Capítulo 39
—Me encantan los reencuentros, creo que ya lo dije antes —señaló, chasqueando su lengua contra el paladar de su boca—. Pero sobre todo cuando vienen acompañados de desgracia.
Olympia lo miró confusa, tratando de comprender quién le había hecho tanto daño a ese hombre para querer ser el villano de aquella y otras tantas historias.
Las personas malas existían. No había necesidad de que una persona dañara a otra para convertirla en alguien cruel y despiadado, estaba en su naturaleza ser así y era imposible de cambiar. Ahora lo veía muy claro, a pesar de que todo a su alrededor era oscuridad.
—No tienes corazón —espetó, mirándolo con rabia. Zabdiel se puso alerta nada más escucharla y pasó su brazo sobre el suyo, dispuesto a callarla—. No, no lo intentes tú también, lo odias... Me has dicho más de una vez lo cruel que es este hombre y ahora lo estoy viendo con mis propios ojos. ¿Cómo puede existir alguien así? ¿Por qué haces esto? ¿Que consigues terminando con la monarquía?
—Me gustabas, Olly...
—No te atrevas a llamarla así —siseó Zabdiel.
—¿Te crees único por ponerle un apodo ten normal y corriente? Zabdiel, espabila, por favor —meneó la cabeza en desacuerdo—. Sois ingenuos los dos, con razón sois el uno para el otro...
Él soltó un suspiro, desviando de nuevo la mirada a la rubia, ella al sentir los ojos sobre su cuerpo le devolvió la mirada.
—Cuestión de poder, a la gente como él los mueve la ambición —indicó.
—A la gente como nosotros —corrigió su padre, mirándolo con recelo—. Aunque quieras negarlo, nosotros somos iguales. Tú intentas evitarlo, claro, pero escondiéndote no vas a cambiar las cosas.
—Yo no soy como tú —resopló—. Ahora si me disculpas vamos a irnos de aquí y vas a parar con esta mierda que tienes aquí montada.
—Zabdiel, Zabdiel, Zabdiel... —negó con la cabeza en desacuerdo—. No vas a irte, no puedo permitirlo. Estaría siendo un muy mal padre si te dejara irte en este momento.
Lo miró confuso. ¿Qué quería decir con eso? Tenía una extraña manía con soltar cosas de ese estilo y después quedarse como si nada. ¿Que le costaba hablar claro? Ni que fuera un profesor de filosofía para dejar las cosas así en el aire y pretender que los demás dieran por entendido lo que había dicho.
—Habéis estado perdiendo el tiempo, yo solo quería alargar el momento —se encogió de hombros—. Entre la bienvenida y el reencuentro... Todo esto estaba planeado, sabía que te entrometerías si hacíamos un atentado en casa real, así que tenía que llamar tu atención de alguna manera. Ahí es donde entra Olympia, había que capturarla a ella para que así tú vinieras a su encuentro —relató, disfrutando de la expresión de desconcierto en el rostro de su hijo—. Así, mientras vosotros estáis aquí, mis hombres están en la casa real haciendo de esta una verdadera carnicería.
Olympia se queda en blanco, su tez palidece más de lo normal y por un momento siente que se va a desvanecer. No tenía fuerzas así que se agarró de Zabdiel para evitarlo. Ese hombre acababa de soltarle sin anestesia que estaban matando a su familia.
—No, no, no... Mis hermanos —sintió que el aire le faltaba en los pulmones y no sabía de qué manera debía de respirar—. ¡Zabdiel, mis hermanos!
Le tomó el rostro con una mano obligándole a sostener la mirada, había empezado a llorar, dificultando todavía más su agitada respiración. Nunca había sido bueno calmando ataques de ansiedad y temía no saber hacerlo bien y empeorar las cosas.
—Olly, cariño... —susurró, acercando su rostro hasta rozarle la nariz con la suya—. Respira, cierra los ojos y respira lento y pausado.
No le iba a decir que se calmara, pues si pudiera hacerlo era más que obvio que lo haría. Es importante intentar conservar la calma y actuar con decisión, así que eso hizo.
—Eso es... —asintió ligeramente con la cabeza al verla seguir sus instrucciones—. Bien, ya está, ya pasó.
Le besó la frente y le acarició el cabello con los dedos para tranquilizarla.
—Le dije a Achileas que le insistiera a tu padre en llevar la seguridad de vuelta a su casa, no soy tan tonto como crees —susurró—. Sabía que esto era una simple distracción para así atacar a lo grande como a él le gusta, necesito que estés tranquila...
—Si a mi familia le ha pasado algo...
—Me encargaré personalmente de matarlo —aseguró, desviando nuevamente la mirada—. Ya está, has ganado, ¿feliz?
El padre negó con la cabeza, cruzándose de brazos una vez más mientras los miraba, después deshizo el gesto y sacó su arma. Zabdiel fue rápido en ponerla tras su cuerpo para protegerla de lo que fuera necesario.
—He ganado desde que empecé el juego, Zabdiel, no lo dudé en ningún momento —le hizo saber—. Pero esto no se acabará hasta que todos los que formen parte de la monarquía mueran y, sintiéndolo mucho, ella forma parte.
Zabdiel sacó también la pistola que llevaba en su cintura y no dudó en apuntarlo, Olympia jadeó de la impresión, lo había visto antes armado y disparándole al que suponía que era su hermano, pero verlo a tan poco distancia era algo completamente diferente.
Dos pistolas.
Dos hombres enfrentándose, uno queriendo matarla y el otro buscando su salvación.
¿En que punto se había torcido todo para llegar ahí? ¿Cuantas decisiones había tomado de manera incorrecta? ¿Cuantas veces se burló de la realidad diciendo cosas de las que mirándolas con perspectiva se arrepentía?
¿Cómo todo puede cambiar en tan poco tiempo y sin que apenas se dé cuenta?
—Tira la puta pistola al suelo —espetó—. Ya he matado a tu hijo antes, créeme que no dudaré en hacer lo mismo contigo.
—¿Crees que si tiro la pistola te servirá de algo? —inquirió, sonriendo con autosuficiencia. Lo hizo, dejó la pistola en el suelo y la deslizó por este para pasársela.
Él tragó saliva y se agachó para recogerla, cometiendo el error más grande de su vida.
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