2: Regalo de Navidad
—Te necesito —soltó él.
Pocas veces Daichi había sido directo en su forma de demostrar cariño. Yo tendía a compararlo con los héroes de acción, esta clase de tipos rudos que salen en las películas, esos que se pelean con el mundo y no eran muy expresivos. Así que escucharlo confesar necesidad quería decir que algo importante estaba pasando.
Él se inclinó y de inmediato besó mi cuello, no una vez, lo hizo varias veces mientras paseó con sus manos por todo mi cuerpo, sin dejar un rincón sin ser visitado por sus dedos.
—Estás actuando raro, ¿quieres hablarlo? —insistí.
—Quiero follarte —respondió sin disfrazar sus deseos con alguna babosada. No, él iba directo al grano y era algo que apreciaba en él, su sinceridad—. Pero si no quieres, está bien, regresaré al baño y...
Luego de que yo diera a luz, la acción entre nosotros disminuyó. Sin embargo, no entendía si era por lo ocupado que él había estado, pero en todo momento fue paciente. Tanto que mi cuerpo empezaba a extrañarlo.
—¿Me he negado? —Sonreí, enganchando mis brazos alrededor de su cuello.
Generalmente, una petición así de abrupta me hubiera parecido incómoda, pero con él era distinto. Daichi no era un hombre ejemplar, era un criminal, de hecho, uno de mucho poder entre los suyos. Conocía gran parte de su pasado y las cosas que había llegado a hacer, no solo por mí. Tampoco nos habíamos conocido en las mejores circunstancias, pero entre sábanas era un amante exquisito y su comportamiento conmigo era el de un caballero en todo el sentido de la palabra.
Lo amaba con locura, así que su petición no logró otra cosa que no fuera desearlo tanto como él a mí.
Tiré, sosteniéndome de su nuca. Daichi se arrojó, cayendo clavado en mi boca con agresividad. Su lengua se entrelazó con la mía y una de sus inmensas manos fue recorriéndome completa hasta que encajó sus dedos al elástico de mi short el que fue bajando poco a poco, dejando mis bragas en su lugar.
Su toque subió y resultó un tanto doloroso cuando rozó su palma sobre mis pechos. Luego del parto estaban sensibles, lo suficiente para él lo notase y separara sus labios de los míos.
—Estás húmeda —señaló y observó mi blusa. Al verla, noté que sí, mis senos habían humedecido mi ropa y no sentí otra cosa más que vergüenza. El parto había provocado muchos cambios y mi pecho particularmente estaba muy sensible durante el periodo de lactancia, haciendo que algunas veces la leche materna simplemente saliera, así porque sí.
—Lo siento, lo siento, ahora voy, me lavo y trato de colocarme algo para que no vuelva a ocurrir. Yo... —intenté excusarme, lo empujé hacia un lado que intenté pararme de la cama, pero Daichi repentinamente me sujetó del brazo tiró de mí haciéndome aterrizar de nuevo sobre el colchón. Aprisionó mi cuerpo con el suyo y me observó a los ojos, de esa forma que siempre me cortaba la respiración.
—Desconozco si aún tienes la mentalidad que llevabas en tu matrimonio, pero a mí no me pidas disculpas por algo natural —dijo, apretando con suavidad uno de mis senos, los que dolían al mis pezones rozar con la seda humedecida de mi blusa.
—Es que pensé que te daría asco, no lo sé... yo...
—No digas estupideces —me interrumpió y se inclinó para dejar un rastro de besos a lo largo de mi cuello.
Yo hacía el intento de hablar, pero cada pequeño toque de parte suya me daba un cosquilleo que me recorría como electricidad, lo que hacía que se me nublara la mente y las palabras no salieran con claridad. Pero cuando sus manos y su boca se aventuraron demasiado, no protesté, pero sí me sorprendí bastante.
—Oye, pero... ¿qué haces?
Él esbozó una sonrisa minúscula, agarró los tirantes de mi blusa y tiró de ella hacía abajo, exponiendo mis sensibles y mojados pechos, los que mi japonés observó con deseo.
—Eres una tonta al pensar que podría sentir asco de tu cuerpo en algún momento —expresó, no sin antes sujetar una de mis tetas y lamerla, sin importar el líquido que escapaba y que pensaría dañaría nuestro momento. Al contrario, él, de manera muy efusiva, se dedicó a limpiar cada rincón y a disfrutarlo como si su lengua se encontrara con el mayor de los néctares.
—¿Te has vuelto loco? —pregunté con dificultad. Mi respiración estaba lo suficientemente pesada como para poder pensar.
Mis dedos apretaban su abundante y lacio cabello oscuro.
—Supongo que sí, un poco...—respondió en voz baja, como era común en él. Algunas veces apenas se le escuchaba—. Desde que te conocí me he visto haciendo cosas que pensé que jamás haría...—continuó, mientras poco a poco fue bajando, deteniéndose en mi vientre—. Por ejemplo, nunca me sentí merecedor de una familia.
—Te entiendo —dije.
Tras una efímera mirada de su parte, este regresó y continuó el toque de sus labios recorriéndome hasta llegar el área tan sensible que moría por sentirlo.
Daichi me tomó de las piernas y separó mis muslos antes de inclinarse sobre mi monte y sorprenderme con su lengua.
Aún llevaba las bragas puestas, y estas se humedecían poco a poco. No solo por la reacción de mi coño, sino también por la saliva que mojaba mi entrada que llegaba tibia y en segundos se tornaba fría.
Quería sentir su lengua directamente. Pero él sabía hacer las cosas. Se tomaba su tiempo. La punta de su dedo trazaba mi hendidura y la propia tela hacía que la sensación fuera aún más fuerte y que por ende necesitase aún más.
—Por favor... —musité, cargada de deseo.
—¿En qué piensas? —indagó, de nuevo con esa frágil sonrisa, que me calentaba más de verla.
—Quítame las putas bragas —rogué.
Él, sin darle más largas, tiró del elástico y las bajó para inclinar el cuello hacia el frente y entregarse en lamidas sobre mi coño. El toque de su lengua entre mis labios vaginales era aún más electrificante que sus toques a lo largo de mi piel. En especial, porque verlo devorarme de esa forma, era interesante, y la visión más erótica que había presenciado. Esas ganas, ese ahínco en saborearme, provocaban algo inefable que se podía traducir en que era su mejor forma de demostrar su amor hacia mí.
Él presionaba mis muslos para abrirme más, mientras se comía mi coño de forma casi agresiva, hasta que él finalmente no pudo más. Se separó de mi sexo no sin antes dejarlo humedecido con un escupitajo.
Sus intenciones eran claras, y más cuando lo vi de rodillas sobre la cama, frente a mí, liberando su polla, la que comenzó a masturbar al observarme abierta para él.
Su cuerpo escultural, marcado de tatuajes y cicatrices, se veía como una obra de arte frente a mí, siendo su miembro una parte más de esa pieza tan agradable para la vista, la que debía contar una historia que yo estaba segura no conocía por completo.
Cuando pensé que era imposible no desearlo más, él se acercó, colocando su miembro muy de cerca, insertando solo la punta entre mis labios hinchados y ansiosos.
No podía dejar de mirarlo al sentir la deliciosa fricción de su glande sobre el punto más sensible de mi clítoris, el que hacía que mi entrada se sintiera vacía, deseosa de tenerlo dentro.
El japonés dobló el cuello y de lejos dejó caer otro escupitajo que cayó directamente en su pene, antes de comenzar a insertarlo, el que fue entrando con suavidad, regalándome una sensación intensa que extrañaba y añoraba.
Mi amante silencioso tiró de mi cintura y con una fuerte embestida me penetró hasta lo más profundo.
Solté un gemido, lo sujeté y mis uñas se clavaron en su muñeca.
—Si duele, avísame —advirtió, pero tras mi silencio, él volvió a tirar de mí, ganando movimiento y velocidad.
Se inclinó, haciendo que mi espalda quedara plana sobre la cama. Así fue como terminó con su cuerpo sobre el mío, conectando besos y gentilmente moviendo su pelvis contra mí, regalándome el mayor de los placeres.
Yo no dejaba de gemir, él, al contrario, procuraba mantenerse en completo silencio, entregado por completo a las acciones y no a hablar de eso.
Lo rodeé, mientras en sus brazos me sentía también entregada en cuerpo y alma, amándolo con cada embestida, con cada beso, y con cada pequeña palabra que llegaba a susurrar a mi oído.
Pero las cosas no terminaron ahí, como siempre, dispuesto a todo, me agarró de la cintura con más fuerza, como si yo no pesara y se sentó en la cama, haciéndome terminar sentada sobre él y con su miembro clavado en mí.
Resultaba más íntimo estar abrazada a él y tener su rostro tan cercano al mío.
—Te amo —susurré—, ¿tú me amas?
—Siempre te he demostrado lo obvio en hechos —respondió, antes de inclinar su cuello hacia el frente y sostener uno de mis pechos para succionar de él.
Sentía vergüenza por lo que él hacía, pero ese mismo morbo me impulsaba a acompañarlo en movimientos y entregarme en lo que ambos sentíamos en el momento, una explosión de amor y placer.
Así fue como nos amamos esa noche, y aunque miré unas cuantas veces la ropa ensangrentada que seguía en el suelo, sus muestras de cariño podían más que cualquier temor o duda.
—Me voy a correr —advirtió tras un buen rato, y luego de haberme hecho alcanzar lo más alto severas veces.
Él buscó alejarme, pero no se lo permití, al contrario, fui más enfática, hasta qué Daichi se apretó contra mi cuerpo a la vez que una sensación cálida se apoderó de mi interior, haciéndome sentir viva. Amaba a ese hombre cada día más, a pesar de los gajes del oficio, a pesar de la sangre en sus manos y el pasado turbio. Moría de amor por un delincuente y tenía miedo por cómo eso podría terminar.
Luego de una sesión intensa, en la que retomamos tiempo perdido, cada cual se separó por un momento para tomar un baño, descansar un poco y luego de verificar a nuestra hija, conversar.
—Siento lo de la ropa —señaló y la tomó del suelo.
—Ve al baño, hay una botella de agua oxigenada, deja la ropa remojada en el lavamanos —le ordené—, eso remueve la sangre.
Inseguro, siguió mis órdenes, mientras yo le seguí en todo momento.
—¿De dónde salió esa sangre? ¿Tiene que ver con la trifulca que tienen con los coreanos?
Él asintió.
—Han sido unos días jodidos, es lo más que puedo decirte. Lamento que hayamos tenido que posponer la boda.
—Está bien. ¡Qué Rayos! No es tu culpa —dije. No me tomó por sorpresa, sabía que cualquier cosa podía pasar con alguien como él y era lo que había escogido, no podía quejarme—. Ya me he acostumbrado a los días jodidos.
—Pues es bueno escuchar eso —dijo él—. Porque hay algo que tengo que decirte, o mejor dicho, que preguntarte.
—¿Sí?
—Hay unos documentos en la primera gaveta en la mesa de noche, ve a verlos —advirtió—. Si no estás de acuerdo lo entenderé, si te agrada la idea tómalo como un regalo de navidad adelantado.
Sabía que le ocurría algo, así que sin darle tiempo regresé a la habitación y caminé hasta la mesa de noche. Busqué justo donde él me dijo, encontrándome con un sinnúmero de papeles que solo me llevaron a protestar.
—¡¿Qué?! ¡Yo no sé si ando mentalmente preparada para esto! —chillé exhaltada.
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