3: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad
—Ahí está todo el papeleo, los pasajes y lo necesario para irnos de una vez —habló con un tono muy serio, como lo haría con un compañero de los suyos, como si minutos atrás no hubiéramos estado revolcándonos en la cama.
—Quedamos en que no sería aún —refuté—. Tengo familia acá, no puedo irme así porque sí, al menos no tan rápido.
—Con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, hay un cambio de planes y tengo que adelantar el viaje —dijo sin mirarme directamente, dispuesto a salir al balcón.
—¿Qué está pasando entonces? —indagué.
—Lo suficiente como para que haya ido por cigarrillos —respondió, antes de deslizar la puerta que daba al balcón.
Ambos habíamos dejado el tabaco desde mi embarazo. Daichi se había llegado a refugiar en la goma de mascar de nicotina para que esta le facilitara el proceso, pero verlo recaer captó mi atención.
Desde que nos conocimos, tuvimos siempre una manía extraña, pararnos, mirar a la nada fumar y conversar sobre lo mal que nos trataba la vida.
Pero últimamente nos habían pasado solo cosas buenas, así que esas conversaciones no eran necesarias hasta ese momento.
Caminé hasta la puerta y toqué el cristal. Él vestía solo con su bóxer y se había colocado un abrigo al salir. Pero hacía frío suficiente como para que no debiera estar en el exterior. Abrí, recibiendo un golpe de aire brutal.
—No quiero quedarme viuda sin casarme aún. Apaga esa porquería y entra —le ordené—. Vamos a hablar.
Daichi, sin ser muy expresivo, apretó el cigarrillo con la pared antes de arrojar los restos.
—Ven acá —pidió él, antes de acercarse a mí, tirar de mis manos y llevarme hacia afuera. Se fue tras mi espalda y me rodeó en sus brazos antes de que yo pudiera ser capaz de quejarme de la temperatura.
—¿Qué puede ser tan malo que te haga fumar? —pregunté—. ¿Tan malas están las cosas?
—Sabes que al estar conmigo tienes que entender que debo cumplir con una obligación y ha llegado el momento. No puedo dejar mi cargo porque sí.
—Lo sé, pero también tienes una familia que...
—Te voy a ser sincero —interrumpió—. Te tengo a ti y a nuestra hija, y es razón suficiente como para querer regresar a Tokio lo antes posible. Tenemos a un grupo cerca, acechando —habló en voz muy baja, justo como se expresaba cuando lo conocí, con ese aire misterioso que lo hacía atrayente—. Sin embargo, no te voy a obligar. Si no deseas ir, buscaré protección, siempre tendrás dinero a la mano y vendré cada vez que pueda. Pero te confieso que no podría dormir tranquilo.
—¿Nosotras estamos en peligro?
Lo escuché respirar profundo.
—Si intentaron raptar a Monica, entiendo que sí, también estás en peligro —soltó sin mucho tacto.
No me gustaba escuchar eso y fue cuando por primera vez entendí a mi amiga. Cuando tienes un hijo todo cambia, te dejas de preocupar por tu vida, y siempre que surge una amenaza lo primero que piensas es en qué harás para cuidar de tu criatura.
—¿Qué tenemos que ver con Monica?
—La pregunta sería: ¿qué tengo que ver con los problemas de Tanaka? —dijo él, un tanto cortante—. Hicimos cosas muy jodidas en un pasado, de las que no estamos muy orgullosos. Vamos adentro, te contaré —dijo, pasando sus manos con dulzura por mis brazos, hasta llegar a mis manos y apretarlas entre sus puños.
—Oye... Me conformo con la clase de hombre que eres hoy —respondí, apretándolo para que no se alejara. No quería volver adentro y escucharlo hablar de problemas, quería respirar aire fresco con él un rato más.
—La luna está hermosa —susurró, comprendiendo que yo no quería entrar, al menos no por el momento. Porque bajo la luz de la luna, y rodeados por la iluminación de la ciudad, siempre meditábamos sobre cuán mierda podía ser la vida a raíz de nuestras acciones de mierda.
*****
Daichi, a pesar de lo que le había dicho, llegó a ser bastante sincero, siempre buscando la forma de decirme lo necesario: lo suficiente como para alertarme, pero sin pasarse de la raya para no asustarme, pero siendo lo bastante convincente para que decidiera irme con él.
****
No fue sencillo para mí volver a desligarme de mi padre, pero fue algo que tuve que hacer con todo el dolor del alma antes de marcharme con mi prometido hacia el otro lado del mundo, sin saber lo que me depararía.
—Esta vida conlleva ciertos sacrificios —comentó, sin mucha expresión, siendo un vivo ejemplo del estereotipo japonés, el hombre que rara vez muestra emoción alguna.
—Sí claro, entiendo. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
—¿Eso lo escuchaste en alguna película? —Daichi frunció.
—Me sorprende que no la conozcas.
—Lo mío es el cine japonés. Últimamente los occidentales no hacen otra cosa que películas de superhéroes. De hecho, por casualidad, ¿lo que has dicho no es de una película de esas?
—Touché. —Mordí mi labio inferior, lo observé de reojo y él dejó escapar una sutil sonrisa, la que amé. Sus expresiones y palabras de amor eran raras, pero sabía que el cariño estaba ahí, latente entre nosotros. Lo veía en momentos como este, en el que ambos, con nuestra hija en brazos, nos dirigimos a lo desconocido, pero juntos.
****
En un principio, llegamos al país nipón como lo haría cualquiera. Aunque, desde cierto punto toda la burocracia fue un tanto estresante. Siempre hubo su habladuría y miradas de soslayo como si me hubieran reconocido.
¿Cómo no? ¡Si se habló de mí en las noticias y la internet! Fue como volver un año hacia atrás, pero allí estuvo él, con su rostro sereno y con todo bajo control.
****
Salir de esa fue reconfortante, tanto como volver a ver las coloridas calles de ese país, donde podías ver criaturas animadas en sus carteles y de fotos de hombres guapísimos por doquier, un color que en los Estados Unidos no se veía. Aunque la alegría de las calles no se reflejaba del todo en sus ciudadanos.
Habíamos sido recogidos por un hombre que nos había estado esperando con una cara tan larga como la que Daichi llevaba siempre. Solo que al verlo, este lo recibió con una entusiasmo tremendo, y con una educación que no parecía ser propia de un criminal. Eso denotaba la posición de poder tan grande en la que se encontraba mi prometido. No sabía si sentirme orgullosa o asustada.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Daichi, mientras movía un animalito de peluche que colgaba frente a nuestra pequeña en su cart seat.
—No lo sé. ¿Nerviosa? —Encogí los hombros—. No sé qué mosco te picó al decir que este sería mi regalo de Navidad.
Mi prometido carraspeó.
—Lo que esté pasando con la familia Kurokami es independiente a lo que tenemos nosotros. No afectará nuestra relación, ni tu navidad, lo prometo —respondió, de nuevo con aquella pequeña y rara sonrisa, esa que me hacía amarlo más—. Sé lo importante que son esas fechas para ustedes los occidentales.
—Te creo —respondí, también sonriéndole, mientras coloqué mi mano sobre la suya, rodeando el pequeño animal de peluche que pertenecía a lo mejor que nos había pasado en la vida, el producto de nuestro amor. Porque podía dar fe de que cuando Daichi prometía algo lo cumplía, mi propia vida era prueba de eso.
****
El viaje iba siendo largo, en el que me concentré en ver las luces de navidad que adornaban los diferentes negocios de la ciudad, que aunque en algunos lugares eran tímidas, en otras no tenían nada que envidiarle a la decoración en los Estados Unidos.
—Pensaba que ustedes no celebraban la navidad como nosotros...
Al darle la cara, él estaba ocupado con su teléfono. Y aunque pensé que le molestaba con sus tonterías, luego se llevó el aparato al bolsillo como si nada hubiera pasado, aunque su semblante era uno de preocupación.
—¿La navidad? Bueno, acá la connotación es distinta. No es una celebración religiosa como allá en America. Aquí, al dueño de un lugar se le ocurrió poner unas decoraciones, a los demás les pareció lindo y lo adoptaron como costumbre.
—¿Solo por eso?
—Bueno, eso es lo que dicen.
****
La ciudad poco a poco iba mermando en su esplendor a la vez que nos íbamos adentrando a un área mucho más rural y más alejada de la sociedad, hasta que comenzó a sentirse solitario, lo suficiente como para que el corazón se me quisiera salir por la garganta.
—No pasa nada —aseguró Daichi al notar mi reacción.
Confiaba en él, aunque no lo hacía en el hombre que nos conducía por aquel camino tan solitario. Y por más que él me lo repitiera, y yo tratara de hacer hincapié de esto en mi cabeza, fue inevitable no sentir terror al ver cada vez más autos que iban y venían y que eran de aspecto sospechoso.
—¿Dónde estamos? —indagué tan pronto vi que esos vehículos provenían de una inmensa casa en un amplio terreno en medio del bosque. Como si fuera sacada de alguna de esas antiguas películas asiáticas, rodeada hasta más no poder de más de esos hombres, algunos vestidos de forma muy colorida y otros con la misma elegancia que siempre acompañaba a Daichi, pero de igual manera todos deteniéndose al vernos llegar.
A pesar de lo que había pasado con Daichi, no tenía buenos recuerdos de esta gente en general, así que lo primero que hice fue mirarlo, esperando una respuesta de su parte.
—Pensé que nos dirigíamos al bosque porque iríamos a algún hotel, pero no pensé que me traerías a este lugar tan turbio —reclamé, entre dientes.
—¿Y qué pensabas? ¿Qué te llevaría a algún templo? No soy un monje, soy un yakuza, Lucy, y en estos momentos, este es el lugar más seguro para ti.
****
Mi corazón palpitó fuerte con cada paso, al ver que el lugar estaba lleno principalmente de hombres, que aunque bajaban sus cabezas al ver a su Wakagashira pasar, me veían de reojo, como si yo me tratara de un bicho raro.
Lo peor fue cuando la puerta corrediza principal de aquella casa de aspecto antiguo, fue abierta por el propio Daichi y entramos a lo que parecía ser la sala principal. Aquí se aglomeraban más hombres, los que murmuraron entre sí al verme.
No entendía nada, pero sé que se hablaban de mí pues se referían a un gaijin y yo era la única extranjera en ese lugar.
No obstante, eso no me importó. Cuando realmente apreté a mi bebé entre mis brazos, fue cuando la figura central en la habitación, un anciano, al que ya reconocía, se puso de pie, sorprendido, o más bien, decepcionado, por verme allí.
Él se puso de pie con el rostro arrugado.
—¿Qué hace esta gaijin aquí? —preguntó cortante y ante la mirada de aquellos criminales me sentí distinta, vulnerable y asustada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro