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CAPÍTULO IV

Ya era demasiado tarde, pero Yeon Woo no había conseguido dormir ni un poco. Pensaba seguidas veces en el príncipe Yi Moon, en lo divertido que era y lo bien que se sentía con él. Se preguntaba constantemente si el destino les permitiría estar juntos. Como si el príncipe se le hubiera insinuado... Pero la inocente muchachita pudo percibir la calidez en su mirar, sus pupilas grandes y dilatadas cada vez que esbozaba cualquier palabra. No se aventuraría a acoger tales pensamientos de lo contrario.

De pronto escuchó un murmuro en una grave voz masculina.

—Yeon Woo, Yeon Woo.

Se apresuró a levantarse sin hacer el más mínimo ruido en medio de la espesa oscuridad. Caminó despacio para no despertar a su pequeña hermana con quien compartía la habitación. A tientas logró salir de ella y llegar al lugar de dónde provenía la voz; el patio trasero de su residencia.

¿Acaso estaba soñando? El Príncipe Yi Moon, estaba ahí. ¿Cómo había logrado entrar? No lo sabía, pero estaba en su casa, vestido de soldado. Miró detrás de él la pirca de piedras. Probablemente había saltado.

—¿Alteza? —cuestionó sin poder creérselo.

—Shh, despertarás a todos.

Entonces el apuesto príncipe parado frente a ella no era producto de su imaginación...

—Alteza ¿qué hace aquí? —murmuró.

—Ven, vamos.

Sin esperar respuesta sujetó la pequeña mano de Yeon Woo. Le ayudó a escalar el muro rústico con mucha delicadeza para luego caminar bajo la luna llena. Estaba muy grande, e iluminaba más que cualquier otra noche. ¿Sería cómplice de los jóvenes enamorados?

Las calles por donde decidieron transitar eran angostas y discretas. A esa hora de la noche ningún alma se atrevía a salir de su vivienda.

¿Por qué surgía tanta confianza y complicidad cuando apenas se conocían?

Ella no daba crédito al extraño suceso. De haber sido más sensata, ciertamente no permitiría siquiera que él le rozara alguna hebra de su cabello. Sin embargo, presa de sus peligrosas sensaciones osaba a corresponder de aquella muestra de afecto. Mientras él daba señales de estar acostumbrado a las caricias y otras actitudes impropias.

En un atisbo de inquietud, a Yeon Woo se le pasó por la mente preguntarse si él no estaba casado ya. ¿Cómo no lo estaría? Si realmente se tratase del futuro rey, ¿cómo no pues estaría ligado hacia una mujer? Generalmente en su quinceavo año, las mejores doncellas entraban al palacio para disputar su lugar junto a él.

—Yeon Woo —habló salvándola de sus dudas—, la razón por la que vine es para informarte lo que mi padre decidió en la mañana con los ministros.

La muchacha parpadeó repetidas veces para decir:

—Pero alteza, ¿debo yo estar al tanto de semejante información?

—Por supuesto que sí. Escucha, en la tarde nos informaron que yo no ascenderé al trono directamente.

Iban a doblar la otra calle cuando dos guardias los interceptaron. Al instante se soltaron las manos.

Había pasado el toque de queda, por lo que no estaba permitido que ningún poblador anduviese en la calle. Sin embargo, uno de ellos reparó en la vestimenta del príncipe.

—Todos estamos trabajando ¿y tú estás holgazaneando con una mujer?

—¿Qué? ¿cómo te atreves a hablarme así? —respondió el príncipe indignado.

—¡Qué cinismo!

Yi Moon iba a contestar pero Yeon Woo lo detuvo.

—Alteza —susurró señalándole su vestimenta. Evidentemente había olvidado su disfraz.

—Ah —siseó rascándose la cabeza—. Escuchen, yo no soy un guardia, soy el príncipe... —iba a decir que el príncipe heredero, pero recordó que ya no lo era.

Los dos hombres soltaron en carcajadas.

—Eres el príncipe —espetó el otro hombre—, y yo soy el príncipe heredero.

Una vez más iba a contestar, pero la joven lo detuvo.

—Disculpen, es un poco bromista. Lo que sucede es que no soy de aquí, y no conozco bien así que me perdí; mi señor me ayudaba a llegar a mi vivienda.

Después de mirarlos con recelo, uno de ellos dijo:

—Bueno, luego vuelve a tus labores.

Rápidamente la pareja caminó en sentido contrario. Moon volvió a tomar su mano.

—Alteza, será mejor que no sepan que nuestro príncipe salió de palacio.

—Tienes razón Yeon Woo.

—Mejor sígame comentando porque no ascenderá al trono.

—Porque mi padre ha decidido que mi hermano y yo debemos casarnos; el primero que tenga un hijo varón, subirá al trono.

No entendía muy bien sus palabras, pero lo único que captó fue: "mi hermano y yo debemos casarnos". Entonces para su dicha aún no estaba casado. Extrañamente.

—Entonces, ¿no seguirán la tradición?

—No. ¿Es entretenido verdad?

—Pues no lo sé alteza.

Yeon Woo intuía que eso afectaría a los hermanos. Su querido príncipe le había contado lo bien que se llevaba con su hermano menor, y temía que todo eso se fuera a destruir por una corona.

—Yeon Woo, ¿te casarías conmigo?

La pregunta sorprendió a la joven. ¿Te casarías conmigo?, ¿eso fue lo que dijo?

—¿Cómo dice alteza? —Se detuvo para verlo.

—Si te casarías conmigo.

De no haber sido porque él sostenía su mano, habría creído que estaba soñando.

—Alteza, pero yo...

—Ahora no me digas nada, te daré oportunidad de pensarlo.

El corazón de Yeon Woo latía rápidamente. Casarse con un príncipe, ¿podría ocurrir?

En el Palacio.

Era demasiado temprano cuando el príncipe Seung Jo se hubo despertado; se sentía muy cansado. Como no, si no había conseguido pegar el ojo en toda la noche. Estaba distante desde el día de anterior por la tarde, no dejaba de pensar en las palabras de la reina. Se preguntaba incesantemente con quien se casaría. Le dolía la cabeza de tanto pensar. Temía por lo que ocurriría en el futuro. No estaba preparado para casarse con una vil desconocida. La culpa lo tenía él por leer libros prohibidos de romance —inocentes por supuesto—, y atreverse a soñar con un amor así. No. En realidad, la culpa lo tenía su fiel eunuco, por regalarle todos esos libros en secreto de la reina. Creyendo él oportuno que su joven amo conociese más de la vida de un modo sutil.

Un anuncio lo volvió en sí.

—¡Atención! ¡La princesa Yi Jin Hwa!

—Que pase —indicó.

—Hermano —pronunció la joven en cuanto lo vio.

El rostro de su hermana menor lucía muy distinto al de costumbre, ahora estaba decaída, no mostraba aquella expresión vivaz propia de ella.

—¿Cómo estás princesa?

—Hermano, ya me enteré de la repentina decisión de nuestro padre. No luces bien. ¿Estás preocupado verdad?

—Así es, realmente me preocupa esta situación.

—A mí también.

—¿A ti?, ¿por qué?

—Mis hermanos se casarán, ¿tendré que compartirlos con dos princesas más?

—Princesa. —Sonrió—. El amor que te tenemos, será siempre el mismo, nunca cambiará.

—Espero que sea de ese modo.

En el Imperio otomano

La sultana Hatice se bañaba con ayuda de su sirvienta Gulsen. Estaban cubiertas con una tela desde el pecho hasta las rodillas. De tal modo se bañaban en el harén.

En seguida llegó a los baños la sultana Epsún hermana mayor de Hatice.

—Epsún, que bueno tu compañía. —Sonrió

—Hatice, hoy te ves resplandeciente. —Se sentó junto a ella y su sirvienta le echó delicadamente agua tibia.

—¿Sólo hoy?

—Por supuesto que todos los días.

Las dos rieron. Hatice se atrevió a decir, tomando la mano de Epsún:

—Hermana hay algo que debemos hablar.

—¿Ha ocurrido algo malo? —Levantó la mano dándole entender a su criada que se alejara junto a la criada de Hatice.

—Aún no, pero va a ocurrir si no hacemos nada para impedirlo.

—Cuéntame qué ocurre —pidió preocupada.

—Se trata de Selim.

—¿De Selim? ¿Qué ocurre con el príncipe? ¿Acaso está enfermo?

—No.

—Gracias a Alá. ¿Entonces?

—Epsún, ¿has pensado en algún momento que pasará cuando el sultán muera?

—Bueno, Selim será nombrado sultán.

—Eso es, ¿y te has preguntado qué pasará con nosotras?

—No entiendo. —Ladeó la cabeza.

—¡Epsún! ¡nos despojarán!

—¿Pero cómo llegaste a tan aterradora conclusión?

—Así sucederá, ¿no lo sabes? El príncipe Selim y la sultana Gevherhan nos odian por ser hijas de la sultana Ayse.

—¿Pero de qué hablas Hatice? Nuestro hermano Selim y nuestra hermana Gevherhan poseen magnanimidad en sus corazones, siempre han sido buenos conmigo y nos hemos llevado muy bien desde pequeños, nos tenemos cariño, somos hermanos.

—Eso es porque tú haces lo que ellos quieren.

—No. Es sólo que tú y nuestra madre siempre les han hecho la vida imposible a Selim, a Gevherhan y a su madre la sultana Armin.

—¿Acaso estás de su lado? —Prácticamente la fulminó con la mirada—. Deberías apoyar a nuestro hermano Boram, que nació del vientre de nuestra propia madre. Él debe convertirse en sultán.

—Pero Hatice, Boram no es el príncipe de la corona, por lo tanto, no le pertenece el sultanato.

—Epsún, ¿acaso eres tonta? Selim y Gevher...

Hatice no terminó la oración porque tenían compañía; la sultana Gevherhan acababa de ingresar a los baños en compañía de su fiel criada.

¿Habría escuchado todo?

—Sultana Epsún, sultana Hatice —saludó la recién llegada. A pesar que eran medias hermanas, mantenían siempre la formalidad y protocolo que el sultanato exigía.

—Sultana —respondieron las dos en coro inclinando ligeramente la cabeza.

—Lo siento, pero no pude evitar escuchar lo que hablaban.

—Sultana te ofrezco mis disculpas —se apresuró Epsún avergonzada.

—Tranquila Epsún, sé que no eres parte de esto, sin embargo, ¡Hatice! —farfulló— ¿Cómo puedes hablar de tal modo? ¿Acaso planeas algo contra Selim?

—¿De qué hablas hermana? ¿Acaso crees que puedo atentar contra mi propio hermano?

—Hatice, lo escuché todo, no te atrevas a negarlo.

—Es verdad. —Se puso de pie intentando estar a su altura, aunque su hermana le llevaba más centímetros—. Estoy segura que van a deshacerse de nosotras y de Boram cuando Selim sea sultán.

—Hatice, eso nunca pasará, son nuestros hermanos. Selim jamás seguirá con la cruel tradición de deshacerse de los príncipes, incluso si tuviera un heredero. Ama tanto a Boram que jamás osaría en tocarle un solo cabello.

Gulsen, la criada de Hatice, interrumpió la conversación.

—Sultanas, me avisan que su padre el sultán las invita a comer. Toda la familia real estará reunida.

—En seguida vamos —respondió Epsún, mientras Hatice y Gevherhan se miraban fijamente.

En la dinastía Joseon.

—Majestad le traigo nuevas noticias. —El consejero real y amigo del rey se inclinó ante su presencia trayendo consigo las buenas nuevas.

—Dime. —El monarca se llevó una mano a la barbilla presto a escuchar.

—En la dinastía Ming, el emperador aún no ha realizado ninguna hazaña, quizá esté preparando su ejército.

—¿Y qué hay de otras dinastías?

—He recibido noticias del Imperio otomano a cuales a sus guerreros los llaman los bárbaros. Han realizado grandes hazañas y han conquistado muchos reinos.

—¿Peligramos?

—Aún no han dado señales de levantarse contra nosotros, sin embargo, si lo hacen sería fatal, su ejército nos supera en número.

—Entonces deberíamos hacer alianza.

—Sí, así es Majestad.

—¿Qué tienes en mente?

—Creo que uno de nuestros príncipes debe contraer matrimonio con una de las hijas del sultán.

El rey arqueó una ceja. ¿Unir a uno de sus preciosos hijos con una extranjera? Eso no estaba permitido. Pero no había nada de malo agregar nuevas costumbres que beneficien su reino.

—¿Cuántas hijas tiene?

—Cinco hijas, tres de ellas en edad casadera.

Si había alguien realmente eficiente en el palacio, ese era su consejero.

—¿Permitirá aquel sultán que una de sus hijas contraiga matrimonio con alguno de nuestros príncipes? ¿No le es más conveniente unir a su descendencia con la aristocracia musulmana.

—Ciertamente es así, pero podemos persuadirlo para aliarse con nuestra nación.

El rey lo meditó por unos instantes. Una extranjera dentro del palacio podría ser de gran inconveniente; adaptarla a sus costumbres y tradiciones sería tedioso. Lo máximo que había entrado a la casa real eran princesas de la dinastía Ming. Sin embargo, una alianza con el gran imperio otomano traería grandes beneficios. Ninguna otra dinastía se atrevería a siquiera intentar invadir su territorio. Aquel sultán era mucho más poderoso que el emperador de Ming, el más grande emperador del oriente.

—Bien, entonces enviaré a la reina a escoger la esposa. Ella está instruida en costumbres extranjeras, sabrá desenvolverse con sabiduría. Escribe una carta anunciando su visita.

—Sí majestad, pronto se la traigo para ponerse su sello.

En las afueras del palacio.

Yeon Woo lavaba su ropa en el río con ayuda de su pequeña hermana Min Hwa. Estaba pensativa dándole vueltas al mismo asunto, ¿sería posible que se case con un príncipe? Una voz aguda la trajo en sí.

—¡Yeon Woo! —gritó su hermana.

—¿Qué ocurre Min Hwa? —Se giró hacia ella

—Te preguntaba donde pongo esto. — Cogió la ropa húmeda.

—En uno de los canastos que trajimos.

—¿Ocurre algo hermana?

—No es nada, tranquila.

Siguieron lavando, luego de un momento llegaron las dos hermanas mayores.

—Yeon Woo, ¿ya terminaron? —preguntó la mayor de las cuatro.

—Ya casi, sólo faltan algunas prendas —respondió.

—Min Hwa coge aquel canasto para marcharnos. Yeon Kyeong ayuda a Yeon Woo.

Yeon Seol y la pequeña Min Hwa regresaron a casa llevando algunos canastos con ropa limpia. Yeon Woo esperó que sus hermanas se alejaran para contarle a su hermana lo que sucedió con el príncipe.

—Yeon kyeong, tengo algo que contarte.

—Dime —dijo mientras se inclinó a la orilla del río para empezar su labor.

—Ayer en la noche vi al príncipe.

—¿Cómo dices? —La miró asustada.

—El príncipe fue a buscarme a casa, seguro estabas dormida por eso no lo escuchaste.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Y de qué hablaron?

—No lo vas a creer, pero me preguntó si... —dudó en decirlo.

—¿Qué? ¡Dime!

—Si me casaría con él —titubeó.

La joven estaba realmente sorprendida incluso cubrió su boca con las manos. ¿Estaba hablando en serio? ¿Acaso su hermana no lo soñó? Inmediatamente sus dudas se disiparon. Una voz gruesa mencionó el nombre de su hermana. Volteó y no lo pudo creer, realmente el príncipe estaba ahí, lo sabía porque tiempo atrás lo conoció cuando paseaba con su padre el rey en un anda.

En el Palacio.

Para disipar sus problemas, el príncipe Seung Jo decidió cabalgar sobre su caballo preferido. El viento que soplaba sobre su rostro cargado de adrenalina, lograba distraerlo de cualquier preocupación.

Entre tanto no muy lejos de ahí.

—¿Cómo dices? ¿Acaso te has involucrado con aquel erudito? —preguntó una de las tres doncellas que solían visitar el palacio. Las amigas de la princesa.

—No, él no me merece. Mis ojos están puestos en el príncipe Seung Jo.

—De nada sirve, él no te corresponderá.

—¿Acaso adivinas?

—Podrías utilizar brujería. He escuchado de un lugar secreto donde realizan rituales.

—Pero ¿qué dices? —Se escandalizó—. ¡Cómo es posible que una noble hija de un ministro piense en visitar dichos lugares!

—De seguro quieres ir. ¿Tú qué piensas Kim Ji Sun?

La joven ni siquiera había escuchado lo que conversaban sus dos amigas. Desde que se enteró que su querido príncipe Seung Jo debería casarse, no dejó de pensar que ella era la indicada para ser su esposa. Desde que lo vio tocando el laúd no se había ido de sus pensamientos.

—¡Ji Sun! —insistió su amiga.

Le hizo sobresaltarse.

—¿Qué sucede?

—¿Estás enfadada por la actitud de la princesa?

—¿Ah? Sí, eso es —mintió.

—La princesa está preocupada por sus hermanos, así que no te enfades mucho.

Ji Sun se limitó a sonreír sin ánimos.

—¡Miren doncellas, el príncipe Seung Jo! —mencionó una de las jóvenes.

Ji Sun levantó la mirada, evidentemente ahí estaba. Su amado montaba a caballo y, a causa de él su corazón latió rápidamente, incluso sintió un frío aire recorrer su estómago.

El príncipe bajó de su caballo justo delante de ellas que se encontraban a lado del eunuco Tankishei. Se inclinaron rápidamente a la cual el príncipe correspondió con un ligero saludo.

Ella estaba demasiado nerviosa. Sintió como todo lo que había consumido se revolvió en el estómago, hasta tuvo mareos que la hicieron tambalear obligándole a perder el equilibrio. Felizmente el príncipe la sujetó hábilmente ante la mirada atenta de todos.

—Muchas gracias alteza —pronunció temblorosa.

—¿Te sientes bien? —preguntó con amabilidad, aun sujetándola en sus brazos.

—Si... sí alteza.

—Lleva a la señorita con el médico —se dirigió a uno de los guardias.

—Si alteza —respondió su sirviente tomando a la joven.

Acompañados de sus dos amigas caminaron en dirección opuesta al príncipe.

Ji Sun se detuvo y dio vuelta a ver con anhelo a su soñado príncipe acompañado de su fiel eunuco.

En el Imperio otomano.

El sultán, consortes e hijos se habían reunido en el salón principal para comer con él. Hatice y Gevherhan se miraban de vez en cuando teniendo en mente su áspera conversación en los baños. Selim y Epsún escuchaban atentamente lo que su padre decía. Boram jugueteaba con su cubierto, en tanto los niños más pequeños mostraban su graciosa cara de aburrimiento.

—Me gusta realmente reunirme con ustedes, espero que se repita —habló el sultán—. He decidido que enviaré a Selim a gobernar en Manisa y como saben, la sultana Armin deberá acompañarlo. ¿Estás de acuerdo príncipe? —preguntó como si fuese a cambiar de opinión con su negativa.

—Por supuesto que sí padre —respondió Selim. De hecho, no había otra alternativa.

Hatice y su madre sonrieron, con la partida del príncipe tendrían facilidad de ejecutar su plan. De seguro Gevherhan querría acompañar a su madre. Todo salía de maravilla.

El sultán habló nuevamente.

—Estoy muy agradecido con Alá por mis hijos. Por mi primogénita Gevherhan. Cuando recibí la noticia de Armin, que sería padre, estuve muy ansioso por tu nacimiento. —Clavó sus azules ojos en ella—. Fue un parto complicado, pero estaba muy feliz. Aquel día recuerdo cuando entré y la doctora real me dijo: "Le ha nacido una sultana". Mi corazón se invadió de alegría, entonces te di el nombre de Gevherhan, rosa de primavera. Alá te guarde querida mía.

—Amén, gracias padre.

Hatice no pudo dejar de expresar su molestia.

—Agradezco también por mi segunda hija, mi querida y noble Epsún. Tu paciencia y bondad te harán grande. No pude evitar llenarme de alegría al escuchar que mi adorada esposa Ayse me haría padre por segunda vez. Lo primero que observé cuando naciste fueron tus hermosos ojos. Alá te guarde hija mía.

—Amén, gracias padre.

La sultana Ayse sonrió observando la reacción de Armin quien con las justas sonreía. Las dos eran grandes rivales desde que pusieron un pie en el palacio. Y probablemente lo serían hasta la muerte.

—Ahora agradezco por mi tan esperado hijo varón Selim, el príncipe de la corona. Mi hijo amado, tu valentía y compasión te convertirán en un gran sultán y tu nombre quedará marcado en la historia. Cuida de tu madre y tus hermanos, nunca te olvides de ellos. Alá te de larga vida príncipe.

—Amén, larga vida al sultán —dijo el joven.

Gevherhan y la sultana Armin miraron a la sultana Ayse y Hatice, encontrando una expresión reacia en las dos.

—Ahora agradezco por mi preciosa y amada Hatice. Luz de mis ojos, corazón mío, mi vida, mi amanecer, mi alma. Tu perseverancia y tenacidad te harán conseguir todo lo que desees hermosa hija. Alá te guarde.

—Amén, muchas gracias amado padre.

Entonces fueron Hatice y su madre quienes observaron a Gevherhan y su madre con mirada victoriosa.

—Agradezco igualmente por mi segundo hijo varón Boram. Tu llegada regocijó a tu madre y a mí. La sultana Ayse padeció en su embarazo lo que provocó que se afligiera mi corazón, sin embargo, cuando naciste todo lo sufrido se esfumó. Alá te guarde querido Boram.

—Amén, gracias padre.

—Ahora deseo agradecer por mi sexta hija la sultana Narim tan radiante como el sol, mi pequeña sultana de cabellos dorados hija única y amada de Cansún, que crezcas en compañía de Alá.

La pequeña sólo sonrió, fue su madre aún joven quien agradeció al sultán.

—Quiero agradecer por mi tercer hijo varón el pequeño príncipe Mustafá, Alá te guarde.

—Amén —dijo la madre de éste, la sultana Fatma.

—Finalmente agradezco por mi última hija la sultana Nur —dijo mirando a la pequeña quien se encontraba en los brazos de la sultana Fatma su madre.

Hatice seguía pensando en su plan, aún no lo tenía definido, pero estaba segura que no permitirá que su hermano Selim se convirtiese en Sultán.

En las afueras del palacio de la dinastía Joseon.

A una pequeña distancia de su hermana y Shim Sn el eunuco, Yeon Woo conversaba entretenidamente con el príncipe.

El hombre le hizo algunas preguntas a Yeon Kyeong a las cuales ella respondía educadamente sin dejar de mirar a la pareja. No solo porque debía proteger la integridad su hermana, sino porque aún no lograba concebir el hecho que realmente el príncipe de la nación hubiese puesto su mirada en ella; por supuesto Yeon Woo atraía la mirada de los hombres con su natural belleza, pero su posición social no era muy apremiante. ¿Qué esperaría su alteza con ella? No podía dejar de estar preocupada puesto que no tenía del todo claro las intenciones de él. Casarse con ella podía ser más que un maquiavélico engaño para robar su virtud.

El príncipe miraba embelesado a Yeon Woo. Mientras más conversaba con ella, más le gustaba su manera de ser.

—Alteza, ¿cómo supo que estaba aquí? —preguntó ella.

—No te lo puedo decir.

En realidad, envió a Shim San que averigüe donde se encontraba.

—Yeon Woo, ¿quieres conocer el palacio?

—Alteza, sería un privilegio.

—Cuando nos casemos vivirás ahí, serás la princesa más hermosa.

—Alteza, no creo que le permitan casarse conmigo.

—Yeon Woo, mi padre comprenderá que no querré casarme con alguien más si no es contigo.

Ella solo pudo sonreír, quería, necesitaba creer las palabras de su adorado príncipe, pero le costaba un poco.

En el palacio.

La reina se encontraba con la princesa enseñándole a tejer. No comprendía su falta de habilidades en las artes manuales que toda mujer debería saber. Ella siempre había sido destacada en distintas disciplinas, pero su hija parecía tener las manos de piedra. Al menos tenía el orgullo de poseer a su segundo hijo quien se esforzaba en todas sus tareas.

—Princesa no te apures tanto, hazlo con cuidado.

—Madre ya me cansé. —Soltó un bufido.

—Princesa debes ser paciente.

El consejero real interrumpió pidiendo audiencia con la reina para informarle que su marido la esperaba en sus aposentos. No tuvo más que suspirar en por tan solo pensar en lo que se le habría ocurrido.

—Sigue practicando —se dirigió a la princesa.

—Si madre real.

Moviendo delicadamente sus ostentosas ropas caminó hacia las cámaras reales.

—Majestad. —Inclinó la cabeza.

—Adelante reina, siéntate.

La reina le sirvió el té a su esposo con suma galantería.

—¿Cuál es el motivo por el cual me llamó majestad?

—Reina, ya sabes que nuestros príncipes deben contraer matrimonio lo antes posible.

—Si Majestad, ¿acaso ya encontró alguna candidata?

—Así es, la tengo.

—¿De quién se trata?

—Aún no lo sé, tú te encargarás de elegirla.

—¿Cómo dice?

—He escuchado rumores del imperio otomano, y de su gran poder, si deciden levantarse contra nosotros, será nuestra perdición, por ello he decido formar alianza con ellos. Debes escoger una nuera entre las hijas del sultán Mehmet.

—Majestad, ¿escogeremos una nuera de otra dinastía?, ¿con otras costumbres y creencias?

—No es lo que tenía pensado pero debido a la situación es mejor hacer lo correcto.

—Comprendo majestad.

—Bien, dado que conoces sus costumbres, irás personalmente y traerás una joven.

—Entiendo majestad, si así lo ha decidido, iré.

—Partirás mañana mismo.

—De acuerdo, sin embargo, aún no me ha dicho para cuál de los príncipes será la princesa otomana.

—Pienso que lo correcto es que el príncipe Yi Moon se case primero, por lo tanto, la joven será para él.

—Estoy de acuerdo majestad.

—¿Y para nuestro segundo príncipe?

—Aún no lo he pensado.

—Propongo a la hermosa hija del primer ministro, la señorita Kim Ji Sun.

—Lo tendré en mente.

Ambos padres ignoraban que en el corazón de su hijo mayor ya había una escogida como esposa.

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