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Capítulo 19


—Nos quedamos sin helado —se quejó, tumbándose en la cama mientras sentía su tobillo palpitando de dolor—. Yo solo quería un estúpido helado y por poco me caigo y pierdo la vida en ello.

Zabdiel alzó sus cejas con burla, si dramatizar fuera un deporte ella ya tendría la medalla olímpica más que ganada. No hizo ningún comentario porque no quería que se sintiera mal por el simple hecho de exagerar, podía jugar con otras cosas pero nunca con el dolor o sufrimiento de otra persona. Había gente más sensible, gente que no soportaba el más mínimo dolor al igual que había otra que podía con todo y no se quejaba por nada.

—Podemos comer helado igualmente, puedo bajar a comprarlos y los comemos aquí mientras vemos una película o algo, todavía necesitas reposo.

—¿Estudiaste medicina acaso?

—No, pero sé lo esencial, el trabajo me lo pide. Lo menos que le puede pasar a alguien como nosotros es una torcedura de tobillo o unos raspones, créeme.

—¿Alguna vez te han disparado? —inquirió.

El cuerpo de Zabdiel se tensó ante la inocente pregunta y los abrasadores recuerdos volvieron a su mente más rápido de lo que le habría gustado. Si. Alguna vez le habían disparado. No tuvo una vida fácil y confesárselo a ella no le iba a solucionar nada.

—Más de una vez —admitió—, gajes del oficio.

—Ni que fueras un mafioso —se burló—. ¿Por qué habría de recibir un guardaespaldas disparos? Es decir, no es el trabajo más seguro del mundo, pero tampoco es que trabajes para personas que peligren.

—Sabes de lo que hablas y no conseguirás con eso sacarme información, no soy tan tonto como crees —señaló, regándole una sonrisa—. Une las piezas, Olly, podrás sacar conclusiones de manera muy rápida. La realeza no es como la pintan, hay gente corrupta, personas que quieren abusar de sus poderes, todos avariciosos... ¿Y sabes cuántas personas en el mundo piden a gritos que se elimine la monarquía? Seguro que te haces una idea.

—Estoy entonces en el punto de mira, completamente desprotegida, y con terroristas que buscan mi muerte.

—Tú no estarás desprotegida hasta que yo me muera —la promesa se la hizo con la mirada, que a veces era mucho más sincera que las palabras.

Ella lo miró a los ojos casi de manera hipnotizante, no sabía qué diablos tenía ese hombre que no hacía más que gustarle. Negó con la cabeza de manera desaprobadora y le regaló una sonrisa tirando a burlona.

—¿Qué pasa contigo? —entrecerró los ojos mirándolo de manera acusadora—. Te digo que no quiero que follemos por miedo a caer ante tu encanto y ahora vas con toda tu cara y te atreves a insinuar que darías la vida  por mi.

—No he insinuado nada, creo que lo dije bien claro —imitó su sonrisa—. Me tendrán que matar antes de ponerte un dedo encima, tú eres demasiado delicada para el mundo de mierda en el que te estás metiendo.

—¿Delicada?

—Delicada de cuerpo, no de mente —aclaró—. No dudo en tu actitud de guerrera, tus ganas de comerte el mundo y tu actitud de "a mi que nadie me mire sobre el hombro", pero eso de nada te servirá ante la gente peligrosa, cualquier arma vale más que la actitud.

—Enséñame entonces a disparar —pidió, tan convencida de sí misma que hasta se sorprendió. Fue el turno de Zabdiel para negar con la cabeza mientras se levantaba—. Oye, no hemos acabado con esta conversación, ¿a dónde crees que vas?

—A por helado —señaló—. Creo que de momento vamos a mantener las armas lo más alejadas posibles.

No esperó una respuesta porque no le apetecía discutir sobre el tema, no era el lugar ideal para enseñarle a usar una pistola ni nada por el estilo. Además, no la pondría en riesgo de esa manera, suficiente había tenido con advertirle con una indirecta bastante directa que los de su sangre corrían peligro.

Olympia no era tonta, sabía que algo pasaba desde el momento en que la monarquía tuvo un boom de amoríos, por lo general siempre se mantenían en secreto hasta llegar a equis momento, pero estaban en un punto donde las princesas contraían matrimonio de manera inesperada con hombres de poder, no príncipes ni miembros de la realeza, solamente gente con dinero, probablemente familiares de algún político. Pero cuando más sonaron sus alarmas fue sin duda cuando fue su turno, ¡sus padres preocupándose para que encontrara un hombre! Lo nunca visto y sobre todo lo menos deseado para ella.

Las decisiones que tomamos a lo largo de la vida siempre tienen sus partes buenas y sus partes malas.

En esta ocasión Olympia lo estaba viviendo en carnes propias. Si, sentía la libertad en su máximo esplendor sin necesidad de redes sociales y en buena compañía. Pero también sentía que el mundo se le venía encima al tener tantas preguntas en mente y a nadie que pudiera respondérselas, bueno, a nadie que quisiera respondérselas.

Zabdiel sabía cosas, sabía de más, se notaba a leguas que era un tipo astuto que escondía más de lo que hacía ver. Por eso eses aires de misterio, esa carita de "sé absolutamente todo pero me haré el loco", esa calma al mirar las cosas y esa estrategia que tenía al responder. Estaba entrenado para destruir el mundo si así se lo planteaban, los hombres como él eran peligrosos.

Y a Olympia le encantaba el peligro.

Volvió a repasar con la mirada como estaba su tobillo, de a poco su hinchazón comenzaba a bajar y ahora no sentía más que frío en la zona. Reparó entonces en lo atento que había sido él en todo momento, poniéndola a ella como prioridad cuando podría haberse aprovechado en muchas ocasiones. Si hubiera sido otro se quedaría con su dinero y se iría antes de arrepentirse; la habría devuelto con sus padres y se cobraría el supuesto rescate. Pero no, él todavía estaba allí para curarle las heridas y para comprarle su helado favorito cuando decía que tenía ganas de él.

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