qué sucedía? Cuando cayó desmayada y convulsionado a sus pies.
La tomó en brazos y llamó a los demás, pero al parecer en casa solo estaba su primo y él. En su habitación vieron el frasco, asustados al ver que no se calmaba la trajeron a la clínica. Con el frasco en manos, pues pensaron que quizás había tenido una sobredosis.
—No sé qué clase de estupidez pensaba hacer, pero les advierto que Rose no está sola. —amenazaba señalando a uno y al otro —Llamaré a la policía, tengo que hacerlo, lo que sucedió aquí es un delito.
No perdió la calma, de ser su familia o amiga el también estaría cabreado, la chica no era nada de él y hasta hace unas horas era una desconocía, aun así, le cabreaba que alguien dentro quisiera pasarse de listo.
—Déjenos hablar con ella —le pide en calma y sus ojos se oscurecen aún más —estoy... estamos —corrige al ver a mi primo mirarle alzar la ceja —tan confundidos como usted.
—Gael tiene razón, solo estábamos él y yo, ni siquiera sabíamos que ella había llegado —habla por primera vez Guido —sé que se ve mal, pero ni siquiera yo con mi físico recurría a un acto tan bajo. —el rostro del doctor se suaviza y Gerald, suelta el aire aliviado —puede entrar con nosotros o ir al castillo, no somos simplemente hombres doctor... somos una marca y tenemos una imagen que respetar.
Entran de nuevo y la encuentran a ella intentado quitarse el catéter de las venas. Una vez es pillada sonríe y se queda quieta observándolo, Gerald sonríe al ver rastros de la mujer que oculta ese disfraz frío.
—El doctor Thomas, asegura que debe llamar a la policía —habla Gerald y ella niega con insistencia —debo confesar que tiene razón, en el castillo de ha cometido un delito que debe investigar.
Intercambia miradas cómplices con el doctor y niega, ambos se miran ella con miedo y el con rabia. En un punto ella ha ganado por que sale de la habitación y me dice a Guido que necesita firme algo. Una vez se quedan solo, Gerald decide hablar con ella. No obstante, y dado la delicadeza de la denuncia se asegura estar lejos de ella al hablar.
—Sé que somos unos desconocidos para usted, pero le aseguro que jamás haría algo para dañar a nadie... y Guido menos. —lo mira sin pestañear, al parecer no entiende la gravedad de la situación —su amigo, el doctor, nos acusa a Gerald y a mí de drogarla para abusar de usted. —le aclara —éramos los únicos en ese castillo señorita.
Niega y le dice que no eran los únicos, su primo estaba allí, fue el quien le dio el frasco. Lo había visto por equivocación al buscar el cuarto de Gerald teniendo sexo con una mujer rubia antes de tropezar con él. Aseguraba además que la acoso e hizo comentarios inapropiados sobre aumentar el valor del contrato, si accedía a ciertas cosas. Cierra los ojos y suelta todo el aire que ha retenido mientras ella le narra lo sucedido.
—Conozco la respuesta —habla al fin —pero, aun así, debo preguntar ¿Esta segura?
—Muy segura, no levantaré cargos solo si usted se compromete a llegar al fondo de esto. —asiente, porque es un Trato muy justo.
No sabe que es más delicado, que su primo empleara esas tácticas para burlarse de la dama que lo puso en su lugar o que se atreviera a meter a una mujer a la casa.
—¿Algo más? —pregunta, por qué en realidad es demasiado fácil, teniendo en cuenta lo que ella ha podido sufrir.
Lo que responde lo deja con dudas, pero algo le dice que ella no va a aclararlas. Le dice que Gino Doyle hará mucho por ella, y que solo tiene que estar allí dos meses. La llegada de Gadien lo hace alejarse, ambos se conocen de tiempo atrás así que dejará en manos de él las cosas. Él tiene un problema que arreglar con su primo y su nueva amante.
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