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CAPÍTULO VI

Al notar la peligrosa e indecente cercanía, carraspeó nervioso. La ayudó a incorporarse y se alejó lo suficiente como para no conectar sus ojos con los suyos.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿y tú? —preguntó nerviosa y algo incómoda también.

—Lo estoy

Yeon Woo tenía que tomar el control de la situación o moriría de vergüenza. No solía ser tímida, pero al notar la incomodidad de aquel muchacho, no entendía muy bien cómo actuar. Optó por sentarse junto a la pared.

—Uff pensé que moriría. Gracias por ayudarme.

El príncipe asintió clavando su mirada al suelo. Quería irse lo más pronto posible de ese lugar, pero la situación y la lluvia cayendo a chorros se lo impidió.

—¡Oh!, está empezando a llover —dijo ella entusiasmada.

Había días lluviosos en que las nubes decidían derramar sus lágrimas a torrenciales, por lo que las casas tenían sus techos en forma de "V" invertida. A veces en pleno verano, llovía en abundancia.

El joven no tuvo opción más que sentarse también, realmente agotado, no había corrido así hace tiempo.

Parecía que la lluvia caía con fuerza y no iba a detenerse por un buen rato, así que tendría que permanecer con aquella muchacha más tiempo y eso le incomodaba. No estaba acostumbrado a tener mujeres cerca.

Tragó saliva. Incluso tomó su mano para correr. ¡Qué indecente, tomó su mano!

—Lo siento —espetó de repente moviendo la nuez de Adán.

—¿Ah?, ¿por qué? —Lo miró extrañada.

—Por lo de antes.

¿Por qué no la miraba? ¿Tan aborrecible era ante sus ojos? No se trataba de una mujer de la nobleza para cubrir su rostro.

—¿A qué te refieres?

—Por tomar tu mano. —Parpadeó rápidamente. El tan solo decirlo le parecía una vergüenza.

Yeon Woo soltó una risita; él la miró desconcertado. Por el trajín que habían hecho, la muchacha se coloreó graciosamente las mejillas.

Por primera vez, Seung Jo se detuvo a admirarla. Tuvo la sensación de que, si palpase sus pómulos, los percibiría cálidos.

—Pero, ¿qué dices? —Su sonrisa era bastante amplia. Nuevamente él no fue capaz de sostenerle la mirada—. Si no hubieras tomado mi mano, no hubiera podido escapar; corres muy rápido, y se me hacía difícil seguir tu ritmo. Imagínate si no hubieses cogido mi mano.

Tenía razón después de todo.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Ah? —La miró y volvió a parpadear rápidamente. Si lo seguía haciendo conseguiría un malestar en el entrecejo—. Es Seung Jo —habló finalmente.

—El mío es Yeon Woo.

El príncipe se limitó a sonreír. Había escuchado ese nombre antes y le parecía muy bonito.

Yeon Woo se fijó en su cálida sonrisa, y sonrió también.

Qué linda sonrisa tiene. Es muy apuesto. Su piel es perfecta. ¿Cómo un joven puede tener la piel más linda que una mujer? Por su vestimenta parece ser plebeyo, aunque su rostro no lo hace ver como tal. ¿A qué se dedicará? Es muy callado...

—Y dime, ¿tienes hermanos?

Se aproximó un poco más a él para escucharlo mejor. Pero le rozó la mano que la tenía apoyada en el suelo, así que al instante él la levantó posicionándola sobre su rodilla.

Definitivamente no había conocido a nadie tan tímido como él.

—Sí.

—¿Cuántos?

—Dos.

Ella asintió casi rindiéndose con él. No, no podría entablar una conversación si contestaba con las justas. Después de un largo silencio lo intentó una vez más.

—¿Menores o mayores?

—Un mayor y una menor.

—Yo también, tengo dos hermanas mayores y una menor. La mayor va a casarse pronto, su prometido no es tan apuesto, no es que importe mucho, pero en comparación del prometido de mi segunda hermana... Además, es muy amable, está bien para mi hermana Yeon Kyeong, por cierto, así se llama, y la mayor Yeon Seol, y la pequeña Min Hwa; es una niña muy traviesa, aunque yo también soy un poquito...

El príncipe ya no podía seguirle el ritmo, hablaba demasiado, se parecía a su hermana Jin Hwa.

¿Cómo es que puede hablar tanto con un desconocido? Jamás he conocido a una mujer tan conversadora, a parte de mi hermana.

—Seung Jo, ¿cuántos años tienes?

—Diecinueve.

—Yo también.

El comentario de Yeon Woo hizo que el príncipe volteara a verla.

Entonces tiene mi misma edad, aunque es mucho más vigorosa que yo. Por su vestimenta sencilla puedo deducir que es de la plebe.

—¿Y cuándo cumples veinte? —siguió preguntando.

—En unos días.

—Vaya qué noticia.

Yeon Woo volteó a verlo también. Por unos segundos sus miradas se cruzaron; él inmediatamente la dirigió hacia otro lado, avergonzado. Siempre había sido así con las mujeres, no conseguía verlas a los ojos ni por un instante.

Es un muchacho muy tímido. Pero me agrada mucho, creo que podemos llegar a ser grandes amigos.

El olor a tierra mojada se adentró en la vieja vivienda y las nubes se fueron cerrando poco a poco.

—La lluvia ya se detuvo —avisó ella.

—Vamos.

—¡No puede ser! —expresó Yeon Woo angustiada al salir de la casa—. Ya anocheció, mis padres deben estar molestos. Es mi fin. Van a darme cien azotes.

Aquello hizo sonreír al príncipe. La expresión de Yeon Woo era graciosa, y lo de cien azotes seguro era una exageración, ningún padre golpearía así a su hijo, lo máximo que él había recibido de las manos de su madre era uno o dos, aunque cabía resaltar que sus hermanos probablemente habrían llegado a los diez por tercos y testarudos. De hecho, los cuantos que él había recibido había sido por su causa.

—Fue un gusto conocerte Seung Jo. Gracias otra vez, hasta luego. —Se despidió con la mano. Dio unos cuantos pasos y volteó bruscamente—. ¡Espera!, ¿estás apurado?

—¿Qué?

—Es que tengo miedo regresar sola, ¿me podrías acompañar?

Yeon Woo juntó sus manos en modo de súplica.

¿Qué debo hacer? Ya debo regresar al palacio, pero no debo ser descortés. Ni modo tendré que acompañarla.

—Está bien, vamos.

El camino hacia su casa se hizo corto. Yeon Woo continuaba hablando sin parar, igual que antes. El príncipe sólo escuchaba con atención. Una que otra vez sonreía por los graciosos comentarios de aquella joven. Nunca pensó que su visita al pueblo terminaría así.

Luego de andar cierta tregua, y por callejones que jamás imaginó conocer, ella le hizo detenerse frente a una humilde casa construida a base de barro, maderas y piedras.

—Hemos llegado. Nuevamente te agradezco; eres muy amable. Espero volver a verte.

Asintiendo, a él se le ocurrió un consejo.

—Hasta luego, ten más cuidado cuando lleves algo de valor.

—Lo tendré, adiós. Cuídate tú también.

El príncipe y la plebeya se despidieron sin si quiera imaginar lo que el destino les tenía preparado...

En el imperio otomano.

La reina y la sultana Hatice emprendieron viaje hacia la dinastía Joseon. Les esperaba un largo trecho de modo que tenían que hospedarse cuando les agarrara la noche.

Iban escoltadas por el séquito otomano que el sultán había designado para su adorada hija.

Al menos el tiempo libre les permitía conocerse un poco más, y dar espacio a Hatice para henchirse de información sobre la dinastía de la que pronto iba a ser parte. No surgía una charla fluida debido al idioma, pero el traductor era de bastante ayuda.

—Alteza, ¿cuántos hijos tiene? —preguntó.

—Dos príncipes y una princesa.

—¿Y su majestad?

—Solo a ellos.

—¿Por qué? ¿No ha engendrado en sus concubinas?

—Digamos que me encargué que ninguna llegara a ser madre.

Hatice sólo sonrió. Le agradaba la reina. Ojalá su madre hubiese podido impedir el nacimiento de sus medios hermanos, sobre todo de la horrible de Gevherhan. Al menos no la vería más.

—¿Y con cuál de sus hijos me casaré, alteza?

—Con el mayor, el príncipe Yi Moon.

—Tengo conocimiento sobre su dinastía. Sé que tienen la misma tradición de coronar al primogénito como el futuro rey.

—Es así. Yi Moon nació como el príncipe heredero, sin embargo, su majestad el rey se ha encariñado más con el segundo, el gran príncipe, por ello ha decidido que los dos príncipes contraigan matrimonio y el primero en otorgarle un hijo varón a la dinastía Joseon será coronado.

—Ya veo. —Hizo una mueca—. ¿Y cómo es el príncipe Yi Moon?

—Es muy apuesto, alto, alegre, divertido y obstinado también.

—Tenemos algo en común.

—Estoy segura que te enamorarás de él.

—Y él... ¿se enamorará de mí?

—Por supuesto que sí, quedará deslumbrado por tu belleza.

Lo que la reina y la sultana ignoraban era que él ya le había entregado su corazón a alguien más.

En la dinastía Joseon.

Yeon Woo entró a su casa temerosa, tenía miedo por la reacción de sus padres. Ellos siempre se enfadaban cuando llegaba a casa después de la puesta del sol. Para su mala suerte fueron ellos los primeros en recibirla.

—Yeon Woo, ¿por qué llegas tan tarde? ¿Y quién era ese joven que vino contigo? ¿Estuviste con él hasta ahora? Tu madre y yo no te educamos así. Somos pobres pero decentes. ¿Quién era él?

Tantas preguntas que ni si siquiera las podía captar. Su padre estaba muy furioso.

—Padre no se moleste. Aquél joven me salvó. Cuando salí de la casa del señor Kim, unos ladrones intentaron arrebatarme el dinero, pero él me defendió, luego nos ocultamos y empezó a llover.

—¿Pero no te pasó nada? —preguntó preocupada su madre.

—No madre.

—Ya la oíste esposo, nuestra Yeon Woo no hizo nada malo.

Su padre no dijo nada, simplemente se retiró.

—Mi hermosa Yeon Woo, debes tener más cuidado.

—Lo tendré madre.

—Ven. —Tomó de su mano—. Siéntate, debes tener hambre.

—Sí bastante, gracias madre.

En el palacio.

El príncipe Seung Jo trataba de entrar sigilosamente a sus aposentos, pero su hermano se encontraba justo ahí esperándolo.

—Finalmente llegas gran príncipe.

El pobre se llevó la mano al pecho por semejante susto que le había dado.

Yi Moon lo miró de pies a cabeza. Sus ropas raídas y viejas le causaron curiosidad y ganas de saber lo que tramaba su hermano menor.

—Pero, ¿qué fachas son esas?

—Hoy, el día me ha hecho atravesar situaciones inexplicables que jamás en mi corta existencia pensé vivir.

Con las cejas elevadas el príncipe mayor le hizo contarle hasta el más mínimo detalle de lo ocurrido fuera del palacio. Se burló por la comprometedora escena que tuvo que pasar con la jovencita, sobre todo a Seung Jo que era tan recatado y tímido.

Mientras, el eunuco le ayudaba con su baño de agua tibia.

—Qué bueno que hayas salido de tu zona de confort, y sobre todo que hayas conocido a una muchacha —exclamó del otro lado del biombo.

A pesar de que Seung Jo no lo veía, se imaginaba su sonrisa cómplice, conocía demasiado bien a su hermano mayor.

—No es lo que piensas.

—¿Cómo no? ¿No te agradó? ¿No era bonita?

El recuerdo de Yeon Woo se le vino a la mente. No había visto muchas mujeres en toda su vida, pero estaba seguro que la apariencia de esa muchacha era agradable a la vista.

—Lo era, pero tan conversadora como la princesa Jin Hwa.

Luego de su relajante baño, se encontró con su hermano devorando toda la comida que las damas habían dejado para él.

—Entonces ni hablar, es una pesadilla —alegó con comida en la boca.

—Gracias Tankishei —le dijo a su eunuco—, ya puedes ir a descansar, me quedaré hablando un poco más con mi hermano.

—Como su alteza ordene. Buenas noches para ambos.

Los jóvenes se desvelaron conversando. El príncipe Moon no tenía ni la menor idea que la joven de la que hablaba su hermano era su amada Yeon Woo.

Luego de muchos días de la partida de la reina, la familia real esperaba ansiosa su llegada. Ministros, guardias y sirvientes se reunieron a recibirla en el patio principal del palacio. Se maravillaron por la multitud de guardias y criados que los habían acompañado desde el imperio otomano. El carruaje del que bajaron era espléndido.

La primera en bajar fue la reina.

—Majestad, he llegado.

—Bienvenida reina.

—Bienvenida madre real —repitieron los príncipes.

—Gracias, puedes bajar. —Volteó hacia el carruaje.

La sultana Hatice bajó lentamente del carruaje ante la mirada expectante de todos. Se asió bien con su velo como era costumbre en su nación.

—Majestad, príncipes y presentes, ella es la sultana Hatice, la cuarta hija del sultán Mehmet del grandioso imperio otomano. Puedes quitarte el velo —le dijo a ella.

La joven hizo una reverencia ante la presencia del rey. Saludó a los príncipes, en cuanto se preguntaba cuál de los dos jóvenes sería su futuro marido. Ambos eran apuestos así que cualquiera de los dos estaría bien.

Los tres respondieron a su saludo; la princesa Jin Hwa la observaba detenidamente. Nunca había visto una mujer tan despampanante como la otomana, ni siquiera podía compararse con la ostentosa emperatriz de la dinastía Ming. Su vestimenta, sus rasgos faciales, muy distintos a los de su dinastía. Aunque cabía decir que era muy bella.

El traductor le comunicó también lo que el rey quería decirle.

—Bienvenida sultana Hatice. Todos se preguntarán por ella. El motivo de su llegada es para contraer matrimonio con el príncipe Yi Moon.

El príncipe abrió sus ojos de par en par sin poder asimilar las palabras de su padre. 

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