Capítulo 31
Mientras tanto en la casa real se respiraba un ambiente tranquilo, si es cierto que los últimos días habían tenido muchas emociones mezcladas, pero ya habían hablado repetidas veces del tema y habían llegado a la conclusión de que Olympia pagaría las consecuencias en cuanto volviera a casa. No podía actuar como una jovencita rebelde ahora a su edad, ¿pero quien se creía que era?
Achileas se peinó su cabello rubio con su mano mientras observaba a sus familiares comiendo en silencio, últimamente habían sido así todos los días, nadie se atrevía a hablar, nadie sacaba un tema de conversación interesante, todo se hacía aburrido y monótono. Por un instante pensó también en la idea de fugarse, pero sabía que su familia no soportaría otro escándalo, ya todo se estaba desmoronando y no quería ser la gota que colmade el vaso.
—Saldré con mi novia esta noche —anunció, rompiendo aquel incómodo silencio que ya comenzaba a hartarle—. No cenaré en casa, así que...
—¿Desde cuando tienes novia? —preguntó su madre, interesada—. No nos la has presentado, no se te ha visto con ninguna... A saber con qué gente te juntas.
—Mamá, ya no es un niño, no puedes tratarlo toda la vida como tal —advirtió su hermano mayor, normalmente sería Olympia su defensora pero desde que no estaba le tocaba hacer al segundo en la lista de hermano protector—. Seguro que su novia es una chica maravillosa.
—Sea como sea deberías de presentárnosla.
—¿Para que la espantéis? No, gracias —meneó la cabeza en desacuerdo.
—Nosotros no espantaríamos a nadie.
—Espantasteis a vuestra propia hija, no sé cómo podéis creer que no haríais lo mismo con cualquier otra persona —resopló, para su padre fue más que suficiente escuchar eso y golpeó con sus puños en la mesa, algo que ninguno de los allí presentes se esperaba e hizo que todos se sobresaltaran.
No era un hombre al que le agradaran las bromas y al parecer tampoco ese tema de conversación. Abrió la boca dispuesto a dar su opinión pero justo en ese instante se asomó por la puerta una de las chicas del servicio, sonrió con incomodidad al ver que había interrumpido algo y fue rápida en levantar las manos en donde traía consigo un paquete que recién había llegado.
—Lo dejaron en la puerta para ustedes —les hizo saber.
—Gracias, Isi —le sonrió ella tomando el paquete.
En otro momento se habría quejado de que a la mesa no se estaba con otras cosas que no fuera la comida, por algo estaban prohibidos los teléfonos durante esa hora. No obstante, esta vez fue casi un regalo del cielo que interrumpieran, no quería que empezara otra disputa familiar con sus hijos allí presentes.
Abrió este, sintiendo curiosidad de inmediato por ver de que se trataba, a día de hoy nadie manda paquetes así por así y tampoco eran de los que pedían cosas por internet como la gran mayoría de personas. En ese caso eran de los tradicionales, si querían algo lo compraban o lo mandaban a comprar, pero nada de compras virtuales.
Sin embargo, se quedó helada al ver que se trataba del collar de su hija hecho pedazos y bañado en sangre que parecía reciente.
La bilis le subió a la garganta y fue rápida en llevar una mano a sus labios para ahogar allí un sollozo que no tardó en llegar.
—¿Qué es? —quiso saber su hijo al ver la reacción de su madre, se levantó para acercarse pero su padre le impidió que cogiera aquella caja antes que él. Su tez palideció también al ver que contenía, no tenía que pensar demasiado para darse cuenta de la razón.
—Se lo regalé a Olympia al cumplir los dieciocho —lloriqueó, temiéndose lo peor.
—Es una amenaza —levantó la mirada a dos de los guardias que estaban en la puerta—. Peinad la zona, cualquier movimiento extraño, persona que no sea de aquí, cualquier mínimo detalle que pueda ser sospecho me lo hacéis saber. Quiero a gente por toda la isla y después quiero a los hijos de puta que me han enviado esto sin vida. Quiero a Olympia de vuelta —demandó con aquel tono exigente que solo ponían los malos en las películas de acción—. Poneros en marcha todos los guardias, para algo os pago.
Ambos asintieron antes de retirarse y extender la información entre todos los que trabajaban para la familia real, ahora tenían una misión y no les quedaba más remedio que cumplirla, pues como acababa de decir para eso les pagaban.
Achileas tembló, no hizo falta que le dijeran que esa noche no iba a poder salir con su novia si es que acaso quería regresar a casa. Su hermano mayor no pareció inmutarse ante todo aquello, había estado informándose sobre todo lo que estaba ocurriendo en los demás pises y era cuestión de tiempo que les tocara a ellos pasar por lo mismo.
—Se supone que somos una familia, deberíamos todos de estar informados de lo que está pasando.
—Hemos dejado de ser una familia hace mucho, dudo incluso de que algún día llegáramos a ser una —respondió su padre, dándole una breve mirada antes de levantarse—. Nos hemos encargado personalmente de destruirla poco a poco... Así estamos a día de hoy, ¿no?
—No es momento para hablar de esto, nuestra hija está en peligro... ¡O muerta! Quizá ya la hayan matado y no sea una advertencia sino un aviso —exclamó la rubia—. No me puedo creer que estés sacando los trapos sucios en el momento que más necesitamos estar unidos. Sé persona, por una maldita vez en la vida piensa en algo que no seas tú mismo.
Las paredes habían empezado a agrietarse en aquella familia y era cuestión de poco tiempo para que con tan solo un toque se derrumbara todo.
Debía de ser cierto eso de que ni los buenos son tan buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. Lo peor del asunto es que solo nos damos de cuenta cuando suceden cosas de este estilo.
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