Epílogo
La vida son instantes y cada vez pasan más lentos. Sobre todo cuando se pasan solos, cuando ese alguien ya no está y sabes que no volverá jamás, en parte por tu culpa, porque eres quien causó el desastre en su vida. Te sientes mal, cada día peor, pero intentas disimularlo porque a pesar de todo hay cosas por las que seguir adelante. Pocas. Pero alguna hay.
Así se sentía Zabdiel después de la pérdida de Olympia, pensó en irse de Grecia para siempre, pues todo lo que veía le recordaba a ella y a sus momentos allí vividos. Sus pies muchas veces le hacían caminar hasta rincones donde habían estado juntos y en su mente volvía a reproducirse el momento exacto de lo que había sucedido allí. Una sonrisa se instalaba en sus labios pero sus ojos se llenaban de lágrimas. Porque ya nada de eso volvería.
Ni los anocheceres en la playa, ni las risas de camino a casa, ni el molesto viento colándose por el balcón de una habitación de hotel.
Todo eso había quedado en el pasado y le costaba admitirlo, en su lugar prefería recordarlo como si fuera cosa de ayer y en realidad no pasara hace años.
Porque joder, ese día, se había quedado grabado a fuego en su cabeza y no había manera de borrarlo por nada del mundo.
Recordaba llegar a la casa real con aquellos hombres siguiéndole los pasos, ver el suelo teñido de sangre y varios cuerpos a los que ni siquiera se atrevió a acercarse. Si, quizá tenía razón y había ganado una vez más, pero al menos fue su última partida y de ahora en adelante le tocaba jugar a él. Zabdiel solo buscaba acabar con aquellos que eran como había sido su padre, hombres borrachos de poder que no podían con la ambición, ese era su único objetivo.
—Estás muy pensativo, ¿ha pasado algo...? —su dulce voz le hizo abrir los ojos, dejando los fantasmas del pasado en el pasado, regresando al presente por y para ella.
Acarició con una mano sus cabellos dorados como el sol y sonrió enternecido ante la sonrisa que ella también le brindó. Una sonrisa que le iluminaba el presente y que era su único motivo para seguir levantándose después de cada caída.
Negó con la cabeza, aunque eso no fue suficiente para ella y exigió una respuesta más convincente haciendo un mohín con sus labios.
—Papá solo estaba pensado —susurró para tranquilizarla.
—¿Pensando en qué, eh?
—En nada, Olly, en nada... —suspiró, inclinándose para dejarle un beso en la frente y volver a enderezarse.
Después la tomó de la mano y la llevó consigo hasta el balcón, donde la cargó en brazos para que pudiera ver el amanecer a su misma altura. El cielo se cubría de nubes rosas allá en lo alto, pues cuanto más se acercaban al mar cambiaban a un tono anaranjado y rojizo que le hizo sonreír. Estaba de ensueño.
Por primera vez creyó en el cielo y en que aquel atardecer no había surgido por causas naturales sino que lo había dibujado alguien para ellos. Ese alguien. Sonrió, queriendo ver más allá de este. Por un momento pensó que realmente lo hacía, pero pronto se dio cuenta de que no era cierto y de que por mucho que pensara en las cosas no se harían reales.
Los muertos no volvían a la vida.
Tal y como él había dicho hace años, de todo se sale menos del cementerio... Y ella ya estaba a varios metros bajo tierra desde hacía tiempo. Nada iba a cambiar eso, pensarla no la traería de vuelta.
Dicen que las personas no mueren hasta que son olvidadas, pues de alguna forma viven en la mente de quien las recuerda.
Zabdiel tenía claro que en la suya iba a vivir para siempre.
Quizá al final del cuento las princesas no necesitaban un príncipe que las salvase, solo uno que no le jodiese la vida.
|| F I N A L ||
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