Capítulo 6
El viento soplaba con fuerza cuando dieron las tres y media de la madrugada. No había ni la más mínima luz encendida en casa a excepción de la del cuarto de Olympia, que estaba a preparar su mochila para irse de allí cuanto antes. No había bajado en todo el día solo para darles en la cabeza a sus padres, aunque su hermano Achileas le había advertido que Egon le había traído un anillo de esos caros que usa la gente para pedir matrimonio. Fue motivo suficiente para que Olympia se apresurase, tenía que irse cuanto antes. Si sus padres no la querían escuchar, que lidiaran ellos solos con el chico rico.
Colgó la mochila sobre uno de sus hombros y apagó la luz para así salir de la habitación. No se escuchaba el más mínimo ruido, por un momento temió que sus pisadas despertaran a alguien en la casa, pero para su buena suerte no fue así. Fue con pasos ligeros, de esos que no se escuchan en lo más mínimo, hasta que logró llegar a la salida.
—Señorita, ¿qué hace usted a estas horas? —cuestionó uno de los guardias en cuanto la vio salir.
Se tensó por un instante, pero sus músculos se relajaron en cuanto vio a Zabdiel aproximarse.
—He quedado con alguien —improvisó.
—Siendo así, no es bueno que vaya sola —intervino Zabdiel, sonriéndole de lado—. Yo me encargo, Max —le hizo saber a su compañero, que ante sus palabras se quedó más tranquilo. Mentiría si dijese que tenía ganas de acompañar a la joven princesa a las tantas de la madrugada.
—Suerte —le deseó en voz baja, a lo que él respondió con una sonrisa.
Olympia se sintió aliviada cuando la guió hasta su coche y le abrió la puerta para dejarla entrar. En seguida sintió ese calorcito que fuera le faltaba. Él también lo notó, así que nada más encender el coche le puso la calefacción.
—¿A dónde hay que llevarte?
—Llevarnos —corrigió, cruzando sus piernas—. Al puerto, tenemos un barco esperándonos para ir a Folegandros.
—No voy a preguntar cómo has conseguido un barco para las cuatro de la mañana, Olly.
—Ser princesa tiene sus privilegios, tener contactos es uno de ellos. Le hice un ridículo favor a Ezio al infiltrarlo en una de nuestras fiestas, el pobre no sabía como había después de pagarme por haberle cumplido el sueño. Siempre le dije que no era necesario que me diera nada... Hasta hoy.
—¿Y te dio un barco?
—¿Tú eres tonto o te haces?
El guardaespaldas alzó la mirada al espejo retrovisor pero no logró ver a la joven en los asientos de atrás, empezaba a odiar conducir de noche porque tenía sus desventajas.
—Ezio Rodríguez, hijo de Guzmán Rodríguez, no me digas que no lo conoces —murmuró la rubia con incredulidad.
El guardaespaldas se encogió de hombros, probablemente si le hablaban de él sí lo conocía, pero como no era fanático de aprenderse los nombres de las personas no tenía ni idea de quién era cuando se lo nombraban.
—¿Has vivido en una cueva? —le fue inevitable reírse—. Es el dueño de una importante marca de barcos, su padre la fundó en Argentina, su país de origen, pero él es ambicioso y no se conformaba con dicho lugar... Por lo que terminó aquí en Grecia. Tiene apenas veinte añitos, pero se le ve un futuro prometedor.
—Si, sobre todo si va por ahí regalando barcos —ironizó.
—Nadie dijo que me regalara un barco —murmuró ella con diversión—. Solo es un préstamo que vino a traerme cuando se lo pedí.
—¿Te llevará él a la isla?
—Si, Zabdiel, nos llevará él a la isla —volvió a corregirlo, divertida de que sólo la incluyera a ella en sus oraciones.
Él aprieta los labios y se niega a decir nada más durante el trayecto. Aunque en realidad quisiera preguntar qué tanto conocía a ese chico y si se podía fiar de él, pero no lo hizo, porque no era quien de entrometerse en su vida privada. Trabajaba para ella, no con ella. Sabía de sobra el lugar que ocupaba en su vida y no cruzaría los límites que estaban tan bien marcados.
Al llegar fue rápido en bajarse para abrirle la puerta, un gesto al que Olympia estaba acostumbrada pero que no terminaba de gustarle en él, por alguna razón no quería que la tratase como princesa.
El mar estaba en calma y un solo barco lucía en el puerto. No fue difícil llegar a él, donde ya le esperaban ansiosos para partir.
—¿Él te acompañará? —inquirió el joven pelinegro en cuanto la vio llegar junto a alguien más—. Olympia, no cuenta como escapada si vas con un guardaespaldas de tu padre.
—No es un guardaespaldas de mi padre, es mi guardaespaldas —corrigió con altanería.
Ezio asintió ligeramente con la cabeza sabiendo que no debía de llevarle la contraria si quería llevarse bien con ella.
Al igual que Zabdiel, le gustaba Olympia como amiga, no como enemiga. Así que para eso tenía que hacer las cosas bien con ella.
Regla número uno: no llevarle la contraria.
Si Olympia decía que lo acompañaba, lo acompañaba. No había más opciones.
—Entonces que no se diga más, vamos para Folegandros.
La rubia sonrió con satisfacción mientras dejaba caer su mochila para así ir a tomar asiento, no tenía intención de dormir durante el viaje, aunque tardarían unas cuantas horas en llegar a su destino. Sin embargo, el cansancio era más que notable en sus ojos.
—Descansa, Olly —murmuró Zabdiel, acomodándose a su lado—. Estoy aquí por tu seguridad, así que no pasará nada porque duermas un poco, te prometo que te despertaré en cuanto lleguemos.
Lo miró unos instantes antes de aceptar su propuesta. Podría haber ido a cualquier lugar más cómodo, pero aún así se abrazó a su brazo izquierdo y apoyó su mejilla contra este para dormir pegada a él. Zabdiel se sorprendió ante su acción, pero como se había prometido no protestar no dijo absolutamente nada.
Pensó que el trayecto se haría largo, pero todo lo contrario, se hizo más corto de lo que gustaría.
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