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Capítulo 37


Salió de la habitación, dejándola sola y con las manos atadas, no es como si tuviera muchas opciones de cosas para hacer. Se había imaginado en algún momento como sería el estar secuestra, claro que si, su mente le jugaba malas pasadas antes de irse a dormir y le hacía pensar en escenarios imaginarios que esperaba que nunca ocurrieran, hasta el momento que la secuestraran no estaba en sus planes; pero definitivamente nunca se lo imaginó de esa manera. Pensó que sería peor, se veía golpeada, llorando y rogando por la muerte. Por otra parte siempre estaba esa espinita de "igual el secuestrador es guapo y saco a relucir mis encantos", pero no era el caso.

Fuera de la habitación, lejos de ella, estaba Zabdiel caminando como si la casa fuera de su propiedad (en algún momento lo fue, por eso la conocía tan bien), pero le impidieron el paso.

—Zabdiel, tanto tiempo, mandé a mis mejores hombres a buscarte y nunca dieron contigo, se nota que has aprendido las mejores técnicas del mejor —se halagó a sí mismo, sonriendo de manera socarrona—. No teníamos que pescarte a ti sino a ese pececito para que tú acudieras a su rescate.

—Deja de sonar como un arrastrado —resopló—. Querías que estuviera aquí, pues aquí me tienes, ahora haz el santo favor de detener esta mierda. ¿Por qué has caído tan bajo? ¿Terminar con la realeza? Esto no es una puta película, aquí las cosas cuestan su tiempo, no es justo que venga un soplapollas con poder a arruinar todo lo que ha costado años crear.

—¿Y este tonito que estás usando? —inquirió elevando una de sus cejas—. Creo que no eres consciente de con quien estás hablando.

—¿Cree que soy como el cobarde de tu hijo que anda con el rabo entre las piernas cada vez que le hablas? Estás muy equivocado, yo el miedo lo dejé atrás hace mucho.

Sonrió al escucharlo y se cruzó de brazos mientras lo miraba con incredulidad. No era que no lo creyese, es que le costaba hacerlo cuando había pasado su vida huyendo de él y ahora sin más se acercaba. Tonto no era.

—En esta vida todo es cuestión de poder, la monarquía cree que lo tiene, pero en situaciones como esta es cuando se dan cuenta de que no son absolutamente nada —explicó—. ¿Por qué hacemos esto? Bueno, empezó siendo un trato, un estúpido juego para matar el aburrimiento... Pero el juego se volvió divertido y aquí seguimos.

—¿Crees que matar a personas es divertido?

—¿Tú no? Ah, no, claro que no —chasqueó su lengua—. Si a ti las personas te gusta salvarlas... Ay, mi niño, has crecido con una idea equivocada toda la vida, espero que te des cuenta antes de que sea demasiado tarde.

—A los únicos que hay que matar es a los cabrones como vosotros —sentenció, sacando la pistola de su cintura.

Miró la acción sin inmutarse. Él no le dispararía, todavía tenía en sus manos a alguien que le interesaba y no se arriesgaría a hacerlo. ¿Verdad? Zabdiel no era así.

Sin embargo, otra persona no creyó lo mismo y corrió dispuesto a quitarle el arma de las manos, haciéndose el valiente.

Zabdiel le golpeó con su codo en la cara para después dispararle en el abdomen, dejando que el líquido carmesí brotara de la herida. Sus manos fueron rápidas en dirigirse a la zona antes de caer a sus pies.

—Papá... —jadeó, débil.

Su padre lo observó con desprecio antes de soltar un suspiro pesado.

—Estabas espiando una conversación que no te pertenecía —señaló—, tú quisiste intervenir, deberías de haber sabido que él no habría disparado. Es más inteligente de lo que parece, no puedo decir lo mismo de ti después de haber cometido esta insensatez.

Zabdiel apretó los labios observando la escena, no se sorprendía de aquella frialdad, habría hecho lo mismo con él, a ese hombre no le importaba nadie que no fuera él mismo. Pensó entonces en cómo un padre podía ser así, literalmente estaba viendo como a su hijo le consumía la muerte y ni estaba haciendo nada para evitarlo, todo lo contrario, es como si le acabasen de quitar un peso de encima.

Insensibilidad.

Odiaba ese sentimiento y esperaba no sentirlo nunca.

Dicen que no sentir es uno de los mayores privilegios, pero la inmunidad no es tan guay cuando la ves reflejada en otras personas, te hace cuestionarte muchas cosas.

Sentir es lo que nos hace humanos, una persona que no siente nada cuando ve a su hijo morir no se puede considerar persona.

Algunos lo llamarían monstruo, a Zabdiel le tocaba llamarle papá.

—Bien, creo que es la primera cosa que haces bien en tu vida, has quitado a un estorbo —aplaudió, con aquella sonrisa bizarra en los labios—. Ahora vas a tener que explicarle esta carnicería a tu novia.

Señaló con la mirada a la cámara que había en la esquina del pasillo y que había grabado todo el espectáculo de hacía unos instantes, las grabaciones estaban siendo reproducidas en la habitación en donde estaba Olympia, con los ojos llenos de lágrimas y un peso en el pecho que le dificultaba la respiración.

¿En dónde se había metido? ¿Qué clase de persona mataba y se quedaba como si nada después de hacerlo?

Intentó pensar de nuevo en todas las palabras que habían dicho, en esa conversación que habían mantenido, pero había algo que le bloqueaba el cerebro y le impedía seguir pensando. Estaba en shock, con la mente en blanco y el cuerpo temblando de arriba a abajo.

—No has podido ser tan hijo de puta... —siseó, mirándolo con rabia.

—Solo te he dado un empujón para que ahora puedas contárselo todo tranquilamente, estoy seguro de que tiene ganas de escucharte... Y para serte sincero, yo también, siempre me han gustado las discusiones de pareja y más cuando llevan tanto drama de por medio —burló—. Está en tu habitación, me encargué de quitar todos los muebles para hacer una habitación más interesante.

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