Capítulo 28
La mochila con la que partió de casa no era suficiente, pues se había comprado más ropa y ahora necesitaría algo más grande que eso para guardarla. No estaba dispuesta a dejarla allí por nada del mundo.
Además, ahora no tenía su tarjeta y no iba a pedirle a Zabdiel que le comprara ropa a diario, no podía abusar.
¿Quien le iba a decir a ella que necesitaría escaparse de casa para tener que repetir outfit algún día a la semana?
Si la viera su madre se escandalizaría. Bueno, quizá ya había visto alguna foto y ya estaba escandalizada, seguro que ahora era la vergüenza de la familia, cuando antes era a la que primero presumían. No por nada era la mayor entre sus hermanos.
Tuvieron que comprar una maleta, claro que si, pues de lo contrario se negaba a viajar. No fue ni medio llena, pues en comparación con la mochila era mucho más grande y necesitaría de mucha más ropa para poder llenarla. Claro que tenía pensado hacerlo, pero todo a su debido tiempo.
Por su mente también se pasó su falso prometido. ¿Qué habría sido del niñito rico que quería contraer matrimonio con la princesa ideal? Seguro que con las manos en la cabeza al ver qué ideal ideal no era.
—¿Ahora sí que está todo listo? —preguntó Zabdiel, recargándose en el marco de la puerta mientras la veía cerrar la maleta.
—Si, voy a extrañar esto... ¿Pero sabes que? —alzó sus cejas mientras bajaba esta de la cama, él fue rápido en acercarse para cargar con su peso—. Lo bueno es que en la otra isla podemos pedir una habitación con una única cama.
—No me negaré a tener tu cuerpo pegado al mío toda la noche, eso te lo aseguro —le guiñó un ojo con coquetería y salieron de la habitación como una pareja normal y corriente.
Bajaron a despedirse de la señora que tan bien les había caído y de la que ya casi se podían considerar amigos, dijo que esperaba verlos pronto y ellos le prometieron que así sería, que para la próxima quizá les acompañara una criatura entre sus brazos. La noticia casi le hizo llorar de la emoción. Ella se había quedado contenta y ellos se marchaban de la misma manera.
Esta vez no tuvieron el barco para ellos solos, pero no pudieron quejarse porque le pusieron ritmos latinos como música de fondo y los pasajeros se atrevieron a levantarse y ponerse a bailar como si llevaran el ritmo en la sangre. Ambos se contuvieron de reír, aunque no bailaran bien lo estaban pasando bien y eso último era lo que importaba.
Por un momento se le olvidaron todos los males. Olympia sonreía mirando en dirección al mar, después alzaba la mirada al despejado cielo sin que la sonrisa se borrara y para finalizar lo miraba a él, haciéndole saber que solo necesitaba de aquellas tres cosas para ser feliz. Mientras tanto, él solo la miraba a ella, pues también era lo único que necesitaba para saber lo que significaba la felicidad.
Sin embargo, toda esa calma se esfumó en cuanto bajaron del barco. Zabdiel divisó a varios hombres mirándolos y eso lo perturbó de inmediato, le sostuvo la mirada a uno de ellos sin disimular la irritación que le provocaba. Olympia también lo notó y antes de que pudiera decir algo ya lo tenía caminando en dirección a aquel sujeto.
—Zabdiel, no... —gruñó por lo bajo al ver sus intenciones.
Él, que le sacaba unos centímetros al otro hombre, se colocó frente a este y lo empujó por los hombros.
—¿Qué estás mirando?
—¿Yo? ¿Que he de mirar yo, señor? —increpó, sin poder creerse que fuera directo a él de semejante manera.
—¡Nos estabas mirando a ella y a mí desde que bajamos! ¿Para quien trabajas? Tu cara se me hace conocida...
—Tengo una cara muy común —fruncí ligeramente el ceño—. ¿Estás seguro de que estás bien?
—¿Para quien trabajas? —volvió a preguntar, esta vez acercando más su rostro al suyo.
El hombre, asustado por la frialdad de aquella mirada, tragó saliva y se separó unos centímetros, temiendo que los pies se le enredaran en la arena y cayera patas arriba.
—No trabajo para nadie, actualmente estoy en el paro —balbuceó—. Debiste de confundirme con algún conocido.
—¿Crees que soy tan idiota como para creerme que un hombre que esté en el paro puede costearse unas vacaciones en Grecia? —soltó una risa irónica.
—No por nada me he casado con una mujer mayor —sonrió, incómodo, mientras señalaba a pocos metros la mujer que estaba tomando el sol con el único fin de ponerse morena—. En serio que no quiero problemas, solo te miraba porque bueno... Causáis impresión y hacéis buena pareja, pero te prometo que no por nada más.
Zabdiel le creyó, viendo cómo ahora los otros hombres que antes le habían echado el ojo estaban a sus cosas y no lo tenían ni en cuenta.
Quizá estaba empezando a ser paranoico y eso le causaba todavía más miedo que todo lo demás.
—Tranquilo, ya estoy aquí —murmuró Olympia después de haber conseguido arrastrar la maleta hasta allí—. Y ahora si me lo permites nos vamos al hotel, ya has hecho suficiente numerito aquí. Una disculpa, señor, no queríamos molestar, creo que se olvidó de tomar las pastillas para los nervios o algo por el estilo, es un hombre relativamente normal.
Sonrió en su dirección antes de hacerlo caminar delante de ella, pero lo hacía con pasos torpes y sin poder creerse que hubiera pasado lo de recién.
¿Estaba perdiendo el juicio cuando más lo necesitaba?
Eso no era buena señal, más bien todo lo contrario.
—¿Me vas a explicar qué diablos ha sido eso? —cuestionó la rubia, aunque por la mente ya se le pasara la idea de lo que había podido ser.
—No lo sé —admitió entonces, sin saber que más podía decir al respecto.
Ella guardó silencio, aceptando su contestación, y se limitó a hacer lo que habían ido a hacer. Llegaron al hotel y pagaron la habitación en la que se quedarían, una en donde compartirían cama.
—Ahora relájate —pidió.
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