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Capítulo 9


Tras comer bien en el comedor del hotel en el que se estaban quedando fueron directos a dar un paseo por la isla, Olympia ya llevaba sus gafas de sol pero Zabdiel iba con los ojos achinados intentando no quedarse del todo ciego, cosa que le hizo reír bastante a la princesa.

—Toma, anda —se quitó las suyas para dejárselas—. Vas a necesitar de unas, yo me compraré una pamela, que me quedará genial con el outfit.

—No es necesario.

—No recuerdo haberte preguntado si lo era o no —señaló, con una sonrisa abierta en los labios—. ¿Ves aquella tienda de allí? Pues hacía allí nos dirigimos, yo al menos necesito un bikini y tú un bañador... ¡Oh! Y una camisa hawaiana.

—No me pondré una camisa hawaiana —advirtió en un siseo que hizo que Olympia lo mirase con ambas cejas alzadas.

—Eso ya lo veremos, señorito —se limitó a responder, pero estaba más que visto que tendría que hacerlo si es que acaso querían llevarse bien.

No le puso buena cara, aunque tenía razón en el pequeño detalle de que si seguía yendo con camisas largas se moriría de calor. Podía aceptar ir en camisa corta, si, más no en camisa hawaiana. Hasta un guardaespaldas tenía sus límites y el suyo estaba en no llevas camisas floreadas con veinte colores diferentes. Eso ya era pasarse.

Sin embargo, Olympia chilló como una niña pequeña cuando le dan un caramelo nada más entrar en la tienda y ver camisas de esas por todos lados.

—Pruébatela —pidió, señalando una de ellas con su dedo índice.

—Ni en tus mejores sueños, Olly.

—En mis mejores sueños ni siquiera  llevas ropa, corazón —le guiñó un ojo con burla mientras tomaba la percha con su mano derecha y señalaba, de nuevo, el probador—. ¿Tengo que contar hasta tres como se hace con los niños pequeños?

Gruñó en desacuerdo pero le arrebató la prenda de las manos antes de que dijera nada más, ella trató de guardarse para sí misma la risa que casi se le escapa de los labios. Aprovechó que él se iba al probador con la camisa para así ir en busca de un bikini que combinase, parecía una tontería, pero para una fanática de la moda un detalle así no se podía pasar por alto. Finalmente encontró uno que le fascinó y no lo pensó ni siquiera dos veces para ir a pagarlo.

Zabdiel apareció poco después con un bañador completamente negro y una camisa a varios colores que a Olympia le encantó. Se veía fresco y muy guapo, no le hacía falta la elegancia para desprender ese sex appeal que tenía.

—No digas ni una sola palabra

—Estás guapísimo —lo halagó, llevando una de sus manos a la mochila que le colgaba del hombro, pero Zabdiel fue rápido en detener aquel movimiento—. Voy a pagar.

—No quiero que tú pagues lo mío, Olly —indicó, sacando su propia tarjeta—. Además, ¿no es mejor que paguemos con la mía? La tuya es fácil que la rastreen tus padres y si quieres que no te encuentren te conviene no usarla.

—Tengo veinticinco años, mi cuenta bancaria está desligada a la de mis padres, cobro por mí misma, el dinero que tengo lo he ganado de manera honrada... Mis padres no tienen acceso a mi tarjeta, así que puedes estarte tranquilo.

—Me alegra saber eso, las mujeres independientes siempre son un buen partido —fue su turno de guiñarle un ojo—. Ahora ve a ponerte el bikini, si mal no recuerdo quieres ir hoy a la playa.

Olympia sonrió, mostrando todos sus dientes al hacerlo, y caminó con prisas hasta él probador para ponerse el bikini que había comprado hace tan solo minutos. Zabdiel por su parte tomó una de las pamelas de color blanco que había visto nada más entrar y la pagó junto a sus propias prendas.

—Señorita, esto es para ti —la dejó sobre su cabeza cuando la vio salir.

—Es injusto que tú puedas hacerme un regalo a mi y yo no pueda hacerte uno a ti.

—Olly, ¿todo esto te parece poco regalo? —meneó su cabeza—. Anda, tira y no me hagas hablar.

Lo había llevado a otra isla de manera gratuita y le había pagado una habitación de hotel así como si nada. Que el regalo más pequeño fuera como ese.

La rubia le dio las gracias a él y a la chica que los había atendido, que más maja no podía ser, y después emprendieron camino a la playa.

—¿Eres consciente de que no hemos traído toalla ni...?

—¿Quién te ha dicho a ti que no hemos traído toalla? —lo interrumpió—. ¿Ves esta mochila? Pues ahí hay toalla, crema solar y la ropa que pondré mañana... Ah, y la ropa interior que llevaba puesta hoy. He venido mínimamente preparada, guapetón.

La miró con diversión para después alzar sus manos con inocencia, dejando en claro que no iba a decir nada más porque ella siempre tenía palabras para todo.

Al llegar a la playa tomaron prestadas unas tumbonas que pagarían más tarde, Olimpia se deshizo de su vestido y sacó la crema solar para dejársela a Zabdiel.

—En la espalda, por favor —pidió, tumbándose boca abajo y desatando el cordón de la parte superior de su bikini.

—Con gusto, señorita —murmuró echando esta en sus manos para después extenderla por la blanca piel de su espalda, sabía que si se la echaba directamente en su piel y después por encima le pasaba las manos estaría más fría así que para evitar sus quejidos optó por la opción buena—. ¿Sigo?

—No te detengas.

Le hizo sonreír nada más escucharla, pero le hizo caso y prosiguió con su acción, pasándole también crema por sus brazos y por sus piernas. Finalmente, tomó los cordones del bikini para volver a atárselo y la hizo girarse.

—No me voy a detener —le hizo saber, pasándole ahora la crema por el pecho.

Y Olympia supo que mientras tuviera sus manos sobre su cuerpo no querría nada más, con eso le bastaba.

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