Capítulo 26
El teléfono casi se le cae de las manos en cuanto la vio salir del baño tal y como Dios la trajo al mundo, sin toalla, sin ropa, sin nada que cubriera su desnudez. La observó en silencio y con la boca ligeramente abierta. Aquella mujer era perfecta por dondequiera que la mirara: su piel blanca como la leche y suave como la seda, sus piernas largas, labios finos, nariz perfilada, mirada penetrante...
No tenía ni el más mínimo vello corporal. No era por modas, ni por satisfacer a nadie más que a sí misma. Le gustaba su cuerpo cuando no tenía vellos. Bien sabía que era algo natural y que estaban ahí para evitar infecciones y demás, pero simplemente no le gustaba, y por mucho que se empeñara en aceptarlo no podía hacerlo.
Los pezones los tenía erectos, no estaba segura de si era por la fría temperatura de la ducha que se había tomado minutos atrás o por la mirada hambrienta que le lanzaba su supuesto guardaespaldas, pues había dejado de verlo como tal hacía bastante.
¿Atacaba o qué?
—Olympia —carraspeó, con sus ojos vagando por su cuerpo, de manera torpe y casi inexperta, pero solo porque lo había tomado por sorpresa. De torpe tenía más bien poco y de inexperto otro tanto de lo mismo. Sin embargo, con ella delante podría jurar que se sentía así e incluso peor que un adolescente antes de su primera vez, con todos los nervios y el miedo de fracasar en el intento.
Él no era de esos, al menos nunca lo había hasta el momento, sabía cuán bueno era en la cama y no le gustaba presumir de ello. Pero había algo en aquella rubia que le hacía desear ser mejor, mejor que todos los anteriores y mejor que los que vinieran después (que deseó que no fuera ninguno). Quería, con recelo, que lo comparase con diestro y siniestro solo para que admitiera en voz alta que él había dado las mejores caricias en su cuerpo, que los mejores besos habían sido los de sus labios, que los mejores polvos habían sido con él... Que todo, absolutamente todo y sin dejar ninguna excepción, era mejor con él que con cualquier otro.
—¿Solo te quedarás mirando? —tentó, dando dos pasos al frente mientras llevaba sus manos a sus pechos y los apretaba de manera provocativa. Ella sabía lo que hacía, lo notó en cuanto la mirada de él se estrechó, estaba luchando contra sus impulsos. Lo único con lo que tenía que luchar era contra su cuerpo en aquella maldita cama—. Venga, Zabdiel, quiero tu lengua recorriéndome el cuerpo y la quiero ahora mismo.
Si, la suya, la de nadie más.
No lo dudó ni un segundo y empujó su cuerpo a la cama, no de manera agresiva, solo con la suficiente fuerza para arrancarle un jadeo de los labios.
Se colgó de su cuello, en donde procuró no succionar de más, sabía que le dejaría marcas en su sensible piel si chupaba tanto como le gustaría hacer. Ella se arqueó, gustosa, una cosa era imaginarlo en la ducha y otra muy diferente estar sintiendo sus labios recorrer su piel. Cerró los ojos, dejándose llevar por la oleada de emociones que sentía en aquel momento, dejando que sus labios hicieran el camino correcto por su cuerpo.
Descendió dejando un hilo de saliva a propósito y pasó su lengua por su marcada clavícula antes de llegar a sus pechos y tomarse el tiempo necesario con cada uno de ellos. Empleó la lengua, trazando sus pezones con esta, e hizo lo mismo con sus labios para después cerrarlos sobre estes y chuparlos, agregando sus dientes con la presión necesaria para hacerla gemir. ¿Qué maravilla había sido esa?
Bajó después por su abdomen, tomándose el atrevimiento de cambiar a su lado más dulce y repartir besos por este, que no tardaron en volverse mojados y calientes.
Le separó las piernas y alzó la mirada, viendo como en su cara se reflejaba absolutamente todo lo que sentía, era una chica muy expresiva y no había cosa que le gustara más en el mundo que eso.
Fue entonces cuando los dos escucharon la puerta. El desayuno había llegado. Olympia abrió los ojos e hizo una mueca de disgusto pensando que la magia se acababa de esfumar, pero el truco no había hecho más que empezar.
—No he acabado contigo —le hizo saber, dándole una palmada en el coño que le hizo arquear la espalda. Eso no se lo esperaba. La corriente eléctrica que le recorrió el cuerpo fue instantánea. ¿Que tenía ese hombre que le hacía sentir cosas así?
Atrapó su labio inferior con sus dientes y lo observó levantarse para ir a recibir el desayuno, era el único de los dos que estaba vestido así que era completamente lógico que fuera él. No tardó demasiado en volver, dejó la bandeja sobre la mesita y chasqueó sus dedos para llamar su atención.
—Estoy hambriento de ti, créeme que no hay cosa que desee más que acariciar ese dulce coño con la lengua, pero no se me olvida que hace nada te rugía el estómago en busca de comida —señaló—. El desayuno es la comida más importante del día, te ayuda después de horas sin comer y te da energía suficiente para combatir la mañana. Así que ni se te ocurra quejarte, vas a desayunar. Créeme que puedo abrirte de piernas en cualquier momento del día solo para hundir mi rostro entre estas.
—Solo puedes si yo quiero que así sea —lo corrigió.
—Ha sonado engreído, pero... Princesa mía, eres tú la que está mojada en este momento —señaló con diversión—. Además, tú más que nadie querrías que te abriera las piernas, yo solo cumplo órdenes. Ya sabes, estoy a tu servicio.
—Que generoso saliste, deberían de aumentarte el sueldo porque estas cositas no venían en el contrato que de seguro has firmado.
—Estas cositas no se pagan con dinero —sonrió mirándola, a veces podía ser tan poco disimulado que las cosas quedaban claras al momento.
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