Capítulo 29
La habitación era pequeña en comparación a la anterior, al fin y al cabo era para una pareja que no pasaría demasiado en el hotel. Cuando se iba de vacaciones era para disfrutar de ellas, no para encerrarse en la habitación a ver pasar el día. La diferencia es que ellos no estaban exactamente de vacaciones.
Olympia se estaba preocupando, lo empezó a hacer desde que lo vio romper su teléfono con fuerza contra el suelo. Desde ese momento supo que algo estaba yendo mal. ¿Acaso había metido a Zabdiel en problemas más graves de los que se podría imaginar?
—Oye, hablaba en serio al decirte que te relajaras —señaló, cruzándose de brazos cuando se sentó en el borde de la cama y se llevó las manos a la cabeza.
—Estoy muy relajado.
—Estás mintiendo descaradamente —chasqueó su lengua y se descalzó, dejando las sandalias tiradas de mala manera en el suelo, para después subirse a la cama y arrodillarse tras él. Sus manos fueron directas a sus hombros para masajearlos y sus labios repartieron besos por su nuca—. Estás tenso, creo que hay maneras muy útiles de quitar el estrés.
—No estoy estresado, Olly, solo fue una confusión tonta —cerró los ojos ante el tacto de la joven, si decía que no le gustaban sus manos tocando su cuerpo estaría mintiendo—. La gente se equivoca todo el tiempo. A veces por la calle te saluda gente que no te conoce de nada solo porque te confunde con alguien a quien te pareces y ya... Nadie hace un drama.
—No, nadie hace un drama porque te saludan, pero es que tú ibas a golpear a ese hombre —murmuró ella, mordiéndose los labios para no reír. No le hacía gracia la violencia sino la situación en sí.
—Yo no iba... Bueno, vale, quizá si —arrugó su nariz—. Lo siento también por eso, pero por un momento pensé que ya nos iban a separar y no quería que eso pasara...
Sus manos se deslizaron para delante, acariciándole así el pecho, las de Zabdiel se posaron sobre sus brazos para acariciar la suave piel de estos mientras ella se entretenía. Sabía como iba a acabar eso y la verdad es que no se podía quejar, su vida sexual estaba activándose, sería difícil acostumbrar después el cuerpo a algo diferente.
—¿Qué es lo peor que puede hacerte mi padre? —preguntó—. Porque si quedar sin trabajo es lo que te importa, yo puedo ocuparme de eso.
—Tu padre no puede hacerme nada, la realeza en Grecia no es tan poderosa como en Reino Unido o un país de esos —admitió, sonriendo con los labios pegados—. En otro lugar quizá me mandaría a matar por haberte sacado de la isla y por meterme contigo, eso más que seguro, pero como no tiene los huevos que hay que tener para hacer semejante cosa se limitará a echarme y como mucho gritarme en la cara. Quien más presume de poder es quien menos lo tiene.
Olympia, que en otra ocasión se habría sentido ofendida, esbozó una sonrisa.
Era verdad. La familia real griega no tenía tanto poder como otras, a la vista estaba, muchos ni siquiera sabían de su existencia. Sin embargo, aunque si lo tuviera no harían nada a tales extremos, su familia no era de arreglar las cosas mediante la violencia ni mucho menos con matanzas. De lo contrario las cosas entre sus padres habrían sido muy diferentes y quizá los amantes hubieran aparecido muertos de manera misteriosa... Pero no pasó, por suerte para ellos. Eran como cualquiera otra familia normal y corriente, con sus problemas, con sus cosas normales... Pero con un título del que no podían deshacerse ni aunque quisieran.
—Supongo entonces que te importa perder el trabajo, como he dicho...
—No —la interrumpió—. El trabajo me importa una mierda, me importas tú, me importa que vuelvas a reprimirte, que te vuelvan a arrebatar la libertad y la voluntad. Te veo ahora tan libre, disfrutando de muchas pequeñas cosas a las que antes no le dabas ni importancia y me siento más feliz que nunca, Olly.
Su sonrisa se ensanchó. Se había puesto la difícil norma de no enamorarse y la estaba echando a la basura cada vez que le decía algo similar. Zabdiel era todo un experto en decir cosas bonitas como si fuera lo más normal del mundo, era obvio que no sabía ocultar tampoco sus sentimientos.
Tiró por su cuerpo para atrás, haciéndolo caer sobre el colchón y no tardó en subirse sobre él, tomándole el rostro con las manos para besarlo. Aceptó gustoso, anclando sus manos en su cintura para sostenerla. Le mordió la boca con ansias y descendió después por su cuello, haciéndolo suspirar con la simple acción. Tenía especial debilidad cuando le pasaba la lengua por la garganta.
—Olly...
—Shhh, te pedí que te relajaras y como no lo hiciste tengo yo que hacer algo al respecto, ¿no lo crees? —el tono de voz que usó fue suficiente para hacerle saber que no podía llevarle la contraria o la llevaría clara.
—Si, justo en eso estaba pensando —aceptó, cerrando los ojos y dejándose llevar por la princesa con manos ágiles que tenía encima de su cuerpo.
—Zabdiel, olvídate de las preocupaciones cuando estés conmigo —pidió, sonriendo de lado—. Sé que serías capaz de dar la vida por mí pero yo también lo sería, así que ándate con ojo.
Eso le hizo sonreír como un bobo, estaba dando grandes pasos, había pasado de que se apartara diciéndole que no quería enamorarse de él a que soltase como si nada que sería capaz de dar su vida.
—Olly, créeme que cuando estoy contigo no existe nada más —se vio en la obligación de susurrar, porque si admitía de una lo perdidamente enamorado que estaba de ella las cosas iban a ser diferentes y no estaban listos para algo así, suficientes complicaciones tenían ya.
La rubia batió sus pestañas y se remojó los labios con la lengua antes de inclinarse para volver a besarlo, pues de esa forma sí que no existía nada ni nadie más que ellos dos, una habitación y Grecia.
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