Capítulo 7
Ezio y Zabdiel habían compartido alguna que otra mirada de recelo, estaban el uno pendiente del otro, ningún movimiento se les pasaba por alto. Olympia dormía ahora en las piernas de su guardaespaldas tapada con la chaqueta del mismo, que al ver que en mar hacía más viento que en tierra no dudó en sacársela para dejarla sobre el cuerpo de la rubia.
—Acabamos de llegar, si no quieres despertar a Olympia puedo llevarla en brazos hasta el hotel en donde se hospedará, no tienes que preocuparte —informó el argentino.
Zabdiel lo miró como si acabara de decir la mayor gilipollez del mundo, después dejó que una carcajada se formara en su garganta. Su intención no era reírse de él, pero con solo mirarlo sabía que ni en broma podría llevar a la princesa en brazos. Quizá un rato, pero pronto se cansaría. Podía tener todo el dinero del mundo, pero le faltaban horas de entrenamiento, y para eso no bastaba el querer, había que tener la voluntad de hacerlo.
—¿Se puede saber que te hace tanta gracia?
—Velo por la seguridad de Olympia, dejarla en tus brazos seria condenarla a una caída segura —le hizo saber—. Estás muy equivocado si piensas que voy a dejar que tú la lleves.
Soltó una risa cargada de amargura y se cruzó de brazos, mirándolo con altanería.
—¿Y que harás? ¿Llevarla tú?
—Despertarla, que fue lo que le prometí, si hubiera querido llevarla en brazos no se lo habría dicho —dio por zanjada la conversación, quitándole los ojos de encima para posarlos en la princesa, sus manos se posaron en su brazo para balancear su cuerpo.
Ella resopló en desacuerdo, pero enseguida abrió los ojos. No tenía el sueño demasiado pesado y en un momento así casi que lo agradecía. De lo contrario se estaría lamentando por levantarse babeando o algo por el estilo.
—¿Hemos llegado? —preguntó al levantarse, aunque su cuerpo todavía se estaba haciendo a la idea de despertar. Tomó la chaqueta de su guardaespaldas al sentirla caer de su cuerpo y se la extendió, sonriéndole con agradecimiento.
—Si, Olly, ya estamos en tu isla soñada.
—Cualquiera isla de Grecia es mi isla soñada —le hizo saber, sin borrar aquella sonrisa de sus labios.
Porque estaba feo eso de despreciar a una isla, ¡con lo bonitas que eran todas! Ella no era capaz de poner una por encima de la otra, ¿qué cualidades hacían que una isla fuera mejor? ¿La arena? ¿El mar? ¿Los hoteles? ¿Los paseos? ¿La gente? Olympia no lo sabía, por eso no se atrevía a compararlas.
Recogió su mochila para así colgarla en su hombro y lo miró con entusiasmo.
—¡Vamos, Zab! Que ya casi se hace de día.
Para su sorpresa y también para la del otro hombre que iba con ellos en el barco, le tomó la mano y tiró de él para llevarlo consigo.
—¡Gracias por todo, Ezio! —exclamó, agitando su mano en el aire en cuanto sus pies tocaron tierra firme.
—No hay nada que agradecer, te debía una.
—Ahora ya no me debes nada —le guiñó un ojo antes de darse la vuelta y guiar a su guardaespaldas hasta el hotel en el que se quedarían.
Zabdiel no abrió la boca en el camino, tampoco es que supiera qué decir, así que mejor evitarse un mal rato. Al llegar escuchó con atención como la rubia hablaba con la recepcionista, que la atendió con mucha atención y le entregó la llave de su habitación.
Si.
De su habitación
En singular.
Sus alarmas se encendieron de inmediato, pues eso significaba que literalmente dormirían en la misma habitación. Quizá se le estaba yendo de las manos nada más empezar.
—Que estemos en la misma habitación no significa que tengamos que compartir cama —le hizo saber—. Hay dos, así que tú dormirás en una y yo en otra... A no ser que quieras compartir sábanas conmigo, guapo.
Él la regresó a mirar al tiempo que ella se echaba a reír.
Era broma, pero si él quería no era broma.
—Gracias por la oferta, pero espero que no hables en serio.
—¿Por qué no habría de hacerlo? —siguió con su juego mientras abría la puerta—. Eres un hombre atractivo, Zabdiel... Y tienes músculos, eso te suma puntos.
—Tengo músculos —repitió con ganas de reír.
—Seguro que en el trabajo es necesario tenerlos, pero sé de otras utilidades para esos brazos que me fascinarían —le guiñó un ojo y dejó la idea en el aire mientras recorría la habitación del hotel con una brillante sonrisa en los labios.
Necesitaba al menos descansar un par de horas más, luego se pondría al tanto con la isla. Si se organizaba bien podría tener un día estupendo: dormir hasta las diez, bajar a alimentarse e ir a la playa a tomar el sol. Siempre podía pedirle a su guardaespaldas que le echara crema en la espalda y se tumbara a su lado para poner su piel morena.
Esa sí que ers una fantasía.
—Voy a descansar un rato, tú tienes que hacer lo mismo porque no has pegado ojo en toda la madrugada —señaló—. Es una orden, te quiero despejado para dentro de un rato, iremos a comer y después... Vas a necesitar un bañador, así que pasaremos a comprarlo para ir a la playa.
—No necesito un bañador.
—No has traído ropa para cambiarte y no vendrás en traje a la playa, por muy bueno que te veas con él, sintiéndolo mucho vas a tener que quitártelo. La idea de pasar desapercibidos no funcionará si vas así a la playa.
—Es muy pronto para que quieras verme sin ropa, Olly.
—Estaremos a mano, si yo te veo a ti sin ropa tú a mi también, recuerda —sonrió con diversión—. Venga, no seas un aburrido, no es algo que esté en discusión. Me pido la habitación que tiene balcón, te quedas con la que tiene baño propio.
Le parecía un reparto justo, era mejor que dormir en el sofá, aunque no era mejor que dormir con ella.
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